Anahí Almasia nos deleita con unos canapés museísticos. La magia de Remedios Varo en el Malba y un viaje cultural activan la oscilación entre el síndrome de las cosas bellas y los remedios alquímicos. ¿Puede curarse la alucinación que produce la belleza?
Estábamos Lucas Iranzi, director de Revista Colofón, y yo, en la presentación de un autor seleccionado para la Residencia de escritores organizada todos los años por el Malba. El acto formal ya había concluido, era el momento del champagne con canapés. La conversación con unos y otros, a propósito de lo que había sucedido en la conferencia previa, tenía la cordialidad esperada. Lucas conversaba con alguien de editorial Ampersand, posiblemente hablaban de un libro que habíamos reseñado. Por mi parte, intentaba capturar imágenes mentales para escribir en la revista. Eso es lo que hacemos.
Estamos en la biblioteca del restaurante Cavia y la iluminación enfoca a la perfección cada objeto. Hay libros colgados del techo como pájaros volando, hay cuadros, flores, libros de diseño, crítica y literatura de Ampersand, hay canapés sobre una mesa de cristal, como ya dije. Siempre es difícil saber qué lugar ocupar en situaciones sociales donde una no es ni la homenajeada ni la organizadora, ese espacio mediado por la persona que nos toque al lado en la silla que ocupemos. En un pequeño grupo que incluía a varias personas que yo no distinguía por sus nombres, pero que se notaba a la legua que se sentían en casa, me las ingenio para conversar con una escritora y con la editora de la colección de libros. Hago alusión a la relación entre arte y psicoanálisis y, como un tema lleva a otro, les cuento que meses atrás había visto en México una muestra con obras y objetos de Remedios Varo expuestos por primera vez al público luego de un litigio que duró años. Lo digo para amenizar la charla, para poner mi granito de arena en momentos que siempre me resultaron difíciles: cuando hay que hablar en vez de escribir y lo que importa son las relaciones públicas. Pero la cosa no terminó ahí.
Había tenido mi instante fugaz de lucidez pública unos minutos antes al hacer un comentario. Se abrió el diálogo con el conferencista y sucedieron esos segundos inquietantes en los que nadie pregunta nada, me había referido a un libro que vinculaba de una manera interesante arte y literatura. Lo puse de ejemplo para aludir a la cuestión de las formas de percibir en las que pensaba el orador, pero bastó para que me señalaran a la autora del libro entre el grupo de asistentes. Sonrisas generalizadas, alivio de mi parte por no haber entrado con el pie izquierdo respecto de aquel libro con algo que no valía la pena una discusión y fin de la charla. Después los canapés. Casi inmediatamente me presentan a la directora artística del Malba, Gabriela Grangel, porque, afirmaban, ella estaba trayendo a Remedios Varo al Malba.
Pasé por mis pensamientos muchas veces en los días siguientes aquel encuentro para el que no pude prepararme. Hay golpes en la vida que no parecen tales y, la verdad, la noticia de una muestra de arte cuyas obras yo ya había visto no merecían el espanto que se dibujó en mis ojos delante de aquella mujer. La directora ya estaba frente a mí, la habían acercado como por arte de magia. Yo no estaba lista para estar en esa situación, pero estaba. Lo que pasó después fue una sucesión de preguntas donde intenté comprender si aquello que salía de los labios de mi interlocutora era real, si iba a suceder que la muestra llegara a Buenos Aires en pocos meses. De todos modos, hoy no recuerdo más que esa borrachera sin champagne en la que caí desesperada de belleza sin siquiera tener los cuadros delante. Sólo hablábamos, pero yo fui transportada al Museo de Arte Moderno del DF y su intolerable y exquisita posesión: las obras de Remedios, por supuesto.
Síndrome de Stendhal (Wikipedia): causa un elevado ritmo cardíaco, vértigo, confusión, temblor, palpitaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son particularmente bellas.
Diario de viaje: México DF – Lunes 29 octubre 2018
Semana de muertos. Altares en todas las vidrieras, panes de muerto y calaveritas de azúcar en las confiterías. Me compro unas nueces grandotas en el mercado de Medellín y el señor me dice gracias que le vaya bien. ¿Güerita? ¿Quieres algo? ¿Quieres flores, güerita? Las calles con puestos, esquivo sillas, ollas con frituras, gente que compra y vende por todos lados, señora que desde su silla y mesita se ofrece para pintar uñas. Otros venden flores, “tortillas tortillas” con guacamole y diversas formas del picante: enchiladas y tacos, chiles en nogada, frijoles con chile, tlayudas que a veces se sirven además de con carne y verduras con gusanos de Magüey. Alguien pregunta si me puede hacer una encuesta. Me dan un folleto de una tienda de ropa. Muchos sitios que parecen habitaciones de una casa donde se envasan desde paquetes de tortillas hasta palomitas de maiz, barritas de cereales, todo se hace casero y todo se vende. Colonia Roma Sur. Pasa un camión con una señora al megáfono: se compran lavadoras, estufas, microondas, heladeras, colchones, etc. En mi barrio de Buenos Aires pasa el mismo camión.
