Los feminismos en la era de la manósfera y el 4B

Hace ya tiempo que el feminismo se ha instalado como discurso social; sin embargo, la concientización de género que éste conlleva genera violentas reacciones y diversos foros de internet se han convertido en el caldo de cultivo de un pensamiento cada vez más teñido de misoginia. Gabriela Puente analiza estos temas a partir de fenómenos tan disímiles como el 4B surcoreano y la manósfera. Ilustra Mariano Lucano.

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Corría el siglo V a. C., la guerra del Peloponeso producía estragos en el ejército ateniense, Esparta iba venciendo. En Atenas, Aristófanes presenta una comedia, Lisístraca, en la que se burla de la performance bélica de sus conciudadanos. La burla llega al paroxismo cuando, en la obra, los soldados se ven obligados a abandonar la guerra motivados por una hazaña de las mujeres atenienses que habían comenzado una «huelga sexual» para que finalicen las batallas.

Esta historia no tendría demasiada relevancia si no fuese porque la realidad, una vez más, parece copiar al arte; luego del triunfo electoral de Donald Trump, algunas mujeres estadounidenses, como sus pares de la comedia ateniense, llamaron a sus compatriotas a llevar a cabo una huelga sexual contra los hombres conservadores que llevaron a Trump a la presidencia.

Este fenómeno toma como modelo el 4B surcoreano, un movimiento feminista nacido en 2019, cuyo nombre hace referencia a «bihon» que significa no al matrimonio, a «bichulsan» que significa no al parto, «biyeonae» no a las citas y «biseksu» no al sexo.

Pero, Lisitraca no es la única referencia artística a la que podemos recurrir al analizar el 4B. En el año 2016, Mariana Enríquez publica un cuento llamado «Las cosas por quemar» en el que se narra un fenómeno de resistencia política extrema.

El relato transcurre en tiempos distópicos, de violencia feroz contra las mujeres, que comienzan a ser quemadas por sus parejas. Como respuesta, surge un movimiento de resistencia; algunas militantes se apropian del fuego y se incineran a sí mismas de manera estratégica y controlada, activando circuitos clandestinos de rescate llevados a cabo por redes de mujeres profesionales, como médicas y demás, que atienden y evitan la muerte de las activistas.

Todo esto pertenece a una especie de ética de la autoinmolación voluntaria, donde la partícula «auto» no tiene nada de individual; y convertida en una acción colectiva interroga a uno y otro género.

En el cuento podemos rastrear, a través de las quemas, una referencia muy fuerte a un sujeto histórico, la bruja, que otorga un símbolo de lucha con el cual identificarse. Recordemos que el fenómeno histórico conocido como caza de brujas se extendió por todo Europa y parte de América, con distintos niveles de crudeza, desde el siglo XV hasta el XIX. Los juicios, seguidos de la muerte en la hoguera, contra miles de mujeres fueron perpetrados tanto por la institución católica de la Inquisición, como por tribunales protestantes.

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Durante milenios el espacio público fue ocupado por varones; las mujeres, por su parte, fueron recluidas en tareas domésticas y de cuidado desarrolladas en el espacio privado.

Desde el siglo XIX, los feminismos pugnaron por la presencia de las mujeres en la palestra pública y por derechos igualitarios. En el siglo XXI se redefine el espacio público con la introducción de la dimensión de lo «virtual» en Internet, hasta el punto en que hoy en día las redes van tomando un rol central en el fenómeno de socialización. ¿Quienes habitan este espacio de lo «virtual»? ¿En qué devino la caza de brujas moderna? En este punto entra en juego la «manósfera». El neologismo hace referencia a una especie de ecosistema conformado por sitios web, foros, blogs, canales de YouTube, etc., centrados en contenidos misóginos y de supremacismo masculino.

