Retrato: Mariano Lucano

Los Perros: Entrevista a Diego Tomasi

Mientras su novela Mil Galletitas conmueve a primera vista, el autor de El caño más bello del mundo habla con nosotros de Córtazar, Riquelme, el Indio Solari y el oficio literario.

1. Estoy ahí, es su casa. Son las cinco de la tarde y la tarde es casi penumbra. Mi primer ídolo fue Maradona, dice Diego con la perra a upa. Yo me llamo Diego porque mi viejo me puso así por Maradona.

La idea de ídolo es conflictiva para mí. Crecí viendo un tipo que estaba prácticamente retirado en el mundial 94. Crecí viendo a un tipo que admiraba profundamente en lo que hace y que me generaba conflictos en todo lo demás. Para mí es importante que sea Maradona el primero. De ese modo puedo entender mi relación con los que lo siguieron. A partir de ese primer ídolo, yo diría que no tengo ídolos, porque si los tuviera me bancaría todo. Yo admiro mucho a la gente que sabe sobre aquello a lo que se dedica. No al que le sale algo intuitivamente sino al que es un estudioso. El Indio Solari y Riquelme me conmueven por eso.

<<A mí me parece bien que cada uno construya un personaje. En parte, para proteger a los demás de lo que uno realmente es>>

Cortázar es un poco distinto, dice y manotea el aire. No lo leí en la escuela, porque en la escuela no leí casi ningún libro. Pero aprendí a admirar a Cortázar en el marco de mi investigación. Lo que había antes era cierta afinidad con el personaje, una suerte de amistad, que después se consolidó. Cortázar sabía más acerca de lo que nosotros sabemos que él sabía. Cortázar podía hacer un análisis brillante de una obra de arte en el medio de un relato sobre un día común en el que vio un perro y se comió unas papas fritas. Pero hay capítulos de Rayuela que me tienen harto, dice, como si fuera necesario decirlo, y asiento.

2. Yo no le hablo igual a la mina que me vende el pan, que a ustedes acá –no soy sólo yo. Hay más de una persona escuchando a Diego– que a una novia. No sos el mismo tipo. No podés ser el mismo tipo. A mí me parece bien que cada uno construya un personaje. En parte, para proteger a los demás de lo que uno realmente es.

3. Creo que seríamos mucho más felices sin los medios de comunicación. Tal vez necesite ayuda, no tengo uñas, y me acerca la Cindor para que la abra. Abro la Cindor.

4. A mí, como a Cortázar, me parece que la literatura es un juego. Pero con el reparo de Cortázar: que hay que tomárselo en serio ¿Qué significa que sea un juego? Que hay reglas. Desde cuestiones sintácticas, hasta el cuándo y el cómo se escribe un texto. La complejidad está en crear algo bajo reglas estrictas.

Para boludear, boludeo en otros lados. Después yo no sé bien para qué sirve la literatura, contesta, aunque uno siempre considera un mínimo irrenunciable de utilidad: que el texto sea legible.

5. Pasé por el momento en que pensaba que el artista tenía que estar comprometido, sobre todo cuando estaba en la facultad. Después me fui alejando casi por decantación, aunque todavía no sé si puedo argumentarlo teóricamente. Me gustan tipos muy comprometidos con su época y con su mundo y otros tipos completamente alejados de la realidad. Me gusta mucho Walsh, pero lo admiro, en realidad, por como escribe, no por otra cosa.

<<El verdadero hijo de puta nunca es un mediocre>>

Nunca me quedaría, dice Diego frente a un falso dilema que le planteo, con un tipo mediocre. El otro día se me ocurrió que para escribir bien hay que ser buen tipo. Es muy discutible. Pero, para que a mí me conmueva, tiene que haber en el arte algo más allá de lo que racionalmente incorporo. Uso la palabra conmover en un sentido un poco amplio: no significa ponerse a llorar, aunque también eso lo haga con frecuencia, dice Diego y se ríe.

Pero también me puede pasar que lea un tipo que probadamente es un hijo de puta, un tipo sin sensibilidad, y diga: qué bien, qué bien que lo hace. Por eso, en principio preferiría ir viendo caso por caso. Porque los hijos de puta no descansan nunca, dice Diego que dijo el Indio en el librito interno de un disco de Los Redondos. El verdadero hijo de puta nunca es un mediocre.

6. A mí me gusta la gente que busca la excelencia. La gente que trabaja, que revisa, que piensa, que recompone. Pero ni siquiera hablo de método, contesta Diego marcando un posible error y acomodando a la perra, sino de necesidad de saber o de aprender. Capaz no hay, nunca, ningún método.

