Música para naufragios

Hoy que estamos “todos en naufragar” y que, como resultado del hundimiento de la normalidad, quedamos a-islados -aunque sea por un rato­-, Nacho Marcora ensaya una reflexión en torno a la imaginación, la eterna navaja suiza de las soledades. Ilustra Tano Rios Coronelli.

I

En una escena memorable de la no menos memorable Stalker (1979) de Andrei Tarkovski, vemos a los personajes de la película avanzar en zig-zag siguiendo los caprichos (o designios depende de quién lo mire) de unas tuercas con retazos de telas atadas. El procedimiento es el siguiente: el stalker, persona conocedora de la Zona, lanza las tuercas con las telas, y allí donde caen se establece el punto hacia el cual avanzar, si no se sigue el sendero, se corren graves peligros, incluso letales. Lo difícil de la situación es que nada en el paisaje, que después de todo es un campo, parece indicar ninguna amenaza. 

Esta forma de andar de los visitantes, es provechosa para pensar la relación entre el mapa y el territorio ¿la tuerca visibilizaba un camino preexistente o se creaba el camino en ése momento? La respuesta es que, en todo caso, los límites del terreno son los límites de la imaginación.  

Los caminos de la zona, no son otra cosa que la proyección de los deseo o temores de los personajes. La noción de peligro no existe por fuera del lenguaje humano. El Bosque no es ni peligroso ni apacible. Con procedimientos igual de caprichosos, pero infinitamente más violentos, se han levantado naciones. “Desde aquí hasta allá esto será una colonia, este será su lenguaje y su dios”- se dijo y se hizo la patria. Pero honestamente, no existe por fuera de la mente humana una cosa tal como la que llamamos Argentina. Si aceptamos este ejemplo como válido, no podemos negarle ni un poco de poder a la imaginación.

Otro ejemplo: a bordo del Pequod la tripulación, de uno a la vez, desde las alturas mira el horizonte, espera el infame chorro de ballena para dar el aviso y llevarse el doblón que les prometiera su capitán; el barco se mueve- ¿caprichosamente o como un juguete del destino ?- de un lado y del otro de la línea de Ecuador. Persiguen a la ballena blanca o encuentran su suerte. En esta ocasión el que arroja las tuercas es el capitán del barco.

Sin embargo, Moby-Dick, que vendría a ser como el camino para el Stalker, no es terrible, ni malvada. En todo caso le recuerda a Ahab el sinsentido y lo inefable. Al capitán, que después de todo, es un hijo de las luces, aquello que no puede comprender se le hace necesariamente monstruoso. Moby-Dick vence a la razón de Ahab. La ballena le sugiere que el universo tal vez no hable el lenguaje humano, ni el matemático, tal vez directamente no hable para nada. Por eso, la ballena debe morir.

A partir de los dos ejemplos, nos podemos permitir pensar que, tal vez, todo camino sea en realidad una deriva; el significado trascendental, una proyección de nuestra propia intrascendencia. Es decir, los molinos pueden ser gigantes que agitan sus brazos. Un territorio puede ser un país y una ballena la suma de todos los miedos de una época.

II

Condenados a proyectar, proyectemos ahora un laberinto sobre nuestra existencia. No podemos arrogarnos ni un poco de originalidad al hacerlo. Pero me gustaría que nos detengamos un poco en este aspecto de la vida laberíntica ¿Qué hay en el centro de los laberintos sino un monstruo o una revelación?

Hoy que andamos un poco así, en laberintos, zigzagueantas, esquivando peligros imperceptibles, pero bien reales; a nosotros los benditos encerrados en un laberinto confortable, no nos vendría mal amigarnos con la idea del monstruo central. Después de todo puede estar, a la vuelta de la esquina o en cualquier ambiente de nuestra casa ¿habrá llegado la hora de los minotauros?

No podemos negarlo, estamos en La Zona y si damos un paso en falso, la amenaza de caer fulminados, se puede hacer realidad y entonces volvemos a nuestros búnkers y los mugidos de la bestia oculta nos pueden quitar el sueño.

