Pablo Capanna: "Las editoriales pueden llegar a ponerse groseras".

Retrato: Mariano Lucano

Charla virtual con Pablo Capanna a propósito de su paciente indagación en la idea de Naturaleza.

Durante la primera mitad del acechante año 2016, la Universidad de Quilmes pondrá en circulación Natura. Las derivas históricas, el nuevo libro de Pablo Capanna [1939 – Italia], con prólogo de Diego Golombek.  Enmarcado por el propio autor en ´historia de las ideas´, Natura podría ser considerado como el silencioso asedio de un incansable investigador a la extraña fortaleza milenaria de los filósofos. Demoró más de dos décadas en escribirlo y más de un lustro en conseguirle editor. La resultante de este brutal periplo funciona como inesperada celebración de los cincuenta años de El sentido de la ciencia ficción -volumen que desde 1966 alumbra su derrotero intelectual por entre los pasadizos del género e insiste en difuminar una tarea hermenéutica de más amplio aliento. ¿Crítico literario? ¿Biógrafo? ¿Escritor? ¿Divulgador científico? ¿Crítico de cine? ¿Periodista? ¿Profesor? ¿Historiador? ¿Filósofo? Será aquello que cada lector desee, este hombre bautizado bajo el signo del apóstol de Tarso.

¿Cuál es su mirada del mundo editorial?

El mundo editorial abarca unas tres áreas. Los grandes sellos (por lo general, multinacionales) producen libros periodísticos que hablan de las figuras del momento. Para eso cuentan con equipos que pueden llegar a escribirlos en una semana, antes que el tema pase de moda.

Hay también hay una miríada de pequeños editores, que generalmente se destacan más por su calidad gráfica que por sus dispares contenidos. Hacen pequeñas tiradas de circulación reducida, y no suelen durar mucho.

El tercer sector (el que profetizó Umberto Eco en El péndulo de Foucault) se dedica a la producción de vanity books para regalar a parientes y amigos. Sus redactores y editores se encargan de todo, entre otras cosas de escribirlos.

Al margen del sistema comercial crecen las editoriales académicas, nacidas de las normas que obligan a que los profesores publiquen para justificarse. Suelen no trascender el ámbito profesional; algo que es de lamentar, porque ahuyenta a muchos lectores potenciales.

En general, el público está fragmentado y el lector curioso no sabe dónde buscar orientación.

¿Cuál es su relación con los potenciales lectores a la hora de escribir y con los editores a la hora de publicar?

Estuve cuarenta años tratando de interesar a los estudiantes de ingeniería en temas que no sólo no los atraían sino ni siquiera creían que fueran útiles para su profesión. A la hora de imaginar al lector, se me aparece uno de esos alumnos. Cuando escribo, no pienso en persuadir a mis colegas o impresionar a un jurado: apenas aspiro a seducir a un lector curioso pero poco afecto a la pirotecnia erudita. Me han llegado a decir “a vos se te entiende”, pero nunca llegué a saber si eso había que tomarlo como un elogio. Con todo, creo que “la claridad es la cortesía de los filósofos” como escribió Bergson, el único filósofo que tuvo un premio Nobel de literatura.

Siempre que me pongo a escribir algo, es con el deseo de verlo publicado y leído. Escribir es una forma de diálogo: sólo cabe escribir para uno mismo cuando se está luchando contra la censura.

Los editores y correctores siempre me han tratado bien. Apenas me llamaron la atención cuando ponía “1941” en lugar de “1491” y fueron tan amables como para advertirme que “esa frase no se entiende”.

¿Por qué fue tan largo el camino de Natura hasta encontrar un editor?

Es un hecho que hace cincuenta años el país tenía la mitad de población y se leían muchos más libros. Cuando yo era estudiante, había dos o tres editoriales dedicadas sólo a la filosofía. Aun reconociendo que en todo el mundo el libro tuvo que competir con los medios audiovisuales, en la Argentina hubo un lento y sostenido retroceso de la educación, de modo que a pesar de haber más universidades, el público culto es más restringido.

