Sherlock Holmes y la verborragia como método de persuasión

La serie de la BBC y sus trampas narrativas; ¿Por qué le creemos a quien nos cuenta la historia? Ilustración Mariano Lucano.

Hace unos meses un amigo me recomendó, de forma un poco efusiva, que mirara una serie. <<Es genial>>, recuerdo que me dijo y después agregó, con un tono más enfático ante mi negativa: <<¡A vos, te va a encantar!>>. Tiempo después, las palabras de mi amigo siguieron resonando en mi cabeza, no tanto por el significado de las mismas sino, más bien, por la forma de decirlas. <<¡Te va a encantar!>> Así, efusivas. Creo que hasta golpeó la mesa para poner su énfasis o la tilde inexistente en el “tar” de la palabra encantar. Resulta que la serie en cuestión era Sherlock, una serie producida por la BBC que comenzó a rodarse allá por el 2010 y cuya cuarta temporada se estrenó en enero del 2017. Por mi parte, yo ya conocía a Sherlock Holmes, había leído casi todos los cuentos de Arthur Conan Doyle, así que cuando mi amigo me recomendó la serie, mi primera reacción fue la de incredulidad. Otra serie más, pensé, que va a destrozar al bueno de Sherlock… pero entonces, lo que les comentaba al principio, la efusividad de mi amigo. Un día, mientras tarareaba el <<te va a encantar, te va a encantar>> mentalmente, me senté a mirarla, primero con incredulidad, luego con cierto entusiasmo y, finalmente, con fanatismo.

Pero no nos entusiasmemos, la serie es buena, de hecho creo que es una de las mejores adaptaciones que se han realizado. Tiene momentos brillantes y por momentos se torna fome y sentimentalista. Pero aun así, insisto, es buena.

El primer logro de la serie es que está ambientada en el siglo XXI, razón por la cual nos permite ver a un Sherlock que es furor en internet,  gracias a las historias que escribe su fiel compañero, Watson, en un blog… es decir, podemos ver a un Sherlock más cercano a nosotros. El segundo acierto es, por supuesto, las actuaciones de los protagonistas. A riesgo de ser exagerado, pienso que la interpretación de Benedict Cumberbatch debe considerarse como una de las mejores interpretaciones de la historia.

La adaptación de los cuentos está bien lograda y las deducciones del famoso detective son (como en los cuentos) poco creíbles, pero irrefutables. Esto se debe, sin dudas, a la excelente oralidad que posee Sherlock Holmes a la hora de exponer sus deducciones.

Hace unos días charlaba con unos amigos acerca del discurso oral. Yo defendía (creo) la oralidad efusiva y veloz. Ellos, o dos de ellos, me hablaban de un discurso honesto y salido del corazón. El caso de Sherlock, sin dudas, responde al primero. Su manera de disparar palabras y su efusividad hacen que sus deducciones nos parezcan convincentes. Por un momento uno cree estar escuchando (por la perfección de la oralidad ejecutada) a una máquina y no a un ser humano. Y como se sabe, en este siglo, nosotros, hombres cibernéticos, nos doblegamos frente a una máquina antes que a una persona, y si piensan que mi observación es descabellada, respóndanme cuántos de ustedes le confían su dinero a un cajero automático antes que a un ser humano. La respuesta es obvia.

Pero volvamos a Sherlock y a sus métodos deductivos.

En la serie, al igual que en los cuentos, Sherlock es capaz de sacar las más brillantes deducciones con el simple hecho de observar.

Es decir, por una mancha de café sobre la solapa del saco de su cliente, Sherlock es capaz de deducir que éste (el cliente) se derramó café, mientras esperaba el tren que lo dejaría en Londres, porqué estaba nervioso; y puesto que estaba nervioso lo lleva a deducir que el caso debe ser urgente y puesto a que el caso es urgente lo lleva a deducir que la visita en el 221 de Baker Street se trata de un asunto de vida o muerte, etc. Sin lugar a dudas es una deducción brillante, pero no deja de ser un juego literario. Es decir: la (en apariencia)  irrelevante mancha de café sobre la solapa del saco, está puesta ahí por el autor (Sir Arthur Conan Doyle) para que comience el juego deductivo de su detective. Es la primera ficha que hará colapsar las restantes piezas del dominó y, una vez que el dominó comienza a derrumbarse, ya es demasiado tarde para detenerlo. Para decirlo claramente, una vez que comienza el derrumbe la imagen de Sherlock Holmes crece a medida que las fichas se desploman.

Éste es un recurso utilizado frecuentemente por Doyle. Recordemos: unos zapatos embarrados, un anillo demasiado flojo, una manga de un saco desgastada, etc. Son pequeños “tips” puestos al servicio de su detective.

Ahora bien, ¿se puede aplicar este singular método de deducción con el simple acto de mirar? Naturalmente, no. Primero, porque Sherlock, al centrarse en una sola probabilidad, deja de lado otras miles y, segundo, porque la vestimenta del (llamémosle cliente que Sherlock entrevista) está sujeta a circunstancias que, en la vida real, podrían sobrepasar hasta al mismo dueño del saco.

La realidad es compleja y tiene tantas probabilidades como puntos de vista, y esa mancha de café, que Sherlock acusa como producto del nerviosismo de su cliente, podría tratarse, en realidad, de un simple empujón por parte de otro pasajero, o por un niño inquieto, o por una frenada abrupta del carro que transportaba a dicho cliente al 221 de Baker Street, etc., etc. Sin embargo, ante infinidad de probabilidades (yo sólo mencioné tres) Sherlock escoge una y acierta, y es aquí donde comienza lo que les comentaba al principio: el poder de la oralidad.

Sherlock expone sus deducciones con una velocidad y efusividad que, a nosotros, que estamos ahí leyendo el libro o estupefactamente iluminados por las luces del televisor, no nos queda más remedio que levantarnos del sillón y aplaudir ante semejante juego de la inteligencia. Todo dicho muy rápido (por supuesto) y sin trastabilleo  para que nuestro cerebro no tenga tiempo de procesar  la información, y cuando Sherlock termina su oratoria vemos (o leemos) que el cliente le da la razón y es ahí donde ya está todo dicho. Sherlock lo logró una vez más,  puesto que si el cliente la da la razón, evidentemente, tiene que ser verdad.

Pero les tengo una mala noticia: las deducciones de Sherlock Holmes y el “tiene usted razón” del cliente están escritas por una misma pluma. Por la genial y elemental pluma de Sir Arthur Conan Doyle.

Y como decía otro amigo, que nunca leyó a Conan Doyle pero que la tenía bastante clara: <<Con las preguntas y las respuestas dentro de la cabeza, cualquiera se saca un diez>>.

Escribe Sebastián González

Hablar de uno nunca es fácil. Supongo que habría que empezar por el lugar de nacimiento, la fecha y esas cosas. O tal vez se podría obviar y simplemente mencionar el acontecimiento más importante de mi vida, que sería (se cae de maduro): nacer. O tal vez no. En todo caso nací en Gualeguaychú, la llamada “capital del carnaval” para los espíritus alegres, y la llamada “ciudad de los poetas” para los espíritus más melancólicos. ¿El año? Mil novecientos ochenta y cinco. Lo demás es un largo bostezo que intento suprimir con la escritura. A veces tengo suerte y consigo que algunos de mis escritos integren libros de antología, formen una novela o un libro de cuentos. A veces no.

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Algunas anotaciones a propósito de Miami Vice (División Miami), escrita por Anthony Yerkovich y producida por Michael Mann entre 1984 y 1986.

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