Oráculos: entre la palabra y el destino

“Conócete a ti mismo” expresó Platón en la Atenas del siglo IV a. c., reproduciendo las palabras del oráculo de Delfos, e inició una nueva forma, dualista, de concebir el mundo que se extiende hasta nuestra época. En esta nota, intentaremos sumergirnos en las profundidades que subyacen a la frase, desentrañando la idea que se esconde detrás de los conceptos de oráculo y destino. Ilustración de José Bejarano.

1.Edipo

Un oráculo es una palabra saturada de eternidad. El tiempo oracular es arquetípico, consiste en modelos universales de acciones que se repetirán en el plano de los sucesos históricos. En esta temporalidad, la humanidad no es más que la carne en la que se inscriben sucesivamente el conjunto de aquellos signos eternos.

La historia se repite cíclicamente: un héroe silente se aproxima al oráculo, una pitonisa de ojos desenfocados siente temblar su carne, unas palabras gotean de la boca posesa, unos oídos creen haberlas escuchado ya.

Edipo “el hijo de la fortuna”, pero también el más infeliz entre los hombres, fue quien encarnó como ningún otro en la mitología griega las palabras de un oráculo. La historia es harto conocida: Edipo nace en Tebas, a la hora de su nacimiento se profetiza su futuro de incesto y parricidio, Layo, el padre, decide matarlo, designa a un pastor y le encomienda la tarea. El pastor negándose a asesinar al recién nacido, lo lleva a Corinto, donde lo adopta la familia real. Un Edipo adulto vuelve a escuchar el mismo oráculo, y, movilizado por la necesidad de escapar del destino trágico, comienza su periplo de retorno a la, por él insospechada, tierra materna.

La Esfinge apestaba el aire irrespirable de Tebas, era necesario un héroe para matarla. Edipo se presenta. La Esfinge, como buena criatura liminal impide el paso a Edipo, lo reta con un enigma que contiene el encanto del símbolo inextricable. El más célebre de los enigmas de la humanidad reza así: ¿cuál es el nombre de la criatura que al alba camina en cuatro patas, al mediodía, cuando el sol se halla en el cenit, en dos; y durante el ocaso, en tres? Edipo ni bien escucha las palabras que salen de aquella boca híbrida, sonríe y responde con soltura con la palabra “Hombre”. Para Edipo toda la humanidad no es más que una palabra. Y responde al monstruo liminar como si éste preguntara por una simple categoría lógica; y no por algo más profundo que es él mismo, su propia identidad y esa existencia propia que se despliega inaprensible en una encrucijada entre Tebas y Corinto.

Y, creyendo Edipo responder el enigma, se sepulta a sí mismo en una tumba que es también un vientre inerte.

2.El tiempo de los oráculos

Para la palabra oracular no existe sino una dimensión del tiempo: el pasado, el tiempo en el que el oráculo fue proferido. El presente y el futuro no son más que el despliegue de dicha palabra, su inscripción en los cuerpos.

La concepción tradicional que tenemos de los oráculos es platónica, es decir dualista. Traza una insondable divisoria entre la dimensión del mundo real/eterno de los arquetipos y la del ilusorio mundo de los fenómenos cotidianos, que no sino duplicados de aquellos.

La temporalidad es, por tanto, curvada sobre sí misma, circular. El concepto de pérdida es impensable en este esquema temporal ya que nada sobra y todo retorna. Ocurre todo lo contrario que con la concepción moderna y sucesiva del tiempo, donde los sucesos se desdibujan en la nada.

Nada se pierde, pero nada prolifera tampoco; la repetición elimina la posibilidad de la multiplicidad y novedad de los fenómenos, que son meras copias de lo que sucedió in illo tempore.

3.El autoconocimiento o el despliegue incontenible de la tragedia

El corazón de la tragedia coincide con el centro de la noción de tiempo cíclico, como dos círculos concéntricos que se tocan.

Para las corrientes mistéricas de la antigüedad, como el orfismo y el dionisismo, por poner algunos ejemplos, todo comienza con un dios que quiere conocer lo otro de sí, llámese cuerpo, materia o tiempo -en pocas palabras la multiplicidad sensible-. Lo que precipita la caída del dios, con el subsiguiente desgarramiento, todo esto se conoce con el nombre de principium indivituanis. Pero, luego de individuarse, quebrarse y caer en la materia, el dios debe retornar nuevamente al plano arquetípico mediante el conocimiento.

El hombre repite desde su finitud el drama divino; el conocimiento y la verdad, por tanto, están atravesados por la tragedia.

