Retrato: Mariano Lucano

Inmersión: Entrevista a María Alché

Por Lucas Iranzi y Agustina Tulio

Familia sumergida, película recientemente estrenada con un recorrido interesante por festivales internacionales, interpela y remueve ciertos prejuicios con respecto al cine argentino. Hablamos con María Alché, quien la escribió, la dirigió y trabajó junto a un equipo de profesionales que entiende que el cine requiere otra atención. Estamos en un espacio oscuro, mirando aquel otro espacio, el iluminado: la fotografía, el sonido, la música, el montaje y las actuaciones exudan ideas que allanan la atención unívoca. 

La película trata sobre cómo Marcela, interpretada por Mercedes Morán, vive la reciente muerte de su hermana. La protagonista vive y esto es lo que resuena a la hora de enfrentar este duelo. María comenta que tenía algunas imágenes oníricas, algunas preguntas abstractas que tenían que ver con el tiempo, el espacio, el paso de la gente de una generación a otra y lo que quedaba de eso, la idea de que las personas, cuando se van de este mundo, quedan en las palabras de quienes los suceden, se transforman en pequeñas historias, o haikus, microrrelatos que sostienen los vivos.

Encontré una narración que me permitió anclar estos pensamientos en alguien que acaba de tener una pérdida. Me parecía que una persona que estaba en ese estado se podía sentir próxima a estas ideas y estar más allá de lo que puede ser llorar o estar triste. Tiene que ver con querer recordar, con todo el misterio que puede sentir una persona que experimentó la muerte de un ser querido. Me tocó de cerca vivir situaciones de duelo y aparecían muchas emociones muy peculiares que iban más allá de la tristeza: un deseo de estar próximos, de reír, de estar conectados con algo vital -quizás a veces un poco loco. Era también observar la proximidad que tienen algunas personas con sus muertos, a través de sus objetos, a través de las cosas que decían, como una manera de hacerlos presente muy patente. Me parecía que eso también podía tener que ver con un orden que no era del orden de lo realista, naturalista, que uno puede entender sino de una presencia que arrasa nuestra identidad, la transforma y está ahí operando en nosotros.

Como la protagonista de su película, María se enfrenta a conceptos grandes como la muerte y busca una forma de asimilarlos al espacio concreto. El resultado es de una vitalidad tal que la muerte queda reducida a un deber entre tantos a los que nos sometemos los que elegimos vivir. Apenas empieza nos encontramos con los actores intercalándose en coreografías erráticas, próximas a la vida de cualquiera. La madre, la protagonista, tiene una idea en su mente y sus hijos la distorsionan. Las hijas están en la suya. Un hijo interpela el estado emocional, pero no de forma lineal, el marido va y vuelve.

Mercedes Morán resultó una gran aliada, que se entrega a los desafíos y se arroja a probar cosas nuevas, tiene una mirada fresca e intuitiva y se deja llevar. Se entrega a lo nuevo con naturalidad y eso es muy valioso.

En un momento de la película, un conocido de la hija llamado Nacho, interpretado por Esteban Bigliardi, ofrece una vía de escape para Marcela.

Me costó mucho definir quién iba a interpretar a Nacho. Tenía que ser alguien frágil y que a su vez tuviese algo masculino, que Marcela se pudiera sentir atraída y que el vínculo tuviera algo sexual pero también algo amistoso, de alguien que acompaña desde el cariño.

Ese personaje me hace pensar en algunas personas que a veces están más dispuestas a ayudar al otro que a preocuparse por lo que están haciendo. Sobre todo en un mundo donde todos están tan centrados en sí mismos, también eso a veces eso es como un doble filo.

Por un lado hay mucha generosidad y sensibilidad y por otro lado, el hecho de ocuparse de otro puede tener que ver con no tener que pensar en lo que te está pasando. Y me parece que algo de esas dos cosas había en Nacho, como una atracción y un deseo de ayudarla a ella y a su vez esa ocupación lo liberaba a él de tener que pensar en sí mismo.

Las escenas familiares son creíbles, amorosas, divertidas, muy humanas, y la relación entre Marcela y su marido, Jorge, interpretado por Marcelo Subiotto se construye muy bien a partir de pocos elementos. Incluso hay en un viaje que hace una cuestión periódica que interactúa con la transformación que cada personaje experimenta. 

El personaje trabaja un mundo técnico, un mundo que lo obliga a estar muchos días en un trabajo solitario y cuando vuelve a su casa está como de vacaciones. Y eso lo hace estar siempre desfasado, su ausencia hace que todos se acomoden a que él no está y cuando vuelve se tienen que acomodar a su presencia. Ese ida y vuelta también sirve para que Marcela se reencuentre, para mostrar ese regreso de lo propio, lo mismo de siempre, renovado a partir de la transformación del personaje.

Al trabajar el concepto de familia, la protagonista resulta atravesada también por su rol materno. Rol ante el cual los hijos y las hijas adolescentes desarrollan diferentes actitudes. 

Nahuel, el hijo adolescente de Marcela -interpretado por Federico Sack- era el personaje más conectado afectivamente con lo que a ella le pasaba. Eso lo hacía responder físicamente como alguien menos racional y más sensible, que absorbe un poco todos los fantasmas de la familia. Es el médium, el que conecta con esos cables y las otras dos hijas están más volcadas a su mundo personal, traccionando hacia sus temas.

