Ante un desafío alguien, quizás un traductor reciente del Ulises de James Joyce, se aventura e inmiscuye en la historia otro día. «Este supuesto borrador inédito habría sido descubierto, como suele suceder, por un coleccionista que lo tuvo en su poder con intenciones de venderlo pero cuya misteriosa muerte privó hasta hoy a los joyceanos de un texto que se creía perdido para siempre.» se escucha entre tantos otros comentarios. Ilustración de Mariano Lucano.
Un texto compuesto por M. Z. por pedido de S.C.
Molly dejó el lecho después que sus sueños turbulentos fueron interrumpidos por el insólito pedido de Leopold, pretendiendo comer huevos con tocino. –Y por cierto, un té negro con dos terrones y un poco de leche, como siempre – exigió Poldy, sonriendo y sin exigir. Por un momento pensó en decirle que se lo sirviese él mismo, pero optó por ceder, siendo después de todo un pedido sencillo; eso sí, murmuró, espero que no se lo tome como costumbre. Se estiró, se desperezó y bostezó diez veces. ¡Qué bien dormí! Es por eso. Espero que él piense lo mismo. Increíblemente vigoroso. Y con esos músculos. El pecho como un potro. Imposible detenerlo. Si hubiese vuelto me sorprende en pleno jugueteo. Seguro que me hubiese pedido que formemos un trío y que se hubiese puesto en el medio. Siempre quiso corromperme, pero no lo logró, el muy retorcido. Hombres libidinosos. Pero por lo visto tuvo lo suyo. Lo sé porque olí un perfume distinto, y porque durmió como un lirón y roncó como un oso. Mentirosos. Cien bolsillos no son suficientes. Buscó el sostén y lo encontró luego de mucho revolver, metido entre los tejos ruidosos y el colchón. Un misterio, pensó, yo no lo puse en este recoveco. Tuvo que ser él. Siempre el mismo meterete, don Copete, oliendo mis sostenes y lo que no son sostenes. Cerdo. ¿Cómo pueden ser como son? El bruto pelirrojo con ese trozo de… Queriendo meterlo en todos los orificios como si yo fuese un queso. Pero Poldy es Poldy. Terco como un burro, pero lo elegí; de todos los que me persiguieron él fue el único que perseveró. Mi flor de los montes. Es gentil con hombres y mujeres; los viejos y los niños lo quieren. Es buen signo. Démosle el té. – ¿Y Stephen? –preguntó Molly, con fingido desinterés– Supongo que duerme como un tronco en el cuchitril de huéspedes. – Se fue; no quiso ser un estorbo. Eso dijo –respondió Bloom fingiendo el mismo desinterés. – Oh. De ningún modo puede ser un estorbo. Supongo que se lo dijiste. – Insistí. Pero él insistió. Nos despedimos en el pórtico. – Los escuché. Oí los chorros; uno corto y débil; el otro fuerte y sostenido –comentó Molly, en tono burlón. – En efecto, competimos y lo vencí –respondió Bloom, orgulloso por su triunfo– Si no tiene dónde dormir puede ser que regrese. Le propuse que tome lecciones contigo y que como retribución por su pensión te enseñe griego. Incluso le mencioné lo del tour de conciertos por el norte. Los griegos deben ser expertos en eso. Y en todo tipo de tours, supongo. Un bello jovencito que me enseñe los principios de Eros. Es justo lo que preciso. Un griego por mi pensión. Molly sonrió en silencio. Recogió del piso los broches del pelo, un culote y un blusón. De pronto un estremecimiento de los pezones le recordó el eterno regreso del ciclo femenino. Sus dedos se hundieron en un tibio líquido viscoso. ¡Puuuj! Dios mío, ¿por qué tuviste que sumirnos en este tormento? –¡Molly! –gritó Bloom, desde su cómodo lecho. – ¿Sí, qué quieres? –preguntó Molly. – Primero, los huevos, poché, silteplé. Segundo, que no se queme el tocino –ordenó, risueño el jocoso Bloom–. Tercero, viertes el té y luego le pones un poco de leche, en ese orden: primero té, luego leche. Y por último, si llegó el Independent, me lo subes. – ¡Cómo no! ¡Por supuesto, Milord! –retrucó Molly, obediente. Bloom, remolón, pensó en los compromisos del viernes. Se propuso conseguir ese suelto sin costo que le exigió Keyes. Me dice que muy posiblemente nos renueve por dos meses. Él quiere que renueve por tres meses. Y yo en el medio, como el miércoles. Q.M.B.E.R.C.D. No entendí el chiste. Que Me Bese El Regio Culo Dublinés, se explicó. No son modos de dirigirse; me debe respeto. Pero Myles es un tipo ingenioso, lo reconozco. Mr. Bloom, como se dijo, ingiere con fruición los menudos de pollos, ovinos, cerdos y bovinos. Sobre todo prefiere