Hacia el comienzo del equinoccio de primavera, en el hemisferio norte, las tres grandes religiones monoteístas de Occidente llevan a cabo prácticas purgativas como el ayuno, la abstinencia, la vigilia y otras; con el fin de aproximarse a dios. En Colofón, desde el hemisferio sur con su otoño, revisitamos las prácticas catárticas y purificadoras, así como los procesos alquímicos que transforman a los pueblos desde el exceso a la homeostasis post pérdida, desenfreno y dolor. ¿Qué excesos se purgan este año? Escribe Gabriela Puente, ilustra Mariano Lucano.
El término latino purgare conforma la raíz etimológica de las palabras castellanas “purga” y “pureza”; en griego el término análogo es “catarsis”. La purga/catarsis supone una liberación de lo nocivo o inútil, en orden a una purificación; pero para que esto sea posible es necesario un descenso a lo más bajo y profundo del alma, a sus estancias más desesperadas y terroríficas.
Aristóteles extrapola el término “catarsis” de la medicina a sus investigaciones estéticas. De manera tal que, para este filósofo, el ciudadano ateniense al presenciar una representación teatral de una tragedia, sufría una especie de transformación en su alma, a partir de la expulsión o liberación de pasiones tales como la piedad y el terror.
Por su parte, la tragedia, como género estético se origina en el siglo V a. C., en Atenas, en el contexto de las celebraciones en honor a Dionisos, el dios orgiástico de la vendimia, el éxtasis y la manía. Durante las dionisias mayores, celebradas al final del invierno y comienzo de la primavera, los participantes se hundían en un furibundo exceso báquico. Ocurría, entonces, el milagro: en el momento de mayor alejamiento de las convenciones sociales y del agotamiento físico más feroz, el dios hacía su aparición, penetraba en el alma extenuada por tantos excesos y la purificaba.
Como resultados de este abandono a los excesos, ocurría una verdadera liberación dionisiaca, impulsada por el dios cuyo epíteto más célebre era Eleuterio, que significa justamente “el liberador”. Así, el dios de los excesos y de la zoe, esa continuidad vital/animal presente en toda la existencia, preside también el más inmaterial de los procesos espirituales, a saber, la purificación.
Por tanto, para el griego dionisíaco, el exceso y su purga funcionan como el anverso y reverso de la misma moneda. El hilo conductor entre ambos no es otro que el cuerpo, con sus procesos orgánicos que tienden a una homeostasis.
También las grandes purificaciones de las religiones monoteístas ocurren hacia el mismo período del año, alrededor de la primera luna llena del equinoccio de primavera, en el hemisferio norte.
Debemos mencionar brevemente antes de continuar, que analizaremos en lo que sigue, el concepto de purga en relación con las religiones monoteístas. Sin embargo, no es lo mismo, desde el punto de vista orgánico, biológico incluso psicológico si se quiere, realizar una purga en primavera que, en otoño, como nos ocurre a los habitantes del hemisferio sur por estas fechas. Creemos que las purgas de otoño se encuentran muy vinculadas con los momentos de catabasis, es decir de descenso a los infiernos; en la Eleusis de la antigua Grecia, por poner un ejemplo, los grandes misterios ocurrían justamente durante el mes de Boedromión, alrededor de septiembre, hacia el inicio del otoño. El ayuno y la abstinencia eran utilizados para estar más concentrados y frescos para el descenso; estos ayunos eran obligatorios antes de las largas procesiones y de la ingestión del kykeón, una bebida ritual bastante calórica y se cree que también alcohólica y/o alucinógena.
Pero volviendo al caso de las religiones monoteístas, el Pesaj judío, comienza el día de la primera luna llena de primavera y se extiende durante ocho días, conmemora la liberación del pueblo judío y su éxodo de Egipto, ocurrido en el primer milenio a. C., que duró setenta años. Se prohíben durante estos ocho días algunos alimentos como los productos de harina o cereal que hayan estado en contacto con el agua y hayan sido fermentados.
Las pascuas cristianas inician el domingo siguiente a la luna llena de primavera, y conmemoran la pasión y resurrección de Cristo, así como la comunión de lo humano con la divinidad, encarnada en la figura del mesías. Por su parte, entre los alimentos prohibidos para los católicos, se encuentran los productos cárnicos, con excepción del pescado.
Por último, el Ramadán correspondiente a la religión islámica se extiende durante todo el primer mes del equinoccio, comienza con la primera luna nueva del mismo. Conmemora la revelación del Corán a Mahoma, y durante este mes el pueblo musulmán se abstiene, entre otras cosas, de tomar alimentos desde la salida del sol hasta el ocaso.