El mundo editorial siempre fue bastante frágil: tuve contratos firmados que se anularon porque sus promisorias empresas quebraban, cambiaban de dueños o simplemente de gerentes. Y, en particular, mis libros tuvieron una historia azarosa. Si se publicaron no fue por un trámite “normal” sino gracias a contactos fortuitos y algún golpe de suerte. El sentido de la ciencia ficción fue concertado con el editor y tuvo una aceptable difusión, pero todos los demás me costaron sangre, sudor y lágrimas. La Tecnarquía (1973) apareció en Barcelona después de vagar tres o cuatro años por las editoriales argentinas, gracias al interés que puso en él un colega que tenía un hijo trabajando en Barral. A la Argentina llegaron unos pocos ejemplares, y poco después la legendaria Barral quebró. El Señor de la tarde (1986) también peregrinó diez años y sólo pudo publicarse aprovechando el auge de El Péndulo y Minotauro. Pero cuando escribí la versión definitiva tuve que volver a peregrinar. Sólo encontré editora con la ayuda de un amigo, pero esta vez fue ¡en la isla de Malta!

Con Natura, el libro que está por publicar la Universidad de Quilmes, intenté hacer algo más cercano al marketing. Descubrí que esas editoriales que nos invitan amablemente a comunicarnos con ellas, por lo general no contestan y pueden llegar a ponerse groseras. Las pocas que se excusan, es para decir que ese no es su tema o que acaban de tomarse un descanso. Mi libro no fue rechazado, porque nadie llegó siquiera a hojearlo. Eso sí, desde entonces no dejan de enviarme propaganda.

Un día dos jóvenes docentes tuvieron un gesto nada común y me pidieron autorización para usar un texto mío en un curso de ingreso. En plena charla, me sugirieron que ofreciera mi libro a alguna universidad, por ejemplo la de Quilmes. De pronto caí en la cuenta de que tenía amigos allí y nunca se me había ocurrido usarlos como “contactos”. A partir de eso todo corrió sobre rieles: el libro superó los controles académicos, obtuvo los avales necesarios y encontró un lugar en el plan editorial.

¿Por qué demoró veinte años en escribir Natura?

Si tardé tanto tiempo en concluir Natura es porque no acababa de precisar cuál sería su tesis, y mientras tanto el mundo seguía cambiando. Un día, como suele ocurrir, todo pareció “cerrar” de una vez, y las partes acabaron de ordenarse.

El origen remoto de Natura está en La Tecnarquía. Cuando apareció este libro recién se empezaba a hablar de ecología, y sentí que esa era una de sus carencias. Los tres artículos que entonces le dediqué en Criterio son el germen de este libro. A eso vino a sumarse la experiencia de escribir durante quince años en el suplemento Futuro de Leonardo Moledo, que me permitió ampliar y profundizar conocimientos.

Cuando irrumpió el posmodernismo me puse a escribir Natura, comenzando por lo que terminó por ser la última parte. Descubrí que había un nexo que lo unía con lo que había investigado para la biografía de Dick y el librito de divulgación sobre la New Age. Cuando se emprende una obra de largo aliento, uno moviliza todo lo que ha hecho antes, incluyendo las dudas, las ignorancias y las inevitables reiteraciones.

¿Podría ofrecer una síntesis?

No puedo resumir aquí un texto que llegó a tener cierto volumen, pero puedo señalar cuáles son sus ejes. Encuentro que la idea de Naturaleza que se ha manejado en Occidente proviene de cuatro vertientes distintas: la griega (la diosa Naturaleza), la bíblica (la Creación como artefacto), la gnóstica (el mundo como ilusión) y la hermética (el hombre, amo del mundo). Natura propone una analogía con los movimientos telúricos para describir los choques de esas cuatro matrices que se dan en las grandes crisis históricas, como la del siglo XIV (que da origen a la modernidad) y la del siglo XX, que le pone fin. Estos procesos abarcan unos 1800 años, pero más de la mitad del libro está dedicada al siglo XX y lo que va del XXI. El esoterismo aparece como un importante factor que suele ser soslayado por los historiadores. La interacción entre ciencia, religión, filosofía y esoterismo permiten ver bajo otra luz ciertas instancias históricas, incluyendo la irrupción actual del nihilismo.