los riñones de cordero grillés, con ese dejo tenue como un perfume de orín. Pero Molly le dijo que no pudo conseguir ni de cordero en lo de Buckley ni de cerdo en el otro negocio, Dulugecz o Duglez, o como fuese. Metempsicosis. Meten sin coces, pronunció. Voglio e non vorrei. Es lógico, los jueves no tienen. Recién hoy, puede ser. En fin. Bebió un sorbo de té negro. Tengo que conseguir un poco de ese delicioso té indio. En lo de Tom Kernen. Y lo que quedé debiendo en Sweny. Terminó de comer los huevos y el tocino; se limpió el bigote y se tendió de nuevo, remolón. Tengo que escribirle. Inconscientemente me reveló su nombre: Peggy Griffin. Su primo rugbier es el número quince de los Bective. Querido Henry. Se estiró, ronrroneó como un felino, gruñó como un león furioso y un ruido poco menos que imperceptible surgió sibilino por entre los pliegues del cobertor. Bello Cohen. Henry Flower. Olió, frunció y ventiló. Dime, dime. ¿Qué perfume? El queso es indigerible. Y el vino tinto. El bordón estridente del templo de St. George’s repicó severo, tres veces: ¡Dindón! ¡Dindón! ¡Dindón! Oscuro hierro sonoro. Nueve en punto. Tengo que ponerme en movimiento. ¡Qué bien dormí! Se metió en el toilette y cumplió con el solemne ejercicio de mover el intestino. Por suerte ese queso del demonio no me constipó. Sin esfuerzo se centró en el periódico recién recibido, permitiendo que los fluidos descendiesen, sólidos y líquidos, por sus distintos conductos respectivos. Los conflictos internos crecen. Revolución. Los escoceses quieren escindirse del Reino Unido. Los ingleses les responden con el envío del King’s Own Regiment. Lo de los bovinos enfermos tiene solución; es un crimen que se los elimine con el rifle y se los incinere. El Excelentísimo Lord de Dublín y su Consorte emprenden un extenso periplo por territorio inglés. Rugby, Terenure College se impuso este jueves sobre Clongowes Woods College 6-0 en un reñido cotejo por el título, con dos tries de su número 2, el hooker Josh Kennedy con sus potentes e indetenibles ciento veinte kilos y sus imponentes dos metros cinco, en el torneo de juveniles Leinster Cup. Estipendios inútiles de dineros públicos y jóvenes que se muelen los huesos en fútiles deportes violentos. Scrum. Odio el rugby; detesto el nombre mismo del odioso deporte: rugger, rugido, rigor, reñir, rencor. En el colegio me pidieron que integre el equipo y me negué. Me dijeron señorito, pelele y mequetrefe. Como si no fuese suficiente con los conflictos bélicos. ¿Qué es esto? ¡House of Keyes! ¡Se equivocó! ¡Le dije House of Keys! Y en vez de lo que le pedí puso el signo X. Incomprensible. Puedo despedirme de este cliente. Por lo menos no tiene costo; pero es inútil. Un desperdicio. Bueno, después de todo es comprensible. Debe ser un puesto difícil. Reciben enormes presiones. Me pregunto cómo duermen, si viven en el periódico. ¡Slt! ¡Slt! ¡Slt! En medio de un ruido enloquecedor. En los vespertinos es peor. Oscuros seres nocturnos. No ven el sol. Y los domingos es peor porque tienen que componer el suplemento de los deportes. Necesito conseguir nuevos clientes. Un leve fruncimiento de control. Plop. Un chorro sostenido. Muy bien, listo. Se sentó en el enorme fuentón medio lleno de un líquido tibio y espumoso. Se frotó el rostro y los miembros inferiores, los pies, se refregó los miembros superiores, y lo que quedó sumergido, lo frotó, lo frotó y lo frotó. Se detuvo. Es suficiente. Se puso de pie y se vertió sobre el cuello y el lomo un cubo repleto de un líquido tibio y generoso. Limpio y fresco. Se secó el cuerpo, se recortó el bigote y se peinó. Se miró en el espejo y se dedicó un guiño cómplice. Henry Flower (Esq.) le sonrió. Conforme. Tengo que responderle. Ms. Mertle Clifford. Eso que me dices en el oído es sin mundo, por eso te digo mi bribonzuelo. Si no me respondes pronto te reprenderé. ¿Quieres que te discipline con un cinto? ¿Qué perfume prefiere tu mujer? Mr. Bloom, limpio y prolijo, se despidió de Mrs. Bloom, née Tweedy, con un beso de esposo correcto y diligente. ¿Su regreso? Diecisiete, diecisiete quince, environ. El portón de ingreso gimió como de costrumbre y gimió de nuevo un segundo después. – ¡Poldy! –gritó Molly desde el dormitorio, poniéndose el sostén y exhibiendo un seno lujurioso. – ¿Sí? –respondió Mr. Bloom, sorprendido por el grito