Texto: Juan Boldini Dibujo: Lucas Iranzi
Lo profundo ama la máscara
Friederich Nietzche, Más allá del bien y del mal
Me encanta la franqueza de un hombre enmascarado
El Pingüino, Batman Returns
Todo arranca con una obsesión. Un recuerdo ajeno, prestado. Una anécdota contada en medio de un grupo de amigos. Una batalla épica entre hombres disfrazados de muñecos en el medio de Mar del Plata.
En Mar del Plata hay un “Trencito de la alegría”. No es uno sino muchos y se llaman de distinta manera pero uno siempre les dice “Trencito de la alegría”. Su función, su oferta, consiste en ofrecer un pequeño tour por la ciudad. Si bien tiene motor de colectivo, su aspecto es el de una carroza de carnaval y está lleno de personajes disfrazados y música alegre que hacen del tour “una fiesta”.
Pero esos no son los únicos personajes disfrazados que habitan la ciudad. En la peatonal San Martín y San Luis hay una fuente dónde, durante muchísimo tiempo, te podías sacar una foto con tu personaje preferido por unas chirolas. El conflicto no tardó en estallar, los personajes del trencito se sacaban la foto gratis (el negocio era el viaje) mientras que para los de la fuente era su ingreso.
La leyenda dice que los muñecos del trencito (Winnie Pooh, Spiderman y compañía) cuándo pasaban frente a la fuente bardeaban a los entonces de moda Power Rangers al grito de “Power Ranger puto!!”. Pero un día, el semáforo, que les permitía huir impunes, se puso en rojo. Y los Power Rangers emprendieron la dulce venganza. El resultado: una bataola grupal entre muñecos rodeados de niños que lloraban descolocados al ver la paliza mundial que recibía el dulce Winnie Pooh.
Desde entonces tengo un radar encendido para detectar gente que trabaja disfrazada, han pasado 20 años.
La historia continúa en Soldati.
El Sacachispas Fútbol Club existió antes en la ficción que en la realidad. Su nombre está inspirado en una película; Pelota de trapo, dirigida en el tono del neorrealismo por el padre de Leopoldo Torre Nilson. Pero la película a su vez se inspiraba en otra ficción: Apiladas. Una exitosa columna que escribía en El Gráfico, Borocotó padre; dónde se contaban las aventuras del Comeuñas, un chico de barrio que armaba un club con sus amigos para jugar al fútbol, el Sacachispas.
La leyenda no queda ahí. Cómo los protagonistas de la ficción, los fundadores son un grupo de jóvenes que quieren armar SU equipo para participar de los juegos Evita. Una victoria frente a Ferro les da visibilidad y se dice que el mismísimo Perón, al enterarse de que entrenan en la calle, les ayuda a conseguir su primer predio. En agradecimiento su fecha de fundación se establece el 17 de octubre de 1948.
En sus 69 años de historia el Sacachispas Fútbol Club alternó entra la quinta y la cuarta categoría del fútbol argentino (la D y la C); hasta este año.
Desde fines del 2016 cuando el equipo sale a la cancha vemos a Ironman, Spiderman, Batman, el sapo Pepe y 14 personajes más con la camiseta Lila. Posan así para la foto, actúan un poco los movimientos de sus personajes y luego van a jugar al fútbol. Antes de salir a la cancha tienen una arenga digna de los dadaístas: “lechuga, palmito y salsa golf; al Lila se lo respeta!!”. Luego, supongo que riéndose bajo la máscara, salen a encarar su trabajo con la mayor seriedad posible.
Cómo no podía ser de otra manera, en junio de este año y a tres fechas de finalizar el torneo, Sacachipas Fútbol Club ascendió por primera vez en su historia a la Primera B Metropolitana. Y no sólo eso, fue el equipo más goleador del país en torneos AFA en la temporada 2016/17. Más incluso que Boca, el campeón de primera división.
La clave está en las máscaras o al menos por ese lado se me ocurre buscar. La bibliografía es fecunda y encuentro mil definiciones, una mejor que otra.
Según Luisa Valenzuela la máscara es un puente entre dos mundos. Un escudo. Como el lenguaje, abarca lo múltiple. Es universal a todas las culturas, como el carnaval. Fue una de las primeras manifestaciones artísticas y religiosas; aun cuando no existían ni arte ni religión.
En la tragedia griega la máscara (prósopon, es decir, “lo que va delante la cara”) era una especie de micrófono. Un elemento técnico que a la vez que ocultaba el rostro del intérprete, amplificaba su voz. En latín se le dice per sonare y de ahí vienen los vocablos persona y personaje.
Por último descubro que buscar bibliografía sobre máscaras es volver una y otra vez a México. La leyenda cuenta que el castigo para Quetzalcóalt, derrotado por Tezcatlipoca, fue mirarse en un espejo. Y así, no pudiendo soportar el declive de su cuerpo, se refugió primero en la máscara y luego en el exilio.
