Un análisis del momento presente, a través de la supresión de la temporalidad como estrategia privilegiada de una nueva forma virtualizada de experimentar el mundo. Una nueva manera de comunicarnos en la que la simultaneidad produce la ilusión de conexión real. La disolución de la experiencia corporal y cotidiana del ser humano, de su identidad personal y de su subjetividad, en las fauces de la gran colmena de la nube.
Clouding[1]
Hacia el año 2016, José Luis Cordeiro, transhumanista y profesor de la Singularity University de Silicon Valley, nos adelantó, sin eufemismos, la implementación de un mega-dispositivo devenido consciencia colmena. Cordeiro afirma en una entrevista que:
«Tenemos tres cerebros, el reptiliano, el límbico y el neocórtex. Ahora vamos a crear un cuarto cerebro, un exocórtex en la nube, que va a ser distribuido y descentralizado, como lo es Internet, al cual nos conectaremos sólo si queremos. La nube será un cerebro increíblemente rápido y grande. Y lo que vendrá después es el fin de la edad humana, es algo que entra en el campo de la ciencia ficción, porque no sabemos qué va a ocurrir con la singularidad tecnológica. Vamos a ser parte de una inteligencia colectiva en la que desapareceremos como seres humanos independientes. Y no es algo tan raro: somos los descendientes de bacterias y de organismos unicelulares que hace millones de años decidieron juntarse y crear organismos multicelulares. Nos vamos a convertir en las células de un organismo mayor, de un cerebro planetario. Nosotros hablamos del despertar del universo, y la unidad máxima del universo será el computronium«. (Hernández, Esteban. 2016).
Sincronismo, simetría y colapso espacio-temporal
La Historia de la disolución del cuerpo puede resumirse en una escueta frase: primero fue necesario transformarlo en movimiento (mecanicismo), para luego acelerarlo (virtualización) hasta su destrucción.
La noción de corporalidad es intrínseca a la de experiencia y, a su vez, esta última es inseparable de una cierta densidad, es decir, una sedimentación que se va dando a través del tiempo. Por tanto, la temporalidad es una noción importante muy conectada con la corporalidad. El colapso de la temporalidad en una única dimensión de un presente sincrónico total, acaba con la experiencia y la corporalidad de un solo golpe.
La simultaneidad y la sincronía en las comunicaciones vendrán a suplir la ausencia de contacto corporal y generarán un simulacro de conexión. Dos nociones de la tecnología informática entran en juego aquí, a saber, velocidad y latencia.
Ambos principios pueden ser subsumidos bajo el concepto más amplio de aceleración, porque de lo que se trata es de la aceleración de la conectividad. La velocidad consiste en la cantidad de información capaz de ser descargada por segundo. La latencia es el tiempo que demora la información en el trayecto que recorre desde el servidor hasta nuestro ordenador. Esta última está en vías de ser transformada con la aplicación de la tecnología de quinta generación (5g). De manera tal que, el tiempo de respuesta entre el envío de una señal y la ejecución de una orden “será, concretamente, de entre 1 y 10 milisegundos (4G tiene unos 40 milisegundos) y significará, en la práctica, un rendimiento casi a tiempo real que permitirá reducir los tiempos de respuesta de las aplicaciones”. Tecnología 5G: Velocidad, datos e IoT para revolucionar las telecomunicaciones (2018).
Esta conectividad, copiaría el contacto directo cuerpo a cuerpo. El objetivo es generar una enorme red de nervios con todas las terminaciones excitadas. Para decirlo de otra manera, podríamos pensar que este modelo no corpóreo de la digitalización responde a una lógica cuántica de unidades discretas sin ningún tipo de conexión -causal o cualquier otra- entre ellas. Sin embargo, si quiere tener un impacto en la praxis -de raigambre todavía corpórea- esta desconexión debe ser velada. Y, a falta de un substratum detrás del cual pueda ocultarse la desconexión, se echa mano del principio de aceleración. La aceleración, esto es, la velocidad y la latencia, genera un análogo de un continuum allí donde no hay más que vacío virtual.