de su mujer. – No te demores, quieres –imploró sonriente. – No creo que me demore. Un poco de decoro, Molly, pueden verte los vecinos –imploró Mr. Bloom, confundido y serio. L.Bloom, vendedor de profesión y fenomenólogo por intuición, emprendió su recorrido de costumbre descendiendo por Eccles Street, Frederick Street North, O’Connell Street Upper, donde se detuvo con el propósito de proveerse de bloc, birome y sobre, y continuó por los muelles de Sir John Rogerson. Requiriendo su proyecto por lo menos un poco de discresión, se decidió por los frescos cubículos del Ormond. Espero que no se me pegue este Richie Goulding. The croppy boy. Deprimente. El mozo sordo le propuso un rincón en el fondo. El discreto Henry Bloom, solicitó con un gesto evidente, un té. El sobre que me envió lo rompí pero no recuerdo dónde lo tiré. Prevención. Molly es un detective feroz. Creo que fue en el puente. De todos modos escribí el domicilio en el borde del sombrero. El mozo sordo sonrió comprendió Leopold Flower comprensivo sonriente se sentó. Flopold Blower, circunspecto y con el ceño fruncido, consultó con el borde interno de su sombrero y muy suelto de cuerpo, escribió: Miss Mertle Clifford c/o P.O. Fleet Street DublinChère Miss Mertle,
Recibí con mucho gusto su correo del 12 de junio ppdo. No comprendo el por qué de su mención de que el mismo no me gustó. Su contenido suscitó en mí todo tipo de emociones. Respecto de los sellos que incluí en el sobre, tuvieron el propósito de devorlverle el costo por usted incurrido en el referido envío. Si con esto herí sus finos sentimientos, espero que disculpe usted mi gesto que no tuvo, como le digo, intención de ofender, ni mucho menos. En otro sentido, debo decirle que me sorprende verme reprendido por dichos impropios que no recuerdo ni reconozco. Mi condición de hombre de bien me impide proferir todo tipo de giros obscenos en frente de mujeres o niños. Por ello no creo merecer el vergonzoso mote de “bribonzuelo”. Supongo, por el tenor de su reproche y el contexto, que lo dice usted en tono jocoso y en ese sentido, y en ningún otro, reconozco que el jugueteo propuesto por Usted me produce cierto escozor que mi intelecto no distingue muy bien. No es bueno que crucemos el difuso límite entre lo lúdico y lo grotesco, en bien del mutuo respeto que nos debemos. Por el momento le diré que no requiero de Usted ningún servicio. Este cruce periódico de correos es suficiente por el momento. Lo que pienso de Usted no difiere mucho, supongo, de lo que Usted es como mujer. Un ser sensible, inteligente y dulce. ¿Qué otros sentimientos puede pretender Usted de un hombre serio y honesto como yo? No espere de mí excesos sensibleros, delírios místicos ni intentos de suicidio. Reconozco que poseo un lindo nombre: Henry, como todos mis predecesores Flower desde tiempos remotos. El suyo, Mertle, no es del todo feo. Por el momento estoy lleno de compromisos imposibles de posponer. Tengo reuniones con clientes; petroleros, hombres de negocios, profesores, en fin gentes que se rigen por el proverbio inglés de que el tiempo es oro. No veo, por el momento cómo podemos, según usted insinuó, reunirmos de nuevo. No recuerdo en qué momento fue que, como Usted sugiere, nos reunimos. Me dice Usted pienso mucho en tí. Le respondo que lo siento. En ningún momento quise ni quiero que Usted piense mucho en mí. Desde luego, no pretendo herir sus sentimientos, pero debo ser honesto conmigo y con Usted, Miss Mertle. De todos modos, reconozco que mi ego no es indiferente oyendo, leyendo, su confesión respecto del supuesto hechizo que le produzco como hombre. Los Flower hemos sido desde siempre poco menos que irresistibles. Seductores, si Usted quiere, sin proponérnoslo. Es el gen hebreo, con el toque fogoso de los moros y el típico don de gentes del inglés. Vinimos con Cromwell y nos convertimos en dublineses por elección. El próximo lunes emprenderé un extenso recorrido por pueblos del norte; el Ulster. Es posible que este tour en concert dure muchos meses. No recibiré correos ni responderé los que se me reenvíen. Mis dependientes tienen órdenes de que no revelen mis distintos domicilios. Me despido de Usted, Chère Miss Mertle, con todo mi respeto y con el deseo de que goce Usted de un luminoso presente y un venturoso porvenir. Su Seguro Servidor.Henry Flower, Esq.