El personaje de la hermana mayor, Luisa, es un personaje musical, también porque Laila Maltz, la actriz, canta muy bien y también un poco con este rol de la hermana mayor que impone autoridad. La hermana del medio -interpretada por Ia Arteta– queríamos que quedara en un lugar más perdido, que se sintiera como fuera de lugar.

Familia sumergida entiende el cuerpo de sus personajes como algo concreto, lo que vemos en pantalla construye un sentido. En esta continuidad se inmiscuyen otros cuadros familiares, se presentan ancianas que cuentan parte de la historia, de otras historias que devienen en algo más cercano a una cuestión ritual. Lo ritual y lo metafísico, entendemos, determina un componente importante del tono de la película.

Me alegra que aparezcan la palabra rito y la cuestión metafísica. Son dos cuestiones sobre las que pensé mucho en la etapa de desarrollo de la película. Hablábamos mucho con el compositor de la película, Luciano Azzigotti, de la cuestión colectiva de los ritos, las canciones que iban a cantar las tías y los personajes. Más que una cuestión individual y familiar, es una cuestión colectiva: lo que se va traspasando, estos cánticos que eran de una abuela y quedaron y que ahora los cantan otros. Hay momentos en la película, cánticos que los canta la hija mayor que se repiten y que tienen que ver con la idea de generar un tiempo más circular en el que hay un intercambio afectivo, sonoro entre estas voces que se van desplegando junto con la idea de preguntarse dónde está la presencia de alguien, qué de los otros (aquello más invisible para nuestra mirada espacio-temporal, cronológica) queda afuera, qué de los otros se absorbe, de qué manera absorbemos a los que ya no están –cómo esa cultura que nos precedió está viva en nosotros, en lo que cantamos, en lo que cocinamos.

La película apela a esto atemporal, ancestral y circular que tiene que ver con la repetición en formas variadas, como en el eterno retorno de Nietszche, en el que la vuelta no es la vuelta de lo mismo sino de lo diferente. También se podría leer en esa clave. Vuelven las canciones, reversionadas, cosas nuevas, fugas propias de un momento.

María menciona, como primeras influencias, dada su formación y su trabajo como actriz, a Humberto Tortonese, Alejandro Urdapilleta, Antonio Gasalla y Juana Molina en la tele. En el teatro: las obras del Periférico de objetos y del teatro San Martín; en cuanto a su formación con respecto al cine, menciona a Hal Hartley, John Cassavettes, David Lynch y a Raúl Ruiz. Esto presupone un intercambio de ámbitos e ideas a la hora de encarar el rodaje.  

El encuentro entre las ideas y el trabajo actoral produce un cambio. Esos cambios en buena medida aparecieron en los ensayos, en las pruebas que hacíamos de las dinámicas, yo los llamaría protoensayos. Ensayábamos un poco con la cámara. A veces con los actores, a veces con un solo actor, probar algo de la voz. A veces a mí me cuesta definir en palabras qué es lo que quiero de un actor, entonces los ensayos, los encuentros, funcionan para probar cosas y ver qué es lo que aparece, ver de eso que aparece qué es lo que tiene que ver con la idea que tengo. Como soy un poco lenta y tengo que pensar sobre eso, me servía verlo en los ensayos. No necesariamente eran las escenas pero sí probar las reacciones de los personajes, las maneras físicas de moverse y de hablar. Después miraba lo grabado y si algo de lo que aparecía entraba en coincidencia con lo que había imaginado, lo acopiábamos para el rodaje. El rodaje es un momento corto, muy rápido y con mucha gente. Al ser mi primera película, estaba con muchos nervios, con la sensación de que el tiempo iba a ser poco, traté de llegar con las cosas resueltas.

Cuando habla del rodaje, comentamos la fotografía -realizada por Hélène Louvartquien trabajó con Claire Denis y Wim Wenders, entre otros. María se detiene a mencionar en quiénes pensó o a quiénes tiene en mente cuando trabaja en este aspecto: Larry Sultan, Eggleston, Sally Mann, Tina Burney y una serie de fotos sobre interiores y familias. Completa la idea sobre la interacción entre lo que tenía pensado y el rodaje.

Siempre hay algo único que aparece en el rodaje porque es el encuentro de esa locación, esa luz, ese vestuario, ese maquillaje, ese actor, ese tiempo, y hay algo único que tiene que ocurrir ahí.

Hay algo nuevo, sin dudas. No sé si tiene que ver con el cambio, sino con la paciencia para que aparezca eso nuevo que es revelador. Pero creo que para que aparezca eso nuevo también tiene que haber un trabajo que lo venga sosteniendo. O al menos ese es el procedimiento que yo usé.

 

Familia Sumergida se estrenó en Locarno, en Cineastas del presente, estuvo en San Sebastián, ganó el premio Horizontes latinos, ganó una mención especial del jurado en el Festival de Valdivia. También estuvo en la competencia internacional. Ahora va a participar en la Viennale, en La Mostra de San Pablo y en el Festival de Río de Janeiro. Se va a mostrar en un Festival de Cine Latino en Colonia (Alemania). En un Festival Orquídea Cuenca en Ecuador y el año que viene en Feculam y en Toulouse. 

Para continuar...

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