Los demonios del mar (Ediciones del Dock), de la poeta cordobesa Laura García del Castaño (1979), posibilita una voz reflexiva, rica y personal. Sus poemas construyen y sienten la necesidad de expresar una realidad distinta a lo tangible y tienden hacia la espiritualidad. Riesgo y compromiso con la palabra poética. Las coordenadas de un decir de verdadera apertura para con el mundo. Del Castaño despliega así, en sus paginas, un equipaje emocional delicado, obsesivo y real.
¿Qué demonios hay en este mar, Laura?, ¿deberíamos librarnos de ellos?
Los demonios del amor, el miedo, la posesión, los tabúes, la culpa, hasta la memoria puede convertirse en un demonio. Algunos habría que exorcizarlos y otros más bien, domesticarlos, digo, no es malo recordar un gran amor, lo malo es que se convierta en fantasma y uno en el lugar de sus apariciones, como dice Arreola.
Idealmente hablando, Laura, ¿en qué idioma hablan los poetas?
En una lengua inmortal, efectiva, insustituible, pero estamos aquí, cada vez más involucrados y superpuestos en el ahora, con el yo, hacia lo concreto, a través de lo programático, que es imposible que ese idioma no sea atravesado y punzado diariamente por ese morbo de lo efímero. Lo bueno de la poesía, es que puede conjurar varios dialectos, que puede convivir con todos los suburbios y las alturas que la rodean, que se enriquece de ello, porque no la gobierna la lógica, a mi entender, sino la intuición y que cuanto más se embarra en sus adversidades más nutrida y real desborda.
“Invocación”, es un poema intenso, cuya cadencia lleva a construir, verso a verso, una sucesión de imágenes muy claras. ¿Cuál es la historia detrás de ese poema?
Una historia con una mujer que amé y ese lugar de la pasión que puede ser una estéril maravilla.
¿Cómo pensás que trabajar en una funeraria haya influido en tu poética?
Es parte de esas influencias ajenas a las búsquedas, que suelen ser las más hondas y modificantes. No hay forma de protegerse de una experiencia así. Las experiencias de los extremos, del nacimiento y la muerte. Me dejó, no solo un libro, sino una incisión, una expansión, salirme de mis límites para ser parte del dolor del otro, y la finitud de otro, de lo escasos y convalecientes y previsibles que somos para la muerte, y que ella tiene para todos nosotros algo de pérdida y algo de liberación, siempre.
En muchos de tus poemas los animales están muy presentes: peces, osos, lobos, leones, pumas, hasta monos… ¿Hay algún motivo freudiano detrás de esto?
No lo sé. Para mí es parte de ese idioma del que hablamos antes, lo mitológico de ese idioma, lo poco traducible, lo simbólico. Algo poco evidente para la lógica pero drástico para los sentidos, más aún cuando no trabajas desde la idea sino desde la percepción, lo animal se imprime de una. Uno entiende porque siente: o su ferocidad o su cautiverio o su desarraigo.
Pienso en “rictus”, “no”, y “el secreto del amor”. ¿La poesía tiene la habilidad de liberar fantasmas personales?
O también encerrarlos, el poema puede ser una prisión para aquello que nos mortifica. Dejarlo ahí, es una forma de solidificar, mientras permanece en el aire o en esa bóveda de lo inaprensible más eterno se hace todo. Traducir en lenguaje una historia, contar, la destraba de su imposibilidad, la hace habitable, así como compartirla a los demás le quita impunidad.
En algunos poemas incluís fragmentos de canciones populares. ¿Cómo se conjuga ese procedimiento con tu poesía?
Es simplemente mostrar un eslabón de ese encadenamiento que se produce en la escritura, como en todo arte supongo, el imán donde la música, el cine, la fotografía se adhieren, se proyectan.
Te cito unos versos de “afuera aúllan los lobos”: “arruinados por la obsesión que el tiempo/ tiene con nosotros/ queremos lo que no hay/ y tironeamos de los demás para que ocupen este traje/ ¿somos estadías en la ausencia o somos el rastro?”; ¿qué tipos de cuestionamientos te permite hacer la poesía?
Las metamorfosis del ser humano, sus obsesiones, su siquis, su gruñido. Lo animal, lo visceral. Digo, la naturaleza, el paisaje, los hijos, no son temas que me salgan y siento que no tengo ni quiero decir nada sobre eso, pero en cambio lo que somos, en qué nos convertimos frente a la fatalidad, lo sinuosos, retorcidos, distantes que podemos ser por algo que nos atraviesa para siempre. Eso me perturba y ahí trabaja mi escritura.
Vos naciste en Córdoba, ¿nunca pensaste en irte a Buenos Aires como para potenciar tu carrera literaria?
Si estuviera en mi voluntad y en mi conveniencia irme a Bs. As. a potenciar algo sería economista o ingeniero aeronáutico, no poeta.
Por cierto, ¿cómo armas cada libro? ¿Te importa más el poema como unidad o el libro como estructura?
Creo que todavía no he podido manejar esa cuestión. A mitad de ciertos poemas empiezo a notar cierta “idea fija”, a veces quiero virar, tomo aire, algunos días quizás meses y lo único que logro es paralizarme, no escribir. Retomo y la idea sigue ahí, y así hasta el final, digo, algo se corta y uno sabe que es el final, entonces empiezo una revisión y ahí aparece la unidad. Poco importa lo que pensé anteriormente, mi deseo. Prevalece lo inmanejable, y para mí eso está bien.
¿Qué es la inspiración para vos?
Un dios aparte.
A la hora de podar un texto, de trabajarlo. ¿Con qué criterio decidís qué se queda y qué se va?
Un criterio muy básico, no repetir ideas, quedarme con la imagen más poderosa. Decir mucho sobre algo debilita. El poema, a mi entender no debe ser un muestrario de imágenes habilidosas, sino una sola idea, que vistes para resaltarla. Echar y echar prendas lo único que logran es apagar su fuego.
¿Qué pensás del trato que se da a los poetas cordobeses en el país?
Desconozco como era hace veinte años atrás, lo que te puedo decir de estos últimos años es que noto mucha movida federal, desde las antologías, los festivales, lo que se comparte en las redes. Es una provincia con muchos buenos poetas, pero también excelentes gestores, Villa María, Rio Cuarto, Río Tercero, Villa Dolores, Alta Gracia, Carlos Paz, tienen una acción poética, entonces ya no puedo decirte que hace el país por los cordobeses, porque el poeta cordobés no se acuesta a esperar la convocatoria, es bastante activo y autogestivo.
¿Un poeta que deberíamos leer?
¿Por qué?
Porque “te mechonea” diría mi vieja. Porque tiene todas las voces, como un poseído, y porque encontré en su poesía una paradoja irresistible: cuanto más me conmueve más me interpela.
Laura García del Castaño publicó, en poesía, El grito (2004), La vida en que sueñas (2012), El animal no domesticado (2014), y El sueño de Sara Singer (2016).