Show

La voz del Conductor sale de los parlantes del televisor. Es una noche de verano. Estamos en diciembre y el calor, que estuvo golpeando durante todo el día la ciudad, ahora parece descender del techo y por las paredes ganando toda la casa. Tomo un trago de cerveza. El Conductor promete una noche inolvidable: cuatro parejas compitiendo por un lugar en la final, dice, casi gritando. Es una voz jocosa, llena de vida. Le digo a Sofía que El Conductor no me gusta, pero que sabe hacer televisión. Sofía gruñe, se limita a permanecer en silencio con un cigarrillo entre los dedos. La primera pareja en bailar es la de Juan Pérez (el productor estrella) y una bailarina de nombre irrelevante. Me pregunto qué será de toda esa gente una vez que El Conductor deje de hacer televisión y se dedique al negocio inmobiliario o a dirigir un club de fútbol o a ser presidente de la República o algo por el estilo. Tal vez desaparezcan de la faz televisiva. Imagino que dentro de un par de años Juan Pérez estará gordo y con problemas de adicción y se paseará por todos los programas de la tarde hablando de su nuevo romance con la vedet de turno y de cómo María Gómez (otrora su amadísima esposa) lo engañó con José González (otrora cómico de medio pelo), etcétera. Tomo otro trago de cerveza y le pregunto a Sofía qué será de toda esa gente cuando El Conductor se muera, pero Sofía parece no escucharme y sigue fumando ajena a todo lo que la rodea. Tenemos que hablar, dice, y yo le digo que sí con la cabeza y le señalo el televisor y le indico la caída del productor estrella y le digo que eso perjudicará muchísimo su puntaje. Sofía resopla en la silla y se levanta y sale a la terraza; la oigo hablar por teléfono. Después vuelve a entrar y se sienta a mi lado. Le comento que el productor estrella pasa directo al teléfono por esa caída. Me dice que no le importa y se encoge de hombros y me pide un trago de cerveza. Pienso que me gustaría tener HD y no este televisorcito de 20 pulgadas ensamblado en Tierra del Fuego, me gustaría poder ver “La gran final” en alta definición, pero hay que conformarse con lo que se tiene. El Conductor, para salir un poco de la monotonía y hablar de cosas importantes, se queja del triunfo de River el domingo por la noche. Que jugó mal, dice, y que el árbitro favoreció al club de Núñez, pero a nadie le importa; todos queremos ver a la próxima pareja de baile que promete poco baile y mucho escándalo. Le comento a Sofía que la pareja que viene a continuación tuvo un fuerte encontronazo la semana pasada con el jurado y que seguro ahora se iba a “armar”. El Conductor engola su voz y da paso a La Joven Vedet que irrumpe en la pantalla con toda su belleza. Hay piropos detrás de cámara y La Joven Vedet saluda con una enorme sonrisa y dice que está muy contenta de estar entre las cuatros mejores, hay aplausos y gritos de aliento que bajan desde la tribuna. La Joven Vedet se emociona y recoge los aplausos con una reverencia, dice que la suerte está echada y camina hacia el centro de la pista dispuesta a bailar. Hay un último grito de aliento aislado y las luces del estudio se atenúan y comienza la música: es “No me arrepiento de este amor”, de Gilda, canción que le encaja perfecto a La Joven Vedet, que puede lucirse con un excelente movimiento de caderas. Es un baile perfecto, limpio y sin complicaciones. Cuando termina la música, La Joven Vedet se deja caer de rodillas al suelo como si realmente hubiese dado todo en ese baile y se toma la cara y llora y alza la vista y agradece al cielo por todo lo que le ha dado, pero sobre todo por haberle permitido llegar hasta esta instancia de semifinal, y entonces el público vuelve a descargar un fuerte aplauso. El Conductor también se ha emocionado y dice que eso es lo que logra este programa y yo asiento con la cabeza y Sofía resopla a mi lado y por tercera vez se vuelve a levantar del sillón y se pierde en algún lugar de la casa. Todo es perfecto para La Joven Vedet, le fue bien en el baile, el público la ama, todo es perfecto y parece desarrollarse en perfecto romance hasta que alguien le hace notar a El Conductor que, mientras La Joven Vedet lloraba de rodillas después de su magnífica actuación, La Gran M (la incorruptible jurado) habría hecho no sé qué cara a no sé cuál cámara. Hay un breve momento de tensión. No vuela una mosca. La pantalla del televisor se parte en dos: de un lado se puede ver a La Gran M, del otro a La Joven Vedet, que mira buscando una respuesta que no se hace esperar. “No te creo nada, mi amor”, escupe La Gran M y hay un abucheo general por parte del público. “Entonces no me creas, mi amor”, responde La Joven Vedet sarcásticamente y la tribuna explota en un aplauso. Yo también siento ganas de aplaudir, pero no lo hago porque sé que a Sofía no le gusta que interactúe con el televisor y me quedo callado y tomo otro trago largo de cerveza. Tenemos que hablar , me dice Sofía, que vuelve a aparecer a mi lado. Le digo que sí, que ya vamos a hablar, pero que me deje ver esto que es imperdible. Sofía me putea y sale de la habitación murmurando, hacia al baño. Al rato la escucho abrir y cerrar cajones en la pieza, pienso que está buscando ropa para dormir; siempre lo mismo: cuando no le gusta algo, se acuesta a dormir. La Gran M dice que el público es de palo y que no le importa lo que diga, que ella sigue sin creer en las lágrimas de cocodrilo de La Joven Vedet. Nace otro abucheo generalizado. La Joven Vedet aprovecha el apoyo incondicional de su público para redoblar la apuesta: “Sos una vieja envidiosa”, le ladra sin anestesia y comienzan a discutir violentamente: cornuda, roba maridos, enana sin talento, y cuanto insulto se les ocurra, y cuando finalmente parece que ya no tienen más nada para decirse y la pelea va a llegar a su fin, La Gran M arremete con una frase letal: “gorda rehabilitada”, le dice, y La Joven Vedet explota como una granada de mano sin espoleta y empieza a insultarla de arriba abajo, pero esta vez con una cara y unos ojos que no se le habían visto nunca antes. Es explosivo, es poesía en estado puro, pienso. El Conductor intenta separarlas, pero es inútil. Nadie manda a pausa. Entonces, como La Joven Vedet ve que sus palabras no logran herir a la ilustre jurado, decide pasar de la locución a la acción y corre como una elefanta en celo hacia La Gran M, que no puede hacer nada para resistir el embiste. Es una caída abrupta y violenta, como la de una bolsa de papas que cae al suelo. La Joven Vedet logra hacerse del cuerpo indefenso de La Gran M y comienza a golpearla en la cara, hasta que se deja ver un chorrito de sangre a cuatro cámaras. Es violento pero hermoso. La cara de La Gran M empieza a desfigurarse (aún más) hasta convertirse en una cosa amorfa poco televisiva. Desde el sillón le grito a Sofía que no se puede estar perdiendo esto, pero Sofía no me contesta. Siento que el calor que hace en la casa no es nada comparado con el calor que se está viviendo en el estudio. La pantalla arde. La Joven Vedet, en un acto de canibalismo puro, se arroja sobre la cara de La Gran M y le muerde violentamente la nariz hasta arrancársela. Pienso en Tyson y Holyfield, con la diferencia de que lo que vuela por el aire no es una oreja sino un cacho de nariz. La Gran M da un grito de horror (en un subliminal homenaje al cine japonés) y logra levantarse del suelo y corre por toda la pista con las manos en la nariz. La sangre le cae a chorros y todo se vuelve confuso y violento: productores que corren, bailarinas que lloran, directivos que se toman la cabeza. Finalmente el médico del canal aparece en escena y logra ponerle una inyección tranquilizadora a La Joven Vedet, que cae dormida al costado del escenario como una fiera que acaba de ser capturada. Nadie aplaude la titánica tarea del doctor. Silencio absoluto. Explotó el rating. El Conductor aprovecha la aparente calma para mandar a la pausa. Yo también aprovecho la calma para darme una pausa y me levanto del sillón y voy hacia la pieza para ver que está haciendo Sofía. Doy dos golpecitos suaves y me abro paso pidiendo permiso en la inmensa soledad del cuarto.

