Reseña del último disco editado por Charly García y una ilustración Cyber-hippie-punk sin igual de José Bejarano.
Debo pedir disculpas de antemano: la objetividad que suelen acusar los periodistas aleccionados me resulta imposible en este particular – ¿Cómo se objetualiza a un sujeto como Charly García? -. Lo mejor será agarrar para otro lado y sentenciar: Charly García es el mejor músico (por distancias siderales) que todavía tiene este íspa engatusado.
Siempre esperamos sus discos. Y lo hacemos porque sabemos que García es, antes que nada, una parabólica poli direccional, y que, antes que todos, escucha con oído absoluto los rumores de lo que está sucediendo ahora, a la vuelta de cualquier esquina. Los humores de Charly suelen ser termómetro de los humores del país. Es por eso que un nuevo disco suyo es una tradición y un suceso. Algo que viene por detrás para lanzarse más allá. Algo que esperamos para proseguir mansos por la corriente. Como los Boca – River, como los feriados de cualquier fecha patria.
Pero Random es distinto. Distinto por la larga espera y porque la pregunta si el quía daba para más se extendió hasta parecer sentencia. Por eso el suceso es una alegría, una caricia al pibito asustado que vivía en la capital y que pasaba tardes enteras escuchándolo y soñando que el rock and roll es = a yo (tautología exquisita del troesma). Y esto, porque también significó una afirmación de lo que ya intuía: el tipo no está acabado (simplemente porque se reinventa a cada rato).
Pasemos al disco: lo abre cantando “pedimos perdón”, anunciándonos, tal vez, que en esta obra están sus canciones de redención. Charly proclama en mid-tempo que su tiempo es hoy. Nos dice que ha vuelto a sonreír, y advierte que hoy tanta gente es la que llora, que le fue necesario inventar La máquina de ser feliz. Azorados por tanta dulzura, podríamos especular que Charly ya no es Charly, sino fuera estúpido pensar que, porque ha cambiado, ha podido disociarse de su persona – esto a pesar de la primera persona del plural con la que comienza el tema – Charly sigue siendo Charly, señores. ¿Está tranquilo?, parece ser, ¿está azucarado?, ¿Cuál es?, Charly nos ilustra acerca de la felicidad, emite un juicio acerca de que ésta sea monopolizada (por solo aquellos que no tropiezan), y finalmente sentencia que: “la máquina de ser feliz la tiene el Papa” y la tiene él también.
Luego sigue con Ella es tan Kubrick, una hermosa melodía en la que recapitula su amor eterno por el cine, por el aclamado director – enumera varias de sus películas favoritas – y por aquellas señoritas que escapan de sus malévolos progenitores. “Ella es tan chica, tan drogadicta, si la descubren sería una estrella de primer nivel”. Escucho el tema y recuerdo Pubis Angelical, me gustaría que Charly volviese a hacer música de películas. También me gustaría que lo dejásemos de joder. Una perlita: ella que es tan Kubrick le recuerda a Fabi Cantilo.
En Primavera, unas cuerdas medio Zepellin, medio country del viejo oeste, le marcan el camino del eterno retorno para avisarnos que ahora está rehabilitado, y que saldrá de gira, pero esta vez sin celular (acaso resguardándose del número de teléfono que le solía volar la cabeza).
En Otro, vuelve a retomar ese groove que le sale tan bien. Es un rockazo, y en él juega el rol del adicto en recuperación, ese al que nunca se le van las ganas (“en la primera hora me dieron el papel, la concha de la lora, ahora lo tiene él, por eso yo quiero… otro”). Despotrica contra la medicina y el psicoanálisis, porque lo que quieren es a… otro. Y dice que antes que todo, preferiría ser fachista, o sea… otro.
Por último, Mundo B, un tema críptico y hermético en donde habla de un tal “él”, ¿quién es él? Ni la más minima idea. Pero la voz de Charly se vuelve quejumbrosa y violenta, ambiente say no more, que poquito a poco, da paso a una melodía diáfana y llena de guiños al pasado. Se escucha I wanna hold your hands de los Beatles y ya nos podemos dar por hecho.
Hay cinco canciones más. Escúchenlas. Saquen sus conclusiones. Terminen de armar este mosaico surrealista lleno de personajes híper-terrenales: una chica drogadicta, el Papa Francisco, los brasileros de la iglesia de los santos de los últimos días, Kubrick, un adicto en rehabilitación, Fabi Cantilo, un estimado y querido rival, ¿Phil Spector?, quien sea que sea “él”, que después y finalmente será “otro”. En fin, un Random que resulta ser de lo más coherente que se le escuchó al quía en los últimos años.
Cada cual tiene un trip en el bocho.
Difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo.
¿Está más viejo? Sí ¿Está híper-procesado? También. Pero a Charly la vejez le soba y esparce ingenio como un chico malhumorado (cosa que además, es). Se encolumna como nunca (¿o como siempre?) en la gran tradición de los cantautores argentos (Luis, Charly, Fito y Andrés, “ahí tenes un cuarteto Mona”), esos grandes tejedores de ironías a los que ya no nos queda más que agradecerles las lecciones impartidas: que las clases empoderadas corresponden a la alta suciedad, que los hombres van de putas para sentirse varones y que una locomotora es la fuckin´ Gioconda, por nombrar solo algunas. Ahora en Random (“is not Whatever”, lo dijo hace ya 20 años) Charly avisa de los celulares y su gramática fatal.
Si como dijo Walter Benjamin, cualquier escritura que ambicione ser artística necesita tres dimensiones: una musical, otra arquitectónica y una última textil, pues la obra de Charly puede descansar en el último peldaño. Arquitectónicamente este disco tiene su argumento: reúne todos los fantasmas por los que Charly transitó desde el día de la fatídica internación hasta hoy. Construye sobre ellos las historias que hoy comentamos y sienta bases para agregar algunos ladrillos más durante los años por venir. Textilmente, Charly, siempre fue un gran urdidor. De intrigas, de ironías, de chistes y de tramas inverosímiles que de la realidad pasan a la ficción y viceversa: del salto del noveno piso al “me tire por vos” hay un tejido de punto por trama digno de cualquier viejita con vocación. El entramado no es fortuito, no seamos ingenuos.
Por esto es que estoy feliz, porque volvió uno de los tipos más sensibles y que más supe querer. Y volvió demostrando que híper-procesado o no, todavía le sobra pasta para dirigir una sinfónica desde la cama de su departamento del quinto piso. Para terminar con otra ironía del gran viejo, (y en homenaje a mi vieja, también): gracias Palito. Nobleza obliga.