St. Leopold Street
Flowerville
Dublín
Henry Leopold Flower Cromwell Bloom, Esq., puso el severo texto dentro del sobre, lo plegó y se lo metió en un bolsillo interior del terno negro que decidió vestir como signo de duelo respetuoso por el reciente deceso de un conocido. Bebió el té tibio, dejó tres chelines y se fue, silencioso y serio como vino. Que no se me olvide lo de Sweny. Después tengo que reunirme con Simon y decirle que estuve con su hijo. El pobre teme que sus compinches terminen por perderlo. Es un joven excelente, pero es cierto que su entorno es grotesco. Pobre Simon. Bullicioso y terco como un burro. Orgulloso de su hijo. Tiene motivos suficientes. Doy fe. Si el pequeño Rudy hubiese vivido. Nuestro Pequeño. Bebé. No pudo ser. Un error genético. Si hubiese podido verlo crecer. Oír su voz, oírlo reír en medio de sus juegos. Mi hijo. Yo en sus ojos. Y Milly con su joven novio. Hoy se corre el premio Gordon Bennett, en Berlín. Tengo que elegir un corredor. Sceptre perdió, pero no jugué. Desperdicio fue el vencedor. Con ese nombre los despistó. Pero el ciclismo es distinto, los hombres son imprevisibles. Puedo invertir unos chelines. Hynes me debe. Se lo pedí sutilmente tres veces. El tesorero tiene dinero, le dije. Pero no quiso entender lo que le insinué. Se dio, por decirlo de otro modo, por eludido. Jeu de mots. Si los pierdo no me duele. El dinero no tiene dueño, solo poseedores. El dueño del inmueble no muere, por eso reciben créditos quienes tienen inmuebles. Los inmuebles y el flujo continuo de sucesores son el sustento de los usureros. Si tienes te presto, pero debes convencerme de que tienes resto. *** Después de despedirse de Mr. Bloom, Stephen descendió por Eccles Street con rumbo sur, dobló en Dorset Street y siguió recorriendo Nelson Street y Mountjoy Street. Stephen recordó sus definiciones del despliegue escénico en los momentos previos del crepúsculo. Mr. Bloom vio un fenómeno lumínico. Stephen vio el místico reflejo de un bosque del edén y los infinitos luceros cubiertos con los húmedos frutos del crepúsculo. Espléndido. Hubiese sido sencillo ponerlo en verso. Pero su concepción de lo poético, como si hubiese previsto o intuido el incómodo discurso que Gombrowicz pronunció en Frey Mocho –un negocio de libros en pleno centro porteño- nueve lustros después, en repudio del verso, los obreros del verso, el mundo de los escritores en verso y todo tipo de sonetos, se lo impidió. No quiso decirlo en verso y por eso solo lo pensó. [1] Un sol tímido le templó un poco el cuerpo dolorido por los excesos de un jueves intenso, extenso y repleto de inconvenientes. No quiso dormir en lo de Mr. Bloom por pudor. Hubiese sido un estorbo y hubiese tenido que dormir vestido. O desnudo. Semidesnudo o semivestido. Lecciones de griego por mi propio dormitorio y pensión. ¿Por qué me ofreció ir con ellos? Después de todo no me conoce lo suficiente. Sólo me vio de niño dos o tres veces, por lo que dijo. Él como promotor, su mujer, un prodígio lírico y yo, los tres en un tour de conciertos por el oeste. ¿O dijo por el norte? Un evento cumbre, en el Ulster. Eso. ¿Qué rol cumplo? Love’s Old Sweet Song. Mis compinches del Torreón, Buck y el loco del fusil, pusieron el cerrojo en el portón. Escuché muy bien cómo el hierro mohoso rechinó. Y el clic del pestillo. Fui muy explícito: si sigue con nosotros, yo me voy. No quiero dormir con un loco como ese. Delirium tremens. Se exploró los bolsillos y encontró £ 1, 7d. Insuficiente. Juzgó imposible