Diego L. García escribe acerca del libro “Siria” de la poeta Susana Cabuchi (Barnacle, 2022). Ilustra Tano Rios Coronelli.
La poesía de Susana Cabuchi (1948-2022) llega a este libro con un trayecto recorrido sobre agua, tierra, fuego y aire. El mundo, interior y exterior, ha sido cantado a través de una obra notable desde 1978 cuando publicara El corazón de las manzanas. Oriunda de Jesús María, Córdoba, se formó en los años 60 con el poeta entrerriano Alfredo Martínez Howard y participó hasta la década siguiente del grupo “Taller del Escritor”. En los 80, fundó el Instituto Municipal de Educación Integral, desempeñándose como directora del Departamento de Letras, Teatro e Historia hasta 1993. Sus poemas han sido traducidos al italiano, al francés, al árabe y al portugués. Entre sus libros se destacan Patio solo (1986), Álbum familiar (2000), El dulce país y otros poemas (2004) y Detrás de las máscaras (2008).
Siria es otra posta en ese viaje, a cuyas aguas llegan vertientes lejanas (y cercanas a la vez). Fechas: 1965, un mensaje, una misión, que la botella del tiempo trae hasta hoy; 2018, otro eco de esas voces que acompañan, que prometen. ¿Cuántas veces un verano puede ser “ese verano”? Porque así cierra el poema prólogo “Carta a mis abuelos”: “les prometo / un racimo de uvas / este verano”, para aclarar al pie que “aquel racimo de uvas era este libro”, y recoger finalmente esa referencia que por varias décadas quedara en suspenso.
Es así, este poemario, el verano prometido. El sol en los parrales y en los olivos; la brisa del Mediterráneo y el olor de las especias. La poesía de Cabuchi contiene toda la materia del amor y la memoria. Lo lírico tiene aquí la textura de un libro de viaje. La mirada del asombro, la detención en el detalle del dolor. Porque las uvas, como en la novela de Steinbeck, son también en este caso las de la ira y la emigración, pero no solamente: son además las de la compasión por el otro y la esperanza por el resurgir de una tierra desolada: “Probaremos uvas extraordinarias / de la tierra reseca”, leemos en “Tren a Latakia”.
“La familia me habla en arameo, / Georges lo traduce al árabe, / y yo / respondo en un francés escaso / pero nos abrazamos, / nos entendemos desde siempre”, dirá en “Ayech Kabboushy”. La lengua deja de ser matriz de diferencia, deja su mecánica transaccional y se aproxima a la esencia poética. Las palabras resuenan en forma de sensaciones, los nombres recorren cuerpos y los abrazos conjugan los elementos humanos. Nuevamente la idea de totalidad, ahora en la traducción: una manera de restaurar el encuentro con la unidad; “y escuché mis poemas / leídos en una lengua siempre renacida / y los leí en mi idioma / y lloramos cantando / como en Uruk y en Babilonia”.
Cuando la poeta dice “cantábamos”, se refiere a un plural demasiado amplio para pensarlo fácilmente. No solo a quienes la rodean sino a las presencias anteriores, más allá –incluso- de la escritura. Habitar la Poesía, es descender en la historia hasta aquello que “dice lo que somos”. El viaje de Siria ya había comenzado antes de tocar “las playas doradas”. Borges habló del poema que preexiste en nosotros, y es desde esa misma conciencia creadora que Cabuchi nos convoca.
En ese reencuentro con el Canto, aparece la guerra. No solo en el sufrimiento y la pérdida, sino en el rostro alzado de la Libertad que no deja de clamar en cada pulso de esta escritura. Libertad de una belleza que quiere ser usurpada, Libertad de resguardar una memoria. Las “frutas asombrosas” alimentan la reconstrucción de un territorio afectivo, la resistencia de Siham, de la mujer que lee caracoles, de Jeannette, de Fayez, de los niños que hacen pirámides de arena, de Georges, Emil y de todos, todas, quienes sostienen el hilo del presente. Es la resistencia de la vida contra las mezquindades de quienes siembran el horror.
Este libro de Susana Cabuchi es para los primeros, para los ancestros y para los que descubrirán mañana el aroma de la menta y de la miel. La persiana se levanta en Buenos Aires, en Córdoba y en Damasco, alguien se asoma al día y las lenguas son una sola en esa luz.
Poemas elegidos de Siria
Carta a mis abuelos
Vuelvan.
Cúbranme de su idioma
volador
como las arenas de Maaloula.
Denme la luz
los rostros y los nombres queridos
que dejaron allá,
donde tú
abuelo
usabas botas negras y los ojos alegres
y tú abuela
bordabas el viento
en los manteles
y estabas con tu madre
y sonreías.
Cuéntenme de la tarde
cuando se conocieron
y del paisaje donde nació mi padre.
Cuéntenme la tristeza que tenían,
cuéntenme los recuerdos que trajeron,
cómo cantaban mientras lavaban ropa.
Hoy viajan en mi sangre
las calles de su tierra,
la piel oscura de su gente,
el calor de sus casas
como piedras calientes.
Y me suben a la boca
dátiles como hostias
y aquella fe en El Libro
que nunca dejaban de leer.
Y me crecen
higos dulces con nueces
y viajes con mucha pobreza
y niños vendiendo telas en canastas
y pueblos enteros caminando
y arroz envuelto en hojas húmedas de parra
y leche agria con menta seca
y cruces
y más cruces
como el dolor de toda la familia.
