Fuego

El fuego fue el regalo que los dioses hicieron a los hombres, también por medio de las llamas eran transustanciados los cuerpos de los héroes. El fuego: una lectura mítico/filosófica. Escribe Gabriela Puente e ilustra Lucas Iranzi.

Desde la antigüedad el fuego ha sido asociado, entre otras cosas, con la noción de transformación, también fue considerado el menos denso de los elementos de la naturaleza física y el más cercano al éter, que conformaba la esencia incorpórea de los fenómenos celestes.

Por medio de las llamas, eran transustanciados los cuerpos de los héroes homéricos luego de la muerte. La carne separada por evaporación del cuerpo, permitía que éste libere su eidos, su forma sublimada, especie de fantasma o doble corporal incorrupto que permitiría al héroe vivir en los perfectos campos Elíseos.

Pero, el fuego no era sólo el elemento conservador y transformador de la individualidad post mortem, sino que también hacía lo propio con la totalidad del cosmos. Los filósofos estoicos, unos cuatro siglos después de Homero, afirmaron que este elemento primordial permite llevar a cabo la ekpirosis, o gran conflagración universal, en la que el mundo entero, como un moribundo Fénix, se consume para luego resurgir desde sus cenizas. 

La astrología tiene un lugar preponderante en este proceso, dado que el día que los astros se dispongan en la posición exacta que ocuparon al inicio de los tiempos, ocurrirá la repetición de la Historia, proceso que se reproducirá ad infinitum.

 

 

En la mitología helénica el fuego tiene una presencia insoslayable.

Es Prometeo quien roba el fuego a los dioses para donarlo a los hombres. Este simple pero provocador acto lo instituye como una deidad civilizatoria. Con el fuego, útil para cocer los alimentos, templar los metales, cauterizar las heridas, etc., el hombre se aleja cada vez más de su animalidad.

Los ejemplos más sonantes de dioses civilizatorios griegos son Deméter, dadora del grano y el cereal, y Dionisos, quien enseñó a la humanidad a cultivar la vid. 

Los dioses o héroes civilizatorios introducen el concepto de reproducción cíclica; es decir, la idea de que las transformaciones de la naturaleza ocurren dentro de un orden cerrado de repetición. Y con ello se incrementa el conocimiento acerca del cosmos y su subsiguiente manipulación. 

Es interesante ver que el elemento fuego se encuentra presente en los mitos de las divinidades civilizatorias. Tanto Deméter, como Dionisos son ejemplos de ello. 

La diosa de la agricultura, luego del rapto de su hija Perséfone, desesperada e iracunda transita la tierra que va siendo devastada a su paso. En Eleusis, es hospedada por la pareja real, la diosa, en agradecimiento, decide otorgar el don de la inmortalidad al hijo de sus anfitriones, para ello lo acerca al fuego y lo maneja como un alimento que debe ser cocido.  El calor, producido por el fuego, debe ser medido por la diosa con precisión; lento y suave, nunca arrebatador, de lo contrario la transformación no tendrá lugar. Todo el proceso es asimilado a la gestación y a la maduración del embrión en el vientre materno.

Por su parte, en la religión órfica, el niño Dios, Dionisos Zagreo, es descuartizado, asado y finalmente consumido por los Titanes (que comen todas las partes del cuerpo del dios, excepto el falo, o en otras versiones, el corazón). Los asesinos, a su vez, son abrasados por el rayo justiciero de Zeus, e incinerados.

Los Titanes devoran al dios, el cuerpo de la deidad se fusiona con el de los verdugos, luego, estos son reducidos a hollín. De este último elemento, síntesis de los homicidas y Dionisos sacrificado, surge una nueva y última metamorfosis: el cuerpo de los hombres.  

 

 

También en la teología cristiana, aparecen múltiples referencias al fuego. Este elemento sagrado es introducido por las palabras del Bautista cuando asegura a sus discípulos: «Yo, en verdad, los bautizo a ustedes con agua para arrepentimiento, pero Aquél que viene detrás de mí es más poderoso que yo, (…) Él, los bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.” (Mateo, 3;11).

Es así que el fuego es identificado con la tercera persona de la trinidad divina. Detengámonos brevemente en este último concepto y en su relación con el ígneo elemento. 

La noción de trinidad es la respuesta cristiana a uno de los mayores problemas teóricos enfrentados por la filosofía griega y antigua: el difícil pasaje de la unidad a la pluralidad. Para los primeros autores cristianos, Dios es unidad y multiplicidad sin más; es decir, es uno y trino por procesión eterna. Es Padre, es Hijo y Espíritu Santo ¿Pero en qué consiste esta última hipóstasis?

En el evangelio según Mateo se postula una especie de prevalencia del Espíritu Santo por sobre las otras personas, y éste llega a afirmar que “todo pecado y blasfemia serán perdonados a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada” (Mateo, 12: 31-32).

Corrieron océanos de tinta intentando explicar las extrañas palabras del evangelista. Nuestra humilde interpretación recurre a una analogía cuasi física: sintéticamente afirmaremos que el fuego, al ser el más liviano y menos corpóreo de los elementos, quizás pueda servir para dar unidad a las hipóstasis divinas, y funcione como el eterno aglutinante de la naturaleza de Dios; a partir del cual quedan insolublemente ligados el verbo del Hijo del nuevo testamento, a la potencia furibunda del Padre del antiguo. Así, la fluidez del fuego/Espíritu recorre las tres personas divinas integrándolas en una unidad.

Se entiende de esta manera por qué toda blasfemia contra el Espíritu deviene extremadamente nociva: ésta contamina a las demás personas de la divinidad. De manera tal que, dudar del Espíritu equivale a la más imperdonable de las dudas: aquella que se eleva como sombra sobre fe en la existencia de Dios.

Como contrapartida del Espíritu Santo que congrega y unifica las personas de la divina trinidad, aparece, en la concepción cristiana, el infierno; insondable abismo donde cesa la gracia de Dios y se disgrega el entramado del cosmos. 

Y nuevamente encontramos en este último una caracterización a partir del fuego: 

Mateo vincula el castigo eterno con las llamas sempiternas del infierno “donde el fuego nunca se apaga”. (Mateo, 9:44)

Por su parte, en el Apocalipsis podemos leer una descripción del infierno como: “(…) el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. (Apoc. 21: 8).

En los confines más profundos del infierno, se vislumbra con terror que aquello que fue, no desaparece nunca; sino que, por el contario, se mantiene en el Ser, aun como dolor y sufrimiento infinito.

 

 

Es, por tanto, el fuego una analogía del principio de indestructibilidad de la vida o del Ser. Así lo entendieron los filósofos griegos y los aedos antes que ellos; y tiempo después, hicieron lo propio los autores cristianos. 

Este principio tan simple, quizás también pueda ser empíricamente percibido (comprendido) por cualquier persona que se detenga ante la visión de un fuego flameante que, con ígnea fluidez, crece y mengua cíclicamente en la llama. 

Bibliografía

Agustín de Hipona. (1956). Tratado sobre la Santísima Trinidad, Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos.

Borges, Jorge Luis. (2007). “Historia de la eternidad”, en Obras completas, Buenos Aires: Emecé.

Kerenyi, Karl. (1998). Dionisos, raíz de la vida indestructible, Barcelona: Herder.

Vernant, Jean-Pierre. (1989). El individuo, la muerte y el amor en la antigua Grecia, Barcelona: Paidós.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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