¿Cómo lee un escritor a otro? «Acerca de Roderer», la novela de Guillermo Martínez en la visión de Marcelo Zabaloy alrededor de la pregunta por los modos de ser inteligente. Leemos en esta crítica-crónica: «según mi opinión, se vive o se escribe. Se vive o se lee. Pero no es posible vivir y escribir leyendo ni leer y escribir viviendo». Y de esta lectura percibimos la vida de Roderer, que existe, por supuesto, porque alguien escribió mientras otros vivían. Ilustraciones de María Lublin. Publicado originalmente el blog del autor: Cartas Amargas.
Termino de leer sobre Roderer y me siento vencido; siempre quise leerlo porque lo escribió un vecino de mi pueblo, Guillermo M1rtínez que escribe, como es de público conocimiento, como los dioses y que publicó muchos libros que iré leyendo en este tiempo muerto que no soporto o que sólo soporto leyendo. No sé si fue su intención, creo que no, pero el libro me inquietó y en cierto sentido me deprimió porque me demostró que soy un lector mediocre. Desde el comienzo mismo me empeciné en seguir los movimientos de peones, torres, obispos y corceles y creo que ese fue mi primer error. Porque entiendo que el escritor propone un truco y que el lector no debe querer ver el conejo cubierto por el bombín, porque de ese modo se produce un quiebre del convenio implícito entre lector y escritor. Pero peón tres… enfrente de un desconocido, es un gesto soberbio. Roderer surge de entre el cejo y el humo de ese tugurio de Puente Viejo que conozco muy bien, el del Club Olimpo, donde mis propios tíos y primos perdieron en un tute, un siete y medio, un truco de tres sin flor o en un inoportuno golpe de cubilete, extensos dominios productivos, silos repletos de trigo, toros de exposición, potrillos de pedigrí, estériles terrenos, domicilios desiertos y negocios florecientes. ¿Cómo no comprometerme con ese texto prodigioso de mi vecino? Y ese Roderer impertérrito respondiendo con un increíble corcel tres obispo rey. No pude resistirme y reproduje los movimientos uno por uno y por fin me perdí en un torbellino de posibles trueques inconvenientes. Resumiendo, debo decir que perdí todos los peones, los corceles y sólo me quedé con un rey desnudo defendido por dos torres impotentes. El perdedor, vencido por Roderer, quedó triste y perplejo como yo.
No me creo muy inteligente y de hecho no lo soy, por eso ni bien estoy enfrente de un individuo inteligente siento un profundo temor, me inmovilizo, me petrifico. Por eso descubrir ese doble fondo del cerebro que no permite distinguir un lelo de un genio me inquietó enormemente. El inteligente que queriendo ser modesto sólo consigue ser ofensivo, me digo en mi fuero íntimo como lo reconoce el oponente de Roderer (¿es el mismo escritor quien lo dice o el imposible ser él que describe?) Si inteligente es quien todo lo comprende pronto y sin rodeos, quien descubre los vínculos entre dos eventos en principio inconexos, yo soy un bobo sin remedio, puesto que lo que entiendo sólo lo comprendo si es evidente. Y entonces leo que Roderer tiene un libro y conmovido me permito un esbozo de digresión respecto del libro que sostiene Roderer, el del diseño sobre el felpudo, y no puedo menos que ver en él el otro dibujo por el que Tony Voyl perdió, insomne crónico, el juicio: ¿Qué vio Tony Voyl? “Ningún hito, ningún timón, ningún reflector, sino veinte composiciones posibles de cuyos límites no ve cómo irse, incluso creyendo, en todo momento, entrever el misterio, descubrirlo en un segundo; dos o tres veces lo intuye con nitidez, lo presiente; es un conocimiento que no puede sino surgir en un futuro próximo, (lo intuye, siempre lo supo, porque todo se ve muy simple, muy común, incluso fútil…) pero todo se oscurece, todo signo dese perece; no existe sino un silbido furtivo, un léxico ininteligible, un enredo difuso. Un esplendor mentiroso. Un embrollo.”