A mí me gusta el Burrito Ortega, que es intuitivo. Pero admiro mucho más a Riquelme. O a Messi, dice Diego, que siendo naturalmente intuitivo, hizo un recorrido, un aprendizaje sobre el juego. Me gustan los que, llegados a un punto, no se conforman con el mismo libro siempre. Me gustan los que prueban. Por eso lo admiro a Cortázar incluso en sus experimentos fallidos. En sus libros políticos del final, que son los peores, banco la decisión de hacerlos, de asumir un riesgo.

<< Creo que seríamos mucho más felices sin los medios de comunicación>>

7. Pienso que es un signo de época, dice Diego. Lo primero, lo más visible, es lo individual. El tipo que puso algo en twitter y de repente es una estrella. El tipo que se puso en bolas en la tele y de repente el mundo habla de él. Todo tiene que suceder rápido, pero como resultado del esfuerzo individual o de la casualidad. No sé si esto se traslada directamente al ámbito de los escritores pero algo de eso hay. Esto que decís de que hay más ganas de publicar que de escribir.

Me detendría un poco más en este tema. Para mí es evidente que el escritor en algún momento quiere publicar: quiere ser leído o quiere ser querido. Quiero que me lean puede traducirse en quiero que me quieran. Obviamente, no es lo mismo un chanta que quiere vender libros para comprarse una casa en un country, que el tipo que quiere hacer las cosas bien. En principio, el escritor debería intentar escribir bien y después ver qué hace con eso.

8. No hay angustia más grande que ver tu biblioteca y pensar que en la puta vida vas a leer todos esos libros.

9. El humor constituye mi tradición, dice Diego sin haber soltado en media hora a la perra. En el momento en que empezás a convertir lo que hacés en algo solemne, hay que poner un freno y preguntarse: ¿y cuándo me voy a reír? Italo Calvino me marcó mucho. Cada tanto abro Las ciudades invisibles y leo una carilla para sentir que está todo bien. Diego sonríe.

10. En los últimos años me influyeron mucho las lecturas de taller. El loro de Flaubert de Barnes y HHHH de Binet empiezan a borrar los límites de los géneros, entre la vida y la ficción. Y aunque ese es un tema viejísimo, me interesa cada vez más.

11. Me opongo a un tipo de literatura, contesta Diego, y diría yo de modo de comunicar, que es las-cosas-hechas-como-así-nomás. Una cosa es intentar conseguir el habla o el lenguaje de un sector, o una voz concreta, y convertir eso en una narración y otra cosa muy distinta es: cualquier cosa que yo escriba es literatura. A mí me formó mucho la radio. Me acuerdo de que mi viejo se subía a un banquito porque la radio estaba alta y desde ahí me contaba lo que decían. La radio también es parte de mi tradición. Y en la radio hay una manera nueva de hablar que es: cuatro tipos hablan de cualquier cosa. En algún sentido, eso también es escribir así nomás. Y estoy en contra de eso: de las cosas hechas así nomás.

12. Veo literatura en cosas que son audiovisuales. Tal vez por deformación. Como no tengo conocimientos técnicos sobre el cine, mi criterio es más bien intuitivo. Pero hay largos diálogos en True Detective que son definitivamente literarios. El problema de la primera temporada surge cuando se intentó cambiar el punto de vista, de un protagonista al otro. Y eso derrumba todo lo que se venía construyendo. El final ya me parece un poco tirado de los pelos, aburrido, innecesario y cursi. Se pasa del diálogo a la acción, solo porque es el final de una serie y entonces hay que poner tiros y gente corriendo. El problema, ahí, es claramente narrativo. En general, las películas que me dan bronca, me dan bronca por problemas de guion.

13. Está muy bien que se usen cosas personales para escribir. Pero lo que importa es cómo. No vale solamente hacer catarsis.

14. La respuesta más sencilla y más real sería es que no estoy trabajando en nada, contesta Diego. Pero al mismo tiempo no es verdad. Está por salir un libro que hice sobre Sebastián Battaglia, que es básicamente una biografía que resultó de varios encuentros. La voz que habla es la suya, pero el que escribe soy yo. Es un libro que me gusta, al margen de que es muy específico.

Por otro lado, tengo dos novelas empezadas que no estoy escribiendo o que estoy escribiendo ocasionalmente o sobre las que tomo nota cada tanto. Las dos son distintas y son parecidas a Mil Galletitas, mi primera novela. Una es sobre una situación familiar. La otra es sobre canguros. Pero en ambas la pregunta central, como en Mil Galletitas, es qué hacemos con nuestro tiempo disponible: cuándo decido leer este libro, cuándo decido terminar una relación, etcétera.