Volviendo a Edipo, podemos afirmar que él sabe mucho y poco a la vez. Se sabe, aun antes de su nacimiento, que matará a su padre y se casará con su madre, esta es una verdad eterna. Lo que le falta a Edipo es la dimensión de lo particular y del individuo, porque no sabe quién es su verdadero padre ni su verdadera madre. Sólo la verdad encarnada es conocimiento, la verdad sobre la que se llevó a cabo un proceso de apropiación. Algo que, por supuesto, Edipo busca, a la vez que evita.

La falta de conocimiento se irradia desde un centro, hacia todo lo demás. La ignorancia o el error en el juicio, hamartia, que por definición precipita la tragedia griega, es imparable en Edipo, comienza como algo pequeño, pero se difunde y lo contamina todo, como la peste. Edipo no sabe quién es. Este desconocimiento, o conocimiento a medias, toma la forma de un enigma que interpela y destruye.

El enigma es circular y todo conocimiento es reconocimiento, en el sentido platónico del mismo, los sucesos son índices en los cuales se puede leer los arquetipos eternos.

Si Edipo quiere saber quién es, debiera saber quiénes son sus padres; pero este conocimiento le está vedado. Sólo podrá saberlo cuando reconozca los índices que han sido anticipados por el oráculo: el asesinato y el incesto. Es por esto que el conocimiento oracular llega siempre demasiado tarde, cuando la palabra ya se inscribió en los protagonistas, es decir, cuando ya sobrevino la tragedia.

Pero si la temporalidad del oráculo es circular, si la solemne verdad eterna sólo puede conocerse si se encarna en los cuerpos más o menos débiles, pasivos y temblorosos; entonces ¿en qué sentido podemos hablar de la voluntad humana, de la libertad de acción, del error en el juicio y demás nociones que atraviesan el ethos griego?

4.Acción, error, repetición y destino

Pareciera que Edipo sólo puede acceder a la libertad cuanto más cumple con el rol otorgado por su destino trágico, y esta es quizás la gran paradoja de la identidad.

Edipo actúa y actúa mal, es decir, se precipita. Si sabe que devendrá el asesino de su padre (y que este hecho desencadenará una serie de sucesos trágicos) debe al menos evitar el derramamiento de sangre, sea de quien fuere. Dado que si no sabe quién es su padre, la humanidad entera ejerce (en potencia) esa paternidad. Y es justamente esta potencialidad lo que podría actuar como antídoto del tiempo cerrado del oráculo. Pero esta potencialidad es paralizante. no ocurre ni en el plano arquetípico, ni en el de los fenómenos particulares, es decir, no ocurre de ninguna manera, y a Edipo le interesa actuar, tomar decisiones, conocer, hacerse del poder real, amar, aunque yerre.

Y más aún, Edipo no sólo desconoce la verdad, sino que asume y defiende con soberbia una mentira. Yerra, no sólo por dicha falta de conocimiento, sino por su hybris, el otro elemento necesario para que sobrevenga la tragedia. La falta de Edipo es a la vez carencia y exceso, muy lejos del término medio exigido por oráculo de Delfos.

El tebano comprende que el autoconocimiento se entrama con la palabra arquetípica del oráculo; pero la malinterpreta, se burla del adivino Tiresias y destruye a la Esfinge que lo alertaba acerca del enigma de su propia identidad. Edipo debiera haber sopesado razones, sentimientos y testimonios. Ya que medir, templar y equilibrar son prescripciones del dios délfico. Pero, por el contrario, no hace sino resolver, cerrar y destruir. Con todo esto, la tragedia deviene ineludible. 

5.La identidad trágica

El pueblo griego del siglo V a.C., guarecido detrás del nombre de Edipo, el más desgraciado de los hombres, aceptó con heroicidad la tarea de desnudar ante nuestros ojos la noción ominosa que se encuentra en el centro de la idea de destino, su matriz trágica, y su relación con la identidad. Nos enseñó también que no es lo mismo saber la verdad que conocerla, y, sobre todo, que para comprender tal distinción y asumirla hace falta valentía.

Entre el oráculo de Apolo, el más áureo de los dioses, y el enigma de la Esfinge, el ser híbrido del inframundo, se despliega, cargada tanto de júbilo como de profunda desesperación, la existencia de Edipo, y quizás también la del resto de la humanidad.

Bibliografía

Abiuso, Federico Luis y Kravetz, Tatiana (2014).  “El problema de la verdad en Edipo rey desde la óptica de Michel Foucault”, en El banquete de los dioses, Revista de filosofía y teoría política contemporánea, volumen 2, número 2, Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, Buenos Aires.

Cacciari, Massimo (2000). El dios que baila, Buenos Aires: Paidós.

Deleuze, Gilles (2008). Kant y el tiempo, Buenos Aires: Cactus.

Foucault, Michel (2003). La verdad y las formas jurídicas. México D.F.: Octaedro Editores.

Sófocles (2014) Edipo rey, Madrid: Gredos

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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