La Luz Mala

Reseña del libro de cuentos Fosfato de Manuel Crespo, Editorial La Parte Maldita. Ilustraciones María Lublin.

La primera vez que escuché la palabra palta fue en Misiones. Cuando iba de visita a Campo Grande me quedaba mirando curiosa cómo mis parientes la comían para el desayuno untada al pan acompañada con mate, para el almuerzo en ensalada, pisada como queso crema casero. Yo me ofrecía a recorrer el terreno porque a mi abuela se le complicaba el camino de ramas con su bastón. Llevaba una remera vieja y me iba al fondo. El árbol daba una sombra inmensa y tenía que ser muy cautelosa para que una palta no me abra la cabeza. Me desplazaba un poco agazapada y juntaba todas las que podía dentro del trapo pegado a mi cuerpo. Si no hubiese sido por ese árbol inmenso, que hoy veinte años después sigue en pie en un pedazo de tierra en Campo Grande, quizás no habría sabido qué era la palta hasta hace poco tiempo, cuando tomó cierta fama cool en las verdulerías porteñas a precios siderales. Sin ese tipo de experiencias, probablemente sería muy pobre nuestra comprensión de la conexión entre el alimento que llega a la mesa y cómo nace y se desarrolla.

En las últimas décadas en Argentina asistimos a una transformación sin precedentes. El avance de la soja, cooptando casi todos los terrenos, sumado a criaderos de encierro, el monocultivo, entre otras manifestaciones, están cambiando radicalmente no sólo el suelo sino la manera en que nos conectamos con la comida y con el campo. A pocos kilómetros de casa, de la casa de cualquiera de nosotros, seguramente haya animales viviendo en superficies minúsculas, medicados, estresados, emitiendo gases que se transforman en nocivos sin el adecuado tratamiento, cereales modificados en laboratorios, frutas y verduras rociadas con miles de químicos.

Pero, en medio de semejantes y problemáticos cambios, ¿quién habita esos espacios?.

En Fosfato, el primer libro de cuentos de Manuel Crespo, podemos espiar un vasto mundo de personajes extraños que habitan Campo Labrado, un típico pueblo rural pampeano. Atravesado por las transformaciones económicas, tecnológicas, científicas y sociales, allí están ellos al margen de todo, a merced de sus suelos explotados por la soja. No necesariamente se trata de personajes marginados, sino más bien de historias que suceden sobre el resto del campo, sobre lo que ha quedado de esos terrenos arrasados. Historias semejantes a los yuyos salvajes que crecen en el borde de las plantaciones. Crespo delinea individuos rebeldes, inclasificables, obstinados y esquivos, al margen de la comunicación. De esos que ante un saludo contestan con un sonido o un movimiento brusco de cabeza a modo de respuesta. En ellos se hacen carne los cambios de la actividad agropecuaria de las últimas décadas.

El libro obtuvo en 2018 el tercer premio del concurso anual del Fondo Nacional de las Artes, con un jurado integrado por Selva Almada, Florencia Abbate y Luis Sagasti. Tiene once cuentos entramados magistralmente, que van tejiendo un panorama profundo y sombrío de ese pueblo.

Como los ciclos productivos de la tierra y de los animales, el libro empieza y termina en dos hechos muy similares, vistos desde diferentes perspectivas: objetos extraños que caen del cielo hacia los terrenos de los protagonistas. En Ceres, el primer cuento, un hombre pierde la razón ante un accidente que sucede en su campo y una invasión de la naturaleza alterada por los agroquímicos. Poco a poco van asomando alertas en su cuerpo y en el entorno, que explotan en una alucinación final enterrada entre la soja. Algo similar ocurre en Los bichos, cuento que cierra el libro. Allí al protagonista “se le hacía más fácil pensar en una amenaza siniestra que en una explicación razonable”. Detecta objetos extraños en el cielo que cree que lo espían, al mismo tiempo que un malestar físico avanza dentro de él. Un hombre atrapado en un espacio abierto que se volvió ajeno. Ese malestar funciona como símbolo de las transformaciones que sufrió el campo, pasando de ser un lugar administrado y regulado por sus habitantes, a un sitio que tomó vida propia, se rebela y se vuelve peligroso.

En cada cuento subyace la sensación de un destino trágico, de un camino en que cada decisión tomada empujó a los protagonistas a lugares insospechados e incómodos de los que, sin embargo, no pueden escapar. Así sucede más claramente en El riel donde Matías, un joven tripulante de barco que está parando en un país de las islas del Caribe, vive días intensos y traumáticos en un clima hostil, rodeado de personajes violentos y amenazantes. Ante ese presente, el joven reconstruye el camino de su destino, de cómo llegó allí luego de haber abandonado Campo Labrado tras la muerte de su madre. Un relato sobre el desarraigo, sobre la extranjeridad hecha carne en su cuerpo violentado. “Un riel invisible lo había guiado hasta ese momento, sin que él pudiera intervenir. Un riel invisible. No era una mala forma de justificar la cadena entera”. Aunque los personajes se vayan lejos, la esencia de sus vidas sigue girando en torno a esos tres o cuatro campos donde sucede o sucedió todo.

