Samuel alias “El Doctor” Johnson anota al pasar – sus observaciones más inspiradas son siempre casuales en apariencia, comentarios que deja caer al margen, como quien no quiere la cosa – que hay algo en la liturgia inaugural del Rey Lear, en esa proposición caníbal de partir el reino/cuerpo entre las hijas, que lo hace pensar más bien en los hábitos de una tribu de Mozambique o Guinea que en las primitivas cortes inglesas. Por cierto, nada nos cuesta imaginar un Lear mulato, despojado de su condición de rey, reclutado como esclavo, mano de obra chatarra, y librado a su fortuna de paria en América, donde sus descendientes viven hoy de la basura, debajo de una autopista.
El verdadero Lear vivió más de veintitrés siglos antes que Shakespeare. Eso le permite a nuestro poeta echar mano de uno de sus recursos más formidables: lo que damos en llamar el método equivocado con la técnica equivocada, o la apoteosis de la confusión. Por ejemplo: en la saga de los “Henry”, arma a los soldados con pistolas, cuando aún faltan siglos para que las pistolas sean inventadas. En “Troilo y Cressida”, un griego despistado cita a Aristóteles, que nacería siglos después del tiempo de la pieza. En Lear, el bufón repite una profecía de Merlín, y dice “esta misma profecía la va a hacer Merlín, que todavía no nació.” En un momento, Henry V aclara que no se encuentran en la corte turca, probablemente para no confundir al público (estarían usando la misma tramoya que se usaba en otra obra para indicar un ambiente turco). En muchas ocasiones, los enigmas shakesperianos tienen una solución trivial. Un ejemplo: la crítica no logra explicarse por qué Shakespeare mezcla la historia de Macbeth con la de Donwald, el verdadero rey carnicero. Muy simple: Macbeth rima con death.
Otra cosa: suele olvidarse que todas las obras que escribió Shakespeare eran comedias, es decir, su objetivo principal era hacer reír. Se editaron con el rótulo de “tragedias” a las que terminan mal, ésa es la única diferencia con las llamadas “comedias”. En todo caso, el teatro de Shakespeare se caracteriza por alternar escenas “serias”, donde se definen los destinos de los reinos, y escenas “jocosas”, donde personajes más bien viles, buscan la complicidad de la tribuna popular. En el mejor Shakespeare (y entre las obras más altas de Shakespeare, Lear es la más alta de todas), se mezcla todo, los parlamentos más dignos son enunciados por los personajes más ruines, los bufones se vuelven sabios y los sabios se comportan como idiotas. El tiempo se comprime y se expande, según el capricho del Bardo, que deconstruye el drama, mezcla las barajas y las vuelve a repartir según su capricho.
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En Lear predomina el toque de tambores africanos y su eco en la planicie. Reberverar, amplificar son verbos shakespereanos marca Lear. Se presenta el adjetivo auricular. Otro adjetivo sorprendente: simular. “You simular man”.
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Los insultos shakespereanos merecen un artículo aparte. En Lear encontramos los mejores.
You unnecessary letter, you whoreson, glass-gazing, superserviceable, finical rogue &etc.
Sólo Falstaff inventa insultos tan ingeniosos, o el príncipe cuando insulta a Falstaff.
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Lear: el hombre volviendo a su estado primal, sin habitación, sin lazos, sin identidad. El hombre fuera de la humanidad, a un paso de convertirse en una bestia. Pero la condena no es la locura, sino la lucidez en la locura, el rey no se volvería loco si al menos perdiera la memoria pero la memoria lo condena a la tormenta. (“La tormenta de mi mente”). Se rompe el corazón antes que la mente, a partir de ahí todo es absurdo.
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Llegado un punto de la lectura de Lear, el cielo se ennegrece, y oímos – sentimos – una palabra clave de la pieza: crack. Los lazos hacen crack. La mente del anciano hace crack. Las mismas potestades de los cielos hacen crack.
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Dos versículos sobrevuelan la tragedia del rey Lear:
Se levantará el padre contra el hijo, el hijo contra el padre; la madre contra la hija, la hija contra la madre; la suegra contra la nuera, la nuera contra la suegra. – Lucas 12:53
El sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, y las potencias de los cielos serán conmovidas. – Mateo 24:29
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Imaginemos por un momento la literatura como un juego, donde una serie de poetas – un poeta es un profeta desencantado de Dios – pugnan por apropiarse de tal o cual palabra por los siglos de los siglos. Dante se apropió de la palabra infierno, Juan el apóstol de la palabra amor y también de la palabra apocalipsis, etcétera. Shakespeare afinó su oído para sintonizar el dial de los tiempos, y se apropió de palabras que no tenían ninguna reputación en su época, pero que luego se fueron cotizando cada vez más, y hoy configuran la corteza de nuestra neurosis. En el caso del Rey Lear, la palabra claves es “nada”. Nothing. Nada es lo que pide Cordelia. “Nada vas a obtener de nada”, le responde el padre. Nada. Toda una postura estética y política también, una rebelión frente a la verbosidad ineficaz de sus hermanas, que usan un montón de palabras altisonantes para decir tan poco, y se casan porque eso es lo que se supone que debe hacer una mujer. Cordelia, como los grandes personajes femeninos de Shakespeare, es algo más que una mujer. Frente a las huecas declamaciones de sus hermanas, Cordelia dice “nada”, y por un instante es Hamlet, que se niega a ser sin antes cuestionar la condición de ser, dice “nada” y adelanta siglos, prefigura a Kafka, prefigura el malestar en la cultura. Todo esto, sin olvidar que el primer objetivo de Shakespeare es entretener, y que si nos ofrece el contraste del discurso seco, minimal de Cordelia con el hipócrita, “literario”, de sus hermanas, es para entretenernos y asombrarnos. Y para burlarse de paso de sus colegas/competidores: cultores de la declamación y el aburrimiento. Donde otros se regodean en sus propias voces, en el material del Bardo las mismas palabras transportan la acción, y las acciones son otro tipo de palabras. Cordelia de hecho inventa la palabra “nada”, y sus contemporáneos enloquecen. (Así deben haber enloquecido nuestros antepasados que oyeron por primera vez la palabra “silencio.”) Edmund – el bastardo – intenta emular a Cordelia y usa “nothing” para salirse con la suya, pero alguien lo censura. Edgar, el perseguido, prefiere convertirse en un mendigo antes que extinguirse socialmente. “Al menos así soy un paria. Si sigo siendo Edgar, me convierto en nada”. El bufón le dice a Lear: “yo seré un bufón, viejo, pero vos sos nada”. Lear es también un símbolo de los viejos actores, que fueron grandes en algún momento, pero ya no más – no more. El teatro, que les dio una identidad, ahora se las quita, y los empuja de regreso al desierto.
«Más de veintitrés siglos» nos suena a demasiado – way too much, way wrong. Dead giveaway.