Martes 30 de noviembre 2018.
No discutiré aquí si tal síndrome existe o no, lo único que puedo decir es que entré en la sala del Museo de Arte Moderno de México DF (MAM) y enseguida me quise ir. “Adictos a Remedios” dice el cartel. Nuevo Legado 2018 es un homenaje a Walter Gruen y Anna Alexandra Varsoviano, por designar al INBA (Instituto Nacional de Bellas Artes) y al MAM como depositarios de este fondo único. Primera vez que se expone al público. Di unos rodeos rápidos sin detenerme en nada en especial, un pantallazo para saber qué me esperaba y salí. Enfrente estaban Las dos Fridas esperándome. Ya las tenía vistas en las clases que daba en la universidad, en las infinitas reproducciones que hicieron que, si bien resulta imponente su presencia sin mediaciones, pudiera soportarlas. Resistir lo que es desmedido a veces tiene que ver con que ya se conoce de antes, algo así como que hay una inscripción en la memoria del contacto anterior. Descansé un rato allí, aprovechando que era temprano y todavía no había demasiada gente. Después fui a la tienda y compré el libro de la exposición “Adictos a Remedios” y uno de poemas de Benjamin Peret. Sólo me quedaba regresar a la sala y subí la escalera con la firme decisión de esta vez permanecer, no huir y resistir hasta dar por terminada la visita. Nada más entrar te recibe La Huída. Se dice que es ella junto a su primer marido y que es una metáfora de cuando se fue durante la guerra junto a Gerardo Lizarraga. Un hombre y una mujer de pie sobre una barcaza pequeña para el tamaño de las figuras que contiene, el agua dorada hecha con la técnica del frotagge, el cielo con nubarrones. Para mí son todas las huídas, esos ojos que me miran y parecieran asegurar que hay a donde ir. Pero no siempre es verdad.
Por suerte la pandemia vino en mi auxilio
9 de marzo 2020.
Inauguración en el Malba de Constelaciones de Remedios Varo. Ya lo tenía agendado. Debería asegurarme de contar con varias horas juntas para recorrer la muestra, esta vez sería diferente, resistiría mejor lo que iba a ver, respiraría profundamente, quizás haría alguna meditación para gente que sufre del síndrome de Stendhal, tomaría flores de Bach o algo así. Sin embargo, algo vino en mi rescate, empezaba a correr el tiempo porque se decía que tarde o temprano iniciaríamos, como en otros países, una larga cuarentena de por lo menos dos semanas. Varo me esperaría, no debía preocuparme.
La preparación para una cuarentena que se intuía más prolongada de lo que se decía y cuyos alcances eran desconocidos me llevó a ocuparme cada minuto libre de implementar una serie de previsiones que podrían rayar en lo absurdo: conseguir semillas para la huerta que ya estaba raleando por falta de trabajo en ella, comprar papel higiénico, conseguir resmas de papel para toda la familia, comprar papel higiénico, poner a punto las computadoras, conseguir teléfonos de verdulerías que hagan envíos, comprar barbijos, lavandina y alcohol, difícil, conseguir papel higiénico, probar rociadores con alcohol para los productos que ingresaran a la casa. Leer muchos ensayos recién salidos sobre Covid 19 y cualquier tipo de coronavirus y sus estrategias de control. Recordar que es peligroso utilizar alcohol si alguna hornalla está prendida. Agendar para ir al Malba a ver la muestra de Remedios Varo al finalizar la cuarentena de 14 días.
Releo la lista hoy y descubro lo caricaturesco de ciertas previsiones y del confuso desplazamiento que llegó desde el alcohol al papel higiénico que no escaseaba, al fin y al cabo. Lo más importante de hacer en aquellos días, según categorías puramente artísticas, no fue hecho. Se podría pensar que tenía más miedo de Varo y sus ataques de perfección estética que del virus que nadie conocido había visto de cerca todavía y ya avisaba con llegar a Buenos Aires.