III

En este panorama de modesta desolación burguesa, vengo a revindicar la posibilidad de un monstruo. Después de todo, y como todo, lo monstruoso no es otra cosa que un reflejo ¿del inconsciente? ¿de los dioses? 

El monstruo y su relación con la divinidad viene de lejos. De hecho, mostrar están emparentadas con monstruo desde el punto de vista etimológico. El monstruo y el prodigio, son hermanos. Ambas revelan lo asombroso que se esconde detrás de las apariencias.

Veamos las cosas con ojos de videotape.

Un horizonte, que es el límite de la vista, no es otra cosa que una pantalla en la cual proyectar. Así el bosque, como el mar y la ballena o como la hoja en blanco o la pared, son horizontes.

Tal vez, sea hora de aceptar que estamos siempre un poco en la Zona. Dice Thomas de Quincey que el que piensa en Bueyes sueña con Bueyes. En todo caso en el encierro nos damos de cara con los bueyes con los que soñamos. Estoy seguro que no siempre fueron bueyes los que pastaron en la tierra de nuestros sueños.

Si alguna vez se tuvo, de pequeño, la posibilidad de observar el correntoso Paraná, allí en sus ondas, se insinuaba a cada rato el lomo de algún animal fantástico. Así, niños, nunca nos alcanzaba la majestuosidad de una anaconda real, siempre nos gustaba escuchar que alguien, en algún lugar, vio un espécimen que le agrega unos cuantos metros de fantasía al réptil.

En algún momento algo pasó y terminamos aceptando la existencia de un país, de las desigualdades, de las injusticias, de las fronteras mucho más fácilmente que la de una enorme ballena blanca ¿no son todas estas cosas frutos de la imaginación humana? ¿no acordamos en que antes de la existencia de la nación se fantaseó con una nación?

Perdemos de vista que siempre estamos en la posición del náufrago que tiene la posibilidad de reconstruir el mundo. Es peligrosa esa posición porque en su soledad, nadie puede refutarle nada; sin embargo, hablaría muy mal de nosotros que nuestra creación sea un mundo idéntico al anterior.

 Ahora bien, puede que hayamos perdido la práctica, pero esto siempre es así: somos libres de imaginar. Pero no lo hacemos. Y si lo hacemos nos salen sueños bovinos ¿no debería llamarnos la atención lo homogéneo de nuestra fantasía? ¿qué nos aterra tanto de estar con nuestros monstruos?

El hastío, la angustia, vienen en parte frente al vacío y la falta de imaginación letal de nuestra época. Acostumbrados a llenarlo todo, cada hora y cada momento con bueyes, un minotauro nos altera.

No nos da miedo, aunque así parezca, la pequeñez de nuestro encierro, sino la vastedad del horizonte que se despliega frente a nosotros: la posibilidad de un monstruo.

Tal vez sea momento de amigarse con la fantasía y dejar que la imaginación marque el rumbo. Nada más humano que imaginar.

IV

En el ámbito literario, la fantasía ha quedado relegada a un segundo plano, como si algunas ficciones fuesen más verdaderas que otras. Esta confusión, el de la realidad y la ficción, le trajo dolores de cabeza a más de un escritor. Pero ya es hora de decirlo, Madame Bovary no es más real que Arya Stark. Tal vez ambas sean más reales que sus propios autores.

Pero esa degradación de la fantasía no se detiene ahí. La fantasía no es productiva, no porque sea estéril sino porque sus productos no se pueden vender sin cierta dificultad. Y si la imaginación es productiva, se la manda al laboratorio, controlada. La creatividad es monopolio del marketing. Pero ¡qué extraño que todo lo “creativo” sea creativamente parecido! Una manda de bueyes.

Entonces se nos disuade de que el ocio es un agobio. Si se dibuja, si se canta, si se escribe es con un fin y ése fin suele ser económico. ¿Es lo mismo escribir que abrir un negocio? Cuando en realidad nada es más democrático que la imaginación, vivimos imaginando que la cosas son de una forma determinada, a través del lenguaje principalmente, que funciona como papel de calcar que le ponemos al afuera y una vez adentro llamamos “realidad” pero, en rigor, es una copia. Nuestra realidad está conformada por palabras y por relatos.