Escribe Sebastián González

Hablar de uno nunca es fácil. Supongo que habría que empezar por el lugar de nacimiento, la fecha y esas cosas. O tal vez se podría obviar y simplemente mencionar el acontecimiento más importante de mi vida, que sería (se cae de maduro): nacer. O tal vez no. En todo caso nací en Gualeguaychú, la llamada “capital del carnaval” para los espíritus alegres, y la llamada “ciudad de los poetas” para los espíritus más melancólicos. ¿El año? Mil novecientos ochenta y cinco. Lo demás es un largo bostezo que intento suprimir con la escritura. A veces tengo suerte y consigo que algunos de mis escritos integren libros de antología, formen una novela o un libro de cuentos. A veces no.

Para continuar...

El Saxofonista y Lucifer

Sebastián Trujillo (¿Quizás más narrativo que nunca?) comparte esta historia sobre recelos, talentos e imposibilidades de la noche. Ilustra José Bejarano.

Un Comentario

  1. Lo que pasa en la pantalla es más emocionante que lo que pasa entre los dos que están mirando. Un reality que se vuelve cada vez más bizarro, pero que sirve para la finalidad buscada: cuando uno no quiere, dos no pueden. Quizá, para mi gusto, está demasiado estereotipada la relación entre la pareja: me de la impresión de que él, no es que no se quiere dar cuenta de que ella necesita hablar,no puede.Y eso le resta protagonismo a lo que subyace: todo está mal entre esos dos que miran el show. Y lo de ellos, en el cuento, no alcanza a ser un show… Es probable que únicamente sea mi modo de leer. Porque un cuento, no es el mismo para cada lector. Igual, está muy bien construido y escrito.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *