El documental Tarará, dirigido por Ernesto Fontán, aborda la recuperación de los niños de Chernobyl en las playas más exclusivas de Cuba en un programa de colaboración entre países del que se sabe muy poco. Ilustración Mariano Lucano.
A simple vista parece una escena de la serie de Lost, o el fotograma de una novela distópica. Un montón de chicos corren por una playa del Caribe, algunos incluso se ríen y hablan en un idioma que poco tiene que ver con las lenguas que dominan esas tierras paradisíacas. Los niños de esa playa nacieron en Prípiat o en sus inmediaciones y hablan ucraniano o ruso, pero todo tiene una explicación racional: son algunos de los menores de edad que fueron alcanzados por la radiación de Chernobyl, que fueron diagnosticados con enfermedades oncológicas y que están en Cuba recuperándose en un hospital montado al efecto en Tarará, una de las zonas más distinguidas de la isla en la época pre-revolucionaria. Esa es la historia que cuenta de primera mano la ópera prima de Ernesto Fontán, con múltiples entrevistas que van desde Silvio Rodríguez hasta Aleida Guevara y que pasan por algunos de esos chicos que hoy ya son hombres y mujeres agradecidos con el aporte cubano.
La explosión de Chernobyl en 1986 coincidió con la implosión lenta pero sostenida de la Unión Soviética y con la caída del Muro de Berlín que trajo aparejada, también, una situación de debilidad para los países que, de una manera y otra, dependían del manto soviético. Cuba fue uno de los satélites más afectados y durante la década del noventa vivió una época de penuria que fue conocida como Periodo Especial. No obstante a ello, en 1990 la isla inició un sistema de colaboración hacia los niños afectados por la radiación en Chernobyl y, explotando la leyenda de sus aptitudes médicas y de la sal del mar que colaboraba con el tratamiento de las enfermedades oncológicas, pudo apoyar la recuperación de miles de chicos y de muchas de sus madres. La colaboración con las víctimas, que se extendió por veinte años, fue la única ayuda externa que recibió Ucrania a pesar de haber sufrido uno de los accidentes nucleares más graves del que se tiene registro.
Fontán, que viajó cuatro veces a Cuba y que se llama Ernesto como un homenaje de sus padres al Che Guevara, explica que el objetivo de su trabajo es exhibir una obra del gobierno cubano de la que se conoce poco y nada y revalorizar el trabajo de los profesionales de la isla, que es, por otro lado, uno de los países del mundo que más médicos tiene cada mil habitantes. En ese sentido, Tarará no sólo es un repaso interesante desde la curiosidad por las, a priori, dispares circunstancias que separan a Ucrania y a Cuba, sino, como reconoció el cineasta, “un canto a la humanidad que realza los valores de hermandad y solidaridad”.
Con testimonios firmes, clarificadores y sin golpes bajos —quizás el aspecto más destacable en abordajes de este fuste—, el documental se enfoca en la ayuda libre de banderas que prestó Cuba hacia una de las tragedias más grandes de la segunda mitad del siglo XX, y también en visibilizar un apoyo que tuvo nula repercusión en su tiempo. Tarará, que estará disponible a partir del 2 de septiembre en la plataforma CINEAR, es, al fin y al cabo, una interesante puerta de entrada hacia una de esas historias que merecen ser difundidas.
Cuanto más me entero de Cuba, más la quiero y más maldigo el bloqueo de sesenta años a que fue sometida por EE.UU.
Gracias por difundir esto de Tarará.
Como siempre, la ilustración de Mariano es maravillosa.