Sobre Redaño, de Marieke Lucas Rijneveld. Traducción al español de Micaela van Muylem. Editorial Llantén, Buenos Aires, 2020. Escribe Gabriela Schuhmacher, ilustra Mariano Lucano.
“Vértigo de identidad, vértigo de palabras”
J. Kristeva
Redaño, primer libro de poesía de Marieke Lucas Rijneveld, propone una visión retrospectiva, un regreso a la casa y al cuerpo de la infancia, a una existencia previa al uso del lenguaje. Compuesto por poemas de versos largos, con escenas de la vida rural en un pueblo de Holanda, evoca una subjetividad que no abandona el lugar donde creció el corazón.
Un limbo de palabras
Marieke Lucas Rijneveld funda un idioma que emerge desde la tierra, mirando los ojos de los animales, entre la realidad y la fantasía. Es allí donde nace su fuente inagotable de imaginación, en un vaivén de ingenuidad y armonía natural, único ungüento ante la primera muerte que irrumpe en pleno juego e insiste el resto de la vida.
El título original del libro es Kalfsvlies y significa en neerlandés “vellón de ternera”, pero lo cierto es que se trata de una palabra que, al ser escrita por Marieke Lucas, se convierte en una invención al borde del misterio. La presente traducción del libro se titula Redaño, concepto que nos hace pensar en la repetición del daño; sin embargo, el término se refiere a “la piel delgada que recubre el intestino” y a “la determinación empleada para hacer algo difícil o desagradable”. La decisión de la traductora sigue la línea trazada en la versión original; nos propone resistir la tentación de nombrar para denotar y así perpetuar un descubrimiento hasta dejarlo en el limbo de su propia existencia.
Abrir cajitas mágicas
“Casa no es un lugar sino sentirse bien”, nos dice Marieke Lucas, porque todo lo que se quiere ser está en el camino hacia ella. Como quien se pasó la vida buscando sin sentido, un día regresamos a la infancia, “nos mostramos el cuerpo como si fuera una cajita mágica” y somos capaces de reconocernos en una antigua granja, donde el corazón permanece “resguardado en una jaula de ovejas”.
No es posible ocultar la ausencia de un hermano muerto, ni dejar de escuchar el sonido de “un eco hasta lo más profundo de nuestros tímpanos”. Entonces, ¿cómo persistimos alrededor de esa mesa donde el resto de la familia quedó fosilizado? Hagamos la experiencia como lectores: imaginemos volver a la infancia, que estamos en casa con papá y mamá, con nuestros hermanos. Luego, supongamos que caminamos en medio del campo, en contacto con la vida silvestre, dejando que los ciclos de la materia orgánica y de cada especie nos enseñen “todo lo que comienza a moverse”.
Observar es necesario para adelantarse al miedo, a la deformación de las cosas en la oscuridad o para simplemente sobrevivir. En definitiva, con lo único que contamos es con un mapa dibujado a ciegas en el museo de nuestra propia vida, porque como nos dice Marieke Lucas: “la muerte siempre estuvo presente debajo de la piel”. Muchas veces, nos encerramos al vacío, como una fruta o la comida conservada, pero basta con abrir el envoltorio para que ocurra el proceso de nutrición o el de descomposición. Entre esos dos estados fluye lo que somos.
Redaño apaga insistentemente la luz y nos deja ante la pregunta: “¿en qué te convertirías si no existiera más el horizonte?”. Lo cierto es que a veces nos vemos a punto de caer del mundo y necesitamos recordar la voz de nuestros padres diciéndonos: “no vayan muy lejos con la bici”. No sabemos lo que es la eternidad, pero se parece a “una bisagra entre esperanza y exceso”.
El amor por las palabras
Contar una historia ayuda a comprender el paso de los años; sin embargo, Marieke Lucas explora el pasado, como si fuera un territorio perforado por topos o dinamitado por una guerra: por momentos no se sabe cómo seguir.
El vértigo contagia al lector y es invitado a saborear, en cada hendidura, puré de abuela, mantequillas o dulces. La identidad parece resultar de una receta de cocina, de un modo ancestral de preparar los alimentos, de unos sabores familiares que con el tiempo se van perdiendo.
La experiencia del habla nos deja marcas en los límites del lenguaje, es allí donde nos quedamos alimentando el hueco de las palabras. El proceso de digestión puede ser lento y la poesía de Marieke Lucas, como un cuerpo de amor y salvación, se transforma en un Dios que no cesa de crear: “Si extiendo lo suficiente los brazos quizá un día brotará de mí una hija”.
Marieke Lucas Rijneveld (Nieuwendijk, Países Bajos, 1991) Publicó en poesía: Kalfsvlies (2015) y Fantoommerrie (2019), y en narrativa: De avond is ongemak (2018. Trad. al español La inquietud de la noche, 2020). Recibió los premios: C. Buddingh (al mejor debut en poesía, 2015), Premio de Poesía Ida Gerhardt (2019) y el International Booker Prize 2020 (por la traducción al inglés de La inquietud de la noche).