Hay diferentes movimientos dentro de la misma esfera, como los incels (que se ven obligados a llevar un celibato involuntario) los «red» y «blue pillers» (términos tomados de la película Matrix que refieren a aquellos que han decidido despertar o quedar adormecidos ante lo que para ellos es status quo actual donde, gracias a la «ideología de género», las mujeres tienen privilegios sobre los hombres); y los más extremos, «black pillers» (que llegan a perpetrar atentados en el nombre de la supremacía masculina perdida), entre otras variedades de discursos en los que no profundizaremos aquí.

Sin embargo, más allá de las sutiles diferencias, todos parecen tener en común un llamado al regreso a los roles tradicionales, donde el varón ocupaba la cúspide de la jerarquía de géneros. Desde el punto de vista de estos sectores, el feminismo sumado al movimiento LGBT son señalados como los responsables de la ruina de las tradiciones ­occidentales-.

La manósfera toma ciertas conceptualizaciones extraídas de la economía, la psicología conductista, la filosofía, la ética (sobre todo la estoica, o, mejor dicho, una lectura sesgada del estoicismo), y el coaching, mezcladas de manera arbitraria y fragmentada; a veces aderezados con rituales coercitivos similares a los de las agrupaciones sectarias.

Prima, sobre todo, un pensamiento mercantilista, individualista y cosificante que concibe a las mujeres como bienes comunes que deben poder repartirse, o, más específicamente, como mercancías de alto o bajo valor al que se puede acceder en el «mercado sexual».

Por último, entre los gurúes de la manósfera podemos citar, dentro del mundo angloparlante, a Andrew Tate, acusado de los delitos de trata de personas y violación; por su parte, a nivel latinoamericano, uno de los referentes más célebres es el influencer Temach.

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Desde una mirada no tan atenta podríamos pensar que la ofensiva, la contraofensiva y la resistencia se asemejan. Pongamos por caso el movimiento incel y el 4B, los varones que participan del primero no tienen sexo; las mujeres que adhieren al segundo, tampoco. Sin embargo, estas últimas eligen voluntariamente no vincularse con varones, pero nada impide que puedan relacionarse sexoafectivamente con otros géneros. Para movimientos como el 4B, el deseo se encuentra conectado con un compromiso político que intenta identificar, poner en cuestión y deconstruir los mandatos tradicionales con los que las mujeres fueron socializadas durante milenios.

Por el contrario, los discursos de la manósfera acerca del deseo masculino se enmarcan en una concepción biologicista, entendido como una descarga animal absolutamente necesaria para la especie; lo cual fundamenta el derecho individual del varón a tener una pareja. En este caso, como ocurre en diversos discursos de las derechas, el orden del ser y del deber ser terminan confundiéndose, siendo el primero la piedra angular del segundo. Se toma por natural lo que es en realidad disciplinamiento social, entendido como mecanismos reguladores del género.

La manósfera no es simplemente un espacio donde los usuarios comparten opiniones y creencias, sino que es un espacio de socialización que modela una subjetividad de carácter misógino, a partir de la exigencia de que el cuerpo de las mujeres sea devuelto a sus antiguos «dueños»: los varones.

En el cuento de Enríquez, la autoinmolación permite la expropiación del cuerpo femenino a la socialización misógina. La muerte, o la inmersión parcial en ella, restituye el cuerpo a las subjetividades femeninas. Por supuesto que esta estrategia puede ser debatida, dado que pareciera reproducir la violencia sobre el cuerpo femenino que se quería criticar, pero debemos recordar que es de naturaleza ficcional. De cualquier manera, queda claro que la militancia sigue requiriendo del soporte corporal. Y el espacio donde se mueven los cuerpos sigue teniendo una preeminencia ante lo virtual.

Quizás sea en este enrevesado vínculo entre lo virtual y no virtual donde reside el verdadero peligro de la manósfera; porque es ese punto donde ambos ámbitos se retroalimentan, y en el que uno puede funcionar como el continuo del otro, de manera tal que la violencia virtual dirija y descargue su furia sobre minorías de género que habitan el espacio público.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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