Nadie corre tan rápido

La obra Un judío común y corriente es un unipersonal escrito por Charles Lewinsky que se está representando en Buenos Aires bajo la dirección de Manuel González Gil.

Se abre el telón y, en el fondo del decorado, destaca una reproducción del cuadro de Munch, El grito, aquel llamado congelado que no deja de expresarse. El diálogo imaginario que entabla el protagonista, Emmanuel Goldfarb, con la voz de un profesor aparecido en el contestador automático es la excusa para un recorrido por la historia de un judío en la Alemania actual. El profesor lo invita a disertar ante un grupo de alumnos sobre lo que significa ser judío en Alemania. Descubrimos casi enseguida que esa tensión del pasado entre opresor y oprimido resulta insoslayable a través de los tiempos y las generaciones. Una presencia cotidiana y silenciosa que se integra en un soliloquio donde todas las verdades pueden ser dichas. Unos y otros debemos vérnoslas con la pregunta: ¿Seremos capaces los seres humanos de realizar el viejo supuesto de que lo que en historia fue tragedia se repita como comedia?

Mientras dialoga con el profesor a quien construye en su imaginación, da cuenta del mensaje que aquel dejó grabado desmenuzándolo palabra por palabra. Y los términos dicen más de lo que parecen decir. Para Emmanuel, el profesor demuestra sin darse cuenta que las cosas siguen repitiéndose y que, todavía hoy, el “ciudadano judío” que él representa es invitado para hablar de su judeidad, o sea, de aquello tan extraño como su propia identidad. “Ahora queremos ver a los judíos”, “marche un judío por aquí”, se burla. Así, en el mismo acto de supuesta integración, regresa el pasado al presente, “no soporto a los que creen que deben ser buenos con nosotros”. Con cierta poesía nos dice que intentó escapar de la historia pero, “nadie corre tan rápido”.

“Entre las cosas viejas me siento joven” justifica su uso de la máquina de escribir o el teléfono. Nada de mails, nada de salirse del uso cotidiano de lo viejo. Porque el pasado parece ser una casa que no se puede abandonar, como su padre que regresó a Alemania después de la guerra, ese padre optimista, capaz de creer que Alemania era su hogar.

El protagonista, Emmanuel, reclama el derecho a no sentir que cualquier acción de su parte sea considerada un pretexto para la opresión, que no es él quien debe tener cuidado siempre de no ofender a otros, de no generar el intento aniquilador de otros. ¿Cómo podría ser que una diferencia, una actitud conduzcan a lo que su madre llamaba “rishes”, ese despertar del rechazo a lo distinto? Pero la obra va más allá, circula por la historia del pueblo judío, por las costumbres, por los duelos no realizados del todo. ¿Una religión define o es el antisemita quien provoca lo judío? ¿Cómo es ser un judío común y corriente que no despierte el deseo de destrucción ya que su inteligencia no es superior a la de cualquier otro?, nada los diferencia demasiado, no es un Freud, ni un Marx, tampoco Jesús, ni…

Debemos discutir las palabras tolerancia y reconciliación. Eso, “aguantar” lo diferente, tolerar lo distinto como si fuera de otra especie, se indigna. Entonces, ¿cómo ser un judío común y corriente? El humor matizando el drama, ese humor que mantiene la angustia a raya, que le dibuja un contorno, un borde del cual asir la tragedia. A causa de la historia, la empatía podría ser una compensación no solicitada. Una compensación tardía en la que insiste lo que no llega a ser procesado del todo, lo que no puede ser dicho porque el horror es imposible de decirse.

