Una visión del Purgatorio

Abandonados los amplios pasajes infernales, Dante, se detiene a ver el cielo de la mañana en su momento auroral, luego ve algunas almas de los salvos que son conducidas en barcas navegadas por esplendorosos ángeles, sabe que ha llegado al Monte Purgatorio. El clima, si bien por momentos es lúgubre, es a la vez esperanzador. En esta nota, de la mano de Dante Alighieri y su Divina Comedia, Gabriela Puente explora el concepto de purgatorio. Ilustra Javier Ranieri.

El término purgatorio proviene de “purgar”, del latín purgare, relacionado tanto con la limpieza como con los excrementos. Purgar no es otra cosa que llevar algo a su forma más limpia y pura. 

Resulta interesante que, para el psicoanálisis, los excrementos se relacionen con el oro, con lo valioso y también con el dinero. Es aquello que permite encontrar en mismo lo otro, como si actuara en este proceso una dialéctica de lo escatológico. Purgar es excretar para transformar. Así, el Purgatorio es el más orgánico de los destinos post mortem, y el más humano; dado que es el único, a diferencia del Paraíso y del Infierno, que no es eterno; sino temporal y transitorio.

En el concepto de purgatorio se relacionan de manera cabal los dos sentidos del término “escatología” que hacen referencia tanto a los excrementos y demás residuos orgánicos, como a la idea de fin de los tiempos y de la existencia luego de la muerte. La ambigüedad tiene su fundamento en la confusión entre dos palabras de origen griego:  skatós (literalmente excremento), y éschatos (que significa último, postrero, alejado, límite y fin entre otras acepciones).

En su exposición sobre el Infierno, Dante despliega una original cosmovisión que se aleja del dogma cristiano. Los pecados ordenados en una precisa jerarquía acatan una estratificación que responde a sus creencias personales. El pecado máximo es para Dante la traición, y la peor de todas las traiciones es aquella que se perpetra sobre los bienhechores.

Pero, cuando llegamos al Purgatorio, Dante parece adecuarse al canon, por lo menos en su estructuración topográfica, y divide el espacio en siete terrazas ascendentes, una por cada pecado capital. El número siete es de importancia vital en el pensamiento cristiano, relacionado, entre otras cosas, con la creación divina.

Sin embargo, no debemos dejarnos hipnotizar por el canto de sirenas que acompasa la pluma del poeta, ya que tampoco en el Purgatorio Dante sigue la tradición en su totalidad. El catolicismo ubica allí los pecados veniales (menores y tolerables), no los capitales (que conducen directamente al Infierno), como lo hace el poeta.

Más precisamente el Purgatorio dantesco consta de siete círculos, parte (a diferencia del Infierno) del pecado más tremendo para llegar al menos condenable, que se halla más próximo al Paraíso. El orden es el siguiente: en el primer círculo se purga la soberbia, en el segundo, la envidia; en el tercero, la ira; la pereza y avaricia en los círculos cuarto y quinto respectivamente, la gula en el sexto; y, por último, la lujuria en el séptimo, donde son consumidos por el fuego los instintos pecaminosos de las almas. Nuevamente la lujuria es concebida como el menos terrible de los pecados (recordemos que en el Infierno conformaba el círculo segundo, el más cercano a la inocencia del limbo), quizás porque al fin y al cabo el deseo sexual puede ser considerado como lo más similar al amor.

El Purgatorio es infinitamente más importante y definitorio que el Infierno; porque de éste, a diferencia de aquel, sí hay salida. Sin embargo, aun así, a Dante le cuesta abandonar sus parajes, para adentrarse en el Paraíso. Quizás esto se deba a que la propia experiencia del poeta, que deriva de su condición mortal, lo aproxima al contacto con infiernos y purgatorios, pero no así al sentimiento de la Bienaventuranza, al que accedió muy esporádicamente, quizás sólo tres veces en su vida, el mismo número de veces que vio a su amada. 

En los estratos inferiores, basta la figura de Virgilio para guiarlo, pero el maestro tiene sus límites, nunca conoció el Paraíso, ni lo conocerá. El momento de la salida del Purgatorio es crucial, porque Dante corre el riesgo de quedar atrapado purgando sus propios sentimientos de culpa. Debe, entonces, apelar al recuerdo de Beatriz y a su incorrupto amor por ella, sólo conjurándola logra extraerse a sí mismo de los infinitos sufrimientos de los que es testigo.

El Paraíso, extático e inaccesible, abunda en metáforas espejadas, dado que el poeta sólo puede acceder a esta realidad inaprensible mediante su reflejo. En la Divina Comedia, lo único real, lo no espejado, lo literal y replegado tan sólo sobre sí mismo es quizás el Infierno, allí donde no es necesaria ninguna metáfora para entenderlo.

Por su parte, a medida que el lector avanza en la Comedia, y asciende del Infierno al Purgatorio, nota que su imaginación ya ha sido acostumbrada al sufrimiento más extremo del Averno; y descubre, quizás sin asombro, que el Purgatorio comienza a carecer de interés estético. Sin embargo, la pluma de Dante, en compensación, exacerba su interés moral.

Se ha de sufrir; pero, sobre todo, se ha de trabajar. Este sufrimiento, a diferencia de aquel del Infierno, tiene un objeto externo a sí mismo. Este trabajo implica un curarse a uno mismo de los pecados del mundo, para forjar el acercamiento progresivo a Dios.

En las escabrosas terrazas del Purgatorio, a la sombra de sus recovecos peñascosos, comienza a desplegarse una transustanciación en el alma humana. Un trabajo arduo, profundo y silencioso.

Si el Infierno era definido como una ausencia y una falta (de esperanza, de gracia, o en pocas palabras, una falta de Dios) lo central de la cuestión del Purgatorio, es que éste, por muy tremendos que sean sus suplicios, es el punto en el que el sufrimiento comienza a ser menoscabado por una esperanza, al principio tierna y tímida, pero que deviene el motor de un proceso irrefrenable. Es entonces cuando un aura de vitalidad retorna a las almas de los muertos, a la humanidad toda; porque el hombre ya no está solo y comienza a tener el destino común del ascenso.

Bibliografía

Alighieri, Dante. (2006) Divina comedia. Madrid: Espasa-Calpe. 

AA. VV. (1967). Diccionario manual griego clásico-español, Barcelona, Vox.

Escribe Gabriela Puente

Gabriela Puente nació en Buenos Aires durante el invierno de 1979, licenciada en Filosofía por la UBA, maestranda por UNDAV, primera mención en Certamen de Ensayo Filosófico de la Facultad de Filosofía y Letras UBA, su tesis de licenciatura fue publicada por Editorial Biblos en 2018, publicó varios artículos en revistas académicas; actualmente se dedica a la docencia y colabora en diversos medios.

Para continuar...

Dionisos, las diosas madres y los hongos 

En el mes del Oktoberfest, compartimos esta nota sobre Dionisos, el dios de los excesos, el alcohol y su vínculo con los hongos alucinógenos

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *