La resistencia en el arte

Todo tipo de arte propone la oposición a lo dado previamente y plantea un tipo de posición subjetiva frente a la realidad. La autora da cuenta de diferentes formas de la resistencia en lo artístico, donde no solo se trata de transgredir una realidad dada sino de otorgarle una nueva oportunidad de existencia y desafío a la conciencia. El arte es resistencia y la resistencia es arte y, como ya se dijo en el Mayo francés del ’68, “Prohibido prohibir. La libertad empieza por una prohibición”. Ilustración de Mariano Lucano.

Resistir, antes y ahora, no alude únicamente a una cuestión de ideas. Tampoco va en el sentido de una evaluación del bienestar de las sociedades y su modificación. Ante lo que ya no sirve a una cultura, hay un deber de oposición y en este campo se mueven los artistas, aunque no tengan la intención. Ellos son motores del cambio porque no se conforman con lo que hay, imaginan universos distintos, proponen, inventan. Entonces, ¿para qué sirve el arte? Se ha dicho muchas veces que no sirve para nada. Ya veremos. No nos referiremos aquí a los actos sociales donde los artistas participan en manifestaciones colectivas y cuyo arte propone una mirada, un recorte de la realidad del momento, sino que abordaremos el acto íntimo de crear algo que no existía antes, el darle forma y ponerlo en circulación social. 

Lo que el psicoanálisis descubrió es que la insatisfacción impulsa el deseo, una búsqueda de rectificación de la insatisfactoria realidad. Para Sigmund Freud todo placer estético que el poeta nos procura conlleva el carácter de un placer previo, y afirma que “el goce genuino de la obra poética proviene de la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma” (Freud, 1908). Un placer que provoca conciencia sobre los afectos. 

Resistir es generar, en ese mismo acto de resistencia, una novedad, un gesto que propone algo nuevo ante lo instituido. La creación, que proviene de un verbo que puede acompañarnos en esta reflexión sobre el valor de la resistencia en el arte y que, como su etimología afirma, tiene como componente léxico creare (engendrar, producir) y el sufijo -ción (acción y efecto). Foucault (1999) ya lo dijo: «…si no hubiera resistencia, no habría relaciones de poder. Todo sería simplemente una cuestión de obediencia. Desde el instante en que el individuo está en situación de no hacer lo que quiere, debe utilizar relaciones de poder. La resistencia se da en primer lugar, y continúa siendo superior a todas las fuerzas del proceso; bajo su efecto obliga a cambiar las relaciones de poder. Considero, por tanto, que el término resistencia es la palabra más importante, la palabra-clave de esta dinámica”.

Bernard Fibisher (2022) cita a Hito Steyerl, Thomas Hirschorn y Marcus Steinweg cuando afirman que “la resistencia es constitutiva del arte. La creación tiene como motor principal la resistencia o, dicho de otra manera, puede ser asimilado a un acto de creación”. Fibisher cita también las palabras de Maurice Blanchot  sobre la resistencia en el mismo acto de escritura, “Escribir es, al final, lo que no se puede, por lo tanto siempre en busca de un no-poder, rechazando el control, el orden, lo establecido, prefiriendo el silencio a una palabra de absoluta verdad, así desafiando y desafiando sin cesar”.

El arte que en sus inicios cumplía funciones rituales y mágicas, hoy es pensado, además de su planteo estético, como expresión de una cultura en un tiempo político y social determinado. Pero también los artistas, por su relación con el verbo crear, están en un borde que los lleva inevitablemente a transgredir lo instituido. Arte, entonces, es un espacio de expresión de una cultura en un tiempo determinado y siembra, en cada gesto, la semilla de la próxima transformación. Así, muchas son las expresiones de los artistas para las que después se verá, cuál de todas ellas resuena en un momento determinado en una cultura determinada. Sin embargo, lo que pareciera siempre estar en juego es la imposibilidad del ser humano de frenar su pulsión creadora, de limitarla, o de pedirle que se acote a lo esperado. 