La apariencia de lo directo es clave, ya que cualquier información a la que tengamos acceso está siempre mediada por algo. El algoritmo digital, en tanto que camino desde un punto A a otro B, es un tipo de razonamiento en el que entra en juego la temporalidad. Pero la época de la disolución del cuerpo, precisa un paradigma superador de la temporalidad o, lo que es lo mismo, un modelo que introduzca la noción de simultaneidad.
Y, como el sistema funciona de manera viral, por contagio, es decir, por copia y replicación, utiliza un antiquísimo paradigma sólo que exponencialmente aggiornado con la técnica digital. Así, la agenda del clouding echa mano de conceptos como los de hiperconexión, ubicuidad y sincronicidad, entre otros, copiados del misticismo religioso. Pero se trata de una copia que introduce sus propias reglas y hace mutar algunas características del misticismo, por lo menos del occidental cristiano.
Como caso paradigmático podemos analizar la conexión entre Dios y el hombre, tal y como la comprendió San Agustín. Ésta se daba en la profundidad del alma, allí donde el creador había dejado su huella. En el centro mismo de su propia existencia, en la dimensión virtual del alma, el hombre encontraba a Dios. Sin embargo, hombre y alma no son sinónimos, sino que éste es un compuesto de alma y cuerpo. El cuerpo material/orgánico o su simulacro etéreo en la vida inframundana -ya sea paradisíaca o infernal-, era una dimensión irrenunciable para San Agustín, dado que negarlo supondría poner en riesgo el principum individuationis. Todo esto era necesario para mantener, por un lado, la diferenciación entre los seres creados y, por otro, la distancia ontológica con la sustancia infinita divina. Distinción que supone que la experiencia mantenga el contacto entre dos o más extremos del vínculo, sin anular ninguno.
Si retrogradamos un poco en el tiempo a momentos previos a San Agustín, y tenemos en cuenta sistemas místicos occidentales no cristianos como el neoplatonismo plotiniano, no podríamos prescindir de la diferencia ontológica con Dios, lo cual evitaría el colapso total en una única consciencia suprema. De manera que, para Plotino, no es sino en el punto más bajo de la escala del Ser donde ocurre el contacto inmaterial con lo infinito. Es en ese preciso punto en el que el alma individuada, desgarrada por la temporalidad y extraviada en el fondo de la carne, se halla en relación con el centro de la existencia.
Entonces, para que haya conexión, se necesita de la separación que implica la diferencia ontológica. Y esto es justamente lo opuesto al simulacro de conexión generado en la colmena de la nube, donde el continuum ficticio provisto por el principio de aceleración exacerba el colapso en la singularidad.
Es este el último factor diferencial que introduce el proceso de virtualización. Cualquier tipo de experiencia se disuelve una vez nos hallemos conectados a escala global a esta supraconciencia colmena. La hiperconexión total rompe con la noción de consciencia como interioridad. O, dicho de otro modo, se anula cualquier posibilidad de subjetividad individual y/o colectiva.
De manera que nos encontramos con dos dimensiones del mismo proceso: la temporalidad colapsa en la simultaneidad y la identidad personal colapsa en la singularidad global de la nube.
Pero no solamente la temporalidad permite la organización de nuestra habitual experiencia humana; ésta última necesita de otra condición de posibilidad, a saber, la del espacio tridimensional. La experiencia corpórea necesita de un número x de dimensiones espaciales. Según Stephen Hawking, podríamos imaginar ciertas implicancias que producirían la alteración de dichas condiciones de posibilidad, “por ejemplo, seres bidimensionales sobre una supuesta tierra unidimensional tendrían que treparse unos sobre otros para poder adelantarse. Si una criatura bidimensional comiese algo, no podría digerirlo completamente y tendría que vomitar los residuos por el mismo camino por donde los ingirió puesto que si hubiese una salida o un paso a través de su cuerpo partiría a la criatura en dos”. (Cfr. Jesús Galíndez, 2011:14).
