Siete años sin punk

Algunos apuntes sobre Fogwill

Nota: Sebastián González  Dibujos: Lucas Iranzi

1. Antes que nada quiero aclarar: quisiera ser Fogwill, me gustaría escribir como escribía Fogwill. Me gustaría disparar palabras como dardos letales sobre el monitor titilante de una computadora. Me gustaría bardear como bardeaba Fogwill. Me gustaría escribir mi “Pichiciegos” completamente drogado en tres días de insomnio.

2. Hace siete años que murió Fogwill. Siete años de vacío. Siete años sin punk. Basta leer las entrevistas a los escritores contemporáneos para sentir cada vez más (más, más y más) su ausencia. Nadie bardea. Nadie dispara frases como: “Si me cojo a Cumbio vendo el triple”. Nadie se atreve a decir que “Rayuela es una porquería comparable a Cien años de soledad”. Sea verdad o no. Nadie. Ahora que reinan los buenos modales y la alegría, ahora que un Andahazi sale en los diarios hablando con sus modales de señorito inglés, ahora que las Piñeiros y los Sacheris han copado las palabras. Ahora que todo el mundo se estremece frente a unas Cincuenta sombras de Grey. Ahora es cuando más nos hace falta. Ahora. ¿Quién ha de darnos el ritmo, el “tum, tum” de una frase bien compuesta? ¿Schweblin? ¿Mairal? ¿Terranova? Tal vez este último. No sé. Lo que sí sé, es que hace siete años que la literatura argentina no nos hace bailar. O mejor dicho: no nos hace vibrar. Ahora, todos (lectores y escritores), parecen moverse lentamente al ritmo de una melodía romanticona en una mansión habitada por el fantasma de Victoria Ocampo.

– ¿Y el punk? Bien, gracias.

3. De Fogwill se pueden decir muchas cosas, pero la primera que diré es que fue el mejor lector que tuvo Céline; la segunda, es que entendió a Céline como nadie y la tercera es que entendió que para hacer creíble a un personaje no hace falta ubicarlo en tierras escandinavas y que sólo basta con tener un buen oído y un flamante título en sociología.

4. Fogwill solía decir que a él les gustaban las frases hechas porque éstas, por lo general, ya vienen masticadas por la sociedad y que su simple colocación dentro de un cuento o una novela, ya te da un éxito anticipado. Es decir, el lector lee: “Vos sos pelotudo o te hacés” y automáticamente se siente identificado con el emisor de dicha frase, no porque la frase le parezca una genialidad literaria, sino, más bien, porque la ha oído tantas veces e incluso la ha pronunciado, que no le queda más remedio que terminar aceptándola como “real”; y es aquí donde aparece lo que tanto buscaba el buen “Georgie”: la verosimilitud.

5. En alguna entrevista, Fogwill bromeaba acerca de Borges. Decía que era probable (me mata el probable) que Borges escribiera mejor que él, pero que era innegable que él (Fogwill) podía ver mejor la realidad.

Más allá de la demostración de humor negro que poseía Fogwill, creo que no es descabellado su alegato. Recordemos que uno se crió detrás de una reja, soñando con bibliotecas imposibles; el otro, sin dudas, vivió una vida al límite y de esa vida (insisto, al límite) salió el material grueso para sus escritos.

6. Todos dicen que Pedro Páramo es una novela compuesta por voces; yo agregaría que Los pichiciegos  también lo es. Pero por voces argentinas, se entiende, que muchas de las veces se asemejan también a las voces de los fantasmas. Los “Pichis” ya están muertos desde el momento que tuvieron que embarcarse a Malvinas y Malvinas, en este caso, no sería más que una de las tantas variantes del infierno, o sea, Comala.

7. Si aceptamos que gran parte de la obra de Fogwill está compuesta por voces, poco nos queda para decir de sus tramas literarias. En realidad, en este punto, yo diría que sus tramas literarias poco importan, porque lo que sostienen sus textos son las voces y lo que sostiene esas voces es el ritmo.

8. Hace algunos años, un amigo me dijo que el ritmo es fundamental dentro de una narración. Es posible, seguía este amigo, que frente a una trama pierdas el interés, pero frente a un buen ritmo siempre vas a bailar. ¿Y qué es el ritmo en la literatura? Le pregunté yo, como se estarán ahora preguntando ustedes. Bueno, dijo mi amigo buscando una respuesta acorde a mi cara de entusiasta, el ritmo es una mezcla de sonoridad, puntos y comas. Es como un martilleo constante, un “pac, pac, pac” que se sostiene a lo largo de un texto y que en ningún momento puede ser importunado por un “pin, pin”, por ejemplo.

Entonces, si el ritmo es un martilleo constante, está claro que Fogwill lo tenía. Basta con leer el cuento “La chica de tul de la mesa de enfrente” para darse cuenta de esto o “La larga risa de todos estos años” o “Música” en donde las palabras, en lugar de estar dibujadas, parecen estar clavadas una por una en las páginas del libro.

9. La literatura de Fogwill no se asemeja a nada. Quizá uno pueda identificar ciertos ramalazos de Céline en el uso de los signos de admiración, de los puntos suspensivos… pero en lo que podríamos llamar sus “argumentos”, mezcla de historias de levante, manifiestos políticos y observaciones sociales, es única.

10. En el prólogo de sus Cuentos Completos publicado por la editorial Alfaguara, 2009, Elvio Gandolfo dice que a menudo Fogwill se nos presenta como “El hombre que sabía demasiado”. Es verdad. A Fogwill le encantaba hacer gala de su erudición, de sus conocimientos en informática, en cigarrillos, en marketing, en automóviles, en perfumes de mujer, etcétera… y eran esos conocimientos los que volcaba en sus textos; de repente uno puede estar leyendo la historia de un “taxista que sangra” y de golpe se ve sumergido en una teoría sobre el tráfico en la ciudad de Buenos Aires; así, de una, sin preámbulos, sin pedir permiso, con la misma libertad con la que se manejaba en las entrevistas.

11. Por eso se lo extraña a Fogwill, por la libertad. Por sus ganas de querer hacer algo con la literatura argentina. Ahora que buena parte de la literatura argentina se prosterna frente a la sombra de Beatriz Sarlo con tal de conseguir una buena crítica. Ahora que todo es amarillo, alegría y diván. Ahora que la literatura argentina se ha transformado en una gigantesca cadena de favores. Ahora, sí, en este preciso momento, es cuando más nos hace falta.

 

Escribe Sebastián González

Hablar de uno nunca es fácil. Supongo que habría que empezar por el lugar de nacimiento, la fecha y esas cosas. O tal vez se podría obviar y simplemente mencionar el acontecimiento más importante de mi vida, que sería (se cae de maduro): nacer. O tal vez no. En todo caso nací en Gualeguaychú, la llamada “capital del carnaval” para los espíritus alegres, y la llamada “ciudad de los poetas” para los espíritus más melancólicos. ¿El año? Mil novecientos ochenta y cinco. Lo demás es un largo bostezo que intento suprimir con la escritura. A veces tengo suerte y consigo que algunos de mis escritos integren libros de antología, formen una novela o un libro de cuentos. A veces no.

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Un Comentario

  1. Muy bueno, me encantó!

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