Las Meninas de Velázquez propone un pintor que nos mira de frente mientras comparte actividades en la misma sala privada de los monarcas, algo impensable en el siglo XVII. Frida Kahlo muestra cuerpos mutilados, doloridos, desgarrados como belleza de otro tipo, Klein explora el vacío, entre otros temas, lo que despierta en el espectador como pregunta subjetiva. 

En artículos anteriores analicé la obra de Ai Weiwei (2018), Remedios Varo (2020), Leonora Carrington (2022) e Yves Klein, (2021) todos ellos ejemplos de resistencia a lo establecido. Si bien podría pensarse que el arte de Weiwei es más resistente debido a la expresión política de su obra, tanto Carrington con su denuncia de las internaciones psiquiátricas, como Varo con la alquimia que trasmuta la realidad y Klein fueron opositores al sistema. No sólo es necesario llenar un museo con botes inflables llenos de muñecos para hablar de los muertos en el Mediterráneo, sino que transgredir la forma de un trazo, el paso de danza que por siglos se hizo de la misma manera, es también cuestionar la forma en que se hacen las cosas. Proponer una revisión, mutarla, cambiarle el sentido, es básicamente la función del arte. Ese cambio de perspectiva no modificará una sociedad, aunque sí incitará a quien la observa a pensar algo, a transformarse y, una mente que muta no puede hacerlo en un solo sentido. 

Desde “el arte es la idea” de Duchamp, pasando por “el arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad” de Picasso, hasta “el arte es la novedad” de Jean Dubuffet (con quien más coincido si fuera necesario definir en una sola frase), todas las definiciones suponen la idea central de transformación. Si el arte es algo novedoso, y nuevo es casi todo gesto humano que crea algo con intenciones estéticas, el arte, en esencia, no tiende a la obediencia, es rebelde, porque propone algo que no existía antes. 

Gilles Deleuze afirma que se escribe en función de un pueblo venidero que no tiene lenguaje, así como Proust sugiere que los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera (1954). Ambos invitan a pensar a lo ajeno y no propio como tensión que impulsa a la creación. En un sentido amplio, todo lo nuevo y extranjero cuestiona lo dado anterior y es un potencial estimulador de la pulsión creativa. 

Escribir entonces es algo vivo, siempre en devenir, que mira un futuro que aún no está y sobre el que siembra las semillas que brotarán luego. Es una lucha contra el tiempo, contra la finitud, una resistencia activa ante un hecho inevitable que dejará sin palabras nuevas a quien las escribe. Se trata de ceder a otros la capacidad de usar esas palabras para dialogar con ellas en cualquier tiempo y lugar, se trata también de una promesa de reescritura permanente en las futuras lecturas. Sobre todo, es un asunto siempre inacabado. Jorge Luis Borges insistió sobre este punto cuando revisaba sus textos ante cada nueva edición y cuando reescribió parcialmente el Martín Fierro en los cuentos El Sur, Biografía de Tadeo Isidoro Cruz y El Fin.  Así nos dice en el prólogo de ficciones: “Estas historias son el irresponsable juego de un tímido que no se animó a escribir cuentos y que se distrajo en falsear y tergiversar (sin justificación estética alguna vez) ajenas historias. De estos ambiguos ejercicios pasó a la trabajosa composición de un cuento directo -«Hombre de la esquina rosada»- que firmó con el nombre de un abuelo de sus abuelos, Francisco Bustos, y que ha logrado un éxito singular y un poco misterioso”. He aquí resumida la concepción del autor acerca de las reescrituras. 

Del mismo modo, otros textos dialogan con los de Borges, reescribiéndolos. Por citar sólo algunos, El Aleph engordado que ordena alfabéticamente el libro de Borges, donde Pablo Katchadjian da una nueva forma sin cambiar una sola palabra a un texto preexistente como homenaje a autor de El Aleph. Ya antes la reescritura de un libro completo de Borges había sido explorada por el escritor inglés Rhys Hughes en su Nueva historia universal de la infamia (2004), donde imita exactamente este libro que a su vez reescribe otros textos. Hughes lo leyó en la traducción al inglés de Thomas di Giovanni, por lo que algunas de la repeticiones literales que figuran en él proceden de una tercera mano, que se convierte en cuarta al leer el libro del escritor inglés en traducción al español de Carlos Gardini (Pellicer, 2011). 