Martes 30 de octubre 2018, 7 de la mañana.
Yo la ví en el MAM, me refiero a la Mujer saliendo del psicoanalista. Solo con percibir ese silencio susurrante que había en las salas antes de entrar, la iluminación sutil y resaltando las obras, supe enseguida que sufriría el síndrome de Stendhal en escasos pocos segundos. ¿Llegaría como calambres, taquicardia, náuseas, dolor de cabeza, desmayo?
No es que Remedios esté más allá de la realidad, es que pinta pedazos de realidad psíquica y los atrapa en un lienzo. Como si se pudiera enmarcar un sueño o se creyera posible dar forma a la intensidad de un momento.
Sigo leyendo en Wiki: Más allá de su incidencia clínica como enfermedad psicosomática, el síndrome de Stendhal se ha convertido en un referente de la reacción romántica ante la acumulación de belleza y la exuberancia del goce artístico y un poderoso impulso a alejarse del estímulo.
25 de octubre 2020 – Vivo de IG del Malba
Un hombre y una mujer hablan mientras recorren la muestra ante cámara, los observo en mi computadora: la transmutación en Simpatía, la rabia del gato, el pelo incendiado de la mujer y el felino unidos por planos o esquemas de contelaciones que los vinculan. Describen las formas surrealistas de trabajo (decalcomanía) y el resultado parecido al Test de Rorschach, repite el personaje del gato, el vínculo con el psicoanálisis. El doble del psicoanálisis por la duplicidad de la imagen. Curaduría de la obra final junto al boceto. Personaje híbrido entre mujer pájaro que crea vida, instrumentos alquímicos de la mujer lechuza en un alambique alquímico que toma energía del universo. Rojo amarillo y azul, la música que brota del violín de su pecho. Se mezclan cuerpo, alma y mente para la creación, antropozzomorfa pero femenina. Influencia medieval en la minuciosidad, pinta e inventa los recuerdos. Más como un ser que está a punto de encontrar su iluminación. En una obra sin seres humanos, Reunión espiritista, los elementos que pierden la gravedad y giran. La energía manifestada en los cambios Naturaleza muerta resucitando, pocos meses antes de fallecer.
Juro que me esmeré. Traté de encontrar allí lo que vería si estuviera frente a las obras en vivo y en directo. Pero no, desde mi computadora, no tengo ninguna crisis. Escucho al relator y nada raro sucede. Puedo mirar, puedo escribir. Extrañamente satisfecha de mi control sobre mis descontroles descubro, minutos después, que no estoy contenta. Si la condicion del encuentro con lo bello es sufrir un ataque de belleza incontrolada que altera los sentidos, la cinestesia y todo lo imaginable, no puedo conformarme ahora con esta sencilla sensación que produce el encuentro que, diga lo que diga Walter Benjamin acerca de la democratización que produce la reproductividad técnica de libros y arte, no me convence del todo. ¿Saben que? Prefiero diez mil veces tener un ataque del síndrome que ya les conté, amigas y amigos, y que me alcancen un vaso de agua o que tenga que entrar en cuotas perceptivas hasta aclimatarme a lo que estoy por ver. Vaya el mundo sabiendo que si van a abrir el Museo de Buenos Aires no nos consolarán con videos ni con explicaciones de una y otra obra. Vayan sabiendo que estamos aquí tolerando la existencia cotidiana del malestar en la cultura por varios motivos entre los que se incluyen el chocarnos cada tanto con un bombardeo de belleza que nos arrojan a los órganos de los sentidos como si se pudiera atajar y no nos atravesara irremediablemente. No le echo la culpa a la pandemia ni a nadie en particular, febrero está cerca, estará Constelaciones abierto al público y yo tendré que decidir si tomo las flores de bach antes de ir al museo. ¿Pronto cuando? No hay fecha fijada todavía, pero se sabe que habrá que pedir turno como para ir al médico o al odontólogo.
Diario de viaje 29 octubre 2018. México DF
Estoy ahora mismo en la línea uno del metrobus, estación Durango que me lleva a la biblioteca del Centro universitario. Recién, un señor de traje y corbata al que le pregunté cómo se llega a ciudad universitaria me deseó que tenga un bonito día.
