Una visión del infierno

Buenos Aires, mes de enero, el calor agobiante asciende a la par de la escalada de violencia en las calles, el virus mortal, quizás con una baja en su letalidad, aún sigue colapsando centros de salud a su paso. En la ciudad se van desplegando visiones del mismísimo Averno. Sumergidos en este escenario cuasi apocalíptico, y tomando como hilo conductor textos de Dante Alighieri y de algunos filósofos medievales, nos proponemos ir al fondo de la cuestión y escribir sobre el concepto del infierno. Escribe Gabriela Puente, ilustración de Cindel García.

Dante Alighieri nació en el siglo XIII en Italia, en la pujante ciudad de Florencia. Amó profundamente a una niña que conoció durante su propia infancia, la niña creció en altivez y belleza, pero su vida fue corta, encontró su prematura muerte a los 23 años. Según el saber popular, Dante ve a Beatriz sólo tres veces, pero el poeta nunca la olvida y escribe a principios del siglo XIV su particular oda ofrecida a un amor que nunca halló su concreción corpórea, la obra no es otra que la Divina Comedia.

El infierno, por su parte, aparece ya en los Evangelios, la doctrina cristiana expuesta en el Nuevo Testamento hace amplias referencias a éste. En el siglo VI el padre de la iglesia Agustín de Hipona es un tenaz defensor de su existencia. Finalmente, es proclamado como dogma de fe durante el IV concilio de Letrán, en el año 1215, tan sólo unos 50 años antes del nacimiento de Alighieri.

En su obra, Dante escribe sobre la gloriosa visio dei reservada a las almas que fueron salvadas.  Esta visión divina o beatífica consiste en la intuición inmediata y directa de la esencia de Dios.

Es interesante mencionar que la cuestión de la visión divina fue un tema candente cuando Dante escribe “El Paraíso”, la última parte de su Divina comedia. Hasta ese momento la escatología católica afirmaba que las almas de los muertos en gracia podían acceder a la visión beatífica; pero todo cambió durante el papado de Juan XXII, contemporáneo de Alighieri, quien excluye de esta visión a las almas del Cielo hasta que hubiere acabado el Juicio Final. La discusión cobró tanta importancia que intelectuales del nivel de Guillermo de Ockham intervinieron en el debate. Finalmente, la tesis papal fue considerada hereje y la visión divina volvió a imponerse ante los ojos gloriosos de los salvados.

Dante toma posición, en su poema el alma de Beatriz ve a Dios; pero él por su condición mortal es excluido de tal intuición. Cae en cuenta de lo paradojal de escribir una obra sobre la salvación que carece de la visión de Dios. El poeta resuelve la cuestión de manera magistral: evoca entonces la sonrisa de Beatriz y su perfecto rostro. Así, cuanto más se acerca en sus visiones al Empíreo más crece en belleza el semblante de la amada perdida, en sustituto de aquel Dios esquivo al que no puede ver.

Pero, dejemos atrás el Paraíso con su sacra visio dei, y recurramos a algunas descripciones del poeta florentino para cargar nuestra imaginación con visiones terroríficas, en orden a analizar el concepto del infierno y algunas ideas concomitantes.

Uno de los pasajes quizás más melancólicos de la Divina Comedia es narrado en el capítulo decimotercero del “Infierno”, cuando Dante, de la mano de Virgilio, atraviesa las estancias habitadas por los suicidas.

Dado que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, el suicidio, al destruir el cuerpo propio, es un pecado contra el semblante de la divinidad, contra su imagen misma. El castigo para los suicidas, en Divina Comedia, es nada más y nada menos que la pérdida de la figura humana, es por esto que al recorrer el segundo recinto del séptimo círculo, no encuentra el poeta los cuerpos de los suicidas, o mejor dicho los encuentra metamorfoseados en árboles secos y marchitos pero sangrantes y agónicos.

El tema del cuerpo es importante en la escatología cristiana, Agustín de Hipona, se preguntó acerca del destino de éste luego de la muerte. La pregunta no es baladí, ya que tanto en el cielo como en el infierno es necesario la existencia de algún nivel corpóreo. En el paraíso, es necesario para evitar el colapso de las almas en Dios, lo que sería algo inadmisible para el pensamiento teológico cristiano. Por su parte, en el infierno el cuerpo puede facilitar la individuación de los pecados y de la pena.

La corporalidad post mortem a la que acceden los salvados consiste en una especie de cuerpo crístico, glorioso y perfeccionado, destilado de todo elemento terrenal. El de los condenados, por el contrario, desgarrado y sufriente padecerá inefables tormentos, sin descanso posible, por toda la eternidad.

La restitución del cuerpo es, por tanto, necesario para salvos y condenados, y se encuentra dentro de la perfecta economía divina, donde cada ser castigado es a la vez objeto e instrumento del castigo ajeno; este es el caso, por ejemplo, de los falsarios del octavo círculo infernal, representados como perros que se muerden rabiosamente entre sí (Cfr. Alighieri, 2006: 218).

Más aún, esta economía escatológica necesita del castigo eterno para exacerbar también la gloria de los justos. En el extremo de esta teoría, Tomás de Aquino piensa que la visión de los suplicios de los condenados es una parte de la recompensa celestial de las almas virtuosas. No nos plantearemos la ardua cuestión de si la visión del suplicio forma parte de la visio dei, de aquella gloria última de Dios y de su triunfo final contra el mal.

