La palabra como acción

A partir de la novela 1984 de George Orwell, Anahí Rippa invita a pensar las nuevas redes sociales virtuales que han superado al Gran Hermano orwelliano, y nos sitúan ante el doble desafío de iniciar el diálogo y la impotencia de esa palabra ante la infinidad de slogans. Ilustra Javier Ranieri.

En el año 1949 el británico Eric Blair más conocido con su seudónimo George Orwell publica el libro 1984, donde propone una claustrofóbica sociedad totalitaria, en la que podemos sentirnos ampliamente identificados a nivel global, hoy.

Esta profunda novela antiutópica, describe un mundo empobrecido y dividido por la guerra permanente y sin tregua. Se trata de sociedades totalitarias en donde un gobierno todopoderoso somete por completo a la ciudadanía mediante la vigilancia policiaca permanente.

Las telepantallas del Gran Hermano orwelliano han sido superadas por los celulares inteligentes y las redes sociales que registran cada lugar que visitamos, cada producto que nos interesa, hasta el tiempo que estamos leyendo un artículo online, etc. Las políticas de privacidad se parecen más a un caricaturesco ideal platónico que a un resguardo de los intereses del usuario.

Winston Smith, el protagonista de 1984, trabaja en el Ministerio de la Verdad modificando libros y periódicos viejos para que las predicciones que antaño hizo el partido coincidan con las cifras actuales que, estima Winston, también son falsas. De este modo, el sistema totalitario sostiene su discurso en coherencia con el ideal de paraíso alcanzado

Propongo a continuación tres citas de esta novela como disparadores para analizar el estilo de vida que llevamos hoy.

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¿No sabes que el único idioma del mundo cuyo vocabulario disminuye diariamente es la neolengua? […] ¿No te das cuenta que el objetivo de la neolengua es tratar de limitar el alcance del pensamiento, estrechar el radio de acción del cerebro? Terminamos, al final, haciendo imposible todo crimen del pensamiento«

G. Orwell

Para los Griegos, physis significaba crecer, nacer, surgir en un sentido amplio que abarcaba no solo el proceso de crecimiento de plantas y animales, sino el acontecer de las estaciones, el desplazamiento de los astros, etc., y dentro de esta physis, encontramos el logos imperando, caracterizando y rigiendo al ser humano. Es decir, lo que tiene de propio el hombre en su physis es el discurso y el pensamiento entendido como la capacidad de hablar o conversar en torno a símbolos.

El sentido original griego del término logos es “hacer patente aquello de que ‘se habla’ en el habla”, es decir, el logos como habla nos permite ver –acceder– aquello que se enuncia. En esta interpretación, el logos puede ser verdadero en tanto que des-oculta el ente del que se está hablando; entretanto que el logos muestra algo como algo, es decir, muestra lo desconocido en términos conocidos –o lo que es lo mismo, hace cognoscible lo que no se nos mostraba aprehensible–, también significa “percepción racional” y es por esto que sirve como fundamento para buscar la verdad entendida como noesis.

Aristóteles explica que es a través de la lengua (glotta) que se puede saborear y conversar, por lo tanto era en la conversación –con alguien o –acerca de algo que se hacía latente el verdadero ser de lo viviente, es decir, en la conversación se podía ‘saborear el mundo’; de tal modo que diferentes lenguas implicaban diferente trato (sabor) del mundo.

A través de la palabra, nos mostramos, nos exponemos pero a su vez, aprehendemos el mundo. Toda forma de vida humana, incluye en su physis la percepción racional mediada por la interpretación del mundo y de nosotros mismo siendo en ese mundo.

El hombre, configura simbólicamente al mundo en que éste vive: en el logos, entendido como el elemento rector del ser del hombre, pero también como pensamiento razonado,se oculta y se revela la naturaleza del ser humano. Sin logos, es decir, sin palabras que nos permitan razonar, aprehender y comunicarnos con el mundo, solo nos resta la máquina biológica, la mera animalidad.

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En ese momento no sabía con exactitud para qué quería el libro. Se lo había llevado a su casa, guardado en su cartera de mano, sintiéndose culpable. Era comprometedor guardar ese libro, aunque estuviera en blanco. […] Entendió por primera vez lo que se proponía hacer. ¿Cómo se iba a comunicar con el futuro? Por su misma naturaleza, esto no era posible. Una de dos: o el mañana se parecía al tiempo actual y entonces no tendría ningún caso, o sería una cosa diferente y, entonces, para ese mañana lo que él dijera no tendría ningún sentido

G. Orwell

¿Cuál es la potencia de una acción? ¿Hasta dónde llega nuestra acción y a quiénes afecta?

Hannah Arendt explica que la labor debe entenderse como la producción de aquello que permite satisfacer las necesidades básicas del organismo (lo producido en la labor se consume), y trabajo que es el artificio humano donde el hombre domina a la naturaleza.

La acción por su parte, es la participación en la comunidad entendida como espacio común de comunicación, es lo propiamente humano, impredecible y por tanto libre. Toda acción implica una red de relaciones y un desencadenamiento de otras acciones que exceden al agente inicial.

