Artista plástica, guitarrista, cantante y compositora; palabras que pueden definir a Marina Fages cuando lo que mejor la define es su propio arte. De la exposición del rock a la búsqueda íntima de su actividad plástica, diferentes aspectos de una misma persona.
Las pinturas que ilustran la nota son de la propia Marina, se pueden encontrar más trabajos suyos en el siguiente link.
La chica de pelo color turquesa posee una serie de cuadernos, debidamente guardados. Me los enseña, allí, en su refugio del barrio de San Telmo. La casa es una suerte de atelier con pinturas de “la señorita galáctica” (fotógrafa Cari Aimé dixit) colgados de las paredes o reposando en una diversidad de atriles. Sobre una mesa baja reposan cuadernos, pinceles, bocetos, y sobre otros sectores de la casa se visualizan espadas y otros elementos de origen oriental, guitarras, un tocadiscos, objetos. Su nivel de dibujo es superlativo. Dibujo en tinta. Blanco y negro. Trazo preciso. En estos dibujos hay una impronta geométrica y un registro de zonas y situaciones urbanas – ¿hay cierta influencia del constructivismo ruso o es la impronta de su lectura de historietas? – que no están presentes en sus pinturas al óleo, posteriores. En éstas hay frondosidades, naturalezas, animales, paisajes alienígenos, amigos, bandas de rock.
Desde los ventanales de su casa se observa el típico paisaje de San Telmo. En el otro extremo, donde se ubica la cocina, Marina experimenta con un aparatejo: me convida un café. Me comenta sobre los devenires de Mercurio, la disquería ubicada en El Patio del Liceo – galería en la cual se puede admirar, también, uno de sus murales – y de la cual es socia junto a músicos como, entre otros, Chechu Gimenez, Lucas Caballero y Jazmín Esquivel. Otra apuesta.
Comics y storyboards, antesalas de clips, publicidades y películas fueron el trabajo de Marina durante años hasta que se alejó de la presión que el mercado impone y privilegió la búsqueda. Sus pinturas al óleo sobre tela tienen pinceladas que, condición de toda búsqueda, no denotan la predeterminación de sus dibujos en tinta: Marina realiza algunas de sus obras sin utilizar lápiz sobre la tela como inicio de la obra. Óleo directo. Esta situación se da en mayor grado en los murales urbanos. Y su imaginería, siempre, a pesar del cambio de técnica, se extiende: la naturaleza, la perpendicularidad de los árboles, retratos de bandas de música, lo oriental, cierto dejo onírico a lo que se suma, claro, el anuncio de recitales plasmados en las paredes de diversas urbes. Lo que no regresa en sus óleos y parece haber sido anclado en sus tintas es el dibujo de parajes urbanos llenos de autopistas, edificios, líneas rectas y automóviles.
Con su pelo de un extraño tono celeste turquesa, acepta que su vida es una suerte de video juego en el cual disfruta las reglas y se divierte. Es un personaje de animé que deambula y trabaja en Buenos Aires. Algunas influencias: Hokusai (1760 – 1849), pintor y grabador japonés, cuya obra emblemática es La gran ola de Kanagawa, también Hayao Miyazaki (1941), dibujante de animé y el creador de El viaje de Chihiro, entre otras películas. También Dragon Ball – manga escrito e ilustrado por Akira Toriyama (1955) – también los paisajes que contempló de niña, también la pintura naif, también la naturaleza, también sus amigos y también ciertos animales.
A la edad de seis meses, lápiz en mano, realiza sus primeros garabatos plásticos. Sus primeros dibujos producen el asombro familiar. El asombro de una familia nómade y desterritorializada: Fages nació en Buenos Aires pero sus primeros recuerdos son en tierra mendocina. Luego, Tierra del Fuego. Prontamente, otra vez Buenos Aires. Dos familias y una estirpe de viajera empedernida. Esto me remite a su reciente gira por Japón con el Zum Trío y Yoshitake EXPE y a la gira Mototour que la llevó por Argentina, Chile, Bolivia y Perú como copilota de Fernando Samalea, el histórico baterista de Charly García. El dibujo es previo a la actividad musical. De niña jugaba dibujando. Está convencida, ya adulta de que dibuja bien. Lo sabe y lo indica, allí, en el living de su casa de San Telmo, sentada en un antiguo sillón con mirada de heroína de animé. Marina experimenta una seguridad absoluta en cuanto al nivel de su dibujo pero tuvo que ser impulsada – debido a una suerte de timidez e inseguridad en cuanto a la valía de sus composiciones – en el aspecto musical. Ese empuje fue responsabilidad, insistencia mediante, de esa especie de multimedia sonoro que es Lucy Patané. Me cuenta esto mirando hacia el piso de madera entarugado, en un susurro. Alza su cabeza, sus colgantes tamborilean, observa y aclara: “La pintura es previa a la música, y es como toda cosa que hacés mucho: empieza a salir bien, desde que me acuerdo dibujo bien. Ahora me aburre más. Me divierte más tocar música. El dibujo es muy personal, ¿no? Una pintura al óleo puede llevar meses. Tiene otra dinámica en relación a la música… Para mí la música es algo muy social, me gusta tocar con gente, me encanta. Entonces hay energías que se mueven y vibran ahí. Yo me drogo con ese momento. Y la pintura es algo mucho más tranqui y más personal”.
Marina Fages grabó Madera/Metal (2012), Dibujo de Rayo (2015) y, entre ambos discos, El poder oculto (2013), en dúo con Lucy Patané. Participó en proyectos junto a Lucas Martí, Fernando Kabusacki y con el ya mencionado Fernando Samalea.
Se la puede encontrar a Marina entre melodías y estridencias, en Bolivia como en Osaka.
También se la puede encontrar pintando, sola, en su estudio, mientras cae la tarde en San Telmo.