El ojo ajeno

Un cuento de tiempos y humores extraños, escrito por Hernán D´Ambrosio e ilustrado por Tano Rios Coronelli.

Boca juega contra Talleres, un partido decisivo para la pelea por el campeonato. Omar se sienta en el living, en la silla de siempre, con la camiseta que usa desde que ganaron la primera Libertadores con Bianchi, aunque ya le queda bastante ajustada. Abre una lata de cerveza; la sirve en un chop enorme que le compró su hermano en un Oktoberfest. Le falta Fernando a este partido, piensa Omar. Hace varias fechas que su hijo no se sienta con él. Vieron juntos la última Libertadores de Román y los campeonatos locales; también festejaron cuatro Copas Argentinas. Para completar las cábalas, Fernando debería estar sentado del otro lado de la mesa.
Cecilia se asoma desde la cocina y le pregunta a qué hora termina el partido.
―A las diez ―responde Omar sin apartar la mirada del televisor.
―Voy a tener la comida lista para esa hora.
―Sí, sí ―le dice Omar y las palabras suenan como una mano que ahuyenta moscas.
Córner de Talleres, cabezazo en el centro del área y travesaño.
―¡Uh! ―grita Omar.
No lo tiene muy analizado todavía, pero hace un tiempo que nota cierta proporcionalidad entre la presencia de Cecilia y el sufrimiento de Boca.
―¿Dónde está Fernando? ¿Por qué no viene a ver el partido?
―Está arriba, en su habitación.
―Seguro que está jugando con muñecas.
―No seas pelotudo, Omar. No te desubiques.
―Siempre estás de su lado.
―¿Vos no?
Omar vuelve a la tele, Talleres ataca por la derecha.
―Está jugando Boca, no jodas.
Cecilia le muestra el dedo medio y se va a la cocina.
―Me voy a prepararte la cena, macho alfa.
―Te vas y me dejás la cabeza hecha un quilombo ―se queja Omar, que mira el partido sin prestarle atención.
Las cosas vienen mal desde hace unos meses, cuando Fernando les dijo que le gustan los tipos. Cecilia se apropió de la situación y lo apoyó enseguida. Él no estaba de acuerdo, pero, cuando quiso hablar, Cecilia le puso una cara criminal y lo mantuvo callado, estimulando la decisión de Fernando, que sea libre y vuele… como una mariposa, pensó Omar en ese momento y sonrió por la ocurrencia. No se animó a decirlo. Ahora sonríe otra vez y el partido sigue 0 a 0, por cierto.
Omar tomó algunas decisiones a espaldas de Cecilia desde que Fernando habló con ellos. Dejó de cambiarse frente a él y de compartir los baños públicos. Ya no lo llevó a pescar con sus amigos ni lo incluyó en los partidos de fútbol 5 cuando le faltaba uno para completar el equipo.
Un día que Cecilia se retrasó en el trabajo y estaban ellos dos solos en la casa, lo encaró. Fue hasta su habitación y entró sin golpear, para ver si lo descubría haciendo algo raro. Fernando estaba acostado en la cama. Leía un libro y escuchaba música. Se sacó los auriculares y se sentó.
―Yo no tengo problemas con que seas lo que quieras ―le dijo Omar desde la puerta―, pero no quiero que lo seas acá, en el barrio donde me crie, con mi gente. Cuando cumplas los dieciocho, andate a otro lado y hacé lo que se te cante, pero acá no me jodas.
Omar se acercó a él y lo agarró de los pelos, sin dejarlo responder.
―Si tenés algún problema con lo que te digo, no me importa. Lo hacés y punto. Si te veo haciendo algo que no me gusta o le vas a mariconear a tu madre, te rompo la cabeza.
Amagó a darle una piña en la cara y se detuvo justo antes de pegarle. Fernando gritó y se largó a llorar. Omar se fue de la habitación dando un portazo.
―¡Gol de Boca! ¡Tomen, putos!
Pasaron varios meses desde ese día. El pibe finge bien delante de la madre, pero, cuando están solos, lo esquiva, se escapa de él. Cecilia sospecha que pasa algo raro entre ellos, aunque generalmente cree que todo está bien.
Fernando sale todos los fines de semana con un grupito de amigos y regresa muy tarde a la casa. Omar no le dice nada porque no se anima a meterse con Cecilia. A fin de cuentas, le importa un carajo porque cuando el pibe se vaya de la casa ya no será su hijo. Tendrían que haber tenido otro, pero ella no quiso. Todas sus decisiones son malas y, aun así, la ama. La puta madre, Talleres empata en el final del primer tiempo.
El resto del partido es un embole. Talleres se cuida y Boca no ataca con claridad, la pelota no sale de la mitad de la cancha. Si hubiera estado Fernando, seguro que lo ganábamos, piensa Omar, ni para eso sirve.
―Terminó el partido, voy a avisarle a tu hijo que está la comida.
―Voy poniendo la mesa. Decile que se apure, ya está casi todo listo.
Omar sube al segundo piso de la casa y abre la puerta de la habitación con violencia.
Fernando no está. La cama está tendida; el escritorio, ordenado; la televisión, apagada.
―¿Fernando?
La puerta del placard está abierta. Omar la cierra y encuentra el cuerpo de Fernando entre el placard y la pared, ahorcado por una corbata atada a un perchero. Tiene los pantalones bajos. Con la mano derecha aún sostiene su pito flácido, y, con la izquierda, el teléfono. El celular todavía transmite una webcam donde dos hombres se la chupan mutuamente. Una mancha de semen en el piso completa la escena.
Omar se aleja unos pasos, casi hasta la puerta de la habitación, y contempla el cuerpo en silencio. Por lo menos llegó hasta el final, piensa.
Omar retira la mano del pito y le sube los pantalones a Fernando. Saca el teléfono de los dedos endurecidos. Borra el historial y escribe un mensaje para el grupo de la familia: “Perdón, los amo. Gracias por todo”. Lo deja sin enviar y vuelve a ponerle el teléfono en la mano izquierda. Limpia la mancha de semen con un pañuelo descartable.
Sale de la habitación y va al baño. Tira el pañuelo en el inodoro.
Baja al comedor. Nota que le tiemblan un poco las manos.
―Dale, Omar, se enfría la carne. No me gusta recalentarla.
Omar se sienta en la mesa. Cecilia le sirve una porción de asado y papas al horno.
―¿Dónde está Fernando?
―Me dijo que se sentía mal, que no tenía hambre.
―¿No lo obligaste a bajar?
―Me pareció que estaba discutiendo con alguien, no quise molestarlo. Creo que lo mejor es que le subas la comida en un rato.
Cecilia lo mira sonriendo, le da un beso en la frente y se sienta a su lado. Omar suspira y se lleva el primer trozo de carne a la boca.

Escribe Hernán D´ Ambrosio

Hernán D’Ambrosio nació en General Rodríguez (Argentina) en 1985. Es Profesor de Letras. Escribió las novelas Cosas que pasan (2013), Sutra de Buenos Aires (2015) e Imagen y semejanza (2018), y los libros de poesía Singing in the brain (2010) y Una cosa que empieza con P (2018). También es autor de la novela web Hyperville (2012). Coordina grupos de lectura y escritura desde el 2012. El cuento "El ojo ajeno" forma parte del libro El metabolismo del espíritu, que aún no ha sido publicado.

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Playlist

Compartimos un cuento del libro Piso Trece de Paola Escobar (Barnacle, 2024), ilustrado por José Bejarano.

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