Dediqué buena parte de la mañana y toda la tarde a investigar en la biblioteca de la UNAM sobre Remedios y sus amigas Eleonora y Kati. Al salir me encuentro con las manifestaciones por la desaparición de estudiantes, en un rincón una ofrenda dibujada con flores sobre el césped, banderines y carteles porque, según las estadísticas, hay 63 estudiantes desaparecidos desde 2002 hasta 2018 en la Universidad y sus inmediaciones. Megáfonos y encendidos discursos, música de protesta. Unas sillas vacías sobre el agua de la fuente con un altar por el día de muertos. También esto es México, su cercanía con la cultura aborigen y ese espacio fronterizo entre la vida y la muerte que no sólo es en el día de muertos.
Tomo el ómnibus que me sacará de la inmensa ciudad universitaria. En todas las ventanillas hay carteles con la imagen de un hombre que abusa de estudiantes haciéndose pasar por uno de ellos, que todas estén atentas porque se lo ha visto merodeando por la biblioteca y por los diferentes edificios, va variando su ubicación. Hay una foto del tipo. No puede ser tan difícil atraparlo con todos esos datos. En todas las ciudades pasa lo mismo y ciertos personajes de masculinidades dudosas entienden que ser hombre consiste en realizar las acciones que describen los carteles que empapelan ventanillas, edificios y bibliotecas. Yo me llevo a Remedios en mi mochila.
7 de Noviembre 2020. ¡Abrió el Malba!
Y hay que sacar turno por la web. Es gratis estos primeros días, como un regalo de bienvenida porque podemos regresar a los museos. Un señor nos recibe en la puerta de la gran recepción desierta. Chequea el QR de mi celular con el turno. El primer paso al ingresar es pasar por un totem que larga alcohol si se presiona un pedal. Lo hacemos y seguimos las líneas marcadas en el piso, largas líneas en zigzag como si fuera a haber mucha gente haciendo fila, que no la hay.
¿Que pasa, Remedios? ¿Estás acá? El recorrido marcado en el piso: A Remedios Varo, dice con letras blancas y flecha amarilla. Dirección única. Las líneas en el piso señalando el sendero me dan tranquilidad, es un calmante cuando todo está tan pautado, como un Alplax estético. Ya no Dionisio liberado, ya no el descontrol de los colores y las formas. Subir la escalera mecánica con esa mezcla de euforia pre acceso a la belleza y ganas de irse corriendo, por las dudas, por si todo se descontrola.
Esta vez no voy sola. Ahora alguien me espera a que finalice el recorrido y, si quiero, me saca fotos. Virus mediante, ya no podría pedirle a cualquiera de los visitantes de la muestra que con mi celular me fotografíe y no me iré sin una foto al lado de los cuadros. Sólo de La huída y de Mujer saliendo del psicoanalista, no más. Sonrío debajo del barbijo, pero al darme cuenta, me lo quito un instante para una de las fotos y la señorita que cuida la sala me amonesta. Fue la misma que antes no me dejó salirme de la línea marcada en el piso alterando el orden del recorrido. Ya saben, si van al Malba en estos días no se arrepientan del poco tiempo que pasaron frente a una obra ni pretendan comparar una con otra, imposible retroceder. La pauta es que si vas a ver la muestra tendrás que hacerlo en los términos pactados mientras dure la situación de aislamiento social. Ya les dije que es mejor para mí, no me enojo para nada. Al contrario, me libera de cualquier disposición al mareo, náuseas o alteración de los sentidos, esa droga exquisita que inyectan las muestras de arte que lo merecen. Al fin y al cabo, de lo que hablamos aquí no es sólo de arte, la muerte ronda todo, porque no hay nada más perecedero que ciertas cosas hermosas, como la vida misma. ¿Si no es del arte de Remedios, de que hablamos? Es posible que de cierta forma de la inmortalidad, de la capacidad de producir estados hipnóticos cautivantes de belleza mezclados con los espantos mundanos. Atravesar los tiempos para mostrarnos que, también la observación del arte produce efectos alquímicos en sus espectadores como las calaveritas de azúcar endulzan la muerte.
Anahí, tu reseña se convirtió en un cuento, o viceversa. Me encantó leerte y que me alcanzaras el nombre de esa reacción tan particular que se me produce ante la belleza. Me dieron muchas ganas de ir al museo y me hiciste acordar que tengo que comprar… ¡Papel higiénico!
Sos una genia!
Guada, ¡Yo sabía que sufrías del síndrome como yo! Gracias por compartir tus pensamientos siempre interesantes!
Te acompañé en toda tu recorrida. Hermoso el relato del crecimiento de tu amistad con Remedios. Y que decirte del síndrome? Yo también lo padezco. Y no hago nada por curarme. Muy hermosa nota.