Pero, según veo existe otro modo de ser inteligente no comprendiendo, poniendo en cuestión lo que otros tienen por evidente, discutiendo lo indiscutible y proponiendo hipótesis que reconstruyen por otros métodos demoliendo primero conceptos que se tuvieron por siglos como el cúmulo del conocimiento filosófico y científico. Es difícil distinguir en este nivel entre un genio y un estúpido, y por lo común, el fin de este tipo de ‘inteligentes’ suele ser el hospicio o el suicidio, siempre según Roderer. Pero eso no es lo mío porque yo simplemente no comprendo ciertos principios lógicos y después de todo, esto no es sobre lo que yo pienso o no pienso sino sobre el libro de mi vecino y lo que escribió sobre Roderer. De todos modos entendí lo de H y T. Incluso me resultó sencillo, supongo que T es F (no cierto) y si demuestro que en un supuesto x, H es F (como dije: no cierto), listo, puede decirse que H es V (que es cierto) porque el proceso deductivo concluyó en un momento que H y T son F (no ciertos) lo que es ridículo. Es, según entiendo, un principio sencillo. En este punto del libro, lo confieso, me sentí inteligente; pero pronto me topé con Ruffini y su proposición y me derrumbé de nuevo. “Suponer que Él existe y que no resulte ridículo.” Demoledor. Entonces cerré el libro, que no es un libro extenso, y por unos minutos dormité. De los sueños que me provocó no diré mucho, pero reviví entredormido el sufrimiento de Voyl: “En un segundo vinieron los ronquidos y el incipiente sueño. Después, de repente, un horror desmedido lo estremeció. Lo conmovió un temblor. Y en ese momento surgió, hiriente, como un quiste, el espectro perseguidor.”
En efecto, el espectro de un Roderer ojeroso, insensible y grotesco, repitiendo “Estoy enfermo” pero leyendo libros incomprensibles escritos por seres con nombres terribles como Gottfried Leibniz de repente me despertó, y seguí leyendo.
Lo del profesor, el médico impedido de ejercer su oficio, es sublime. Su descripción del tumor, el Lupus, que se come los huesos. Su breve discurso sobre el opio es luminoso como supongo que debe ser, si de Quincey (que leí por consejo de Borges) no miente. Que los efectos del opio ponen en el nivel consciente del hombre su perfil divino y que esto le produce menos temor que percibir su propio perfil en servicio del demonio. Confieso que me dolió lo de Rossi en el colegio; me dolió porque siendo mujer no pudieron reírse, hombres necios, de su condición. Su sentimiento efusivo por Roderer, el genio silencioso y oscuro, el lector insomne que todo quiere comprender, que no tiene tiempo, se vuelve un tormento que terminó del peor modo posible. Me pregunto si en estos tiempos que corren un comité de selección, constituido por críticos que leen sin leer, no hubiese, en virtud de lo doloroso de este episodio, excluido de entre los preferidos el bello libro de Guillermo. Pobre Rossi; qué injusto destino y todo por un terrible metejón con un pibe del curso. Pero no menos terrible me resultó oír, porque lo oí, el coro de los jóvenes diciéndose con horror: ‘fuimos nosotros.’
Por supuesto que Roderer desertó del colegio. Metido en su dormitorio leyó como un demente cientos de libros, siempre corrido por el tiempo opresivo. Entiendo que Roderer quiso comprender el mundo según un recorrido propio. Confieso que me inquietó mi desconocimiento de Holstein, pero luego entendí el truco y terminé coincidiendo con sus proposiciones, como un Bloom que coincide con lo que no entiende de Stephen, porque se supone menos inteligente que su joven contertulio. Me reprocho que si hubiese leído otros libros hubiese descubierto un sinnúmero de conexiones porque sospecho que Guillermo, o el individuo que él creó en este libro que no tiene por qué ser él, incluyó no pocos textos que tomó de otros libros. Uno no puede escribir de otro modo. Todo escritor quiere escribir sobre todo lo que leyó y sólo unos pocos (¿pero quiénes?) sobre lo que vivió. ¿Céline? ¿Qué sé yo? ¿Melville? ¿Orwell? Porque según mi opinión, se vive o se escribe. Se vive o se lee. Pero no es posible vivir y escribir leyendo ni leer y escribir viviendo. Como lo de Ruffini con su proposición y lo de reducción por el ridículo, son principios opuestos o términos excluyentes. Quiero ser honesto; no sé qué quise decir con esto, ni por qué lo dije ni mucho menos por qué lo escribí y luego no lo borré. Ese tipo de efectos produce leer sobre Roderer.
