En el mes de Halloween, reaparece el interés por un concepto, que, a pesar de los intentos por evadirlo, no deja de estar entre nosotros: lo siniestro, aquella dimensión de la existencia que explicita su lado más sombrío.
El arte, el cine, la mitología y la filosofía vuelven recurrentemente sobre esta noción y desde Revista Colofón hacemos nuestro aporte al análisis de la misma. Escribe Gabriela Puente, ilustra Lucas Iranzi.
Etimológicamente los términos diestra (dexter) y siniestra (sinister) se refieren a una disposición en el espacio, esto es, a la derecha y a la izquierda, respectivamente.
A lo largo de la Historia, lo diestro y siniestro fueron cargados de características morales, de manera positiva el primero, negativa, el segundo. La literatura sobre el tema explica esto remontándolo al campo de lo religioso, más específicamente, a los auspicios observados por los augures romanos que interpretaban los vuelos de las aves: si estas giraban hacia la derecha, el pronóstico era óptimo, hacia la izquierda, funesto.
El cristianismo magnifica la oposición diestra/siniestra para explicar la diferencia radical entre el Bien y el Mal. De manera tal que lo siniestro fue considerado el lado oscuro y opuesto a lo divino, aquello que está torcido desde su origen, mientras que, por el contrario, la diestra supone una rectitud.
Lo siniestro fue vinculado con la dimensión ctónica e inframundana, tan cara a las religiones paganas, y traducido directamente como diabólico; del lado izquierdo quedaron también las nociones de lo femenino y la naturaleza, asociadas en el cristianismo con el concepto de pecado original.
Hubo que esperar hasta los siglos XVIII y XIX, cuando, en tiempos del movimiento romántico, surgió una resignificación y valorización de lo tradicional, popular, pagano y, con ello también, de lo siniestro.
Hoy en día, en la cultura de masas como el cine y la literatura podemos encontrar un género como el folk horror, terror folklórico o popular, que transita la vía de la izquierda, o siniestra, en tanto que retoma temáticas relacionadas con la ritualistica pagana y la noción de la naturaleza como zona de lo inaprensible. En el cine podemos mencionar filmes como “El hombre de mimbre” de la década de 1970, o las más recientes “Midsommar” y “Men” como representantes del mencionado terror folklórico.
Algunos autores remontan el origen de este género estético a las postrimerías del siglo XIX, influenciado por la obra cumbre del antropólogo James George Frazer, La rama dorada.
Frazer lee con entusiasmo la Eneida de Virgilio y vislumbra algo siniestro, algo oculto, en el momento previo al descenso al inframundo de Eneas. Este héroe antes adentrarse en las moradas del Hades, por consejo de la sibila de Cumas, debe ir a los bosques sagrados de Artemisa, la Diana cazadora de los romanos, y arrancar una pequeña rama de uno de sus árboles, que oficiará como pago simbólico a Caronte, el barquero del inframundo.
Frazer impulsa una hipótesis: el hecho de quebrar y romper la rama no es más que una supervivencia mimética de un ritual antiguo, a saber, el sacrificio de un sacerdote de Artemisa con el objetivo de venerar a la diosa, pero todo esto, a su vez, oculta un fenómeno mucho más antiguo que se remonta a la noche de los tiempos: el sacrificio ritual del hijo/amante de la gran Diosa, que será desmembrado y cuya sangre regará los cauces abiertos en la tierra madre, para aplacar su sed y fertilizarla.
Súbitamente nuestro antropólogo, se sumerge, quizás replicando al héroe de la Eneida, en la matriz siniestra de las religiones europeas de la antigüedad y comienza a hallar por doquier en pueblos grecolatinos, germanos, eslavos, sajones y celtas, entre otros, la estructura matrilineal sacrificial de los cultos paganos a la naturaleza que subsisten durante el cristianismo a través de diversas oleadas de sincretismo.
Pero quizás la interpretación más conocida de lo siniestro es la llevada a cabo hacia el siglo XX por Sigmund Freud, quien afirma que lo siniestro u ominoso se relaciona de manera directa con lo familiar, o mejor dicho con su negación; lo siniestro es lo familiar que ha dejado de serlo. Tanto la naturaleza como lo doble, o cualquier velo de familiaridad que caiga y desoculte algo que siempre estuvo allí, evoca el brillo oscuro de lo ominoso.
Quizás este concepto sea heredero de lo sublime romántico, de aquella sublimidad terrorífica de la que hablaba el filósofo alemán Immanuel Kant. Para éste, el sentimiento de lo sublime (también el de lo bello) es el fundamento de la praxis artística. Lo sublime natural genera un terror atávico en el hombre, es así que el arte es producido, desde los orígenes de la humanidad, para conjurar los abismos más profundos de la existencia, donde el ser humano no deja de estar en riesgo.
En pocas palabras, hay algo, detrás de los conceptos de lo sublime y lo siniestro, y quizás de todo concepto y noción creados por la humanidad; y de todo aquello oculto y velado, que no es sino la muerte. En la expansión más absoluta del vacío, allí donde lo pleno y lo vacuo se entraman, podemos decir, parafraseando a Julio Cortázar, que allí en el fondo está la muerte, y agregamos, también lo siniestro.
Finalmente podemos concluir que lo siniestro es antes que nada una cuestión del espacio, algo así como una duplicación invertida del mundo, como la mano izquierda lo es de la derecha.
Sin embargo, el espacio no incumbe sólo a lo espacial, así como tampoco el tiempo consiste solamente en una cuestión temporal. Estas coordenadas que nos permiten ordenar nuestra experiencia sensible, también hacen lo propio con los sentimientos morales; da cuenta de ello el hecho de que ejes espaciales como es el caso de “arriba” y “abajo” hayan servido desde tiempos inmemoriales para trazar una divisoria entre lo bueno y lo malo, la salvación o condena eterna; por poner sólo un ejemplo, el simbolismo de la señal de la cruz es un recordatorio de la gloria de dios; los ejes de arriba y de la derecha evocan el cielo y a los justos que se sentarán al lado del trono de dios; por el contrario, abajo y a la izquierda refieren a los condenados del infierno; cada vez que un creyente hace esta señal se inscribe en esta concepción espacio/moral del mundo.
Cambiar de dirección, ir hacia lo otro, lo torcido, lo excluido, lo horroroso y siniestro, puede permitirnos acceder a una dimensión sublime de la existencia. Y reconocer lo que se halla allende de las fronteras de nuestra experiencia puede quizás también ayudarnos a expandirla.
Bibliografía
Freud, S. (1976). “Lo Ominoso” en Obras completas 17, Buenos Aires, Amorrortu.
Fraser, j. G. (1944). La rama dorada, D. F.: Fondo de cultura económica.
Kant, I. (1991). Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, D. F.: Porrúa.