Es viernes a la noche y hace demasiado frío para ser octubre. Sin embargo, entro en la sala y todo lo que veo me transporta en un instante. Veo una soga con sábanas blancas tendidas, veo una puerta de chapa, un altar dedicado a algún santo, un juego de muebles de exterior. Estoy en el patio de la casa de mis abuelos en Lezama con mis primas, tomando mates y hablando despacito sobre lo que pasó la noche anterior. Sí, ahí estoy cuando las luces de la sala se apagan, se enciende el patio y un guitarreo empieza a sonar.
En la simple escenografía del patio que veo ya parece encerrada toda la lógica de un pueblo, esa lógica que puede ser fascinante, simple y absurda a la vez. Muchas veces me pregunto si las personas que siempre han vivido en una ciudad pueden llegar a comprender la mentalidad de pueblo. María Marull, dramaturga y directora de La Pilarcita, juega con esa lógica y explota al máximo todos los elementos dramáticos que hay ahí.
La historia de La Pilarcita transcurre en un pueblo remoto del litoral en las vísperas y durante los festejos dirigidos a esa santa pagana que lleva el nombre de la obra, o a la inversa. Como cualquier festejo popular, los parámetros religiosos no son estrictos y a la procesión por los milagros se suma un cambalache hilvanado por el baile de la comparsa, el concurso de compuesto y los borrachos.
A pedirle a la santita un milagro, han viajado desde Santa Fe, Selva (Luz Palazón) y su pareja Horacio. La multitud de peregrinos llena el pequeño pueblo, llevando a la pareja a hospedarse en un modesto hotel regenteado por Celina (Pilar Boyle), una joven que estudia para ingresar en la Universidad de Medicina, y por su colaboradora y amiga Celeste (Mercedes Moltedo), quien parece solo interesada en bailar con la comparsa.
Si bien a primera vista La Pilarcita se presenta como una historia que busca explorar en la ingenuidad típica de un pueblo, a medida que avanza, se vuelve cada vez más profunda aunque sin perder compás pueblerino. Así, si en un primer momento la ciudad y el pueblo se muestran como dos mundos difíciles de conciliar, poco a poco vamos desentrañando que, a fin de cuentas, las ingenuidades están presentes en todos lados y que las inquietudes de todos los personajes son compartidas. Selva, quien ha viajado kilómetros para pedir un milagro, se siente muy lejos de verlo realizado. Nada es lo que parece: la santita quizás logre un milagro para todos, para cada uno. A veces lo que uno quiere no coincide con lo que es realmente mejor para uno. Un poco de fe y todo puede suceder del modo en que más conviene.
El guión de Marull, repleto de poesía, cuya piedra de toque es el humor y la reflexión, capta perfectamente el carácter de un pueblo. “A veces salgo a la calle de noche y pienso que estoy muerta”, dice Celeste cuando explica cómo es vivir ahí en invierno. Es cierto, pienso, las noches de pueblo en invierno son eso. Pero es lo poético de esas palabras combinado con la naturalidad con que se dicen lo que hace que la frase resuene en mí.
La historia adquiere fuerza con la labor de los actores que hacen de su cuerpo un instrumento dramático vigoroso y dinámico. Es destacable el trabajo de Mercedes Moltedo por sus extensos monólogos con tonada correntina, mientras baila o se pasea en traje de baño. A su vez, ese personaje dialoga y juega muy bien con el de Pilar Boyle que, en una postura más sumisa, también logra captar una cadencia típica regional.
La música en vivo es una elección acertada ya que crea una atmósfera diferente y le da al personaje interpretado por Rodrigo del Cerro la posibilidad de ser, además de Hernán, la voz narrativa de la historia, el hilo conductor que media con la representación, fundamental para comprender quién es esa santita y por qué tantos la invocan.
Por otra parte, la iluminación, diseñada por Matías Sendon, le da naturalidad al transcurrir de la historia, haciendo del paso del día hacia la noche una continuidad, sin recurrir a apagones. También se destaca el uso del espacio pues los actores se mueven por todo el escenario y por el pasillo de la sala, creando sus propias bambalinas y optimizando al máximo las dimensiones del teatro.
La Pilarcita es una obra de esperanza y entusiasmo que interpela a todos los espectadores sin importar su origen pues gira en torno a preguntas comunes de la humanidad. La obra, por medio de la risa, nos permite reflexionar alrededor de la profundidad que esconden las cosas simples. Cuánto aprendí sobre la paciencia y la empatía en esas tardes calurosas de mates y patio que me habían parecido perdidas, pienso cuando se apaga la luz después del guitarreo.
Ficha técnica
Dramaturgia y dirección: María Marull
Actúan: Pilar Boyle, Rodrigo del Cerro, Mercedes Moltedo y Luz Palazón
Música: Julián Kartún / Letra: María Marull
Asistente de dirección: Sofía Salvaggio
Diseño de espacio: Alicia Leloutre / José Escobar
Luces: Matías Sendon
Fotografía: Sebastián Arpesella
Diseño gráfico: Natalia Milazzo
Vestuario: Jam Monti
Prensa: Carolina Alfonso
Sábados 20 hs. y 22 hs. El camarín de las musas.