Lectura del libro No quiero volver a mi casa de Camila Sportuno Ghermandi (Editorial Malisia). Ilustración de Cindel García.
Explicar con palabras de este mundo
que partió de mi un barco llevándome
Alejandra Pizarnik
La editorial Malisia de La Plata, nos presenta en esta oportunidad una ópera prima de cuentos entrelazados en ciento veintidós páginas. Y una tapa color estepa con troncos sin hojas. Caducifolio. Índice de un ciclo de la naturaleza que marca también, en ausencia, la capacidad de los árboles de brotar, incluso florecer en épocas del año más favorables. Pero sus letras a palo seco del título, bien nos ubican en el blancofrío, en la nieve que arrasa. Salvo una hojita juguetona, verde intenso en la contratapa, que pone lumbre sobre esta historia que orbita por el sur, la naturaleza y una familia como organismo vivo, en constante tensión y transformación.
Su autora se pasea en las alturas, en puntas de pie y con sombrilla. Esgrime en su andar una armonía entre la naturaleza y el relato. Y nos atrapa rápidamente con pinceladas de ternura, hermandad, aunque también desolación.
Todos sus personajes, Natalia, Sofía y Francisco, que son tres hermanxs, y sus padres Roberto y Gabriela, en distintos tramos de la historia se refugian en la naturaleza. Natalia, que intenta huir al bosque con la sospecha infantil que en otros hogares sí hay felicidad. Sofía, que ansía que su abedul, el quinto, le brinde la llave para ingresar a la cultura familiar. Ser una más, bienvenida, de una vez y para siempre. Francisco, que en el canto de un pájaro carpintero y en el caminar en las hojarascas del bosque, se anima a explorar su sexualidad. El padre, que ni bien llega al río, lo primero que hace es nadar desnudo y Gabriela, que siempre elige el camino más largo para poder contemplar el lago. Allí, esta familia se reconforma y se siente alojada. Y el campo de batalla en términos narrativos se expande.
En esta novela de cuentos hilvanados, nos encontramos con bajas temperaturas, gatos congelados, pozos que en inverno se cargan de agua y en su superficie exhiben una capa de hielo resquebrajado por el que se cuelan los rayos de sol. Hallamos también al mar patagónico y una marea que en su andar nos susurra: ES EL HOMBRE EL QUE TIENE QUE ADAPTARSE A LA NATURALEZA, PERO NO AL REVÉS. Y Natalia, añora esa costa virgen, en la cual bien temprano es posible nadar en cueros y con suerte, divisar algún lobito por allí.
Pero la vida urbana se expande. Asedia incluso en los suburbios Barilochences. Lo silvestre, la cicuta y los dientes de león se ven aventajados por los jardines. Casas, cabañas y lomas de burro tiñen el paisaje ceniciento. Así, hay que alejarse, irse literalmente a la mierda, como llora desconsolada Sofía frente a su abedul arrancado, moribundo. Cosificado en arbolito de navidad por una madre pragmática. Por eso el deseo de escapar o simplemente sacar de ese agua de deshielo el pie porque quema. Así lo ordena la marea, MAS RESPETOOOO, y los personajes deben acatar. O más bien rajar en bicicleta. Y si se viola la ley natural, hasta los cangrejos se cobran venganza.
Para reconstruir este universo, he aquí las palabras de que componen este magma: retamas, espinas de rosa, nieve, marea, rocas, viento, algas, piletones de arena, sangre, polvo, sendero, río, remolino, brisa, pasto, insectos, más río, montañas, sauce, madreselva, abejorros, colibrí, flor, lluvia, hojarasca, claro en el bosque, pájaro carpintero, amancayes naranjas, cuerpos desnudos, zorzal, brisa, estrellas, copos de nieve, luna. Dejo a sus sentidos, reponer los sonidos y aromas que le dan cuerpo a este universo vivo. Yo los siento. Y en el cuento Entierro incluso van más allá: “Eso de cortar un árbol, dejar que se muera. Pero aunque sea ellos, los recién cortados tenían aspecto de vivos, como las flores que adornan las casas y siguen despidiendo olor aunque se están muriendo”.
Me resisto a decir que estamos frente a la historia de una familia disfuncional, disruptiva. En los tiempos que nos tocan, me siento más cómoda en pensar que no existen las familias funcionales. Mucho menos las felices. Y por ello, decir que Camila retoma el guante en eso que alguna vez recomendó Chéjov alrededor de la luna. “No me digas que la luna brilla, sino mostrame como lo hace”.
La ternura y la calidez de esos hermanos que se mecen y acompañan, incluso en la distancia de la adultez. Con el deseo siempre latente de volver a encontrarse, de reunirse en el Steffen a mirar las estrellas. En ese soplar de velitas y desear, como siempre, que la familia de papá, mamá y lxs hermanxs se encuentren bien. O en el cuento En el pozo, donde los tres hermanos terminan de cavar y alientan a la menor: “Dale Sofía, trae el abedul que es tuyo y es por vos todo esto”.
Dejar atrás la infancia y su duelo es una tarea que estos tres pequeños tienen que atravesar. Crecer en el mismo momento en que se advierte que nuestrxs padres y madres nos decepcionan. Poder hacernos cargo de eso y seguir adelante. Ese motivo, que es parte de la historia del cine y de la literatura, en las que las familias tienen en su núcleo algo oscuro, siniestro y cruel. Y aquí otro de los mojones de esta historia, que nos muestra como una vez que se parte del hogar, inevitablemente llega la adultez. Y si todo sale bien, se rompen los mandatos que en la infancia nos obligan a matar a la trucha arcoíris para agradar al padre, aún simulando que no nos interesa corriendo la mirada.
Y aquí su símbolo, cuando la relación con la familia ascendente se resquebraja y pierde solidez, estamos obligados a tomar el mando de la propia vida y advertir que la vuelta sólo es posible siendo otro, otra, otre.
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