Más allá de la oposición materia y espíritu

Vivimos en una sociedad en que lo material parece haber fagocitado a su par espiritual, hasta el punto en el que la espiritualidad misma, vía movimientos como el New Age, es concebida como un producto capitalizable.  Escribe Gabriela Puente, ilustra Tano Rios Coronelli.

El par conceptual materia/ espíritu es pensado por la tradición occidental como una oposición. Del lado de la materia encontramos lo femenino, el cuerpo, el instinto, lo bajo, corruptible y pasible de muerte. Por el contrario, del lado del espíritu se halla lo masculino, el alma, el pensamiento, lo elevado y la vida eterna.

Esta tajante dicotomía entre la materia, o el cuerpo, y el espíritu ve la luz por primera vez en Atenas, hacia el siglo IV a. C., con la filosofía platónica, pero podríamos incluso rastrear su origen hasta Parménides, en el siglo VI a. C.

Es Platón quien divide la realidad en dos mundos, uno menos real que el otro: el mundo sensible de la materia y el inteligible del espíritu.

Una vez que se genera una distinción tan tajante entre dos mundos absolutamente disímiles, la conexión entre ambos se torna sino imposible al menos muy difícil. Platón intenta sortear el profundo hiato entre los mundos con la idea de participación, que llevó a numerosas contradicciones y quebraderos de cabezas de los seguidores acérrimos del platonismo.

Cuando el matemático y filósofo inglés Alfred North Whitehead afirmó que toda la Filosofía de Occidente no es más que una nota a pie de página de un libro de Platón, lo decía seriamente. No estamos en condiciones de realizar semejantes sentencias, pero sí podemos aseverar que Platón produjo una ingente obra que funciona como condición de posibilidad tanto del dualismo como de su opuesto. Es así como, mucho tiempo después de la muerte del fundador de la Academia, hacia el siglo III de nuestra era, surge en Alejandría una filosofía que pasó a la Historia con el nombre de Neoplatonismo, cuyo máximo referente en la Antigüedad fue Plotino.

No dejemos que el nombre del movimiento nos confunda, el Neoplatonismo no es platónico, al menos en relación a la idea de división tajante entre dos mundos. A diferencia de Platón, los neoplatónicos conciben un vínculo entre los reinos del espíritu y la materia. La idea de emanación permite la continuidad entre los diferentes niveles del Ser.

El Neoplatonismo es como una corriente de agua que se despliega bajo tierra, a ras del suelo, y cíclicamente, a lo largo de la Historia de las ideas, tiene un surgir esporádico, para más tarde volver a hundirse.

Luego de Plotino algunas de sus enseñanzas se pierden. Retornan a la luz recién en el siglo VI, en Egipto o la zona del Levante, con el pseudo Dionisio Areopagita. Pero el Neoplatonismo se oculta de nuevo, esta vez debemos esperar hasta el siglo IX cuando un monje irlandés, Juan Escoto Eriugena, es llamado a la corte de Carlos el calvo, nieto de Carlo Magno, para que lleve a cabo la traducción de los textos del Areopagita. Luego del Eriugena, el Neoplatonismo una vez más se oculta y resurge sucesivamente, en el XIII y XIV con Meister Eckart y hacia el fin de la escolástica, durante el siglo XV, con Nicolás de Cusa. Vuelve en pleno Renacimiento, teñido con tonos esotéricos y herméticos, de la mano de pensadores de la talla de Pico de la Mirándola, Marsilio Ficino, e incluso del artista Sandro Boticcelli, cuya celebérrima obra, “El nacimiento de Venus”, se inspira en el concepto neoplatónico del amor.

El Neoplatonismo medieval, por su parte, también introdujo las nociones de Nada y Vacío, para evitar cualquier definición positiva de la divinidad que pudiera limitarla. Dios, como esa luz oscura, como esa infinita llama que no quema, introduce la paradoja en el pensamiento occidental, erigido sobre la lógica aristotélica, para quebrarlo.

