Llego corriendo a Teresa está Liebre. Pido salir antes de un ensayo. Augusto, mi compañero de obra, me pide que le avise si hay entradas porque quiere venir. Te averiguo, le digo y salgo cagando. Tengo siete cuadras de distancia y quince minutos, desde la sala de ensayo al teatro.
Camino por calle Tucumán; ningún semáforo me acompaña. El tránsito del Abasto hace que cruzar ilegalmente sea un acto suicida. Las veredas están abarrotadas de gente que sale de los templos en manadas ocupadoras de vereda. Atravesarlos es igual que pasar por la puerta de un colegio a las cinco de la tarde. Quiero ponerme un dron en el culo y salir volando.
Para no desentonar con la moral judeo-cristiana, camino arrastrando dos culpas. La primera, haber pedido irme antes del ensayo mientras mis compañeros se quedaron trabajando. La segunda, llegar tarde y tener a mi novio esperando por media hora.
Llego. Toda acelerada saludo a mi novio que se está tomando una cerveza con la parsimonia que lo caracteriza. Lo arrastro con mi acelere a dejar el vaso y ponerse en la cola. Me encuentro con una compañera de teatro, Clarita, y su mamá, y charlamos. De golpe llega Augusto. La concha de la lora, me olvidé de pedir una entrada para él. Le pido perdón con los ojos. La fila empieza a moverse, nos cortan la entrada. Al fín adentro.
Subimos la escalera, llena de objetos de Teresa, cosas viejas y cuadros dados vuelta. Siento un deseo irrefrenable de poner los cuadros como corresponde. “Necesito alinear esos cuadros”, me exige mi simétrico cerebro. Como ya me conozco, lo supero y camino hasta la segunda fila de asientos. Ahora sí, mi culo está sentado y quieto.
Que alguien enhebre
por qué Teresa esta Liebre.
¿El teatro es trabajo orfebre?
En la mesita cuento más de 30 libros, en la otra punta veo decenas de estatuillas de porcelana, un ropero repleto de ropa desordenada, veladores de luz y sombra, una persiana descosida y amarronada, paredes despintadas. Triste y preciosa. En el mundo de Teresa todo está roto, desgastado, apilado y desordenado.
¿Está loco este carro
que labura con el barro?
¿Quién fue el selvático
que inventó el psiquiátrico?
Teresa me invitó a su casa
y me contó sus historias,
con una dulce escoria.
Tengo una sensación
de triste acumulación.
Sera que acá está todo viejo,
y me habla de su amiga Conejo.
Todo pasa a la vez. Teresa tiene muchas cosas en la cabeza. Algo me empieza a generar desolación. Ella no para de hablar, pero yo escucho un silencio. Tiene los ojos vidriosos. Ella dice que “el enemigo es interno y es tu propio deseo” y mirándome a los ojos me dice:
«¿Vos qué animal sos?».
Siento lo choto
de este mundo roto.
Teresa esta liebre, es libre,
pero la verdá de la empanada
es que está encerrada.
“La concha de la lora de Silvia que se murió en Villa Giardino porque se le paró el corazón”, dice Teresa.
En paredes de certezas
en su propia cabeza.
Yo también soy Teresa.
¿Cómo se hace para mantener la atención en teatro de presentación? En este teatro que rompe la cuarta pared y mira al espectador, que reconoce la realidad en la ficción, y juega con el rito escénico. Porque aunque la representación se corre, la atención no. Ese es el trabajo de las actrices (Florencia Naftulewicz y Fernanda Rodríguez) y de sus directoras (Pilar Boyle y Sharon Luscher) que me tienen, cuerpito mediante, más de una hora sin dejar de ver e imaginar un mundo.
¿Nos encerraron y nos dan vermú?
Aquí ya lo ve,
Teresa toma té.
Le pasaron muchas cosas
y las cuenta borrascosas.
Se dispersa, se bifurca,
su relato se superpone,
y lo que le pasa, se supone.
Se murió mucha gente
y se siente indecente.
Dice que los muertos se te impregnan sin piedá
y se ve que es verdá
¿Hay olor a bizcochuelo recién horneado o me parece a mí? Creo que ya estoy en la casa de Teresa, parece que hoy hay reunión de té y Teresa está liebre, ella es una liebre, y libre. Hasta por ahí nomás.
En su ojos el corazón
siento desolación.
En el medio habla del perfume de Shakira
se me mezcla su mundo con el mío:
lloro y me río.
En la frecuencia de sus canales
somos todos animales.
Miro lo que acontece,
la música me estremece.
¿Cuántas cosas puede almacenar un cuerpo? ¿Teresa delira? ¿Quién decide el límite de lo sano? Las categorías de la salud, como todo casillero ¿no son conceptos que nos comieron? ¿Somos más liebres que libres?, me pregunto mientras la miro.
San Jorge la protege,
es su santo preferido:
es tan linda cuando habla de él así
que me dan ganas de tener un santo a mí.
Y así se arma “Teresa está liebre” como un rompecabezas de sorpresas, una invitación a un juego de entramados. Una invitación a descubrir, en tiempo confusos, un mundo enorme, al que la presencia, o el recuerdo, de su amiga Conejo, hace entrar en caos.
«A vos, ¿qué te hubiese gustado hacer?», pregunta.
Pienso en el teatro
actividá de psiquiátrico.
El abra cadabra
de ponerle cuerpo a la palabra.
La necedad de ese amigo,
que construye lo vivo.
Pienso en la cordura
y el teatro es una locura.
Fuera de las normas del consumo
con amor y humo
construye con lo inmundo
un bello mundo.
Me pregunto sin piedad
¿que será la libertad?
Teresa espera en la cola
del excluido y la sola.
Su ropero espera, ser su madriguera.
En su mala racha
la rodean cucarachas.
La escena final tiene precisión y belleza cinematográfica. El juego con la luz concluye todo. El reloj deja de correr.
Aplauso mediante, salgo de un sacudón
de este mundo de dragón.
La actriz se sonroja tímidamente.
Y ese mundo que me diste
en otro instante ya no existe.
Mi novio me habla pero yo tardo en coordinar y volver a la verdá verdadera. Pienso en mi propio cerebro abarrotado.
Caminamos a comernos unas pastas en Pierino, intercambiamos sensaciones. El vio muchas cosas de las que yo ni me percaté. Maldición. Llegan mis sorrentinos con scarparo. Voy a ponerles toda mi atención.
La obra terminó para mí
pero Teresa sigue ahí.
El Camarín la cubre
cada Viernes de octubre.
Teresa no es caso aparte:
es parte
de un círculo con fiebre
que está bastante liebre.
Invitación a su cueva en lo profundo,
con mucho olor a nuestro mundo.
Datos para ir a ver la obra y conocer a quienes la realizan en detalle.