Paganismo, hacia una concepción cíclica de la existencia

El paganismo entendido como religión de la naturaleza que plantea una concepción de la temporalidad y de la experiencia humana contrarias a la tecnificación de la existencia. Esta omnipresente mirada podría verse transformada por una recuperación del origen, de los ciclos naturales y la dimensión femenina de la existencia, un cambio de conciencia hacia un paganismo ecológico. Escribe Gabriela Puente, ilustra José Bejarano.

La vertiente pagana

Una posible etimología del término “pagano” es la que lo hace derivar del latín pagus, palabra que hace referencia al pago o lugar del que algo proviene. Conceptualmente, pagano es quien habita la misma tierra que sus antepasados; en contraposición encontramos el cristianismo, que desde sus orígenes se postuló como la religión de lo ecuménico.

Históricamente, para hallar uno de los primeros usos del término, debemos remontarnos al año 325 cuando Constantino llama al concilio de Nicea, convocado con la intención de erigir al cristianismo como la religión oficial del Imperio romano. Este acontecimiento divide las aguas entre los cristianos, los herejes y los paganos; dejando de un lado, ubicuamente, el cristianismo y, del otro lado, todo lo demás.

Por su parte, la diferencia entre paganos y herejes consiste en que mientras los primeros adoraron a dioses previos al cristianismo, los segundos profesaron la fe cristiana, pero en algún punto se alejaron o abominaron de ella.

En la concepción cristiana, paganos fueron los helenos y tracios, adeptos al orfismo y dionisismo, paganos los habitantes de la aurea Creta y los de Anatolia, quienes dejaron para la posteridad las ruinas de Katal Hüyük, el templo más antiguo del que se tiene registro; paganas también las ricas civilizaciones que habitaron las márgenes de ríos tan lejanos como el Nilo, Éufrates, Tigris y el Indostán. Todos paganos, y, por tanto, condenados, por la novel religión, a un lugar cuyo concepto no conocieron ni entendieron: la perpetuidad del infierno.

Ante el ingente peligro del cristianismo, el paganismo europeo no tuvo más opción, durante la Edad media, que ocultarse y sincretizarse con esta religión universal. Pero, detrás del dios cristiano, asomaba el rostro transfigurado de la diosa madre y su hijo/amante la deidad cornuda de los pueblos agrarios antiguos.

Para algunos autores, los elementos esenciales del paganismo tienen su origen en una religión antiquísima, que se remonta al período neolítico, basada en los ciclos naturales y en un monismo simbolizado por el matrimonio sagrado entre la diosa y el dios.

Este paganismo de raíces rurales estuvo fuertemente orientado a la dimensión cíclica y femenina de la existencia, dado que la diosa fue considerada, en tanto que madre, la condición de posibilidad de la deidad masculina, el mencionado dios cornudo. Éste es coronado, en sus primeras representaciones, con atributos taurinos, dado que los cuernos simbolizan la fase creciente de la diosa luna. En relación al simbolismo del toro es interesante mencionar que algunos especialistas van incluso más allá y encuentran en su nombre la raíz etimológica de “dios”, en este sentido afirma Alain Daniélou que “la palabra sánscrita Go (toro) es una de las etimologías de la palabra que significa «dios» que ha dado Gud en escandinavo, Got en alemán y God en inglés” (1979:162).

La técnica

El paganismo antiguo fue durante un largo tiempo un bastión de resistencia contra el cristianismo y su visión dualista del mundo. Sin embargo, en la actualidad esta conceptualización cristiana ya no es la cosmovisión dominante, es por esto que el rostro del enemigo del paganismo o del neopaganismo, si se quiere, ha metamorfoseado y los dioses naturales se oponen ahora a la técnica moderna y posmoderna.

Podemos definir la tecnociencia actual como aquella que se basa en la observación y control de los fenómenos. Recordemos que para que un conocimiento sea considerado científico debe tener que pasar por la criba de la reproductibilidad, es decir de la repetición del fenómeno en las condiciones controladas y (supuestamente) neutrales del laboratorio.

Quizás nadie durante el siglo XX se haya preguntado tan honda y lúcidamente por el origen de la técnica como lo hizo el filósofo alemán Martin Heidegger. Éste nació en 1889 y fue un intelectual de lo más controversial, dado que estuvo afiliado al partido Nacionalsocialista y que nunca se retractó, al menos públicamente, de ello. En 1922 se retiró a una cabaña ubicada en lo profundo de la Selva negra, donde se sumergió en la naturaleza y buscó un contacto más originario con el “Ser”, allí escribió el grueso de su obra, que, según sus propias palabras, debía ser entendida en el contexto de la naturaleza envolvente y como una parte de las montañas del paisaje. Finalmente, pasó sus últimos días alejado de las comodidades técnicas modernas y cercano al orientalismo taoísta.

Como mencionamos, la obra de Heidegger puede ser leída como una crítica mordaz a la técnica capitalista. Sin entrar en demasiados detalles, podemos definir, desde el heideggerianismo, a la praxis científica como una interpretación que cierra y cosifica al Ser, entendiéndolo a la manera de un ente, o de una cosa. Debemos mencionar también que el Ser para Heidegger no es más que apertura y vacío, esto es, la relación y el horizonte de todo lo que existe. Por tanto, si se lo define como algo, no se hace más que limitarlo. Y la ciencia es la más limitante de las definiciones, dado que el conocimiento científico lleva a interpretar al Ser y a la naturaleza como un stock mercantil del que podemos disponer invariablemente.