La acción, es lo propio del ser humano en su condición de humano, es decir, de miembro de una comunidad en la cual se relaciona. Toda acción es impredecible en sus consecuencias, ilimitada en sus resultados e irreversible. Siempre actuamos en un mundo que estaba antes de nosotros y continuará luego, es por esto que la acción entendida es sumamente frágil pero le concede durabilidad y sentido al mundo, por eso es un concepto político y no privado.

Actuar es lo mismo que ser libres, es decir, solo se puede ser libre cuando actuamos.

El peligro que corre Winston por tener un libro en una sociedad totalitaria, aunque esté en blanco, es su condena a ser libre por medio de una simple acción de comunicarse, a partir de un mundo que lo precede y ante la posibilidad de afectar por medio de su palabra escrita. 

Al comprar ese libro en blanco, Winston nace políticamente en el mundo común es decir, escapa a la mera biología de trabajar para sobrevivir, y alza su voz rompiendo con el statu quo. Por medio de la narración se identifica como sujeto, se produce una reapropiación de sí por medio del relato rompiendo la lógica de mero engranaje del Partido.

¿Cómo tratar con la inhumanidad del mundo? Se va a preguntar Arendt y concluye que por medio de la constante conversación/diálogo se construye la amistad política. Lanzar una primera palabra al mundo, es lanzar una botella al mar, carga de esperanza en la posibilidad del cambio.

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Mientras estuviera dentro del radio de visión de la placa de metal, podía ser visto y escuchado a la vez. Claro, no había forma de saber si le observaban a uno en un instante dado. […] Se concebía incluso, que los vigilaran a todos al mismo tiempo.

Las espías aficionadas constituían el mayor peligro. No sabía Winston cuánto tiempo llevaba mirándolo la joven, pero quizás fueran cinco minutos. Era muy posible que en este tiempo no hubiera podido controlar sus gestos a la perfección.

G. Orwell

El mundo es un campo de concentración. No sólo en 1984, donde Winston teme ser vaporizado. El mundo, nuestro mundo, es un campo de concentración, donde las personas permanecen día y noche juntos, exponiendo sus ruinas, sus sentimientos y pensamientos. En palabras de Milan Kundera, la violencia y represión, sólo son secundarias, y hasta prescindibles, pues sus propios miembros luchan por pertenecer a las masas.

Salir del campo de concentración, salir de la tiranía del Like o del estereotipo, representa un gran esfuerzo que conlleva, sobre todo, la soledad.

Salirse de la uniformidad impuesta implica conocerse a sí mismo, es decir, explorar el logos que nos constituye como inmutable proceso de construcción y reconstrucción dialógica conmigo mismo.

Éste es el camino que tomó Sócrates, al enunciar “sólo sé que no sé nada”, anunciando que no tiene la verdad para todos, sólo puede conocer su propia verdad, y la única manera de conocer la verdad de cualquier otra persona, será necesariamente preguntarle ‘¿en qué crees tú?’, es decir, solo puedo conocerte si te conoces a tí mismo, sólo puedo acceder a la particularidad de tu logos si tu lo conoces y me lo enseñas.

Sócrates fue condenado a muerte, no por pensar diferente en su soledad en su intimidad, en el exilio, sino por incitar a otros a buscar la propia verdad que se esconde en el logos de cada uno. La condena a Sócrates condenaba la multiplicidad de puntos de vista, la infinidad de miradas a La Verdad.

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El ojo del Gran Hermano

A lo largo de toda la novela de George Orwell se habla del Gran Hermano y su ojo que todo lo ve, sus oídos que todo lo oyen.

También hoy podemos encontrar quienes hablen del establishment, ese poder superior de unos pocos que controlan el mundo como una marioneta.

Ni Orwell ni nuestros conspiracionistas pueden señalar al Gran Hermano. El Gran Hermano es el absoluto vacío. Por eso puede conseguir y conservar tanto poder.

El problema de los campos de concentración, de unas uniformidades, es que no son construídos ni sostenidos por los criminales, los inmorales o autoritarios, no existe un cuerpo, ni un grupo de sujetos a quienes señalar como Gran Hermano, enemigos de las conciencias individuales, sino que las personas buenas y entusiastas que creen haber encontrado el camino a un paraíso terrenal, denuncian y señalan a los enemigos o apenas escépticos de ese bien común recientemente descubierto. Pocos años y miles de asesinados, desaparecidos y vaporizados después, descubrimos la quimera del paraíso prometido y los entusiastas se convierten en asesinos.

Los juzgamos. Claro. Y su defensa apenas alcanza una excusa “No sabíamos lo que hacíamos”.

Todos hacemos al Gran Hermano, y también todos, podemos comprar un libro en blanco, escondernos en una pequeña habitación y buscar nuestro propio logos, emitir una palabra producir una acción, no sabemos hasta dónde llegará, pero sabemos que una palabra mueve al mundo: es mejor estar en desacuerdo con el mundo entero que vivir un segundo en desacuerdo conmigo mismo.

Escribe Anahí Rippa

Anahí Rippa nació en la Ciudad de Córdoba en 1992. La Maternidad la llamó a des-civilizarse y hoy vive en las afueras de Alta Gracia donde el monte serrano es inspiración para la lectura y escritura. Estudió Lic. en Filosofía en la UCC y Prof. en Filosofía en el Instituto de Enseñanza Superior Pío X. "Soy creativa, me equivoco siempre en algo diferente"

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