El mar, Orfeo, las sirenas y la figura de la madre terrible

Gabriela Puente realiza un recorrido mítico/filosófico a traves de las nociones del caos primordial, el mar, la madre terrible y el mitologema del descenso al infierno de los dioses solares. Ilustra María Lublin.

 

“A la totalidad de los dioses miel.

A la señora del laberinto miel.”

(Inscripción en una tablilla de arcilla hallada en el palacio de Cnosos, Creta)

 

 

El origen latino de la palabra “mar” es mare cuya raíz se encuentra relacionada con mater “madre”. Y esta última, a su vez, se entrama con la griega meter de mismo significado.

La conexión es antiquísima y, vía cristianismo, la relación entre el mar y la madre llega hasta la actualidad. Conocida es la advocación de la virgen Stella maris, protectora de los marinos y pescadores, cuyo santuario mira siempre al mar.

Sin embargo, la conexión entre el mar y la mujer parecen ir más allá de la faceta materna y se despliega en diferentes niveles, hasta abarcar a lo femenino en su completitud.

Este vínculo es aún más explícito si tomamos el caso de la diosa griega del amor y la belleza. Afrodita, la del cruento nacimiento, recibe su nombre de aphros, la espuma del mar, que recuerda también el níveo semen de su padre Urano, derramado sobre las aguas luego de su castración.

Esta Afrodita Anadiomena (salida del mar) según el filólogo Karl Kerényi “es a quien hay que invocar si se quiere comprender a las diosas de los griegos. [Porque] Ella es quien se encuentra más cerca del origen.” (Jung, Kerényi, 2004:130). Afrodita, rayana al ambiente acuático primigenio del mito.

 

Históricamente el rastro del origen nos lleva a Creta. La bella isla bañada en su extremo noroeste por las aguas del Mediterráneo. Cercana al antiquísimo Egipto, se afirma que bebió de su cultura.

Antes que nada, Creta era una sociedad con una gran impronta femenina. Se sabe poco de ella, dado que su escritura, lineal A, no ha podido ser aun descifrada en su totalidad. Los arqueólogos e historiadores pudieron constatar que ésta era una sociedad pacífica, comerciante y que quizás las cúpulas de sus castas sacerdotales eran ocupadas por las mujeres de amplias faldas y pechos desnudos representadas en esculturas y frescos. En consonancia con este hecho, la deidad principal era La gran Diosa, la señora del laberinto, cuya importancia se puede deducir de la ingente libación de miel que le era ofrecida: ella sola obtenía la misma ración que la suma de los demás dioses.

También le pertenecían los cruentos sacrificios taurinos, y las cacerías en las noches de luna llena al comienzo del solsticio del verano, cuando la estrella Sirio se alzaba al amanecer. En los inmensos cotos de caza, los cazadores se asimilaban a las fieras y devenían omestés, comedores de carne cruda.

La imagen de la diosa oscilaba entre un rostro dadivoso y uno terrible. Porque no es necesario que una madre sea buena para ser venerada. Recordemos por ejemplo a la diosa madre de Anatolia, Cibeles, cuyos sacerdotes se castraban furiosamente para fertilizarla.

 

 

 

Otra de las narraciones que relaciona férreamente la dimensión de lo femenino con lo marítimo es el mito de Orfeo y las sirenas.

En la figura de Orfeo lo mitológico y lo histórico se entrecruzan. Orfeo el amante esposo de Eurídice, quien franqueó las puertas del Hades, tan solo armado de su lira, para intentar (sin éxito) rescatar a su mujer, fue también el mítico creador de la secta órfica.

El orfismo se caracterizó por un acusado ascetismo, vegetarianismo y la prohibición de los sacrificios sangrientos. Sus practicantes abominaban de la promiscuidad y parece que predicaron el amor homosexual. El rechazo a lo femenino y al coito heterosexual fue tan potente que algunos autores afirman que, tras su muerte, Orfeo encarnó en un cisne por negarse a descender de una mujer.

Unos siglos después de su creación, para la época de Platón, la secta del orfismo perdió credibilidad y sus devotos eran tenidos por charlatanes.