¿Por qué el prologuista es Golombek?

En cuanto al prólogo, una de las “identidades” que me adjudican es la de divulgador científico. Diego Golombek es un personaje multifacético, que entre otras cosas ganó el premio Kalinga que la UNESCO da a los grandes divulgadores. Él es quien defendió mi libro y se ofreció para prologarlo, con su inconfundible estilo.

Conozco su posición negativa sobre la relación entre universidad y crítica de ciencia ficción (´crítica androide´), ¿qué opina de la filosofía y su relación con la universidad?

El sistema mundial de ciencia e investigación que diseñó Vannevar Bush a partir del proyecto Manhattan, es una compleja maquinaria que acumula más éxitos que fracasos. Es cierto que no logra evitar el fraude y la proliferación de papeles irrelevantes, pero su eficiencia relativa está garantizada por la ley de los grandes números. No es ideal, pero se ha hecho necesario.

¿Defendería la idea de la filosofía como parte del género fantástico –Borges dixit- o asume que la validez discursiva de la filosofía está más cercana a la de las ciencias duras?

Si tuviera que situar a la filosofía entre los extremos del formuleo matemático y de la prosa poética, la pondría un poco más cerca del primero -si bien históricamente ha oscilado entre ambos. Los primeros filósofos poetizaban y los primeros científicos filosofaban. Pero el hecho de que Kant escribiera mal y que Nietzsche fuera un gran prosista no le quita ni añade nada a sus ideas. Después que el estructuralismo y la filosofía analítica se propusieran ser ciencias tan “duras” como las físicas, hemos pasado a movernos en un espacio difuso donde se privilegia el ingenio y hasta la oscuridad. Como escribiera Séneca en una época parecida, “nuestra filosofía se ha vuelto filología, porque enseñamos a disputar, no a vivir.”

¿De qué manera conecta filosofía con ciencia ficción?

No es mucho lo que he escrito sobre filosofía. Aparte de La Tecnarquía, que podría haber sido una tesis de doctorado, escribí algunos artículos que aparecieron en Criterio. También hubo colaboraciones en obras colectivas que llegué a tomarme muy en serio, a pesar de lo que se estila.

En lo que respecta a los cruces de géneros, la ciencia ficción se deja ver en los ejemplos y las notas; hasta hay un título (La Tecnarquía) que tomé de un cuento de Anthony Boucher. La filosofía aparece en Idios Kosmos y en la última parte de Cordwainer Smith: es lo que más molestó a los críticos estadounidenses, porque violaba sus criterios departamentales.

En cuanto a Natura, preferiría encuadrarlo en la “historia de las ideas”, porque hoy es un tanto difícil definir qué se entiende por filosofía.


Que esté por publicar un libro de historia de las ideas como
Natura, ¿reafirma su posición de que el género ciencia ficción está agotado?

No pretendo dar por muerta la ciencia ficción, pero pienso que al haber estado siempre unida a la idea del progreso, fue arrastrada por su crisis. Cada vez que trato de ponerme al día, me cuesta encontrar autores que no escriban pensando en el cine y sus efectos especiales, o que no pretendan secuestran al lector con historias infinitas que se venden por suscripción.

En 2016 se cumplen 50 años de El sentido de la ciencia ficción. ¿Le merece alguna reflexión?

A cincuenta años de su publicación, creo que aquel libro ha cumplido su modesto propósito: llamar la atención de aquellos a quienes correspondía ocuparse del género.

¿Se considera encorsetado bajo la figura del crítico y/o historiador de ciencia ficción?

Mi primer libro quiso llenar un vacío que había descubierto siendo estudiante. Como mi formación era filosófica, quise abrir el debate para dejarlo a cargo de los profesionales de las letras. Pasó medio siglo, y con del descubrimiento de los “géneros” el tema se hizo respetable y llegó a ser motivo de tesis, congresos y seminarios. Acabo de recibir la tesis de una profesora holandesa que trata de la ciencia ficción como recurso epistemológico: hace 50 años yo debía ser el único que sugería esas cosas.