Otra de las ideas vinculadas a la noción del infierno es la de su perpetuidad. El catolicismo habla de dos muertes: la muerte primera, que cada individuo deberá afrontar en soledad, y la segunda, que ocurrirá hacia el Fin de los Tiempos, luego de la gran Tribulación y el Juicio Final. Una vez que el cuerpo sea restituido a las almas de los muertos, dos únicos destinos se erigirán sobre la humanidad: la vida eterna en Cristo o el sepultamiento perpetuo en el Abismo.

Antes de este Fin de los Tiempos, las almas del infierno sufren de una condena que podríamos calificar como virtual, dado que “sienten” los suplicios, pero carecen de aquel receptáculo de los sentidos que es el cuerpo. Sólo después de la resurrección de la carne la condena será total.

La eternidad del infierno es, por su lado, menester. El castigo es eterno por dos razones: una moral, otra metafísica.

Según teólogos como el mencionado Tomás de Aquino, el castigo debe ser a perpetuidad porque así lo requiere la justicia divina. La gracia y misericordia de Dios, por su parte, no merman a pesar del sufrimiento extremo de las almas de los condenados, y esto es así porque el suplicio infligido es siempre inferior al merecido por haberse alejado libremente de Dios.

Por otro lado, pensar en un fin para el sufrimiento de las almas es algo así como una contradicción en los términos, dado que, los conceptos de principio y fin son temporales, y no tiene ningún sentido intentar extrapolarlos a lo eterno.

Hoy en día el infierno resulta un concepto arcaico y vacuo que se aleja de la metáfora de la “Nueva Era” dominante en términos de espiritualidad actual, ya que niega ideas en boga como la posibilidad de la transmigración de las almas, del concepto de karma y del perfeccionamiento infinito.

Más allá de cuestiones religiosas, existe algo particularmente fascinante en la noción del infierno y su relación con la naturaleza del tiempo, donde se conjugan, si esto fuera posible, cuestiones metafísicas con otras morales.

Lo verdaderamente terrible del infierno, también lo poético, es el dolor, pero un dolor quizás más profundo que el que aqueja a los condenados. Un dolor que se eleva como desde el fondo de las cosas. Que nos permite entender que hay crímenes para los cuales no puede haber perdón ni misericordia posible, dado que vulneran algo del orden de lo irrecuperable, podemos pensar por ejemplo en el caso de diversos genocidios perpetrados contra el ser humano y la ecología, por mencionar sólo algunos.

Hay una dimensión trágica en el concepto del infierno, que nos habla de una pérdida absoluta. Un atentado contra la tierna homeostasis de la vida que, de quebrarse, no puede ser remedada y, luego de lo cual, es imposible ya volver atrás. Es por eso que el crimen es tan ominoso como fatal e inexcusable. Es por eso que queda justificado hasta elúltimo de los suspiros dolientes de los condenados y el abandono de toda esperanza que provoca el cruce de sus puertas.

Bibliografía

Alighieri, Dante. (2006) Divina comedia. Madrid: Espasa-Calpe.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

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4 Comentarios

  1. Acerca del castigo eterno de la concepción del Infierno de la época de Dante, pensaba que lo que escribís sobre las razones del castigo en su eternidad, la razón moral y la metafísica, en su relación con la idea de karma, sería algo así como una cuenta, como la balanza de los egipcios para el alma de los muertos. Desde diversas concepciones se afirma que la cuenta debe saldarse en algún sitio y, pienso, entonces habría un final de se tiempo. Pero, la eternidad? Un no tiempo cuando el tormento acontece, cuando el duelo sucede, cuando el dolor parece eterno. Una metafísica del padecer donde todos los círculos confluyen. Quizás por todo esto te referís a lo trágico del infierno, lo ineludible de su existencia como parte de la vida humana. Aquí se habla del dolor de los condenados por los crímenes cometidos. Yo intuyo que hay infiernos parciales, momentáneos y, que aún en su tiempo finito, son eternos en la memoria.

    • Es interesante lo que mencionás sobre la memoria, Anahí, que otorga como una especie de eternidad en el tiempo, pienso en el caso de Funes el memorioso, por ejemplo, que era como una especie de animal expulsado de la temporalidad.
      Lo más tremendo de la memoria es su capacidad de fijación, su potencia para transformar algo en absoluto. Sumado a la imposibilidad de cambiar lo que ya sucedió, tiñe a la cuestión del recuerdo de colores trágicos.

  2. Ahora ya tengo leído el texto. Como todo lo que escribe Gabriela, profundo, minucioso y para guardar en mi carpeta de re lecturas. Me cruza justo cuando estoy releyendo (un capítulo muy de tanto en tanto, eh?) la DC. Dante menciona algunos personajes de su tiempo a los que considera merecedores de estos terribles pareceres para toda la eternidad, todos pagan un ticket en la barca de Caronte. Pero veo otra obra. Ahora empiezo a leer con otros ojos. La visión de Dios, la necesidad de los cuerpos como sostén de las almas sometidas a castigo y… la pérdida de toda esperanza ¡por siempre!

    En el monitor de la PC, veo otra ilustración. Advierto detalles que no había visto en el celular. El Infierno de Cindel tiene de todo, pero aquí arriba. No hace falta bajar ni un escalón. Explosiones, fuego, aviones que fumigan peste, la Parca con máscara antigás, terrible, da miedo mirar eso…

  3. Lo de la pérdida de la esperanza es, a mi parecer, la mejor definición del infierno jamás dada. La potencia de la frase de Dante es convulsiva, leemos eso y ya no hace falta imaginar nada más. En cuanto a la ilustración de Cindel es grandiosa, acierta en el punto neurálgico de la cuestión.

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