Poema Ordinario

Poema Ordinario de Juan Ignacio Fernández toma vida en el Moscú Teatro Escuela bajo la dirección de Lisandro Penelas. Se trata de una obra que pone en cuestión temas tan antiguos como actuales como la pregunta sobre la verdad y los dramas de la cotidianeidad, todo con el río Paraná como escenario.

El plan es ver la obra de teatro Poema Ordinario en Moscú Teatro Escuela. Llego con tiempo para subir la escalera de metal y sentarme en una de las sillas de la antesala del teatro. La misma sala que después formará parte de la cuidadosa escenografía. Ese ingenio que se deja ver en cuanto empieza la obra y descubrimos que el espacio entero del edificio, el baño de la sala, la sala de espera, y hasta la escalera de entrada, forman parte de la versátil escenografía. Primera sorpresa.
Gracias a esta integración que convierte los límites espaciales en plásticas locaciones, nos encontramos, cuando se abre el telón, en la orilla del río Paraná. Los grillos inundan la escena y el color es el de la noche entre pastizales con peligros acechantes. Los actores ya están allí viviendo su drama y nosotros somos visitantes curioseando en la vida ajena.
Autor y director son cómplices de este espectáculo maravilloso llamado teatro y, con la maestría de los que saben, cada frase forma parte de la economía de recursos que nos llevarán al final como por un tobogán luminoso, oscuro e inquietante.
Poema Ordinario de Juan Ignacio Fernández, con dirección de Lisandro Penelas subvierte el tema central: la verdad. Todo podría ser mentira y cada personaje deberá vérselas con su lugar en un entramado que lo antecede y lo subjetiva.
¿Cuánto de poesía hay en los dolores cotidianos, en la realidad a la que estamos acostumbrados? Si el título nos conduce a una especie de oxímoron, la triste felicidad o la verdad de la mentira, los ocultamientos están a la orden del día como semillero de lo que llegará después.
Pero no permaneceremos en un tiempo monótono. Irrumpe como un bólido el hijo. El que se había ido, el que arrastra con una verdad a cuestas y refleja la de los otros integrantes de la familia. Enamorarse del que ocupa hoy su habitación y es el mismo que ama su hermana es una metáfora de lo que les sucede. No es el objeto amoroso lo deseado, sino, y quizás es lo más doloroso, la destrucción de la ternura posible en el vínculo fraterno. Matar a la hermana, matar el germen de su esperanza al mismo tiempo que la rescata con varias verdades lanzadas de manera bestial, como suelen ser dichas las verdades que por algún motivo son insoportables.
Una criatura siniestra pulula y acecha. Está enojada, el ente podría atacar. O no existe y es la misma fuerza que fluye desde el interior de cada uno de nosotros en su humanidad más cruda pujando por salir violenta y asesina.
Mientras tanto, el alcohol, ya se sabe, obnubila los sentidos y permite vivir en otro sitio, creer las falacias de ciertas frases proferidas: “Yo no lo culpo por haber intentado ser feliz”. Y al mismo tiempo: “No dan ganas de mentir en una noche así” y así nos enteramos que el resto de las noches, quizá todas las noches, la mentira es un monstruo acechante. “¨Nadie sabe qué hay abajo del Traicionero, del Paraná” como nadie sabe que hay detrás de las palabras de ciertos personajes.
Enseguida, la verdad de quien profiere ciertas frases arrojadas como si no fuera la intención: “Eso es lo que pasa con la tristeza, uno se acostumbra y le pierde el valor”, “Enamorarte y que sea una condena el amor”. Así, del desamor al amor, del abandono al encuentro, del aborto subjetivo a la existencia sufriente, miran la luna estos personajes de tanta profundidad. Esta última frase nos conduce a otro monstruo acechante: la muerte de los niños, los abortos consumados y los que no, todas las metáforas de la muerte subjetiva acaecida cada noche en cada individuo. ¿Los niños muertos son los personajes que perdieron su verdad en el camino? ¿Son acaso los restos de sí mismos cuando aceptaron vivir bajo la oscuridad de la luna negra?
Si no lo bello, por lo menos lo inquietante que conmueve “nos dejó desnudos”, como dice la madre y así, lejos y cerca de la verdad en cada palabra proferida, en ese juego dialéctico que nos subjetiva y no, salimos de la orilla del Paraná para adentrarnos en la ruidosa ciudad del sábado a la noche.

 

Ficha técnico artística
Dramaturgia: Juan Ignacio Fernández
Actúan: Cecile Caillon, Fernando Morales, Julieta Timossi, Ignacio Torres
Diseño de vestuario: Eugenia Limeses
Diseño de escenografía: Jose Escobar
Diseño de luces: Soledad Ianni
Diseño sonoro: Agustín Valero
Fotografía: Pilar Montaron
Diseño gráfico: Tatiana Schumovich
Asistencia de dirección: Fernanda Pérez Bodria
Prensa: Carolina Alfonso
Producción ejecutiva: Cecilia Santos
Dirección: Lisandro Penelas

Escribe Anahí Almasia

Anahí Almasia nació en Buenos Aires, es argentina y española. Es psicóloga de la Universidad de Buenos Aires y Magister en Patologías del Desvalimiento de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales. Algunos de sus trabajos y tesis psicoanalíticos dan cuenta de una búsqueda artística alrededor de la obra de Borges, Gabriel García Márquez, Yves Klein y Frida Khalo. Sus libros de ficción son Matu Ketami. El tiempo de Troful, El Juego de Barbazul (junto a Valeria Castelló Joubert), el libro de cuentos Lo que el viento no se llevó (en coautoría con Luz Darriba). Trabaja actualmente en una película y en diversos proyectos culturales.

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