La bailarina en la lluvia

Cuento corto de Sebastián Trujillo ilustrado por Cindel García.

El sol perforó el cielo gris, encapotado de nubes pestilentes. La luz, a través del orificio, brilló únicamente sobre la bailarina. Y la lluvia, después, consumaría la revelación del milagro.

Bailaba desnuda en la orilla del mar. Esquivando con estilo la bestia invisible de la muerte. Carecía de perfección. Tenía el cuerpo ajado, odios, prejuicios, piel descolgada, marchita. Pero una mañana, tras deambular los caminos espinosos del mundo, despertó y, cansada de las espinas, decidió danzar soñando. A consecuencia, mostraba algo sincero en sus movimientos, eterno y de otra dimensión dispuesto a reventar la celda y manifestarse.

Los falsos enamorados paseaban agarrados de las manos. Hundían sus pies en la espuma inmensa del agua. Reían y escupían observando la imagen. No podían contemplar el sol alumbrarla de oro. Tampoco lograban verse los dedos cortándose entre anillos de púas para regar de oscura sangre la arena.

Alguien habló de locura, vulgaridad, de un justiciero que la fulminara y pusiera el paisaje en orden. Flotó en el aire el sonido de una sirena policial. La falsa enamorada pensó en las trivialidades, en el jarrón sin flores decorando su cabeza trepanada. Sonrió de absoluta confianza en lo perecedero.

Cayó el rocío. Incipiente y redentor. Y los burlones comenzaron a derretirse de un modo hiperrealista. Sus máscaras, sus espantosas mascaras y rostros de hipocresía eran desechos desapareciendo para siempre en la superficie de la Tierra.   

En la bailarina ocurrió similar. Con la salvedad de que en sus ojos brilló el fuego que nunca dejó apagar. El fuego rebelde, indomable, que aborrece  moldes, doctrinas, la maldita cadena.

Un aroma a perfume de verdadera vida desvaneció el hedor a basura, a la bestia de la muerte. La lluvia se hizo intensa, torrencial. La bailarina se transformó en un resplandor azul ascendiendo a las estrellas. En un faro iluminando el horizonte de los veleros extraviados en la faz del océano. Aquel destello parecía la esencia de la existencia, de un espíritu de amor perfecto. En fin, la vida sin caretas ni trivialidades de pacotilla. 

Una niña, jugando con flores plateadas en un jardín, me lo reveló. Decía tiernamente que a veces, cuando los vagabundos que anhelan levitar, artistas y los que desean algo allende a cualquier lugar imaginado, la luminosidad desciende como el rayo y, entonces, los inspiran a crear cosas maravillosas. A dar discursos borrachos en alguna esquina. A crear instantes que exterminan las baratijas que impiden ver el sentimiento, el amor.

Escribe Sebastian Trujillo

Sebastián Trujillo. Periodista nacido en el Caribe colombiano. 27 años. Ha escrito para la Revista Cinosargo, Chile. Revista Desbandada, Alemania. Revista Monolito, México. Revista Elipsis, Colombia.

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