El siglo XXI, por su parte, trae una aceleración técnica nunca antes vista en la Historia de la humanidad. Este proceso que podemos llamar virtualización de la experiencia consiste en una verdadera metafísica, en una estructuración del mundo, en la que las nociones tradicionales de espacio y tiempo se están condensando y desapareciendo hasta el punto de la sincronicidad total. (Cfr. Puente, G., “La nube y el continuum virtual”, 2020, Revista Colofón).

¿La técnica y después?

Debemos estar profundamente conscientes de que, si el ritmo de la producción global no desacelera, en un corto período de tiempo ya no quedarán recursos naturales.

La técnica es generada por ciertas condiciones materiales, es decir, relaciones entre los individuos que forman parte del proceso de producción. Es por ello que la técnica no consiste simplemente en un conjunto de conocimientos y dispositivos “neutrales” ajenos a los vínculos entre los sujetos.

En este sentido, la técnica no es sólo una forma que se le pueda llenar de contenido, sino que estructura las relaciones de poder; y, debemos añadir, es, a la vez, estructurada por ellas. En pocas palabras, produce subjetividades.

La usanza técnica de vincularse con los otros y el mundo, está marcada por el ritmo acelerado de la producción masiva a escala global.

Esta relación de producción se replica en diversas dimensiones de la praxis: en las ciencias, imponen condiciones de trabajo dentro de un laboratorio que redundan en la tortura de animales considerados como objetos, cuyas condiciones fenoménicas (su vida) deben ser controladas. Se replica también en la autopercepción de la corporalidad normatizada, entendida como máquina cuyo rendimiento es calculado de manera cuantitativa a partir de las calorías (en los cuerpos feminizados todo esto llevó a procesos de patologización descontrolada, la anorexia ampliamente extendida en corporalidades femeninas da cuenta de ello). Se replica en la elección de pareja, sobre todo vía las aplicaciones de citas, donde el otro (posible candidato sexo afectivo) forma parte de una línea de montaje que va pasando ante la pantalla del celular pasible de ser elegido o rechazado mediante un simple click. Se replica, para no extendernos en casos, en la exclusión de lo otro, concebido como anciano, loco, salvaje, o todos aquellos que tengan diferentes saberes no compatibles con la maximización de medios y fines.

Un cambio de consciencia hacia el paganismo ecologista, que implica una relación con la naturaleza y el otro que tenga en cuenta una temporalidad desacelerada marcada por los ciclos naturales de nacimiento, crecimiento y muerte, supone una toma de posición y de acción, lo cual conlleva, por supuesto, pérdidas.

Aproximarse a lo natural, al tiempo de lo cíclico, necesita de una implacable fortaleza, resistencia y abandono. Las ventajas de la tecnología parecen ser numerosas: la medicina e industria farmacéutica nos acercan la cura y el tratamiento para diversas enfermedades; super y megamercados, permiten la saciedad casi inmediata de nuestras necesidades más básicas; la tecnología aplicada al hogar y a la vida cotidiana, nos permite vivir inmersos en  comodidades al alcance de la mano, que, dicho sea de paso, están siendo exacerbadas y llevadas a su límite en la llamada internet de las cosas, que nos pide conectar nuestra consciencia a la red para manejar a través del pensamiento los aparatos técnicos de nuestras casas.

Sin embargo, es innegable que las mieles de la tecnología no están disponibles para todos los individuos, sino sólo para aquellos que están incluidos dentro de la estructura productiva; para todos los demás, el grueso de la población mundial, no queda ni la posibilidad de la autosuficiencia.

¿Hacia un (posible) nuevo despertar del paganismo?

Surgen muchas preguntas en relación a todo esto, una de ellas es si la técnica capitalista puede ser afín a una existencia más sustentable y redistributiva, o si, por el contrario, ya su estructura intrínseca implica este tipo de relaciones de producción. La segunda opción, aunque más desesperanzadora, parece ser la más lógica.

Sin embargo, deberíamos retroceder un poco, a la manera heideggeriana, y volver a abrir la pregunta. Ya que plantear un conflicto irresoluble donde se busquen respuestas definitivas a partir de extremos donde todo es blanco o negro (o bien, técnica, o bien, paganismo) es una consecuencia del pensamiento dicotómico occidental.

Replantear la pregunta, producir nuevas y diversas respuestas, así como tomar una posición es nuestro deber para con nosotros, el medioambiente que habitamos y las generaciones venideras.

Para responder las cuestiones y las preguntas recolectadas en esta nota quizás se necesite de alianzas alquímicas y estratégicas a veces impensadas incluso “contranaturas”; porque en última instancia lo que está en juego es justamente una resignificación de la noción de naturaleza, incluso, o, sobre todo, de la naturaleza humana, que ya no puede ser considerada desde una idea de superioridad basada en un antropocentrismo vacuo.

Bibliografía

Baring, A. y Cashford, J. (2005). El mito de la diosa, Madrid: Siruela.

Campbell, J. (2006). El héroe de las mil caras, Buenos Aires: Fondo de Cultura económica.

Daniélou, D. (1979). Shiva y Dionisos, la religión de la naturaleza y del eros, Barcelona: Kairós.

Deleuze, G. (1999). “Post-scriptum, sobre las sociedades de control”, en Conversaciones, Valencia: Pre-textos.

Deleuze, G. (2009). Diferencia y repetición, Buenos Aires: Amorrortu.

Frazer, J. G. (1944). La rama dorada, D. F.: Fondo de Cultura Económica.

Heidegger, M. (1994). “La pregunta por la técnica”, en Conferencias y artículos, Barcelona: Ediciones del Serbal.

Heidegger, M. (1999). “La época de la imagen del mundo”, en Caminos del bosque, Madrid: Alianza.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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