La travesía lisérgica del cronista maldito

Con Miedo y asco en Las Vegas Hunter S. Thompson no sólo escribió una novela de culto sino que inventó un estilo marcado por una subjetividad indómita y un empirismo autodestructivo que desnudó los despojos del sueño americano. Escribe Matías Rodríguez, ilustra Mariano Lucano.

En la tercera dimensión de su bruma ácida Raoul Duke esquiva los cuchillazos de Dr. Gonzo. De fondo, un televisor de volumen explosivo altera los sentidos exacerbados de un chiquero que es también la habitación de un hotel de Las Vegas. Las drogas están al mando desde Barstow, al borde del desierto californiano, y la historia transcurre en un escenario decadente, con personajes terroríficamente normales para la óptica de dos viajeros lisérgicos que atraviesan olores, colores y figuras en completo estado de trance.

Miedo y asco en Las Vegas es la crónica novelada de una constante en las coberturas periodísticas de Hunter S. Thompson, que orillaba todo su trabajo al borde del vértigo. En Miedo… el roadtrip empieza en un Cadillac convertible, un lanchón de cinco metros sinónimo de pertenencia en una sociedad estadounidense hundida en la Guerra de Vietnam, y a Duke, alter ego del cronista, lo acompaña Oscar Zeta Acosta, el Dr. Gonzo, que es un abogado chicano e igual de experimental que él. El mérito de Thompson es que consigue traducir un viaje para cubrir una carrera de motocross en una lúcida radiografía de ese ser nacional yankee que se desgaja entre mesas de póker y ruletas, mientras su aventura es espoleada por una valija atestada de drogas que le permite levitar su fobia social.  

El estilo gonzo de Thompson es heredero directo del nuevo periodismo pero elevado al paroxismo en cuanto decide convertir al autor en protagonista. Para esto no sólo cumple la premisa de hierro del cronista al empaparse de los hechos, sino que incluso los experimenta y los convierte, aunque ello conlleve una autodestrucción física, ataques paranoicos y una pluma que un ojo conservador podría confundir con la de un drogadicto. Pero Thompson además de toxicómano era muy buen escritor, y en la contracultura hippie de los setenta sus textos encontraron eco rápidamente, especialmente porque cualquier reportaje, no importa si era sobre el Derby de Kentucky, Los Ángeles del Infierno o el Caso Salazar, le servía de plataforma para algún reclamo social y una crítica desesperanzada.

Miedo y asco en Las Vegas fue escrito en la habitación de un hotel de carretera, mientras Thompson era testigo de la violencia policial de California, y lo que inicialmente iba a ser un fotoreportaje, una especie de catálogo de experiencias, se transformó en una novela que se abrió paso en una época especialmente fructífera para el periodismo escrito en código literario. Tom Wolfe, en una rareza de su ego profesional disfrazado con trajecitos, fue especialmente elogioso con la obra de Thompson, que no devolvió gentilezas sino que lo fustigó por escribir sobre la cocaína y confesar al mismo tiempo que nunca la había consumido, algo que consideraba inadmisible. Gay Talese, que por aquellos años vivía en una granja colectiva y poligámica, también se animó a promover Miedo… y tuvo mejor suerte en la respuesta.

La novela fue reconocida unánimemente como el mejor trabajo de Thompson, que luego fue elevado a la categoría de mito por sus crónicas en Rolling Stones. A pesar de ser el terror de los editores que recibían sus notas por fax a último momento y en una letra ilegible, en la revista durante años le pagaron por escribir lo mismo que le había generado despidos en el pasado y el público de suscripción pudo conocer a un tipo que renegaba del militarismo americano, de la disciplina e incluso de la democracia, pero que era a su vez profusamente yankee a la hora de defender la tenencia libre de armas o contar que había sido expulsado de la Fuerza Aérea por “inclasificable” y alcohólico.

Para Thompson la vida fue una travesía que eligió transcurrir absolutamente drogado mientras escupía lo que se le ocurría. Su periodismo de peyote lo contó todo, incluso que iba a reventarse la cara de un disparo cuando cumpliera los cincuenta. Ya lo había escrito, y si bien se retrasó algunos años finalmente lo hizo. Su velorio, guionado por sus fieles, terminó con un cañonazo que desperdigó sus cenizas por el aire de Colorado, un destino final un poco alejado del medio-oeste estadounidense, el corazón de la América blanca, anglosajona y protestante, en el que se había criado.

Escribe Matías Rodríguez

Matías Rodríguez nació en 1992 en La Plata. Es periodista y abogado y escribió en la revista El Gráfico y en el diario Infobae.

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2 Comentarios

  1. Lo felicito, señor Rodríguez; no he leído ningún libro de ese Mr. Hunter S. (ese Hunter S.) Thompson y después de leer su escrito quiero leerlo. Me lo figuro como un loco perdido ejerciendo el periodismo en medio del desierto, en medio de coyotes y pistoleros, consumiendo opio, LSD, y lo que fuese. Y todo este quilombo por ver cómo es eso de los lisérgicos, los somníferos y los hipnóticos, sin tener que escribir sobre lo que le dijeron. Por lo común esos Busco mi Destino en sus motos todos vestidos de cuero negro me producen vómitos porque son estereotipos de violentos; como rebelde prefiero un hombre de gris como el Señor López, sereno y furioso, espión y vicioso, dependiente del Ministerio del Sopor que un lunes enloquece y rompe todo con un extinguidor de quince kilos. Pero este héroe que usted describe en su convertible junto con su socio el Dr. Gonzo, me seduce. Lo leeré y, como es mi costumbre, posiblemente lo reseñe.

    • Matías Rodríguez

      Muchas gracias, señor Zabaloy. Hunter S. Thompson es bastante hijo de su época, unos sesentas marcados por los excesos y el verano del amor pero incluso en ese contexto se animó a ir bastante más allá, poniendo el cuerpo. De ahí sus desencuentros con Tom Wolfe, otro de los abanderados del periodismo narrativo, que a diferencia de Hunter elegía escribir desde la sobriedad. De Thompson está plagado de historias que lo pintan entero y él llegó a reconocer que encontró la veta para que le pagaran por drogarse que era, al fin y al cabo, lo que mejor sabía hacer. En cualquier caso su estilo gonzo reflejó muy bien una época y tuvo algunos discípulos en todo el mundo. En Argentina, por caso, lo siguió Enrique Symns.

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