Esa sensación de tensión latente que silba bajo melancólicamente dialoga con otros dos cuentos, Carcharodon pampeanus y Viridi abominatio. Carcharodon es un género de pez de la familia de los tiburones, nombre que el autor combina lúdicamente con la pampa carente de esos animales. Un relato sobre la ficción y el modo de narrar las historias. La primera persona debate acaloradamente con otra por el modo en que reconstruyó la historia del protagonista de El riel.  Es un cuento sobre las formas en que la tradición oral del pueblo fija la información y la transmite y una reflexión del propio autor sobre los puntos de vista que atraviesan el relato objeto de la discusión. “En eso que escribiste ahora llueve a cántaros y hay como un clima de acecho y de cacería. Pero el Mati dijo otra cosa: que el tiburón parecía un perro enorme y dientudo que va y viene, que juega como buscando el límite de la paciencia del dueño”. En Viridi abominatio el destinatario de Carcharodon pampeanus responde, en formato epistolar, a las objeciones de su adversario literario. Un personaje con un habla verborrágica, irónica y divertida que empieza por rechazar todas y cada una de las observaciones: “Si no te gustó el cuento, problema tuyo. No pienso volver a escribirlo ni creo que haya más de una manera de escribir un cuento. La única manera es la que salió”. Luego el remitente de la carta viaja al pasado del vínculo con su destinatario, a ese momento en que hasta las discusiones eran más interesantes y confrontativas, al igual que el campo antes era naturaleza rebelde: “uno no puede sentirse orgulloso de una tierra tan cobarde”. El cuento es un intenso manifiesto sobre el imaginario literario del campo después de los cambios agroindustriales. “Hay como un exceso de prolijidad, de geometría. […] Yo miro eso y me entran unas ganas bárbaras de que baje una mano enorme y lo revuelva un poco todo. Que haya plantas como las de antes, eso quiero. Que broten los montes de la noche a la mañana. Que la misma soja se amotine y se trague los alambrados. Como planta mutante, la verdad es que la soja es un fiasco”.

Esos intentos de dominación o estructuración que terminan mal también están presentes en Mujer cerdo, La yegua del comisario y Nube amarilla. Historias protagonizadas por jóvenes descarriados, hijos de un campo adverso y siniestro. Como su nombre lo indica, primero una mujer que es vista con características animales a los ojos del macho de la fiesta. Luego la historia de animales indomables y de un sacrificio de la generación vieja por la nueva, de formas de vida y costumbres pasadas, de lo que está muriendo y de lo que sobrevivirá en el campo. Finalmente, una fiesta similar a la de Mujer cerdo, pero vista desde otra perspectiva en Nube amarilla, con igual resultado. La naturaleza que quiso ser encauzada se rebela, y llega hasta la ciudad de Buenos Aires para nublar la vista y arruinar la noche de los descendientes del agro.

En La pecera también es la mascota y La paz de los acuarios reaparece el tópico de animales vertebrados acuáticos. Primero un contenedor para una piraña que se transforman, animal y pecera, en un refugio para el dueño de un local de pesca que atraviesa una pérdida familiar. Una piraña que ansía carne, que está al acecho. Ese vidrio divisorio se quebrará en La paz de los acuarios, un cuento que sostiene hasta el final la violencia sofocante que transmite un cliente de paso en la terminal de ómnibus del pueblo.

El autor, a través de pocos pero acertados datos, elabora escenarios que expulsan a los personajes. Crea climas hostiles donde ficción y realidad se miden constantemente. En Locaciones, el cuento más extenso del libro, Crespo elabora un set de filmación en el campo, demostrando un vasto conocimiento del lenguaje cinematográfico. El terreno como espacio vacío para ser llenado de sentido, usarlo unos días y abandonarlo. La búsqueda del lugar adecuado que plasme la historia que el director crea, en un intento vano de asir aquello que se escapa y se rebela. Una actriz anciana convocada especialmente para la filmación se funde con el personaje que debe interpretar al punto tal que hace tambalear todo el proyecto.

La publicación de este libro es un gran acierto de la editorial dentro de su colección Variaciones. En Fosfato lo siniestro roza lo fantástico pero el autor no ahonda en ese género. Lo siniestro en su escritura se manifiesta en hechos que, a pesar de su extrañeza, resultan verosímiles. Manuel Crespo logra reemplazar con alucinaciones o realidades deformadas propias del siglo XXI al imaginario campestre tradicional que supo nutrir a toda una tradición literaria argentina.

“[..] a los ojos del chacarero la llanura que lo había visto nacer, crecer y envejecer se convirtió en un lugar ajeno, desconocido. Ese camino no era el de siempre, Zárate tampoco. ¿Qué era él esa noche, aferrado al volante de esa camioneta, acechando esa luz en el cielo?. Empezó a llorar despacio, con una tristeza que no pudo contener”.

Escribe Melina Martire

Soy licenciada en Artes Combinadas (UBA). Realicé la Especialización en Diseño y Planificación de Proyectos Culturales en la Alianza Francesa. Cursé el Posgrado en Gestión Cultural y Comunicación en FLACSO. En actuación me formé con Lorena Szekely, Pablo Mariuzzi, Paco Redondo, Diego Cazabat. Clown con Marcelo Katz, Marcos Arano y Pablo Fusco. Trabajé en diversas obras de teatro como actriz y gestora de prensa. Fui redactora de Revista Cultural Originarte. Publiqué en Revista Telón de Fondo. Fui redactora estable de críticas del área escénicas de Revista Funcinema, Revista Mutt, y Revista Feminacida. Actualmente escribo para Revista Colofón. Tomo clases de escritura creativa con Juliana Corbelli, ambito en el que estoy desarrollando un compilado de cuentos. En el 2019 estrené como actriz  la obra teatral Boicot en el Bauen, concebida en creación colectiva con la Compañia Irredentas. Formo parte desde hace tres años de un proyecto de investigación escénica llamado Haber Sabido con dirección de Gonzalo Facundo Lopez. En el 2020 estrené como actriz la miniserie web Una calle nos separa por Nube Cultural.

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