Esta partición en dos que sufrirían los seres bidimensionales del ejemplo se multiplicaría ad infinitum al alterar el número de dimensiones espaciales, hasta quedarnos sin cuerpo alguno, es decir, sin posibilidad de un continuum para que la experiencia habitual tenga lugar.
¿La humanidad finalmente suspendida en la nube?
Cada nuevo reseteo del capitalismo necesita de una adecuación/producción de una determinada forma de subjetividad. En el aislamiento global producido por el COVID-19, en el enclaustramiento en los minúsculos espacios privados de las megaciudades capitalistas que habitamos, el espacio comienza a disgregarse. Empezamos a perder no sólo el cuerpo, sino cualquier posibilidad del mismo. El espacio va perdiendo tesitura, va mutando en simetría y, ante nuestros ojos semi-digitalizados, cualquier lugar de nuestra vivienda es idéntico a cualquier otro. Los distintos ambientes han devenido una enorme habitación con funciones no muy diferenciadas. El centro que debiera ser ocupado por el ordenador -por su omnipotente condición de proveedor de la conexión a la mega red de internet- ha sido sustituido por la ubicuidad del celular que llevamos con nosotros en cada uno de nuestros mínimos desplazamientos cotidianos. La experiencia muta, el cuerpo parece infinitamente más grande -o más pequeño-, pierde densidad, gana en masa que ya no significa nada. El día se mezcla con la noche en el continuo de una jornada eterna. Y, así, la experiencia de lo cotidiano, de pronto, se disolvió.
Pero el mercado propone, para quienes puedan solventarlo, la oportunidad de vivir en un mundo infinitamente más grande, rico y excitante de lo que jamás hubiésemos podido imaginar. Tan sólo con conectarnos -esta vez de manera total- a una existencia colmena en la nube virtual. Nos hablarán largamente de los beneficios de la multiplicación de aplicaciones que podríamos descargar en nuestros dispositivos móviles, transición obligada hasta que nuestras propias conciencias sean descargadas, en conformidad con el principio omnipresente de velocidad.
Pero todavía este fenómeno no fue absolutamente implementado, y atravesamos un momento crítico. La aceptación de estos pasos previos, de la realidad cuasi virtual que estamos viviendo, puede implicar la aceptación de los que vendrán en el futuro. Así como la resistencia a la misma, su hackeo deliberado, quizás pueda darnos una oportunidad para evitar -aunque sea por un tiempo- la dilución total en el global simulacrum de la nube.
Bibliografía
-Galíndez Jesus (2011). La física cuántica, en el pensamiento, la acción y el sistema neuronal. Publicaciones Vicerrectorado Académico CODEPRE. Mérida.
-Hernandez, Esteban (2016). «En 20 años vamos a ser inmortales»: Silicon Valley desvela nuestro futuro. en El Confidencial. Recuperado de https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-02-09/en-20-anos-vamos-a-ser-inmortales-silicon-valley-desvela-nuestro-futuro_1149510/
-Tecnología 5G: Velocidad, datos e IoT para revolucionar las telecomunicaciones (2018). Recuperado de https://www.thenewnow.es/tecnologia/tecnologia-5g-velocidad-datos-iot-revolucionar-telecomunicaciones/
En informática, clouding (derivado del término inglés cloud/nube) implica disponer de un espacio en la red donde se encuentran alojados las aplicaciones e información que los usuarios utilizan regularmente, a las podemos acceder desde cualquier ordenador conectado a Internet. Cuenta con ventajas como la accesibilidad ya que se puede visualizar el contenido desde cualquier lugar, el ahorro económico y energético, pero con desventajas como la vulnerabilidad de los datos y la posible saturación del acceso al servicio.
Interesante artículo. Me hace preguntarme en las formas que adquirirá nuestro arraigo a la tierra, algo así como no vivir en interacciones tan abstractas que nos haga perder el origen.
Esta autora fiel a su estilo de producir ideas, reflexiones e innovadoras y coyunturales temáticas, vuelve a sorprender a través de este articulo.
Escalofriante. Viva el COVID 19