Pero no todo lo relacionado con este culto es despreciable. Debemos a esta corriente mística el nacimiento de un concepto revolucionario: la inmortalidad del alma individual. Esta idea, con el orfismo, nace en Tracia, hacia el siglo VI a. C., para luego replicarse ad infinitum en prácticamente todas las religiones del mundo.

No es que el pensamiento griego previo no haya considerado la noción de alma, ni la de inmortalidad; ya que la mitología y las religiones mistéricas, luego la filosofía, analizaron el concepto profusamente. Pero corresponde al orfismo la novedad de la individuación del alma; más precisamente, la afirmación de que una persona mantendrá su existencia luego de la muerte, tal como lo hizo durante su vida, sin merma alguna.

También fue Orfeo quien finalmente exorciza el encanto cíclico de las míticas sirenas que atrae acompasadamente, como el mar, a los hombres hacia su destino funesto.

La lira y la voz de Orfeo introducen un nuevo compás, el del ciclo solar, en el universo ctónico y femenino. El ciclo anterior, el de la diosa, debe ser destruido.

Pero ¿qué es lo femenino que tanto desagrada al orfismo? pasemos sin más preámbulo al mito de aquellas encantadoras diosas del mar, las Sirenas.

 

 

Orfeo es uno de los argonautas que se embarcan con Jasón en su viaje a la Cólquide en busca del vellocino de oro.

También es un héroe-sacerdote solar, quien antes de emprender el mencionado viaje  había visitado Egipto. Según el mitógrafo Robert Graves el “nuevo” culto solar fue introducido en Grecia y Tracia “por los sacerdotes fugitivos del monoteísta Akhenaton, en el siglo XVI a. C., e injertado en los cultos locales.” (1996: 139).

Pero previo al culto solar subsistían los cultos de las diosas telúricas y de la naturaleza; y el mitologema del descenso al infierno, que se expresa también en el mito de Orfeo en su desesperada busca de Eurídice, alude al semidiós/rey sagrado que es descuartizado y sacrificado a la diosa madre. Como mencionamos en otro trabajo, “la gran madre era la figura de la naturaleza terrible, fecundada por el hijo-rey, pero cuya sexualidad y fertilidad demandaba siempre un sacrificio; sintetizando así en sí misma elementos creadores y destructivos.

El rey consorte, por su parte, luego de fecundar a la diosa-reina debía fertilizar con su sangre los campos. Usualmente moría y renacía hacia la primavera o principios del verano; de manera tal que este sacrificio se integraba a una concepción circular del tiempo, o, más aun, el sacrificio permitía la renovación de los ciclos naturales, cerrando la peligrosa brecha que se abría durante el cambio de las estaciones y por la cual el tiempo corría el riesgo de fugarse. Así, el ritmo de ese tiempo circular estaba dado por el sacrificio de un hombre devenido dios.” (Puente, 2020).

En los cultos solares acontece una desconexión del sacrificio con el ámbito de lo femenino, que sumado al terror a la castración desnuda (sin la contención de la coyuntura simbólica) y a la madre terrible y devoradora constituyeron quizás el origen del resentimiento y odio masculino hacia estas figuras ctónicas primigenias.

 

 

Por su parte, las sirenas eran originariamente seres híbridos con cabeza de mujer y cuerpo de ave. La representación tradicional que exhibe a la sirena como una mujer con torso femenino y cola de pez surge en el Medioevo, al confundirlas con otras criaturas submarinas, las Nereidas, hijas del dios acuático Nereo.

Habitaban en una rocosa isla mediterránea. Tan bellas como siniestras, atraían con su canto a los marinos hacia una muerte segura.

Etimológicamente seiren significa “aquella que ata” (y desata), lo cual refiere a un movimiento cíclico y acompasado, como el canto; característica que las conecta con las aves.

La acción de atar y desatar se relaciona además con las tareas de hilado y tejido llevadas a cabo por numerosas diosas; la mencionada señora del laberinto de Creta, es un ejemplo de ello; como también las Moiras o Parcas que entretejen los destinos humanos y Penélope, quien además de ser la paciente esposa de Ulises (el otro mortal que osó enfrentarse al canto de las sirenas) es, según algunos mitos, la madre del dios Pan concebido luego de ser fecundada durante una especie de violación masiva perpetrada por todos sus pretendientes.