Y una idea que arrasa como una flecha: es muy difícil aceptar que nuestros padres son genocidas. El judío alemán pasa a ser sólo alemán al hacer esta reflexión, oscilante en una diáspora que no es tal porque su hogar es Alemania y es hijo de los genocidas también. Una forma interesante de comprendernos a los seres humanos, nosotros como herederos de lo que nuestros antepasados hicieron, herederos de una historia imposible de olvidar, que nos pertenece y nos formatea.  De ahí a la política exterior de Israel hay un solo paso. ¿quién oprime a quien ahora? ¿por qué un judío común y corriente debería hacerse cargo de esta cuestión? “Hay muchos desaparecidos, muchos desaparecidos”, reflexiona. La sala llena en Argentina resuena con esas palabras, los campos de concentración allí en cualquier lado, y aquí. La humanidad repitiendo, en tono de tragedia, una y otra vez la misma historia. “Nadie aprendió de la historia”. Todo pareciera seguir un curso autorreflexivo hasta que el protagonista señala al espectador, un mundo entero de interrogantes se traslada del escenario a la platea. Nadie le dice al espectador lo que debiera pensar, no es eso lo que se busca. La cuestión conduce a quedar irremediablemente en medio de qué se juega cuando nos cruzamos con la otredad. Es más bien un cimbronazo, un someter al pensamiento del espectador al ejercicio reflexivo que siembra un conflicto interno, ya no sólo en el personaje, sino en todos.

Nos creemos a este hombre dolido desde antes de nacer, nos creemos su fiesta vital y su ocaso, porque habla por su boca un interrogante que nos desafía: el otro y sus diferencias. Su intento de comprensión de la humanidad más profunda y también esos puntos ciegos que no llegan a tener luz por más que se los rodee de pensamientos nos dejan solos otra vez. Tratando de entender que lo diverso requiere de un trabajo de complejización subjetiva para que sea posible sin violencia. El otro dejaría de estar cosificado como un judío, o como un gitano, como un gay, como un… para ser uno más con sus diferencias. La otredad. La relación del judío con los otros, la relación de cualquiera en sus particularidades. De esta forma, la discusión con el profesor es su propio debate interno por lo que significa existir en medio de los otros. Ser “común y corriente” podría definir al ser humano, a cualquier ser humano.

La obra termina, creo que terminó, pero no, Gerardo Romano en la Argentina del 2018 ya no es Emmanuel personaje de ficción. El actor invita a una espectadora a subir al escenario. La presenta: ella es hermana de uno de los submarinistas del Ara San Juan hundido este verano en costas del Atlántico. Un shock, la obra continúa en esta escena, el actor se solidariza con el pedido de los familiares que piden conocer el destino del submarino y sus tripulantes. Ya no estamos en Alemania preguntándonos por lo que devino luego del fin de la guerra, ahora somos cuestionados por todos aquellos silencios, investigaciones no realizadas, cuestiones no resueltas en una sociedad y el futuro que esto acarreará. Hay una circularidad en el relato que nos lleva de la Alemania del pasado a la actual, de allí a la Argentina de la dictadura y a un presente que tiene mucho de pasado, como su máquina de escribir, como el contestador automático de Emmanuel.

Se me ocurre entonces que el cuadro de Munch es un llamado desesperado cuando la otredad no es reconocida.

Dramaturgia: Charles Lewinsky

Dirección: Manuel González Gil

Actuación: Gerardo Romano

Duración: 80  minutos

Chacarerean Teatre

Nicaragua 5565, Palermo, 4775-9010/ 4774-3712

———————————————————- INFORMACIÓN ACTUALIZADA 2022

Escribe Anahí Almasia

Anahí Almasia nació en Buenos Aires, es argentina y española. Es psicóloga de la Universidad de Buenos Aires y Magister en Patologías del Desvalimiento de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Algunos de sus trabajos y tesis psicoanalíticos dan cuenta de una búsqueda artística alrededor de la obra de Borges, Gabriel García Márquez, Yves Klein y Frida Khalo. Sus libros de ficción son Matu Ketami. El tiempo de Troful, El Juego de Barbazul (junto a Valeria Castelló Joubert), el libro de cuentos Lo que el viento no se llevó (en coautoría con Luz Darriba). Trabaja actualmente en una película y en diversos proyectos culturales.

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2 Comentarios

  1. Excelente nota Anahí. Stephen Dedalus lo dijo: ‘La historia es una pesadilla de la que intento despertar’. Despertemos pues.
    Salud.

  2. Si, despertar es clave para vivir con conciencia, Stephen tenía razón. En esto se basan todas las teorías de las organizaciones de memoria histórica y las del psicoanálisis. Gracias, Marcelo!

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