Martín Kohan acaba de publicar Me acuerdo (Ediciones Godot): un libro breve, distinto, interesante. Charlamos sobre los recuerdos, las listas, la infancia, Boca Juniors. Escribe Mariano Taborda, collage de Mariano Lucano.
Ricardo Piglia dijo alguna vez que intentó escribir una obra para justificar la publicación de sus diarios. Los leemos porque nos interesa Ricardo Piglia. Martín Kohan acaba de publicar Me acuerdo —en línea con Joe Brainard y Georges Perec— y nos interesa porque son los recuerdos de Martín Kohan, el narrador, crítico, intelectual.
Kohan publicó novelas, cuentos y ensayos. Dicta Teoría literaria en la UBA. Es una referencia insoslayable dentro del campo literario argentino. Ganó premios de prestigio, lo traducen. Sus textos —y también sus intervenciones en debates públicos— circulan. Es, también, un conferencista lúcido, cautiva como orador. En sus ficciones trabajó lo perturbador sin resolverlo; el arte no dice cómo deberían ser las cosas, intenta mirar desde un ángulo incómodo.
Me acuerdo no se parece a sus trabajos anteriores. Hay un acercamiento a la vida privada. Los recuerdos de la niñez, siempre brumosos, en Kohan son precisión y certeza. Y la acumulación vertiginosa de recuerdos da como resultado una lista literaria, no en sus temas sino en su forma.
—Hasta ahora podíamos ingresar a tus textos con claves de lectura bastante definidas: en los ensayos, el peso está puesto en las ideas; en las ficciones, la atención se centra en lo representado y en la forma. ¿Cómo pensás la clave de lectura para Me acuerdo?, un texto extraño dentro de obra.
—Es un texto distinto, efectivamente; y yo mismo me preguntaba, mientras lo escribía, por qué razón sentía tanto deseo de hacerlo. Porque mi propia vida no me atrae para nada como objeto de escritura. Creo, sin embargo, que tampoco ahora se trató de eso. La clave de lectura es la que proponen Brainard o Perec, en esos Me acuerdo que leí fascinado (y que me impulsaron a escribir). No se trata de recordar (evocar, hacer memoria), sino de enumerar recuerdos. Se los lee como lo que son: una lista.
—Todo texto expone pero en las novelas entendemos al narrador como ente ficcional, y muchas veces está distanciado de tu ideología. ¿Cómo es la experiencia de abrir la propia vida?
—Aquí no hay un narrador, sino un enumerador. Como tal, no es menos ficcional, aun cuando todo lo que consta en el libro es verdad. Los hechos no son ficcionales, pero es una operación ficcional la de enumerarlos como si fuesen objetos de una colección, puestos para su contemplación en una repisa. Porque yo no me relaciono así con mi pasado. Lo hice para escribir este libro.
En séptimo grado les pedí a mis padres que me compraran un equipo Adidas, que era el que usaban todos mis compañeros. Me compraron un equipo Topper.
…
Yo pegaba el revés con dos manos. Lo hacía así porque me faltaba fuerza para hacerlo con una sola, pero decía que lo hacía para imitar a Jimmy Connors.
—Los diarios de escritores son un género fecundo, con grandes exponentes: Franz Kafka, Cesare Pavese, Ricardo Piglia. ¿Qué diferencias pensás entre ese tipo de diarios y la búsqueda de Me acuerdo?
—Hay enormes diferencias, y de hecho me considero absolutamente incapaz de escribir algo así como un diario personal (no obstante, leo los de otros, y con admiración). Los recuerdos de un Me acuerdo no suscitan reflexiones, como las hay en los diarios de Pavese. En un Me acuerdo no hay registro del presente ni perspectiva de futuro, como los hay en los diarios de Piglia. En un Me acuerdo no importa lo que le pasa subjetivamente al que se acuerda, como sí importa lo que le pasa a Kafka en los diarios de Kafka. Lo personal funciona de una manera completamente distinta.
Silvia Cosin dio por terminado el noviazgo haciéndome, desde la parte delantera del micro, el gesto de dedos que se desenganchan. Mi hermana, que estaba conmigo en la parte trasera del micro, me explicó lo que ese gesto significaba.