Es natural que a los aficionados a la ciencia ficción, sólo les interesen mis aportes al género. Al presentarme, los periodistas suelen decir que “le dedicó toda su vida” a la ciencia ficción, a Cordwainer Smith, a Philip K.Dick, a Ballard, etc., como si hubiera tenido varias vidas. Me dieron un diploma Konex como escritor de ciencia ficción, con apenas dos cuentos juveniles, porque al parecer, al rubro de los críticos ya lo tenían lleno. Después eliminaron también a los escritores porque no tenían dónde poner a los editores.

Hay otros que me creen crítico de cine porque escribí sobre Tarkovski, o divulgador científico por mis columnas de Futuro: es lo que pasa por ser poco profesional. Un día, en un documental sobre Henry F. Thoreau vi que junto a los catedráticos ponían a un tipo mal entrazado a quien rotulaban como como independent scholar. ¡Ese venía a ser yo!

¿La crítica de ciencia ficción es y fue para usted el laboratorio textual en el que mejor pudo desarrollar su filosofía e, incluso, su concepción teológica?

El hecho de moverse en distintos campos y dirigirse a distintos públicos no sólo ayuda a formular con más claridad las ideas; también permite descubrir que los “distintos” no lo son tanto y que uno no posee la verdad.

La fe y la práctica católica son parte de mi identidad, si bien siempre traté de no ponerlas en evidencia para que el lector no se sintiera invadido. Sin embargo, el primer librero marxista que hojeó La Tecnarquía no tardó en darse cuenta.

El hecho de no haberme formado en un medio católico cerrado me ayudado a respetar el punto de vista ajeno. Además, me bautizaron Pablo, como aquel tipo que en lugar de quedarse disputando con los suyos se fue al encuentro de los paganos, que para el caso no eran nada amigables.

¿Su fe católica le impidió tomarse con seriedad el gnosticismo de Philip Dick?

Aunque el apéndice de Idios Kosmos llegó a molestarle a Ricardo Piglia, tuvo más éxito que el libro: nadie dejó de piratearlo. Allí quise señalar el trabajo que me costó comprender a Dick, un pensador “bizarro” (tanto en el sentido del diccionario como en el mediático) cuyo misticismo no dejaba de incomodarme. Las “experiencias” que allí cuento no son sincronicidades junguianas ni fenómenos paranormales; son lo que suele ocurrirle a quien se sumerge en un tema y queda durante un tiempo obsesionado con él.

¿Natura tiene ya su continuidad en otro volumen? ¿Qué está escribiendo hoy día?

Tengo varios inéditos que ya han superado la etapa de revisión final. Uno es sobre utopía y ciencia ficción. Iba a formar parte de una tetralogía con Conspiraciones, Aspiraciones y Maquinaciones, que se interrumpió por las repercusiones de la crisis económica de España.

El otro es de humor, una Taxonomía del intelectual criollo con la cual culmina una serie de textos publicados a lo largo de varias décadas. Propone una clasificación zoológica de los intelectuales argentinos, para pasar revista a sus mutaciones, mestizajes, extinciones y reciclajes.

Actualmente, estoy escribiendo otro libro sobre ciencia y religión, que está bastante avanzado, y una autobiografía, que empecé hace poco.

¿Se considera el referente de algún tipo de crítico o intelectual? ¿Recibe consultas?

En general, recibo consultas de gente que está haciendo su tesis: aquellos que no me conocían, descubren mi nombre en cuanto se meten en la bibliografía. Considerando que siempre me tocó trabajar solo, me siento obligado a acompañarlos. En cuanto a los lectores, siguen apareciendo mucho tiempo después que desaparecieron los libros, y ya van por la segunda generación…

Finalmente, ¿Pablo Capanna es un filósofo que también escribió sobre ciencia ficción o un crítico de ciencia ficción que también incursionó en filosofía?

Eso es algo que tendrán que decir los lectores, pero yo seguramente no estaré de acuerdo.

©RevistaColofón

Escribe Roberto Lépori

Roberto Lépori [Córdoba, 1976]

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