En Querida (Caleta Olivia), Gabriela Bejerman sorprende al lector por su exuberante naturaleza sensual. Una poética donde las sensaciones ofrecen una presencia capital. Poemas que tensan la cuerda del sentimiento y logran un aire de fresca intensidad: el universo del deseo.
-¿Qué tipo de emociones te alentaron a escribir un libro como Querida?
-Una felicidad explosiva, el flash en la retina, en el paladar. Un presente revelándose a nuestra humilde conciencia. Es un destello y se atesora, crece en palabras, que son cofres construidos para volver a abrirse. Cuando encandilarse da un respiro, verter palabras, buscar ese hilo dorado.
-Este libro, principalmente en su primera parte, reúne poemas de carácter celebratorio en torno al amor. El sabor del amor. Las sensaciones en tu poética juegan una presencia capital.
-Desde hace mucho juego, busco disolver el sentido y celebrar la sensación, deshacer la mente que hay en las palabras para dejarlas latir, ser pulso, color, vibración. La felicidad no anda si tiene explicación, su más literal traducción es un poema en que viajamos, luz adentro de la luz, tomándonos de las manos. Lo más parecido que hay entre las palabras y enamorarse es la poesía.
-Leo algunos versos de “vértigo caliente”: “Un segundo antes de respirar/ pienso en tus labios y me zambullo/ Siempre hay tiempo para un beso”. La boca, además de ser una zona erógena, oficia de verdadero catalizador en tu poesía…
-La poesía nace en la boca, se paladea, se mastica, escupe destellos de saliva. Aquí el sorbo de agua aún es cuenco, bola líquida, útero, magma. La zambullida en el beso es como la zambullida en la poesía, no pensar, dar un paso, cerrar los ojos y encontrar el sabor prístino. Sin cerrar los ojos no podría encontrar la entrada al laberinto. Después vendrá el caminito para poder salir…
-Tu poema “putita” es un verdadero tour de force. Con él articulás una voz que pronto se desdobla. Un decir en continua invención. De modo que, una situación muta en otra frenéticamente, una detrás de otra. ¿Cuál es la historia de este poema?
-Aprendí el diálogo y el humor de Luciana Caamaño, musa de este libro y sobre todo de este poema en que, fiel al deseo, todo es posible. Tirante, la risa no resbala, te tiembla de cosquillas hasta que reaccionás y te ves cara a cara con alguien más. Un espejo, otra yo, otra vos, otra.
-¿Existe algún tipo de vínculo entre transgresión y lirismo?, si es así, ¿cuál sería?
-La poesía está al borde de las palabras, las abarca, las hace trizas, las atiza, si quiere se las morfa. La lírica más encumbrada también está al borde de las palabras, justo antes de caer o de volar, justo antes de zarpar a otro idioma, a otra lengua, la que nos encuentra en el beso para unirse y transformar el color de la sangre.
-¿Qué te estimula como lectora de poesía?
-Una vez le pregunté a Ezequiel Alemian: qué buscás en un poema, y me respondió: Emoción. Estábamos tomando vino en su casa hace mil años pero aunque ahora somos padres de hijos pequeños y nos tiramos al piso por otra necesidad, nada cambió en relación a eso. Él lo dijo por mí. Quiero una revelación palpitante, quiero el sonido de un secreto que no puede decirse de otro modo. Quiero encontrar lo que sé decir, porque no sabía hasta leer.
-¿Y al escribir un poema?
-Esa puntita de porcelana, tan delicada, esa puntita de dos o tres palabras, o de un hálito aún silencioso, que encontramos en el camino, la visión de un orden o el momento de abandonar la dirección de nuestra mirada. Esa puntita de porcelana, tan delicada, sólo puede ser tirada con la delicadeza de su materia, la del espíritu, la de un deseo que se acopla a la materia de su goce casi sin imponerse, porque si no quebraría la sutileza, la pureza de tiempo que se despliega como un helecho, lento y perfecto, y a cada paso estamos a punto de arruinarlo. Cuidado.
-En “una pera llega a mí”, glosás la sensación que se tiene al comer ese fruto, comparándolo con “el sabor de Dios”. ¿Qué verdad otorga el sabor en cuanto a sensación poética?
-Siendo un alma morfona, golosa, glotona, me hacés ver con tu pregunta que parece que lo único que hago al escribir es seguir comiendo, pasteleando bomboncitos para compartir sobre un mantel, sobre un valle de primavera con mariposas y ardillas fosforescentes. Pero una simple pera real será revelación sólo si el tiempo que ella pide es escuchado, y atendido.
-En “música de pileta”, operás de un modo diametralmente opuesto al común denominador de tus piezas. Básicamente asociás palabras de diferentes contextos para resignificarlas a través de un extraño ritmo. Lógicamente, esto genera más que una grata sorpresa. ¿Qué lugar ocupa la experimentación en tu decir?
-No podemos decirlo literal, así no opera. Este amanecer que estoy viendo ahora, si te digo dorado, miento, si te digo salmón en andas, me acerco. Cualquier esbozo será artificio, buscamos de nuevo cada vez, buscamos como si recién hubiéramos nacido y las palabras todavía fueran mágicas, pronunciables, radiantes y chillonas.
-¿El tono hace al poema?
-El susurro puede crecer pero incluso el grito no dejará de esconder un hilo, un hilo dorado, como el de este amanecer que sigue entrando, abarcando las plantas, manchando de luz las sucias palomas. Sin tono habría sólo diccionario, gugl, teclitas tontas que andan perdidas como hormigas. El tono es nuestro amigo, la confianza cuando al fin hacemos audible el son de nuestra almita.
-¿Qué dos o tres autores siempre te han acompañado a la hora de disfrutar la buena literatura?
–Juanele, Marosa, Delmira, Héctor Viel.
-¿Por qué?
-Por ser poetas del éxtasis.
-¿Existe la falsa poesía?, si es así, ¿cómo la describirías?
-La reconozco por su recalcada intención, o por su falta, su carencia, eso que no llega a hacer, o por su abundancia chambona. Nadie tiene intención de hacer falsa poesía, pero saber callar no es fácil en la verborragia de este mundo.
-Por último Gabriela, ¿estás escribiendo un nuevo libro de poemas?
-Aurelia, inédito, es un libro de poemas de orfandad y maternidad, escrito en los años que van desde que supe que me podía encontrar cara a cara con la muerte, hasta que ocurrió. Así conocí la entrega, ser un cuerpo para otro cuerpo. Después vino el hijo y su felicidad inimaginable.
Gabriela Bejerman (Bs. As., 1973), publicó libros de poesía (Alga, Crin, Pendejo, Ubre) y de narrativa (Presente perfecto, Linaje, Heroína y Un beso perdurable). A fines de los noventa editó la revista Nunca nunca quisiera irme de casa. Como Gaby Bex, editó un álbum de música electrónica: Mandona. En 2014 dirigió Campo cascada, obra teatral inspirada en Jane Bowles. Trabaja coordinando talleres de escritura.