<< Los hombres son, casi siempre, los que no están dispuestos a escuchar. Y yo me reconozco en alguna de esas cosas.>>

15. Mil Galletitas, que es una novela sobre plazos perentorios, fue escrita en plazos perentorios. Escribí la novela para mandarla a un concurso en un tiempo de un mes o dos meses. Hay capítulos que eran trabajos para la facultad. Hay partes que escribí en el subte, otras en Praga, otras en San Miguel. Pero me puse un plazo para reconstruir, para ordenar, y lo hice.

16. Para mí, Elsa es el personaje central de Mil Galletitas. Elsa es un poco el lector: la que observa el crecimiento de la locura y del miedo en el relato. Es un contrapunto, un acompañamiento y un paralelismo con Cecilia que es la mamá del nene en la novela. Para mí, era importante que los personajes femeninos fueran fuertes, contesta Diego. La presencia femenina fue muy intensa en mi vida. Tengo tres hermanas, tuve varias novias, estuve casado. No puedo pensar nada en mi vida sin que eso en lo que estoy pensando se vincule a las mujeres. Pienso que los hombres solos no habrían podido. No pueden andar solos. Los hombres son, casi siempre, los que no están dispuestos a escuchar. Y yo me reconozco en alguna de esas cosas.

17. Me interesa tratar de escribir menos, para comunicar más. Guardarme información, para que se pueda acceder a ella por vías indirectas. En la radio esta regla es importante. Pero también sirve para dejar una novia. Es posible que mis dos ejes sean estos: cómo manejar el tiempo y cómo manejar la información.

18. Escribo poco y voy a lo menos desde lo poco. Soy vago, además. Admiro a la gente que trabaja mucho porque soy muy vago en relación con la escritura. No me cambia la vida escribir hoy o mañana. Salvo que tenga que mandar la novela a un concurso.

19. Después de una hora, con la perra todavía en brazos, Diego dice: me gusta mucho cómo escribe Samantha Schweblin. Ella tiene muy claro cómo buscar la calidad y cómo instalarse en el ambiente con un nombre de prestigio. Tal vez, soy un poco injusto con otros autores, aclara Diego, pero el último libro que me mató fue uno de Pablo Farrés que se llama Literatura Argentina. Ahí habla de Aira, de Piglia, de Bolaño y de una generación de escritores que supuestamente nos marcaron a todos nosotros. Farrés leyó todo eso muy bien e hizo una novela divertidísima y por momentos, también, muy cruel.

<<Tener un perro implica cierto nivel de locura>>

20. Si no está la risa, falta el pensamiento. Si yo no logro reírme es porque no estuve pensando lo suficiente sobre eso. El juego siempre es algo serio. Por ejemplo: Pinky es mi perra, dice Diego y por fin la suelta para que se disperse en el departamento. Tener un perro implica cierto nivel de locura. Uno ordena su vida en función del perro, uno habla con el perro, uno pasea el perro. Pero pasear a Pinky es un juego serio para mí porque me hace pensar.

¿Cómo es que un ser viviente puede coordinar cuatro patas?, nos pregunta Diego, pero no pregunta en realidad. Uno ve y el perro no camina siempre igual. Hay veces que Pinky está apurada y a veces no. Y a veces me encuentro riéndome solo de cómo camina o de cómo quiere jugar con un perro que mide dos metros. Y, a veces, insiste, son todas boludeces, pero no del todo: esos detalles me llevan a pensar que está bueno disfrutar de cosas que no sirvan para nada. De lo inútil. En esas cosas hay vitalidad y si no están, de algún modo te morís en vida. En los momentos en que no pasa nada, hay casi siempre una explosión del disfrute: ¡puta, digo, estoy disfrutando de ver caminar a la perra! O puta estoy disfrutando de juntar fósforos usados.

Según se mire, son obsesiones, actividades insoportables para los demás, pero al mismo tiempo son búsquedas de belleza, dice Diego.

Ya es de noche y nos vamos.

Escribe Juan Agustín Otero

Nació en 1995 en la Ciudad de Buenos Aires. Colabora en varios medios gráficos y digitales con notas y ensayos sobre literatura. Actualmente, es editor en Revista Colofón. Un cuento suyo fue premiado por la Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (2017) y editado en la antología "Raros peinados nuevos" de Eterna Cadencia. Otro cuento suyo fue seleccionado para integrar la antología de Audiocuentos de la Nueva Narrativa Argentina (2017).

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