En México los protagonistas de la Lucha libre pelean enmascarados. Y el castigo para el derrotado es quitarle la máscara frente al público. En 1985, tras el terremoto en el DF, nació el Superbarrio. Un activista social, que encabezaba sus protestas, disfrazado. En 1988 el Superbarrio declinó la candidatura presidencial. Por último, en Chiapas hay un hombre que es sólo máscara. Y los turistas que recorren el territorio compran contentos un pasamontaña como souvenir, es la máscara hecha el rostro.
Si vamos al universo de los superhéroes, la máscara se asocia a un poder que es necesario ocultar. Ahí está el primer error de la cultura contemporánea. El de simplificar, el de suponer que la máscara funciona en un solo sentido, ocultando un rostro verdadero. Ocultar un aspecto de nuestra identidad, es tan importante como con qué lo ocultamos. Qué pasa con la cara que queda oculta, cómo funciona su nuevo rostro sobre ella. Y cuál es la falsa, sobre todo. La cara, al igual que el nombre, nos viene dada. Nadie elige su cara. Salvo por la máscara.
Hubo un jugador del ascenso muy recordado por salir a jugar un clásico (Ferrocarril Midland enfrentaba a Argentino de Merlo) con la cara maquillada a lo Death Metal. Su nombre era Darío Dubois. Lo hizo varias veces hasta que se lo prohibieron. Dubois, quien falleció en el 2008, contaba en una entrevista que el maquillaje le permitía plantarse como un guerrero. Pero resulta que en los 22 partidos del campeonato Dubois sólo recibió 4 amarillas. No era la violencia lo que buscaba exteriorizar, al menos no la física. Dubois era un hombre disconforme con el ámbito machista, corrupto y retrogrado del fútbol. Un hombre de convicciones férreas, capaz de denunciar a dirigentes que les ofrecieron plata por perder, taparse el logo de un anunciante que no les pagaba y robarle $500 a un árbitro desprevenido que lo estaba expulsando. Ese hombre no se maquilla para miedo, su máscara es una máscara de carnaval, que busca subvertir o al menos escandalizar un orden añejo y sin sentido. Por último cuando Dubois es interrogado por su sexualidad, él invita a cada cual a pensar lo que quiera.
Según Carl Gustav Jung, la máscara (sinónimo etimológico de persona) es la construcción que hacemos de nosotros mismos para lidiar en sociedad. Adoptamos una máscara que nos es relativamente satisfactoria y cómoda. La misma puede ser desde “padre”, “hijo”, “trabajador”, “gracioso”, poco fiable. Nuestro entorno la aprueba o no y en esa aprobación o desaprobación nuestro inconsciente se regocija. Ahora bien, el siguiente paso para el sujeto jungeano, es poner en crisis esta identidad, lo cual Jung explica como la irrupción de La Sombra.
Ponerse exprofeso una máscara delante de nuestro rostro es un acto de rebeldía. Es expresar y manifestar la farsa. Después, todo dependerá del momento y la intención: un bufón (palabra que está en la etimología árabe de máscara) puede ser revolucionario o simplemente servil.
A mediados del 2016 la obsesión toma forma de documental. Florecen las anécdotas cotidianas y graciosas. Unas chicas festejaban haber terminado el secundario en el Trencito de la alegría, cuando una de ellas comenzó a sentir que Mickey apoyaba su cuerpo contra el de ella. La situación no pasó de un chiste en el clima de festejo. La sorpresa fue cuando terminó el viaje, debajo del disfraz de Mickey no había un varón lujurioso sino una chica. Del mismo modo, un joven Minion amaba su disfraz porque le permitía mantener los brazos dentro y así usar el celular mientras los demás creían que trabajaba. La mirada merece un párrafo aparte, pocas veces los ojos del disfrazado coinciden con el del disfraz.
Hay un documental, Next goal wins (2014), que muestra a la peor selección en el ranking FIFA (la selección de Samoa Americana) intentando clasificar para la Copa Naciones 2012. En 2001 Samoa Americana perdió 31 a 0 contra Australia. Durante la película Samoa Americana intentará no sólo clasificar, sino también ganar su primer partido.
El documental es maravilloso, pero a mí me interesa Jaiyah Saelua, la defensora central del equipo. Jaiyah es una persona transgénero. En Samoa el Fa’afafine es un tercer sexo que aúna la sabiduría de los otros dos. Jaiyah arranca como suplente y logra jugar como titular los partidos definitorios. En entrevistas posteriores la vemos contando su visión del mundo mientras va a la manicura. Intercalada con imágenes de su juego rústico sobre el césped.
Intuyo que la superación de la máscara, es cuando se vuelve invisible. Cuando se vuelve la construcción cambiante de quien queremos ser.
Resultó de las entrevistas a los hombres disfrazados que, más allá de lo duro del trabajo de temporada, cada uno a su manera había sido dichoso debajo del disfraz. Al Zorro, trabajar dándole alegría a los niños, le ayudó a superar el fallecimiento de uno de sus hijos. Garfield y la Pantera Rosa descubrieron que eran buenos para eso, e hicieron de la animación y la actuación, sus carreras. A Spiderman le permitió jugar mientras trabajaba.
Cierra Spiderman: “estando disfrazado pude ser yo”.
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