El oficio invisible

Reseña de El oficio, de Serguéi Dovlátov traducido por Irina Bogdaschevski y editado en Argentina por AñosLuz.

Y acá estás, viviendo día a día como un gusano, genio del hambre, fiel a una vocación sagrada. ¡Tu valentía es envidiable!

John Fante, Ask the dust

La guerra invisible

Aprovecho la primavera temprana de agosto para hacer tiempo y leer en un parquecito de acceso público que hay justo detrás del Hotel Intercontinental, al lado de una pequeña iglesia.  Al mediodía, este escondido oasis del microcentro se va llenando de oficinistas de la zona. Almuerzan, descansan, toman sol, esperan, cuentan los minutos que les queda de libertad hasta volver a la oficina; yo también. Termino de releer el último párrafo de El oficio, de Sergéi Dovlátov, recojo mis cosas y me levanto. El corte es demencial y neurótico: entro en el rascacielos y el ruido y el frío me descolocan, la gente y las luces me aturden, me siento en otra dimensión, siento que la verdadera quedó ahí afuera. Mientras subo en el ascensor, me carcome la necesidad de escribir algo ya, de compartir lo que acabo de leer con alguien; miro a mi alrededor: estoy completamente sola. Me vienen a la cabeza las palabras de Kafka en su segundo diario, donde insinúa que trabajar le roba tiempo, tiempo que podría usar para escribir, para leer, aunque, como bien escribe el  autor ruso de El oficio, nadie puede negarle el derecho más íntimo a un escritor:  el derecho de publicar lo escrito; el derecho a la inmortalidad o al fracaso.

Muy pocos escritores zafaron de practicar otro oficio que no fuera  el de escribir. En Un cuarto propio, la escritora Virginia Woolf aborda este tema que, a fin de cuentas, atraviesa a todo género. Dijo: La vida, para ambos sexos, es ardua, difícil, una lucha constante. Se necesita gran coraje y fuerza, pero ante todo, nosotros, que somos criaturas de la ilusión, necesitamos confianza. Entonces me pregunto: ¿hasta dónde pueden llegar estas criaturas de la ilusión por escribir, por publicar? Julian Barnes, que era doctor,  en uno de sus libros se pregunta cuál es la mejor vida para un escritor. Se responde: la que le ayuda a escribir los mejores libros. 

Ahora, dejemos los caprichitos de lado y busquemos estabilidad (¿anímica?) en otro oficio, en un oficio normal.  Entro a la oficina y pienso: ¡esperen! ¡muchos escritores  lograron encontrar un punto medio entre sus deseos y sus obligaciones banales, pese a los avatares políticos y económicos!  Antonio Di Benedetto, que se dedicó al periodismo por casi cuarenta y seis años, con respecto a su oficio de periodista, confesó que no le quedaba otro remedio, pero que, al fin  y al cabo,  el escritor es un cronista, por momentos, redactor, entrevistador. 

El destino de Di Benedetto, como tantos otros que sufrieron la censura y la represión de dictaduras, coincide algo con el de Sergéi Dovlátov, el autor de El oficio, que huyó de la represión estalinista para exiliarse en el país de la “libertad”, Estados Unidos,  allá por el 79. En esta excelente novela,  que editó Añosluz editora en 2017,  híbrido de autobiografía de un oficio, crónicas, memorias, sonetos y diálogos cortos, o como el propio autor dice, una “biografía creativa”, Dovlátov recoge, con ese humor amargo tan ruso,  todas sus peripecias, teñidas de alcohol y literatura,  hasta llegar a la  publicación de sus textos. 

Sobre el autor

Dovlátov nació en Ufá, en 1941 y murió en Nueva York casi cincuenta años después.  Durante tres años, estuvo recluido en un gulag como guardia de prisioneros, período que recoge primero en La Zona (libro de cuentos carcelarios, censurado) y luego brevemente en El oficio, con bastante ironía y sarcasmo para la gravedad del asunto; aunque no es de sorprender: Dovlátov evitaba el tono trágico que caracteriza tanto la pluma de los grandes escritores rusos (sostenía que Dostoievski era el autor más gracioso de Rusia). Optaba por criticar al poder desde otro lado, desde la ironía y el absurdo.  

