Fotografía: An Mombe

Cuando es verano y toca Él Mató

Él Mató a un Policía Motorizado, la banda de La Plata, tocó este fin de semana. Mercedes Roch desde las palabras y Ana Mombello desde las imágenes, registraron el evento. Una oportunidad para recorrer discos, cuestiones estéticas  y emotivas que circundan a la banda.

Cuando es verano, el sol de las siete de la tarde todavía es impetuoso. A esa hora brillosa del verano, Ana y yo quedamos en encontrarnos en la puerta del Konex. Nos vemos, nos saludamos, comentamos algo sobre el calor, nos acreditamos, nos dividimos como si fuéramos un equipo de investigación, cada una detective a su manera.

En el patio del Konex ya hay gente sentada. La mayoría de ellos son adolescentes que construyeron un estereotipo de ellos mismos con sus pelos teñidos, gafas de colores, remeras de bandas de rock, polleras cortas. Me siento con ellos en el suelo caliente. Veo desde ahí abajo que también hay chicos con camisetas de fútbol o gorrito piluso: esos son los pibes de barrio. De a poco empiezan a llegar los padres con sus hijos, más tarde los grupos de amigos treintañeros. No es de extrañar esta curiosa mezcla porque esta noche, cuando no queden rastros del sol, tocará El Mató a un Policía Motorizado, la banda oriunda de La Plata que volvió a dar impulso al indie, me atrevo a decir, latinoamericano, hace ya unos quince años atrás.

Mientras observo, también escucho. El pibito que está al lado mío dice a sus amigos entusiasmado que ya encontró al amor de su vida y continúa “esta banda tiene un tema que dice ‘quiero mirarte y que me mires’, ¿te imaginás que estás ahí y cuando tocan esa parte te mirás con una mina? Listo, chau, yo me muero”. Aclara que solo por eso viene a este recital. Todos sus amigos ríen. Un poco yo también. Un poco así con una mueca porque es una conversación ajena y no debería reírme abiertamente. También pienso que hay algo de eso, algo que nunca había tenido en cuenta: las canciones de Él Mató no tienen vergüenza de mostrar su lado tierno. Palabras sencillas y sentimientos poderosos que interpelan a quien haya sentido alguna vez amor, a los de mi generación, a los de la anterior y a los de la posterior.A los que sabemos en carne propia lo que significan las palabras “sería un milagro que tardes poco en responder”.

Justo al lado de los chicos que se ríen está parado el Niño Elefante, guitarrista de la banda. Hay lluvia de selfies pero nadie le pide una foto. Quizás al moverse como uno más el público se relaja y evita el cholulaje. La banda conserva el espíritu de cuando tocaban sus primeros temas en bares y centros culturales para un puñado de personas. Si bien comenzaron a necesitar lugares más grandes porque el público fue creciendo, hay algo más que Él Mató conserva: su sello discográfico. Todos sus discos, desde aquel sencillo lanzado en el 2003 hasta el último disco grabado en Sonic Ranch, responden a Laptra, “un colectivo artístico que en determinado momento se autobautiza y crea una marca para salir al encarnizado combate de las corporaciones”.

El sol comienza a ponerse sobre la pared amarilla del patio del Konex y todo, con el cielo celeste, forma parte de un mismo paisaje. A las ocho de la noche, la poca luz natural que queda ya es solo una acompañante de las luces eléctricas que se fueron encendiendo. En los cinco minutos que tarda en desaparecer el sol, la banda empieza a tocar.

Arrancan con La Síntesis O’Konor, mi canción preferida del disco homónimo. Me gusta porque me pone de buen humor y porque me hace acordar a Alf, pero eso es parte de mi subjetividad. El resto del disco que presentan esta noche también es un acierto al cien por ciento, composiciones de alta fidelidad: Sonido limpio, melodías amigables. Se nota la mano del ingeniero de sonido Eduardo Bergallo, coproductor del disco.

La imagen también está muy cuidada. Los músicos tocan rodeados de humo rojo mientras detrás de ellos se reproducen imágenes galácticas. Da la sensación de estar viendo un espectáculo que está allá, en el espacio exterior. Los terrícolas a su alrededor la estamos pasando bien, hay aplausos, sonrisas, movimientos de cabeza y bailes improvisados.

El único de los integrantes de la banda que habla es Santiago Motorizado y no lo hace hasta después del tercer tema que nos pregunta por cortesía cómo estamos. El griterío de la respuesta se agudiza porque suenan los primeros acordes de “El tesoro”. Todas las pantallas de los celulares en alto muestran la misma imagen, la de esos hombres en el espacio.

Me sumerjo en el viaje cósmico y, volando, reafirmo la idea de que Él Mató no incita a la violencia contra la autoridad policial. Él Mató incita al amor: hacia una pareja, hacia un amigo, hacia uno mismo.

De repente una luna gigante aparece en la pantalla. Se mueve con parsimonia y, mientras suena “Alguien que lo merece”, la luna baila nostálgica siguiendo el ritmo de la canción. A esa melancolía le hace frente el power de “Mujeres bellas y fuertes”, cuyo estribillo se ha convertido en cartel de las marchas de mujeres. Las personas del público se enardecen, corean, agitan, aplauden. Yo no puedo evitar que se me ponga la piel de gallina pensando en el impacto social de las palabras “mujeres bellas y fuertes se han ido, mi amigo, y no volverán”.

Después de tocar “El mundo extraño” y marcar la diferencia con el percusionista que se ha incorporado tras la grabación del último disco, suena “El fuego que hemos construido”. Entonces me pregunto por el pibe que contaba su historia de amor hipotética y sonrío deseándole suerte.

Respecto al amor de amigos, una de las odas de Él Mató es “Yoni B”, joyita de La Dinastía Scorpio que ni bien empieza a sonar se arma pogo. Una mezcla de movimientos inocentes y violentos que también hace a la banda conformada por Santiago Motorizado, Pantro Puto, Niño Elefante, Doctora Muerte y Chatrán Chatrán.

Cuando el recital parece estar terminado, Santiago Motorizado dice al público que ese es el final a menos que todos quieran una más. La respuesta obvia es el griterío generalizado. Al lado mío, un chico ruega “¡por favor Chango, una más!”. Tocan el, ya clásico, “Chica rutera” y el Konex se convierte en fiesta. El cierre perfecto se da con la sencillez profunda de la música y la letra de “Amigo piedra”.

Tras el agradecimiento final, se prenden todas las luces del patio. Estoy contenta, todos los que están alrededor mío parecen estarlo. Algunos tararean estribillos, todos sonríen. Caminamos pegados unos a otros como una marea humana. Entre todas las figuras reconozco la del pibito que flasheaba amor. Está contra una pared con alguien, ambos sudando a propósito del verano y besándose bajo la luz de la luna gigante.

 

 

 

 

Escribe Mercedes Roch

A veces soy historiadora, a veces ilustradora, a veces docente, a veces escritora pero siempre soy hincha de Independiente.

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Un Comentario

  1. Excelente descripcion, mejor relato imposible. No conozco la banda pero seguro cuando toquen nuevamente voy!

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