Mientras tanto y a pesar de dichas disrupciones, la tradición de Occidente siguió inscripta en el dualismo materia/espíritu durante siglos; y el ciclópeo problema de la discontinuidad entre ambos es heredado por la Modernidad a través de René Descartes. La técnica moderna afianzó tal disociación.

La materia, es decir, la naturaleza, el cuerpo propio y el de los otros, por ser considerado lo más bajo y corruptible, debe ser controlado, castigado; y, más adelante, explotado y redituable.

Debemos esperar hasta el siglo XIX cuando Friedrich Nietzsche comienza a pensar a contracorriente, subvierte los valores y arremete contra el dualismo. En el siglo XX el filósofo Martin Heidegger hace uso de la paradoja para pensar la comprensión que tenemos del Ser.

Más aún, no sólo en la filosofía sino también en el estudio de la psiquis aparece un intento de superación del dualismo a través de la noción de lo paradojal, el psiquiatra Karl Gustav Jung afirma que “la paradoja es uno de los máximos bienes espirituales; la claridad en cambio, es signo de debilidad.” (Jung, 1989:30).

Los reinos de la materia y el espíritu fueron también objeto de estudio de diversas concepciones místico/esotéricas a lo largo de la Historia, como la alquimia y el Tarot.

En ambas concepciones mencionadas el dualismo intenta ser superado. La materia y el espíritu no son considerados como elementos separados o extremos opuestos irreconciliables, sino que se piensan desde su unión equilibrada y compensada.

El arcano de la Templanza del Tarot de Marsella, quizás el más antiguo del que se tenga registro, muestra este movimiento equilibrado y compensatorio de ambos principios.

La compensación no consiste en una homologación total ni en una simple identificación de los opuestos de materia y espíritu. La unión brutal de lo diferente, sin discriminación previa, puede llevar al peligro de la disolución.

La compensación y complementariedad entre opuestos es, antes bien, una alternancia de ciclos, un equilibrio impuesto por el ritmo interno del proceso. La máxima alquímica reza: solve et coagula: primero se separa, luego se une. Por lo cual cada uno de los opuestos, para ser complementarios, debe moverse y permanecer cíclicamente en su respectivo polo.

El mercurio filosofal es aquel que produce la transmutación dado que retiene internamente, en sí mismo, el juego de los opuestos al ser pasivamente activo y activamente pasivo. Augura ya el advenimiento de la tan buscada unión de los opuestos, simbolizada en el andrógino alquímico.

Podríamos afirmar con Heidegger y otros filósofos posmodernos que el dualismo materia/espíritu devino pensamiento técnico del mundo, que habilitó y legitimó durante siglos la sobreexplotación de la naturaleza considerada como materia prima y stock invariablemente disponible.

Pero, todo movimiento tiene su gesto opuesto y compensatorio, es así que en la actualidad rebrota lentamente la fuente. Y comienzan a proliferar ideas inspiradas en la superación del dualismo. Surgen diferentes movimientos autogestivos, comunitarios, ecologistas, por nombrar sólo algunos; que se alejan de la concepción materialista dominante acerca de la naturaleza; pero, que, lejos de negar y/o anular el polo de la tecnociencia actual, llevan a cabo una crítica de su desarrollo y condiciones materiales de posibilidad, con vistas a una transformación de la praxis expoliadora de nuestros días.

Bibliografía

Cappelletti, Ángel. (1996). Los estoicos antiguos, Madrid: Gredos.

Carone, Gabriela Roxana. (1991). La noción de Dios en el Timeo de Platón, Buenos Aires: Ricardo Sassone Editor.

Dionisio Areopagita. (2007). Los nombres divinos, Buenos Aires: Losada.

Eriugena, Juan Escoto. (1984). División de la naturaleza, Barcelona: Orbis

Ficino, Marsilio. (1994). Sobre el amor, D. F., Universidad Nacional de México.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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