¿Son los actos nuestro símbolo? ¿cuál es el símbolo que sintetiza la experiencia de nuestra Argentina bárbara? Las tensiones borgeanas y un cuento para releer. Escribe Gabriela Puente, ilustra María Lublin.
Podríamos comenzar diciendo que en toda experiencia humana existe una tensión. Que el destino de la humanidad no se revela sino en una encrucijada. Que en el mejor de los casos nos encontramos con una gradación entre luces y sombras, pero aun aquí, la tensión subsiste guarecida a nivel microscópico.
Ya los griegos, con su espíritu dionisiaco apenas disimulado, entendían la vida a partir de una dualidad indisociable. A la felicidad le es inherente el dolor, y el simbolismo de la máscara del teatro da explícita cuenta de ello. Los griegos fueron lúcidos y, sobretodo, valientes; antes que ellos, ningún pueblo tuvo la grandeza de exponer las heridas desnudas de sus héroes y heroínas ante los ojos desgarrados y catárticos de un populoso público.
Pero abandonemos el arquetipo antiguo, situémonos en Buenos Aires, o mejor en La Pampa, o en esa Buenos Aires del siglo pasado que no dejaba de evocar, en la imaginación de los escritores, la barbarie americana.
Corría el año 1949 y Borges acababa de publicar su libro de cuentos El Aleph, que junto con Ficciones de 1944, le termina de otorgar celebridad internacional de escritor fantástico.
La obra cuenta con diecisiete cuentos y un epílogo; en este último Borges se limita a definir “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz” simplemente como “una glosa del Martín Fierro”.
El cuento es breve y, fiel al estilo borgeano, conciso, con una precisión de relojería. El personaje principal es Cruz, alternativamente miembro de la partida policial y gaucho solitario.
El protagonista lleva la tensión y la duplicidad marcada a fuego en su nombre.
Cruz existe, valga la redundancia, en una encrucijada. Su subjetividad se tensa entre dos polos: él mismo y el otro, la civilización y la barbarie, el destino como lo más propio y como una repetición más.
La soledad existencial de La Pampa exacerba la idea de duplicidad. Y esto es así porque, al hallarse el gaucho impedido de un lazo duradero con un otro real, la única otredad posible es la de un doble del mismo individuo. Como bien notó Martínez Estrada, Cruz es el reverso de una misma realidad, cuya cara es Martín Fierro.
El único vínculo que puede entablar Cruz con Fierro es una relación de duplicación, posibilitada por un elemento de orden metafísico: el destino. La subjetividad de Cruz se constituye como la repetición de un conjunto de sucesos cruentos sucedidos a otro.
También vivió, nos dice Borges, “en un mundo de barbarie monótona”, esto es, sin tiempo; porque la temporalidad, el cálculo del tiempo y su fluir sucesivo sólo existen en un contexto civilizatorio.
Vivió en un mundo de exceso y guerra, porque todo tiene el gaucho a la mano: la llanura a cielo abierto da asilo a su incansable nomadismo y los robustos animales cimarrones sacian su hambre. Pero, sin embargo, todo le es vedado por el otro polo, por la civilización. No le queda otra opción que la pelea. Una batalla que se viene desarrollando y repitiendo desde tiempos inmemoriales.
La tensión alcanza su paroxismo al final del cuento. De un polo la barbarie improvisada; del otro, la técnica civilizatoria. De un lado, la indiada, del otro, el odio exacerbado de saberla cercana. Se encuentran al alba, en un descampado. La naturaleza da señales de que algo está por ocurrir, es decir de que algo está por repetirse: grita un chajá, silba el viento sobre el filo de un cuchillo, se agita una mata de pasto.
La batalla cuerpo a cuerpo se desarrolla coronada de simbología bárbara. Y la dimensión metafísica se cuela en la biografía de Cruz hasta el punto que la tensión entre éste y Fierro es una excusa para desarrollar una hipótesis acerca de la ontología del tiempo y del de la subjetividad personal, así Borges afirma, de manera sublime, que “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, cuenta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es. Cuéntase que Alejandro de Macedonia vio reflejado su futuro de hierro en la fabulosa historia de Aquiles; Carlos II de Suecia en la de Alejandro. A Tadeo Isidoro Cruz, que no sabía leer, ese conocimiento no le fue revelado en un libro; se vio a sí mismo en un entrevero y un hombre.” (Borges, 2007: 674, 675).
En la intimidad de la pelea, Cruz entiende su destino, lo ve reflejado en el rostro de su oponente; y paradójicamente cuanto más se apropia de él, más entiende que éste pertenece al otro, a Fierro; del cual él mismo no es más que una repetición. La tensión, lejos de resolverse, lo impregna todo; y es finalmente asumida por el héroe gaucho.
Bibliografia
Borges, Jorge, Luis. (2007). “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz”, en Obras completas, Buenos Aires: Emecé.
Martínez Estrada, Ezequiel. (2005). Muerte y transfiguración de Martín Fierro, Rosario: Beatriz Viterbo Editora.
Martínez Estrada, Ezequiel. (1986). Radiografía de la Pampa, Buenos Aires: Hyspamerica.
Gabriela Puente escribe una crítica dotándola de la tensión de un relato maestro. Bien acompañada por la ilustración genial de Maria Lublin. Dos grandes.
Gracias, Orlando, qué bueno que te haya gustado!! la ilustración de María impecable, como siempre.
Es fascinante leerte, Gabriela!
Gracias, Chiara, por tu comentario!
Gabriela, sentí lo mismo que Orlando. Tu publicación nos deja la misma sensación que el relato… nos va arrimando a un puerto donde se condensa todo. Es mi cuento favorito de Borges, creo que más allá de las ficciones que nos trae con sus cuentos, éste es el que más se le parece a la realidad, y sobre todo la que nos toca hoy en día. Creo que aunque la barbarie nos lleva a pensar en lo opuesto a la civilización es importante que los autores hablen de la violencia como un aspecto natural de la vida, así como los lectores tienen que saber interpretarla y adaptarla a los distintos tiempos. Quizás sea una forma para que todos acaparemos ese destino que nos toca, que no es mejor que otro, sino donde debemos estar; y que sea así como vamos a defender con todo nuestro cuerpo lo que debemos ser.
Muchas gracias
Gracias, Nacho! Coincido con vos, si tuviera que elegir un único cuento de toda la obra borgeana, sería este sin dudarlo. Coincido también en que la realidad con sus insidiosas encrucijadas nos pone otra vez a defender aquello que debemos ser.