Repensar la deshumanización de los vínculos a través deltrabajo, el universo más alienante. Una reseña de la obra de teatro Piso 35, dirigida por Leticia Tómaz, escrita por Analía Mayta, con actuación de la propia Analia Mayta, Daniel Grbec, Maria Ema Mirés, Ezequiel Olazar, Federico Torres.
Cuatro empleados trabajando hasta tarde en una oficina hostil e impersonal, propia del espacio de cualquier empresa multinacional. Discuten por las tareas a realizar, critican a los compañeros ausentes, compiten, se miden. Entre ellos pasa Rogelio, el hombre que hace veinticinco años limpia incansablemente la oficina. Casi pasa desapercibido, a no ser por el rechazo ante su presencia que manifiestan los trabajadores. Rogelio siempre tiene que volver más tarde, o hacer más silencio, o abandonar sus herramientas de trabajo.
Con sólo unos cubos de luz blanca en escena, los actores reproducen creativamente sus espacios de trabajo. Podemos casi visualizar escritorios, computadoras, teclados y teléfonos. A través de un movimiento rítmico y automático, conversan mientras ejecutan las acciones físicas pertinentes. Las actividades se realizan como separadas del cerebro que las genera. Cuerpo y mente son organismos disociados e independientes.
Luego de un período largo de trabajo, cuentan historias para distenderse, pero incluso ese divertimento, se transforma pronto en una disputa por quién narra de mejor manera o cuál es el mejor relato. Taborda, la empleada que aún conserva más rasgos de humanidad, cuenta que a veces se imagina que ellos son partes de un crucigrama. Personas intentando llenar los vacíos que ellos mismo se generaron. Nadie entiende muy bien la metáfora y lo dejan pasar. Pero ese comentario es, en realidad, un guiño no hacia el interior de la trama, sino con el espectador, quien enseguida comprende el mensaje subyacente.
Luego Ramirez toma la posta y relata una fábula sobre peces nadando en un estanque. Como no se ejercitaban correctamente, su dueño decide introducir en el espacio acuático a su depredador, de tal modo que para mantenerse con vida deberán nadar constantemente. Los peces que superaran la prueba serían los más fuertes. Una fábula sobre la meritocracia, en tanto sistema de ubicación jerárquica basado en el mérito.
Los trabajadores de Piso 35 se perciben como individuos separados de la sociedad en la que viven y confían en la construcción de una imagen de sí mismo que los posicione en el camino del éxito empresarial. De este modo, el triunfo de esos individuos pasaría no por su crianza y lugar de procedencia, sino por las características particulares, sus habilidades y talentos. Lo que queda oculto en ese razonamiento es que esas capacidades se construyen en espacios a los que no todos tienen acceso. Es decir, habilidades no innatas, sino resultado de una posición de privilegio.
Quien supera los treinta y cinco años es automáticamente erradicado de la empresa. Por eso, todos los empleados se desesperan por trepar lo más pronto posible hacia la cima del poder, porque la gloria es muy efímera. Se comenta en los pasillos sobre las edades de los compañeros, quién está más cerca de la salida, quién en condiciones de ascender, quién cometió más o menos errores en sus tareas.
Andy Warhol, impulsor del pop-art, a través de su trabajo, colaboró en los años `60 en el debate en torno a la paradoja entre la originalidad del arte y su elaboración y consumo masivo; como así también entre el artista iluminado por un don y separado del mundo, y el artista más ligado al modo de trabajo capitalista moderno. En ese sentido, la creación del estudio The Factory, supuso un nuevo quiebre en la forma de elaboración de los objetos artísticos. Warhol puso a trabajar en ese espacio a centenares de colaboradores en la producción en masa de sus serigrafías y piezas más representativas. El objeto único e irrepetible fue, de pronto, plausible de replicarse en miles de formas y tamaños.
De la misma manera, los protagonistas son reemplazables seres anónimos en la empresa. Con vestuarios combinados inspirados en ese pop-art, que los banalizan aún más, los empleados son como autómatas en un mundo regulado, previsible y sin escapatoria.
Dentro de esta lógica, Rogelio cumple el rol de desestabilizar la cotidianeidad alienada. Su concreción física, el sólo hecho de estar parado allí con su mameluco naranja y sus elementos de limpieza, los remite a la realidad que no quieren ver. Portador de una visión completa sobre el entorno, Rogelio es, a la manera del coro de la tragedia griega, el personaje que otorga la reflexión y la evaluación moral.
Ante la inminente salida del jefe máximo, por superar el límite de edad, se desata la guerra por sucederlo. Los cuatro podrían acceder a ese beneficio, pero ¿quién está más capacitado?. Una llamada del jefe aumenta el suspenso. Cita a Ramirez (nunca recuerda bien su nombre, y acaso poco le importa) para transmitirle un secreto, para envidia de sus compañeros. Finalmente lo fuerzan a éste a revelar la información, hecho que desata un desenlace inesperado, que romperá con la lógica ordenada y previsible de las formas de sucesión laboral.
Una propuesta original, divertida y sarcástica en cuya historia cualquiera que haya trabajado en una oficina o espacio similar alguna vez, podrá verse reflejado.
Ficha técnico- artística
Actores:
Analía Mayta Szokolofsky
Ezequiel Olazar Piccolinni
María Ema Mirés Taborda
Federico Torres Ramírez
Daniel Grbec Rogelio
Concepción Espacial y Escenográfica: Leticia Tómaz
Asesoramiento Lumínico: Mariano Arrigoni
Diseño de Vestuario: Ana Julia Figueroa
Diseño de Maquillaje: Lis Iun
Diseño Gráfico: Pablo Peréz Rey, Ignacio Lavizzari
Fotografía: Evann Violeta
Producción Ejecutiva: Grupo Subsuelo
Realización Audiovisual: Nicolás Isasi
Prensa: Correydile
Participación Especial: Sebastián De Marco, Miriam Castañeda
Dramaturgia: Analía V. Mayta
Dirección: Leticia Tómaz
Sala: Belisario Club de Cultura (Av. Corrientes 1624, CABA)
Funciones: Viernes 23hs.
Entradas: $250. Est. Y jub $200