Las tres fechas sagradas son marcadas por el calendario lunar. Lo cual sugiere una analogía con festividades paganas en las que, hacia el inicio de la primavera, se celebraba el sacrificio del dios consorte y su renacimiento desde el vientre de la diosa madre.
La muerte y resurrección de Cristo sería uno de los casos que más se acercan al paradigma pagano mencionado. Pero, este tema es de lo más ríspido; la matriz agraria tan cara al paganismo explica el renacimiento del dios a partir de la tierra/vientre materno, lo cual está por supuesto ausente en el cristianismo. La figura tan omnipresente en la concepción pagana de la diosa madre y esposa, no encuentra un símil en la religión cristiana; que vació a la diosa lunar de sus imponentes características trasponiéndolas a la figura del dios absoluto.
Sin embargo, algunos estudiosos, abonan la hipótesis de una continuidad entre la concepción pagana y el cristianismo a partir del análisis de ciertos pasajes de evangelios apócrifos gnósticos. La virgen María no puede sostener el entramado de la existencia cíclica a la usanza de la diosa primitiva que, desde su doble faceta nutricia y oscura, otorgaba vida, contenía la muerte del dios en su seno y lo hacía renacer; no obstante, sí existe en el gnosticismo una figura femenina controversial, la de María Magdalena, que permitiría una continuidad entre los momentos de la muerte y resurrección de Jesús, dado que, “es ella quien presencia todas las fases del drama de la transformación” (Cfr. Baring y Cashford, 2005: 670 y ss.).
Pero volviendo a la idea de purga, debemos mencionar también, que es propio del cristianismo el haber llevado dicho concepto a su paroxismo, al alejarlo del cuerpo y elevarlo desde un nivel orgánico a uno de esencial importancia en la economía de la salvación del alma. Así,la purga se convierte en una posible estancia del alma luego de la muerte: el Purgatorio. Pero éste no es sólo una estancia entre cualquier otra, sino que es el más humano y el más definitorio de los destinos post mortem, dado que es temporal (a diferencia del cielo e infierno). Así, luego de su paso por el purgatorio, el alma saldrá renovada y absolutamente purificada. (Cfr.: https://revistacolofon.com.ar/una-vision-del-purgatorio/)
Más adelante en la Historia vuelve a aparecer la idea de purificación catártica, esta vez de manos de la alquimia medieval. Tradicionalmente se concibió a la alquimia como el arte de transmutar metales poco valiosos, como plomo, en otros preciosos, como el oro. La concepción alquímica sobre los metales, independientemente del tipo que éstos sean, afirma que todos ellos evolucionan invariablemente desde su estado natural, guarecidos en el útero de la tierra, hacia el oro; de manera que, pasado un tiempo, siglos quizás, cualquier metal bajo devendría el más áureo de los metales. Sin embargo, la vida humana es corta y su ambición profusa; es por esto que entra en juego la figura del alquimista, cuya función es la de encontrar un catalizador, la piedra filosofal, que acelere el proceso natural de la transustanciación de los metales.
Pero el alquimista no era un hombre común y corriente, y sus ambiciones no se limitaron a la vulgar obtención de oro; sino que éste, mediante su arte, ejecutaba, nada más y nada menos que la catarsis del anima mundi, aquel espíritu, oculto en las profundidades de la materia, que anima el mundo.
La primera etapa del proceso de transmutación alquímica se dio en llamar también nigredo, en referencia al color negro; ya que cada una de las tres fases de transformación alquímica está relacionadas con un color (negro/nigredo, blanco/albedo y rojo/rubedo). Otro de los nombres de esta etapa es mortificatio, cuya raíz etimológica se encuentra en el sustantivo mors, mortis, que significa muerte; en principio hace referencia a la muerte de una parte del metal a transmutar,
Con los años los alquimistas fueron relacionando las distintas etapas de trasmutación de los metales con la transformación del alma humana, por lo cual se trazó una analogía entre el trabajo alquímico y la gran obra de la salvación. En relación a este último punto, la alquimia sincretizó conocimientos prácticos con conceptos extraídos tanto de la mística cristiana como del gnosticismo, el hermetismo y la cábala. Su influencia se extendió durante siglos.
Finalmente, aun en la actualidad la psique humana parece rendirse ante la necesidad de una purga y la posibilidad catártica que algunas religiones siguen ofreciendo. En el fondo de todo esto yace la intuición de que la pérdida y el dolor generan una especie de homeostasis, que nos extrae, aunque sea por breves momentos, una o dos veces al año, de la dimensión profana de la existencia.
Bibliografía
Aristóteles. (1974). Poética, Madrid: Gredos.
Baring, Anne y Cashford, Jules. (2005). El mito de la diosa, Madrid: Siruela.