Pesadilla

Durante milenios, en Occidente, las pesadillas fueron relacionadas con las dimensiones más inaccesibles de la existencia: la adivinación, la muerte y el infierno. En el mes de las brujas, Gabriela Puente nos trae en esta nota las visiones de lo lóbrego. Ilustración de José Bejarano.

Una noche, siete noches

En el invierno del año 1977 Jorge Luis Borges analiza el concepto de pesadilla, durante un ciclo de conferencias que luego devendrá el libro llamado “Siete noches”. Previsiblemente nos dice que no debemos dejarnos engañar por el diminutivo castellano “pesadilla” dado que no contempla el pasmoso sentido de los malos sueños, como sí lo hacen otros idiomas, por ejemplo, el inglés.

La palabra inglesa que refiere a la pesadilla es “nightmare” y el término “mare” es en sí mismo llamativo. Significa yegua, pero otra de sus acepciones hace referencia a una experiencia difícil o angustiante; en este último sentido se aproxima al significado de pesadilla, pudiendo ser considerado un sinónimo.

Mare, en la mitología nórdica era un demonio femenino que se aparecía durante el sueño y se posaba vigorosamente sobre el pecho del soñante presionándolo hasta dejarle sin aliento. 

En ambos casos, en el término castellano y en el inglés, se conserva la idea de algo denso, opresor y angustiante. Por tanto, la sensación de ahogo y desesperación parece intrínseca a la noción de la pesadilla.

Platón, el hígado y los sueños

Platón en su Timeo dividió el alma humana en tres partes: una racional e inmortal y otras dos más bajas y perecederas. La última de las partes del alma, la más cercana al cuerpo, se llama epithymia. Era la sede de las pasiones y se la relacionaba con el hígado. 

La totalidad de lo onírico se hallaba en los dominios de la epithymia. Durante el sueño, la parte racional del alma queda aletargada, pero los pensamientos y sensaciones no desaparecen; vagando a oscuras por los confines del cuerpo hallan la superficie negra y cuasi espejada del hígado, y se multiplican en imágenes oníricas. 

El hígado es, para los griegos, un órgano de lo más interesante. Al concebirlo como el lugar propio de la irracionalidad, Platón sigue la tradición. Sin embargo, el filósofo no da un paso más, como sí se atrevieron a hacerlo sus contemporáneos quienes coronaron al hígado con mágicas propiedades, de las que carecen cualquier otra víscera. De manera tal que éste era el órgano elegido por los dioses para comunicarse: “debido a la creencia según la cual refleja el macrocosmos -pues todos formamos parte de una y la misma phýsis-, el hígado adquiere un papel central en las prácticas adivinatorias.” (Lanza González, 2019: 172). Así, luego de los sacrificios el hígado de diversos animales era pacientemente analizado en busca de señales impresas en él por la divinidad.

Subyace un fundamento mitológico a estas prácticas mánticas; en sus mitos, los griegos, tramaron una conexión entre el sueño, el hígado y la dimensión ctónica de la existencia. Hipnos, el sueño, es el hermano del dulce Thánatos, la muerte apacible. Ambos habitan el inframundo, por lo que los dominios de lo onírico devienen una puerta, un puente, quizás un canal de acceso hacia aquellas realidades inframundanas. También el autor trágico Eurípides hace nacer de la Tierra (cthon) a los “sueños de alas negras” que fluirán hacia los humanos desde las hondas cavidades del Averno.

La rebelión de los soñantes

Autores cristianos explican las pesadillas mediante una referencia a ciertos demonios profusamente sexualizados que abordan a los soñantes. Los masculinos llamados íncubos atacan y tientan en sueños a las mujeres, mientras que los femeninos súcubos hacen lo propio con los hombres. 

Durante el Medioevo, estos demonios son considerados tan nocivos que su finalidad no se reduce a la simple tentación carnal. Su verdadero objetivo era producir una subversión total de la moral y las buenas costumbres de la época. Y es así que, aunque íncubos y súcubos no puedan producir semen, sí pueden transportarlo en sus cuasi corporales formas, para luego insertarlo en el útero de las mujeres que darán a luz descendencias ilegítimas, trastocando el núcleo de la sociedad medieval: la familia.

Llamativamente, a nuestros ojos modernos, esta concepción del sueño parece cargada de una potencia revolucionaria, incluso podríamos decir creativa. Podemos imaginar que el sueño podría haber actuado como un punto de fuga de un sistema tan represivo como la sociedad medieval; pero, a pesar de ello, las codificaciones cristianas priman y los sueños fueron insolublemente ligados a lo demoníaco.

Las pesadillas y el infierno

El sueño, más aún las pesadillas, fue relacionado, en occidente, con lo nocturno y con las profundidades de lo telúrico, dominio de lo paradojal por excelencia por vincularse tanto a lo lóbrego como al exceso, a la exuberancia como a la tumba. El sueño, como la muerte, despliega sus oscuras alas sobre la humanidad en su momento de mayor indefensión. Quizás sea esta la razón por la que Borges concluye su conferencia sobre las pesadillas ensayando una hipótesis “teológica”, donde afirma que éstas no son otra cosa que grietas del infierno, por donde quizás se cuelen las visiones de los condenados.

Bibliografía

Borges, Jorge Luis. (1980). Siete Noches. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. 

Lanza González, Henar. (2019). “El hígado y el alma apetitiva en el Timeo de Platón y su relación con la tiranía”. En Daimon Revista Internacional de Filosofía, nº 76, pp. 171-188.

Platón. (2011). “Timeo” en Obras completas, Madrid: Gredos.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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