Sirenas y andróginos: las múltiples hibridaciones del amor

Aprovechando San Valentín, analizamos la figura del andrógino platónico y de la sirena como ser vulnerable y enamorado, a partir del cuento “La sirena” de Mujica Láinez. Escribe Gabriela Puente, ilustra María Lublin.

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Y la sirenita se limitaba a mover la cabeza tristemente.

Mujica Láinez, “La sirena”, Misteriosa Buenos aires.

El escritor argentino Manuel Mujica Láinez publica en 1950 una feroz Historia de Buenos Aires, que comienza de manera perturbadora y violenta con el célebre relato fundacional “El hambre”. En este trabajo nos centraremos en el tercer cuento de la serie, datado en 1541, cinco años después de la fundación de Buenos Aires. El relato narra la historia de una sirena que recorre el río en busca del amor.

La sirena de Láinez es rioplatense, habitante de un lugar híbrido y desconcertante, que mezcla en sus aguas la dulzura del río con el salitre marino. Generalizando aún más podríamos decir que, para los conquistadores, esta tierra, como América en su totalidad, está habitada sólo por hibridaciones y monstruosidades, que deben ser exterminadas.

Si el hombre blanco es considerado, por la concepción colonial, como lo perfecto y acabado, la sirena, como el indio, es un monstruo. Aún más, el español, heredero férreo de la tradición católica, relaciona la hibridez con lo femenino, la falta y la imperfección. En el caso de la sirena en particular, el exceso ontológico, que le viene dado por la mezcla de dos especies distintas de animales, termina siendo una carencia.

La sirenita de Mujica Láinez es un ser liminal, que se halla en la búsqueda de un compañero que no existe ni puede existir, porque “ella no puede amar a un hombre que sea sólo hombre, ni a un pez que sea sólo pez.” (Mujica Láinez, 2004:22). Previsiblemente, la historia de esta sirena, como la de Andersen y las Homéricas, tiene un triste final.

El relato es tan bello como desconsolado. Luego de mucho buscarlo la sirena se encuentra con una figura masculina, “de casta ambigua” como ella, lo halla adherido a la madera de un navío. Silenciosa, cuando la noche lo cubre todo, nada hasta él, le habla por lo bajo, suavemente y, luego, cada vez más inflamado de amor su pecho, canta para seducirlo. Y es tan dulce el canto de la sirena que los navegantes, esos burdos conquistadores, enervan sus almas con recuerdos de sus tierras lejanas, de sus amores pasados y perdidos.

El encanto funciona para todos, menos para su amado imperturbable, porque éste no es sino un mascarón de proa que emula un dios de mares extraños. La sirena desesperada de pasión y por el dolor del rechazo, trepa por la proa e incrusta en su corazón el tridente de la efigie de madera, caen entrelazados al río, la noche acuosa se cierra sobre ellos.

El agua, ese elemento de lo indiferenciado, permea los cuerpos, permite que se mezclen entre sí, salgan de su género y se hibriden. Pero, el agua no es solamente el hogar de las sirenas, es también la cuna del nacimiento de la más omnipotente de las deidades de la mitología griega: Afrodita, nacida de los genitales de Urano, transfigurados en espuma de mar.

El amor es competencia de esta diosa, Afrodita, la diosa dorada, la de las bellas mejillas, la Anadiomena nacida del mar, regente tanto de las sonrisas inocentes de los enamorados como de sus gestos más procaces.

La diosa del amor era a la vez Urania, amor celestial, y Pandemos, amor carnal, reverenciada tanto por las sabias hetairas, que acompañaban a los filósofos en sus interminables banquetes nocturnos, como por las pornoi, que vendían sus cuerpos, por unas pocas monedas, en los puertos y que dieron su nombre al término “pornografía”.

El filósofo griego del siglo V y IV a. c., Platón, intenta en su “Banquete” diferentes definiciones del amor. En su argumentación se hace eco de la diferencia de las dos mencionadas facetas de Afrodita. Le interesa una sola de estas dimensiones, la urania, porque para el filósofo el amor pertenece a las almas. El impacto de la conceptualización platónica fue tan grande que éste tipo de amor considerado espiritual lleva tradicionalmente el nombre de “amor platónico”.

Sintéticamente, para Platón, la visión de los cuerpos bellos, jóvenes y cuasi perfectos sumergen al alma en un éxtasis que no es sino una reminiscencia de otra realidad. La belleza y el amor generado por ella, permiten que el alma trascienda el cuerpo y recuerde su estado originario, cuando, en el principio de los tiempos, los seres estuvieron unidos en un andrógino, mitad hombre y mitad mujer. Según el mito, introducido en el diálogo platónico a través de Aristófanes, los dioses por envidia, separaron las dos mitades, que dieron origen a los distintos géneros; y así, las pobres almas se ven obligas a transmigrar, a través de sucesivas encarnaciones, para reencontrarse con su parte perdida. Esta ruptura de la hibridez primaria es fundadora de la carencia propia de lo humano[1].

Es así que el amor se configura a partir de la pérdida y la búsqueda constante. Pero, además, -y sobre todo- el amor es cosa de híbridos; y tanto la hibridez monstruosa de la malhadada sirena, como la hibridez perfecta del andrógino, dan cuenta de ello.

Bibliografía

Mujica Láinez, Manuel. (2004). Misteriosa Buenos Aires, Buenos Aires: Folio.

Platón. (2010). “El banquete” en Obras completas, Madrid: Gredos.


[1] Cabe aclarar que esta noción del andrógino, que en Occidente se difundió y popularizó a través de la creencia de la “media naranja” o “alma gemela”, es introducida en el diálogo por Aristófanes y no corresponde a la concepción platónica del amor que aparece en el diálogo más adelante.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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2 Comentarios

  1. Ángel Alberto Basile

    Reconforta leer algo bien elaborado en un medio (facebook) donde casi todo lo que se lee, resulta ser de bueno hacia abajo.
    Me atrapó el análisis y, aunque breve, me enseñó mucho.

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