El caso es que el vínculo de las sirenas con la figura de la diosa madre es muy estrecho. La diosa hilandera entrama la red de la vida.

Este culto de la diosa, que surge en el neolítico junto con la agricultura, concibe al universo como una totalidad orgánica. Es ella quien rige la creación, destrucción y regeneración; ella quien organiza y ordena el universo y se manifiesta en las fases de la luna, las estaciones del año agrícola y los ciclos de la vida humana y animal. Y todo esto se da mediante un ritmo que se repite invariablemente (Cfr. Baring y Chasford, 2005: 69 y ss.).

Las aves, así como las mariposas, las abejas y otros animales alados se consideran seres psicopompos, encargados de sobrevolar y penetrar todos los niveles de la realidad; desde “los profundos abismos acuosos del espacio cósmico y como los mares y ríos, pozos subterráneos y arroyos. (…) el pájaro enlaza (…) dos dimensiones que no constituían el elemento propio de los seres humanos, pero que los rodeaba por arriba y por abajo. La imagen del ave, para quien ambas dimensiones constituyen el elemento propio, hacía de las aguas superiores e inferiores una sola dimensión ofreciendo la imagen de un mundo unificado.” (Ibid.: 82).

Figurillas de mujeres aladas eran un hallazgo común en las tumbas griegas, con la función apotropaica de alejar el mal.

El huevo y la concha marina fueron otra de las imágenes reiteradamente usadas para aludir a la diosa, haciendo referencia a su vientre y/o genitales donde acontece el comienzo de toda vida. En este sentido, también los órficos, creyeron que, de la noche abismal y primigenia, imaginada como un ave de alas negras, se generó un huevo del que emergió el mundo. Nuevamente la profunda analogía que vincula lo húmedo/marino al vientre materno de la diosa total.

Debemos mencionar que, en el mito, las sirenas, al ser vencidas por la música de Orfeo, se arrojan al mar y devienen rocas, una de las formas de lo inanimado. Sin embargo, la diosa no desaparece, sólo se retira hacia lo subterráneo, enrevesándose aún más en la noche de su misterio.

 

 

La noción de los ciclos naturales, y los cultos mistéricos que los sacralizan se hallan unidos a un sentimiento ambiguo. Por un lado, el afán de ser engullidos por ese vientre que nos despedazará para luego volvernos a la vida una y otra vez. Por otro lado, el subsiguiente terror atávico, encarnado en las religiones solares, a la destrucción del alma y la individualidad. Ambos son quizás el anverso y reverso del mismo proceso, como dos caras de una moneda.

En el siglo XX Freud afirma que “la meta de toda vida es la muerte; y, retrospectivamente, lo inanimado estuvo ahí antes que lo vivo” (Freud, 1984: 38).

No existe nada más parecido al reposo de lo inanimado que el movimiento repetitivo. Y quizás ceñirse a lo cíclico, el tiempo más natural del que tenemos noción, es la forma que encuentra la humanidad de asumir ese deseo irrefrenable de entrar en contacto con el estado primigenio de la materia; mitológicamente asociado a lo marítimo y al caos.

 

 

Bibliografía

 

Baring, Anne, Cashford, Jules. (2005).  El mito de la diosa, Madrid: Siruela.

Freud, Sigmund. (1984). “Más allá del principio del placer” en Obras completas VIII, Buenos Aires: Amorrortu.

Graves, Robert. (1996).   Los mitos griegos I y II, Buenos Aires: Alianza.

Jung, Carl Gustav, Kerényi, Karl. (2004). Introducción a la esencia de la mitología, Madrid: Siruela.

Kerényi, Karl. (2004). Eleusis, imagen arquetípica de la madre y la hija. Madrid: Siruela.

Puente, Gabriela. (2000). “Las nociones de masculinidad y feminidad atravesadas por una concepción trágica del mundo” en Revista Reflexiones marginales, saberes de frontera, número 59.

Vernant, Jean-Pierre. (1989). El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia, Barcelona: Paidós.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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2 Comentarios

  1. Extraordinario trabajo que revela la sólida preparación de la autora.

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