Esta actividad, la de narrar o crear historias es inherente a lo humano. Privados del derecho universal de contarnos, sentimos la angustia de “la hoja en blanco” existencial, pero en esa pared que tenemos en frente, abandonados al ocio, emerge nuestra condición náufraga. No debemos temerle ni rehuirle. Desde una precariedad mayor, en alguna cueva alguien soñó el fuego, otro/a la rueda, otro/a la imprenta, otro/a un caballero andante, otros/as la anarquía, etc.

Pero todo es producto de la imaginación. Goya nos dice que el sueño de la razón produce monstruos y ¿qué producirá la razón del sueño?

Guardemos el proyector por ahora.

Unas últimas aclaraciones

De ninguna manera se brega por un abandono de la realidad en pos de la evasión idiota de las problemáticas sociales; No se trata de un naufragio en paraísos artificiales para apartar el spleen, el tedio de la existencia burguesa, como se aparta una mosca que nos molesta. Sino que se cree que la fantasía debe ser incorporada como práctica cotidiana y subversiva de la realidad chata y aplastante que se nos propone por los cuatro costados. No es casualidad que, como se sugirió con anterioridad, el género   fantástico haya sido menospreciado mientras se ensalzaba estéticas más “realistas”. Hay algo peligroso en esto de imaginar mundos posibles.

 El caso de la ciencia ficción y su recorrido a través del siglo XX es un fenómeno rico para graficar esto que se afirma. Pocos géneros han sido tan efectivos para denunciar a la sociedad moderna y postmoderna como éste. Empezó siendo un género marginal pero se fue volviendo parte de la cultura general pensemos que los libros de los que hablo son ya canónicos: 1984, Farenheit 451 o Un mundo feliz, se leen en todas las escuelas; ni que hablar la explosión del género en el ámbito cinematográfico en los últimos 40 años[1].

Pero frente a estos clásicosexisten dos lecturas ideológicamente opuestas.  Por un lado, aquella que entiende que en un cuento de ciencia ficción, se está hablando de una sociedad futura; o, una variante de la anterior, aquella que lo entiende como un testimonio de la forma en cómo determina sociedad se imaginaba el futuro. Es decir, en esta variante, el relato de ciencia ficción es visto en retrospectiva y el resultado sería un futuro-pretérito o un pasado posible. Ambas variantes suponen una lectura de museo o de visitante de la ciencia ficción.   

Pero, por otro lado, existe la lectura que entiende a la ciencia ficción como una denuncia de la sociedad que refleja, esta es la lectura en tiempo presente de la ciencia ficción o la lectura del habitante.

Las dos posturas frente a la ciencia ficción, muestran solamente un par entre las tantas posibilidades del uso de la imaginación. Si la concebimos como algo ajeno a nuestra realidad y tiempo (entonces nunca es presente y no nos pertenece) siempre será algo que nos es dado o, en contraposición, como parte integral de nuestra realidad y por ende siempre presente.

Esta última posibilidad es la que se trata de alentar en este escrito, la del habitante de la imaginación, la del Quijote, la que se hace a lomos de la ballena, la del náufrago que recrea el mundo bajo sus leyes. Puede parecer algo difícil pero sólo basta recordar cómo jugábamos en nuestra infancia para entender que todo límite es el límite de la imaginación sin importar el tamaño de nuestra isla.


[1]  Tal vez sea conveniente nombrar aquí al director Terry Gilliam y su filmografía (en especial Brasil) como referente de la estética de la que se está hablando.

Escribe Ignacio Marcora

Ignacio Marcora ( 1985, Lanús) Creció y se formó en Aldo Bonzi. Es escritor, toca la guitarra (Manzanitas) y profesor de Castellano, Literatura y Latín egresado de Instituto Superior Joaquín V. González Recientemente publicó su primer libro "Los Brillantes"

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Un Comentario

  1. ¡Impresionante! «la fantasía (…) como práctica cotidiana y subversiva de la realidad». Hoy, que llueve, en lugar de mirar por la ventana tomando una copa de melancohol, voy a dar vuelta mis ojos para ver si encuentro el camino al centro del laberinto.
    Grande, este Ignacio Marcora, un capo.

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