Me sorprendo enormemente leyendo que Guillermo (y de nuevo, ¿él o su otro yo?) estuvo en el frente en el conflicto con los ingleses. Su condición de héroe me rinde del todo. Y debe ser cierto porque los que vuelven del frente no quieren que se les mencione el hecho. En Puente Viejo se rumoreó en un tiempo que hubo muchos jóvenes que se volvieron locos o incurrieron en suicidios terriblemente crueles. Pero usted vio cómo son los pueblos chicos, infiernos enormes… Sé que es cierto, porque como siempre digo, en Puente Viejo nos conocemos todos, que Guillermo estuvo en Oxford después del conflicto bélico con los ingleses y que se doctoró en uno de sus históricos colleges. Eso no lo inventó, con lo que me empequeñezco si quiero medirme con él. Posiblemente les gritó el gol en el rostro en un cómodo pub con un porrón de Guinness, cómo no. Otro sí digo: no pude comprender, por muy bello que lo encontré, el ejercicio teórico de Seldom que desmiente todo el conjunto de conceptos filosóficos precedentes. De todos modos seleccioné bellísimos segmentos, por ejemplo: “…los principios lógicos, en fin, como un viejísimo error que el sopor de lo que conocemos como costumbre no nos permite ver”; quise poner en cuestión, como Roderer, mis “primeros principios” pero no los encontré y me sumí en un profundo desconcierto porque evidentemente soy un hombre sin principios, ni primeros ni últimos. Lo repito, Roderer corrompe en el buen sentido (si es que lo tiene) del verbo corromper, los cerebros débiles como el mío con un estilo poético, no mío el estilo desde luego, quiero decir con su estilo poético, convincente. Eso quise decir.
Leí y releí el correo remitido por Roderer. En un momento me venció el sueño, que protege los tejidos del cerebro de los esfuerzos continuos, y el libro terminó en el piso. Y en el sueño se me coló un sueño que bien pudo ser de Roderer: un hombre (¿Roderer o Voyl?) vencido por el esfuerzo del intelecto tiene visiones. Se pone nervioso. Su visión del felpudo le produce un profundo dolor. Son los montones de ilusiones que de continuo le impone su espejismo, cree distinguir un punto crítico, un núcleo desconocido que puede recoger con sólo mover un dedo pero que siempre huye en el momento mismo en que por poco lo consigue. Sigue. Insiste. Vive un embeleso de cuyo hechizo no se puede desprender. Es como si desde el mismo fondo del felpudo un hilo tejiese el oscuro punto α, reflejo del Todo Superior ofreciendo generoso el Cosmos Infinito, punto decisivo de donde ve surgir en el futuro un horizonte inclusivo, un hoyo profundísimo de vector cero, un terreno desconocido donde inscribir el insólito límite de un ponto, cuyo sinuoso contorno persigue, remolino, torreones enormes, prisión, muros que recorre de continuo sin poderlos hender.
Un trueno me despertó y recogí el libro del suelo. Presto me olvidé del sueño y seguí leyendo poseído por un impulso indetenible. Vinculo el trueno con los sonidos de los obuses que Guillermo (o su doble, insisto; él o su otro yo) no describió pero que tuvo que oír y sufrir. Leí el resto del libro de un tirón y por fin me dormí con Roderer moribundo diciendo; “Descierren, soy el primero.”
Si “se vive o se escribe. Se vive o se lee. Pero no es posible vivir y escribir leyendo ni leer y escribir viviendo”, también podríamos suponer que hay quien escribe como forma de vivir (pienso en esos viajeros que miran el paisaje a través de la mediatización de la cámara), o quien lee para soportar la vida como nuestra querida Madame Bovary. Qué es la vida sino un conjunto de formas de abordarla, de proyectarse en ella? Acaso abordarla leyendo o escribiendo no es una elección de cómo vivirla? En fin, muchos pensamientos detrás de esta lectura, otra forma de vivir, pensar, crecer, evolucionar.