Voy a comprar un casco. Quiero que el casco sea único, que tenga un dibujo que me defina. Me ilusiona la idea de vivir mil aventuras con mi moto y que mi casco sea reconocido como mi casco. No hay otro igual.
El vendedor hace hincapié en este sentido. Me dice que no hay otro igual. Sólo este casco tiene estos colores, estos diseños. Aunque no sea lindo, me voy feliz. Es mi casco.
A los pocos meses me cruzo con otro motoquero con un casco idéntico al mío. El vendedor me mintió. Sigo al motoquero. Se junta con un grupo de motoqueros, todos tienen el mismo casco. El vendedor me hizo partícipe de una secta.
Me incorporo. Me presento. Me comentan sus intereses. Tenemos mucho en común, casi todo. Entonces me doy cuenta: El vendedor me reclutó.
Me siento bien, soy parte de un grupo, en el grupo soy alguien. Algunos años más tarde me encuentro con el vendedor en la calle, por casualidad. Le comento mi alegría, le agradezco. Me dice que no sabe de qué le estoy hablando.
Lo entiendo. Es humilde, sobrio y refinado: conspira en silencio.
Buenísimo Juan!
Gracias!