Intuyo que estos ejemplos son suficientes para ahondar en el concepto de resistencia en el arte desde la parte productora, ya que la obra con la que mantienen un intertexto propone una tesis acerca de la creación: se crea transformando lo anterior, no sólo su forma, sino forma y contenido. Sin embargo, también hay un acto creador en quien lee. Para Ricardo Piglia, Borges inventó un tipo de lector que puede utilizar con total libertad todo tipo de textos: “Quizá la mayor enseñanza de Borges sea la certeza de que la ficción no depende sólo de quien la construye sino también de quién la lee. La ficción es también una posición del intérprete” (Piglia, 2005) 

Freud, en El creador literario y el fantaseo (1908) cita a Goethe “Y donde el humano suele enmudecer en su tormento, un dios me concedió el don de decir cuánto sufro”. Es el poeta-héroe quien, alejado de todo misterio, expresa el sentir de muchos. Así, ofrece en su obra una oportunidad de proyección de los afectos del lector, un placer del reencuentro con los propios tormentos por fuera del sí mismo. Esto facilitaría le procesamiento de afectos en otra forma del pensar. Una vez más, el arte como espacio de reflexión con su capacidad de transformar las pulsiones excesivas en algo que, a través de lo estético, torna tolerable lo que resulta excesivo. Hablar de refugiados en cualquier museo resulta más mediatizado que hacerlo en un campo de refugiados, que un activista arroje pintura negra simulando el petroleo en el cuadro Muerte y Vida de Gustav Klimt (que se sabe protegido por un vidrio) podría sugerirse en reescritura de la obra de Klimt. Sin embargo, este acto también es un tipo particular de llamado ante de un interlocutor sordo y ciego, que es incapaz de anticiparse y detectar que el riesgo es inminente. Sujetos que, en todo caso, ante sus vivencias de fin de mundo, suponen que estamos acabados y que nada de lo trascendente de la cultura humana tiene sentido ya (recordemos que el grupo ecologista se llama Última Generación). Es un fin anticipado, ya que nada se compara con la muerte de la humanidad bajo los efectos del cambio climático. Sin embargo, han tenido la prudencia de preservar la esperanza ya que este y otros atentados se efectuaron sin daños sustanciales a la obra del artista. En otro tipo de daños se encuentra la destrucción en 2015 del templo de Baal en Palmira, Siria, donde creencias religiosas se entraman con las políticas y donde ya no hay chances de recuperar esa obra como no sea haciendo una réplica. 

En todo caso, sugiero más observar otros momentos de la historia, por ejemplo, durante la guerra de España de 1936-39, la República tomó un difícil decisión en su retirada ante el avance del Ejército Nacional que había realizado el golpe de estado, trasladar a Ginebra las obras icónicas del Museo del Prado con el fin de protegerlas de los bombardeos. Una tarea titánica que hizo recorrer a los Velázquez, Greco, Goya y El Bosco dos mil kilómetros en camiones por caminos de tierra, lluvia y polvo. Arturo Colorado Castellary relata esta odisea en su libro Éxodo y exilio del museo del Prado (2008) y deja testimonio de una forma de procesar el horror. Agarrarse de lo que es posible rescatar como un salvavidas ante el naufragio, el arte como renacimiento posible y esperanzado e otro tiempo en que los seres humanos colaboran y construyen juntos, de reivindicación del sentido de las cosas. En total, la Junta de Incautación y Recuperación del Patrimonio Artístico trasladó aproximadamente 1.574 cajas que contenían más de 500.000 objetos, entre ellos pinturas, esculturas y otros objetos artísticos. Esto es el negativo de cualquier cinismo posmoderno, donde rescatar los valores, las ideas, lo que las generaciones futuras nos demandarán, supone preservar y dar espacio a esa resistencia ante lo que no se está de acuerdo. Salir de la tragedia para adentrarnos en lo que Romero de Solís (1993) describe como la belleza que anhela el instante privilegiado de la dignidad, el arte que no deja de ser quimera, búsqueda de lo imposible, del sueño que ha de despertar una vez más la esperanza, donde el juicio estético simboliza el inmenso mar de lo infinito, que no existe, que la conciencia crea o ilumina para poder subsistir en un mundo absurdo y sufriente. 