—Los recuerdos abarcan un periodo corto de tiempo. El texto podría comenzar en la imagen más lejana y terminar en la semana que pasó. ¿Cómo pensaste el recorte temporal?
—Pensé en detenerme exclusivamente en la infancia, no ir más allá de los doce años. En la infancia hay una manera particular de registrar las cosas que pasan. Me interesaban esos recuerdos, los que provienen de esa clase de registro, y no otros.
Mi tío Oscar me dijo que ese jeep que se había comprado era mi regalo de cumpleaños. Seis meses después, ya en junio, llegó el cumpleaños de mi hermana, y mi tío Oscar repitió el argumento.
—No se advierte en el libro la búsqueda de una ficción de origen vinculada a la escritura o al despertar intelectual. ¿Cuánto hay de espontáneo y cuánto de construcción del niño Martín Kohan como personaje?
—Es que yo de niño no quería ser escritor o intelectual. Quería ser arquero de Boca. Por eso hay en el libro varias huellas de mis sueños de arquero. Y no alguna ficción de origen para la literatura, que sería completamente falaz; porque yo nunca tuve esa relación con la literatura, tampoco la tengo ahora. Me gusta leer, me gusta escribir, me gusta dar clases de literatura, eso es todo.
Busqué en la guía telefónica direcciones de jugadores de Boca. Encontré la de Pancho Sa. Era en Belgrano. Me fui en bicicleta hasta su casa, me senté en la puerta a esperarlo, lo vi entrar cuando llegó.
El efecto de lectura es acumulativo. En un primer momento parecen recuerdos sueltos, sin unidad más allá de pertenecer a la infancia de quien recuerda. Pero hay una búsqueda estética deliberada con el lenguaje. Hay una música. Por momentos los recuerdos solo se mencionan; en otros, el pasaje narrativo es más singular. Tanto el número de teléfono del mejor amigo como la referencia a las historias que le cuenta a su hermana y que también lo asustan a él, son pasajes que responden a la idea de que el recuerdo y la forma de evocarlo son una misma cosa. El mecanismo narrativo funciona: sin ruidos, se desplaza, flota.
—Da la sensación de que el recuerdo es involuntario: números telefónicos, nombres, direcciones, marcas. ¿Cómo pensás las nociones de recuerdo y memoria?
—Existe la memoria involuntaria, claro; lo sabemos, por ejemplo, por Proust. Pero aquí no se trata de hacer memoria, sino de enumerar recuerdos; y es eso lo que da la clave de ese factor involuntario que muy bien designás: se trata de que el ritmo de la escritura convoque los recuerdos, y uno limitarse a registrarlos a medida que acuden.
Publicidades en las que trabajé: Terrabusi, papas fritas Bun, flan Ravanna, pantalones Lee, colonia Gellati, afeitadoras Gillette, jugos Pindapoy, revista Billiken.
…
La bicicleta amarilla fue comprada con dinero que yo había ganado haciendo publicidades en la televisión. Con el resto del dinero nunca supe qué pasó.
En el libro hay fotos del niño Kohan. Es rubio —el rubio traspasa el blanco y negro de la impresión— un corte taza perfecto. Los ojos claros. A los cinco años posó para Billiken. Está sentado, las piernas cruzadas, pantalón a cuadros y pulóver liso. Tiene un helicóptero en la mano; detrás, una imagen del general San Martín. El niño Kohan mira el helicóptero con interés: no parece una mala actuación.
—Por el perfil de Leila Guerriero sabíamos de tu participación como modelo en varias publicidades. En el libro lo mencionás como trabajo y hay referencias al dinero que ese trabajo generó. ¿Cómo fue esa experiencia?
—Me divertía mucho hacer publicidades, era una especie de aventura que compartíamos con mi abuela, que era la que me llevaba. Cuando dejé de disfrutarlo (ya tenía seis o siete años), dejé de hacerlo. Mi abuela llevaba una contabilidad muy prolija de todo eso; conservo las hojas con todas sus anotaciones. ¡Lo que no está es la plata!
FICHA
Título: Me acuerdo
Autor Martín Kohan
Editorial Ediciones Godot
Publicación 2020
Menos mal que no se hizo arquero!