Estudió filología y periodismo en la Universidad Estatal de San Petersburgo, donde conoció al poeta Joseph Brodsky, quien sería también su compañero de exilio en EEUU. Como judío, Dovlátov padeció el antisemitismo estalinista. Como escritor y periodista, sufrió la censura. En la URSS sólo pudo publicar algunos escritos samizdat (clandestinamente).  En el 78 lo expulsaron de la Unión de Periodistas Soviéticos  y estuvo nueve días preso en Kaliáievo, antes de emigrar al país del Tío Sam.   Recién ahí,  el autor logra el reconocimiento debido, aunque confiesa:  Yo elegí las tristezas  del lugar donde estoy ahora y parece que no me equivoqué. 

Dovlátov en Argentina

Gracias a Añosluz editora llega Dovlátov por primera vez a nuestro país, con dos obras enteramente editadas y traducidas acá (El Oficio y La reserva nacional Pushkin), de la mano de Laura Estrin, directora de la colección de traducción de Añosluz y lectora voraz que había descubierto a Dovlátov allá por los años 90  mediante su traducción española. Laura lo hizo llegar inmediatamente a manos de Irina Bogdaschevski,  traductora de ruso, que solo traducía autores que la apasionaban, y he ahí el germen de este excelente trabajo.  La obra de Dovlátov le encantó y  poco tiempo después  viajó a Nueva York para encontrarse con la viuda de Dovlátov, Ylena, quien le dio el visto bueno para que tradujera la obra de Dovlátov.  Irina tradujo varios textos de él en ese entonces, no solo La reserva nacional Pushkin y El oficio (existen aún traducciones inéditas de ella). Hacía tiempo que esperábamos a Dovlátov en la Argentina. Laura e Irina desde hacía rato que venían predicando sus palabras. Los editores de Añosluz lograron comunicarse con Katherine Dovlátov (hija de Serguéi)  para las ediciones de ambos libros, quien a su vez lo tradujo al inglés como Pushkin Hills.

La traducción misma deja ver el esfuerzo,  la colaboración y el trabajo en equipo de la editorial, un trabajo hecho a fondo, mediante constante revisión: es supervisada en un principio por Florencia Piluso y luego cotejada enteramente con su original en ruso por Fulvio Franchi (docente en PUAN y traductor de ruso, quien sacó recientemente un libro de Lérmontov, El demonio y otros escritos caucasianos,  también con Añosluz).  El resultado es impecable.  Fulvio revisó ambos libros exhaustiva y apasionadamente, trabajando muchísimo con las traducciones de Irina, con quien se entendía muy bien. Irina fallecería poco después de realizar la traducción para Añosluz, en el verano de 2016, precisamente el 13 de enero.

La clave de la traducción de Añosluz es que logra una lectura muy natural. Hay una búsqueda constante de naturalidad, lo que en autores como Dovlátov, cuyo lenguaje es muy cercano a la oralidad, es imprescindible. 

Dovlátov: cronista de su propia batalla

Los diarios personales que componen El oficio se dividen en dos partes: la primera, El libro invisible, que cuenta su oficio fallido en la URSS y la segunda, El periódico invisible,  que relata su vida en los Estados Unidos. ¿Por qué invisible? Porque todo se cocina desde un oficio humillado, desde la oscuridad del anonimato, desde los sótanos mugrientos y patéticos de una acción colectiva e individual que lucha contra el patético mainstream político y cultural. 