Yo bendigo la tierra
que le han dado a mi alma
y esta música
ardiente
como el sol de Damasco.
Ahora
que duermen con todos los parrales
en la tumba
y que en la casa
no están ustedes y han muerto
los canarios,
les prometo
un racimo de uvas
este verano.
*Carta a mis abuelos fue escrito en 1965, publicado en El corazón de las manzanas (1978) y en su reedición (2018) 40 años después. Lo incluyo en Siria porque escribiéndolo entendí la promesa realizada en sus versos finales. Aquel racimo de uvas era este libro.
Tren a Latakia
Después de tanto pesar
volveremos en tren
a Latakia.
Iremos para ver el sol
sobre el Mediterráneo,
sobre sus playas
extensas y blancas.
Como si Barbora la hubiera tejido
renacerá
—luminosa y tristísima—
el alma de las viñas.
Probaremos uvas extraordinarias
de la tierra reseca.
Así será
porque todos los muertos
vendrán a las mezquitas,
a las iglesias,
a las sinagogas
a pedir por sus hijos.
Así será
porque el niño moribundo
cumplirá su promesa:
cuando esté en el cielo
le contaré al Padre
lo que nos hacen.
Atrás
quedarán oscuridad y muerte,
atrás el horror, el miedo.
Iremos en tren
a Latakia
a ver el mar
y a los niños
que hacían
pirámides en la arena
y a los jóvenes músicos
en los andenes
y al hombre
que tostaba su pan
sobre las brasas
y a las aves
silenciosas
navegar, como antes,
entre las barcas
sobre la luz del agua.
Ayech Kabbouchi
Hay
pequeñas flores en los balcones
y samovares encendidos.
La familia me habla en arameo,
Georges lo traduce al árabe,
respondo en un francés escaso
pero nos abrazamos,
nos entendemos desde siempre.
Me muestran
una cueva
en la alta roca
y la escalera de troncos
ajustados con cuero
por donde el abuelo Ayech
descendía en las noches
en busca de alimentos
para los que luchaban, como él,
contra los turcos.
Hay
aves de rocío, hay
bandejas con frutas
y un viento dulcemente sagrado.
Me invitan
a la Fiesta de la Cruz
a recorrer las calles
donde los hombres llevan en andas
al que conoce el antiguo cancionero
—Ay mi querido juglar,
abuelo mío—
y cantando anuncia alegrías y penas
para cada casa, para el país,
mientras las mujeres ululan desde las veredas.
Bajo el Protectorado francés,
“protegidos” como nuestros pueblos originarios
por los españoles,
él denunció la opresión, la injusticia, el desprecio
en una tierra repartida como un juego de naipes.
La orden de matarlo fue inmediata.
Avisen a Naíme,
que alce al niño
y corra.
En esta tarde, cerca
de las fogatas festivas, siento
que las miradas me reconocen:
soy fruto del exilio, soy
la nieta de un héroe.
La Poesía
Antes de la escritura,
la Poesía.
Sonidos pronunciados
por la necesidad, por la repetición,
por la sorpresa.
Después,
al este de Siria,
las tablillas de la Mesopotamia,
los registros del quehacer humano,
la Poesía.
Alumbrados por el desierto, las lentas caravanas,
las estrellas,
oscurecidos por las tormentas,
los temores, la fiebre,
cantábamos
rezábamos
nombrábamos nubes, alimentos, viajes
que nos habitan, nos dicen lo que somos,
lo que nunca seremos. Era la Poesía.
Juan Yaser, palestino,
tradujo mis poemas al árabe
respondiendo al llamado
para poetas descendientes de sirios en América.
Así viajé,
así fui recibida
y ascendí las escaleras de la Casa del Escritor
y escuché mis poemas
leídos en una lengua siempre renacida
y los leí en mi idioma
y lloramos cantando
como en Uruk y en Babilonia
asistidos
por la Poesía
que en Siria
es la Patria de todos.
Acerca de Susana Cabuchi (Jesús María, Pcia. de Córdoba, 1948-2022)
Ha publicado: “El Corazón de las Manzanas” (1978), “Patio Solo” (1986), “Álbum Familiar” (2000), “El Dulce País y otros poemas” (Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, 2004), “Detrás de las Máscaras” (2008), “Poética-1965-2010” (2010), “Album de famille – Livre CD” (Paris, Francia, 2015); “El Viajero”; (2018), “El Corazón de las Manzanas”; Edición homenaje 1978- 2018 (Alción Editora, 2018) y “Siria” (Barnacle, 2022).
Textos de su autoría han sido incluidos en numerosas antologías argentinas, americanas, europeas y en ensayos y estudios críticos de poesía hispanoamericana y de literatura escrita por mujeres.
Fue traducida al francés, italiano, portugués y árabe. Obtuvo por su escritura distinciones nacionales e internacionales.
Como gestora cultural organizó Ferias del Libro, Semanas de Cultura, Talleres y Jornadas de Animación y Promoción de la Lectura y la Escritura, Seminarios sobre Creación, Publicación, Crítica, y Traducción de Poesía, Concursos Literarios, Ciclos de Lectura, Debates, otros.
Actuó como Miembro de Jurado en diversos concursos nacionales de Poesía y Narrativa y como panelista y conferencista en Congresos, Encuentros, Festivales y Jornadas en su país y en el exterior.
El poema «la poesía» es la respuesta a la vida, es decir, al silencio antes de los gritos, de los ayes lastimeros que se dibujaban en la cuevas. Buena elección de los ´poemas