 Retomemos entonces la pregunta, ¿tiene alguna función el arte? El aspecto estético de las obras genera un tipo de tensión al ser observadas, escuchadas, sentidas. La tensión, lejos de ser algo a evitar, propicia la sensualidad, es una invitación, aquello que fuerza a mirar las cosas de otra manera, a persuadirnos a pensar, a aceptar el inevitable hecho de que podemos ser resistentes ante una mirada unívoca y concluir que el mismo acto de pensar es un acto de resistencia activa. La obra a la que deberíamos aspirar desafía el pensar del sujeto, apela a la emoción como camino que despierta el costado reflexivo de quienes interactúan con ella.

Bibliografía

Almasia, Anahí (2018) Los refugiados en la obra de Ai Weiwei. Revista Colofón. Buenos Aires. 

Almasia, Anahí (2020) Remedios Varo, el alma trasmutada I, II y III. Revista Colofón.

Almasia, Anahí (2021) Pintar el vacío. Un amor de juventud. Revista Colofón. 

Almasia Anahí (2022) Mujer y transformación en la obra de Leonora Carrington. 

Colorado Castellary, Arturo (1908) Éxodo y exilio del arte. La odisea del Museo del Prado durante la guerra civil. Ediciones Cátedra. Madrid.

Fibisher, Bernard (Ed., 2022) Résister, encore: œuvres d’art, culture et démocratie. Musée cantonal des Beaux-Arts, Lausanne. JPR Editions. Suisse. 

Freud, Sigmund (1908) El creador literario y el fantaseo. Buenos Aires. Amorrortu Editores. 

Pellicer, Rosa (2011) Reescribir a Borges. La escritura como palimpsesto. Cartaphilus 9. Revista de Investigación y Crítica Estética. Universidad de Murcia.

Piglia, Ricardo (2005), El último lector, Bar- celona: Anagrama. 

Proust, Marcel (1908-1909) Contre Sainte–Beueve. Gallimard. 1954.

Foucault, Michel (1999). Estética, ética y hermenéutica. Obras esenciales volumen III, Barcelona, Paidós.

Romero de Solís, Diego (1993) Desde el corazón del Renacimiento. En Fragmentos de filosofía Nro 3. ISSN 1132-3329.

Escribe Anahí Almasia

Anahí Almasia nació en Buenos Aires, es argentina y española. Es psicóloga de la Universidad de Buenos Aires y Magister en Patologías del Desvalimiento de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Algunos de sus trabajos y tesis psicoanalíticos dan cuenta de una búsqueda artística alrededor de la obra de Borges, Gabriel García Márquez, Yves Klein y Frida Khalo. Sus libros de ficción son Matu Ketami. El tiempo de Troful, El Juego de Barbazul (junto a Valeria Castelló Joubert), el libro de cuentos Lo que el viento no se llevó (en coautoría con Luz Darriba). Trabaja actualmente en una película y en diversos proyectos culturales.

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Un Comentario

  1. «Proponer una revisión, mutarla, cambiarle el sentido, es básicamente la función del arte. (…) “el arte es la idea”, (…) “el arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad”, (…) “el arte es la novedad”.
    Como siempre que leo un artículo o nota de Anahí quedo pensando y pensando, jurándome resistir hasta el último suspiro.
    Y ni hablar de la ilustración de Mariano. ¡Qué yunta!

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