En Estados Unidos, el autor consigue trabajar para un periódico judío de exiliados rusos, junto con otros compañeros también exiliados. Intentan, de manera indirecta, aprovechar para denunciar los crímenes soviéticos. Al principio, la pasan bien: desde un pequeño taller de imprenta redactan y sacan las tiradas, chupan, como buenos rusos, durante toda la jornada, se vinculan con gángsters para lograr alguna que otra inversión y se ganan un salario medianamente digno. Al final, todo empieza a derrumbarse.  Dovlátov y sus compañeros comienzan a padecer las bajadas de línea del director del periódico, (al que ninguno puede renunciar porque es la única fuente de ingresos potable), la obligación a limitarse a una temática estrictamente judía, los números que indican un fracaso y, para variar, las peleas entre ellos mismos. Pese a todo, Dovlátov nunca abandona la lucha,  su pelea más íntima, su batalla por preservar aquel derecho imprescriptible de publicar. A la par de su trabajo, muestra su trabajo, mueve contactos, conoce a la traductora correcta, consigue, de a poco, dar a luz sus escritos. Y al final nos conmueve, nos deja un sabor de esperanza en la boca.

Desde un principio resulta claro que Dovlátov no admira a los Estados Unidos de Jimmy Carter. No es un chupa culos del país del consumo y el cotillón. Se instala en una colonia  rusa, en un edificio ocupado por refugiados. Observa con distancia la carrera de ratas, la velocidad y el caos de los yuppies, los escaparates, el individualismo, la frialdad en las relaciones, la dependencia del psicoanálisis y la degradación de grandes valores como la amistad y el oficio, cualquier oficio. Se involucra menos aunque no tarda en empatizar con los “otros exiliados”, los huérfanos de America: los hindúes, los haitianos, los italianos mafiosos, los negros con sus enormes radios, los chinos de los quioscos y las loterías. Leerlo recuerda a aquella escena de la gloriosa Do the right thing, de Spike Lee, donde el italiano le dice al chino del supermercado que no sea boludo, que todos ellos están del mismo lado.  Dovlátov nos advierte: sepan todos ustedes que Estados Unidos no es un paraíso. Resulta que aquí hay de todo, cosas buenas y cosas malas. Porque la libertad no tiene ideología. La libertad favorece en la misma medida a las cosas buenas y a las cosas malas, como la luna que ilumina con indiferencia el camino del depredador y la víctima.

Añora su país, sin dudas, pero reconoce que allá no hubiera podido nunca publicar. En Nueva York se enamora del jazz, construye  con rapidez su grupo de amigos,  defiende su postura anti estalinista ante los comunistas más fervorosos.  Publica para diferentes diarios, incluido The New Yorker.  Recibe críticas favorables de otros escritores, incluido Kurt Vonnegut, que también le daba bastante al pico, y una vez le dijo algo así: «sos muy talentoso y tenés mucho para ofrecerle a este desquiciado país. Brindemos juntos.”

Salvando todas las distancias, El oficio podría ser el equivalente eslavo y contracultural de On writing, de Stephen King, otro lunático: memorias o crónicas lúcidas y sarcásticas de una carrera contra y a favor de la ilusión, y hacia la libertad a la que aspira todo escritor:  la publicación de sus escritos, sea donde sea, porque, como escribe Fulvio Franchi, la escritura es una batalla más, una guerra que pone a prueba la verdadera condición del escritor, su oficio.

El oficio de Sergéi Dovlátov y traducido por Irina Bogdaschevski.

Añosluz, 2017.

198 páginas

Escribe Maria Crista Galli

María Escapa (1985, Buenos Aires) se define experta en dos áreas específicas: la inquietud y la pasión por la cultura. Todo se mueve menos el cambio es el lema taoísta que mejor define su forma de aprendizaje, de creación y de vida. Su obra personal se nutre de elementos artísticos que van desde la traducción y la lingüística, hasta distintas áreas artísticas como son la danza, la literatura, la filosofía, la cultura oriental, las artes visuales y la botánica. Actualmente cursa estudios de floricultura, fotografía y escultura. Su objetivo es lograr un ensamble armónico de todas las áreas que la apasionan sin encuadres formales que la delimiten.

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