Compartimos una pequeña precuela de la vida general escrita por Marta Ledri. Ilustra José Bejarano.
Éramos muchos. Vivíamos cerca y todos supimos del placer de sentarnos en el cordón de la vereda.
La casa de la abuela Lucía era el pretexto para encontrarnos. Entrábamos constantemente a tomar agua y saciada la sed de correrías volvíamos encendidos para exprimir el tiempo de las noches de verano. No había tránsito, entonces las rondas alzaban su coro disuelto en el rocío. Había estrellas sobre nuestras cabezas. Sin pasado, sin futuro éramos un latir de alegría aspirando el olor a madreselvas de los tejidos del barrio.
Patios de tierra, algunos pozos de agua y una roldana enmudecida…
La meta era llegar sin miedo hasta el último foco, aquel que con su luz aureolada de insectos, zumbaba en un titilar de vejez. Después de él, estaba la noche. La verdadera noche y la casa de la abuela se volvía lejana. Eran dos cuadras, era infinita la distancia…Al mirar hacia atrás, los primos se volvían pequeños y María José, Patricia, Mónica y yo nos metíamos en la boca del misterio para recorrer un imaginario túnel que nos llevaba a un vientre desconocido. La misma noche nos paría y regresábamos caminando, tal vez tarareando, susurrando y con los ojos llenos de estrellas. Recién nacidas, solo queríamos dormir. A mí, la tierra en las “Skippy” me molestaba, a mi mamá también. Otro baño me esperaba y en las sábanas limpias dejaba las estrellas.
En un balde, afuera, flotaban mis sandalias y la luna en el medio…