recorrer quince kilómetros en su condición. Cogito, sonrió. Ergo sum. Reconsideró su puesto de profesor. Y pensó en el director del colegio, Mr. Dizzy, Rinderpest. Mi monedero tiene un orificio. Usted no tiene dinero porque descree del éxito. Todo hombre debe tener su propio peculio. Mis predecesores vinieron con los ejércitos de Cromwell y desde entonces vivimos en este suelo. No creemos en el clero porque sus ministros son enemigos del progreso y sus discursos proponen desorden y desunión. Debemos vivir como un solo pueblo, unidos por estrechos vínculos con un mismo Rey. El único pueblo que no persiguió judíos. ¡Porque no les permitió el ingreso! Viejo imbécil. No tengo opciones. Lo único inteligente es seguir con ese empleo. Por lo menos por un tiempo. Después veré. Stephen, cruzó por el medio de St. Stephen’s Green. Muerto de sueño y con el vientre hueco, se sentó en un rincón del bello y siempre verde vergel del centro de Dublín. St. Stephen’s, this is my green! Hizo un breve recuento de los libros que hubiese podido vender en el negocio de empeños. Pero reconoció lo inútil del ejercicio puesto que Dilly le confesó que tuvo que venderlos por unos pocos cobres. Releyó un texto inconcluso que encontró en uno de sus bolsillos: En principio consideremos mi intuición, nos dice Kent, y veremos que mi Cogito es dudoso, porque puede ocurrir que oculte un hecho donde un ser Divino, ilusión de lo Uno, hipoteque un hipotético Yo hipocrecido. “Por eso, nos dice, ¿es posible que Spinoze cumpliese con su vicisitud sustituyendo su nombre, por unos sonidos oscuros?¡Benedicto judío! ¡Cubriste con lienzos tu ‘Origen’ protegiéndolo (prohibiéndolo), obstruyéndole todos los huecos, con un Siv cumpliendo tu visión del Infinito!” Entonces Kent, precoz defensor del espíritu sobre lo concreto, si bien confundido, vio en Spinoze el génesis de un Super Yo mortífero y eterno. Porque en los siglos precedentes, el Pupilo de Hermógenes e hijo de Perictione, extinguiendo todo vetusto progenitor, pudo ver que ningún elemento constitutivo de ese Uno tuvo fin. El Curvo Segmento primitivo encontró de este modo los dos puntos que debió unir, cumpliendo con creces su perfil sinusoide, hiriendo con su extremo puntudo el frontis del filósofo, que murió creyendo solo por un segundo en un Cogito sin Uno. Eglinton y Best me pidieron un texto polémico, pero no creo que lo publiquen. Temen los reproches del público pero no perciben que el público no lee. Los escritores escriben con el cerebro puesto en otros escritores. Temen los reproches de los críticos, no los del público; y mueren por sus elogios. Hizo un bollo con el críptico texto y lo tiró en un bote repleto de desperdicios. Reflexiones de un demente. Pensó en escribir un elogio de unos textos de Wilde, sobre el nihilismo. Pero un elogio sobre el nihilismo le resultó incoloro, inodoro e insípido. Insulso. Consideró escribir en serio sobre Nish, Nische, Nietzsche, si bien lo tedisoso de discurrir sobre un Übermensch lo deprimió. Los filósofos. Son unos embusteros que sólo venden humo; se extienden sobre cuestiones que los terrestres no entienden. En todo lo que propone un filósofo siempre interviene su visión del mundo, su “punto de inicio” desde el que surgen sus reflexiones. Yo digo, se dijo, como dice Nische, que todo el conocimiento o si no todo un buen trozo de lo que conocemos de modo consciente, es el producto directo de un impulso instintivo, y esto incluye el conocimiento filosófico mismo, por mucho que lo nieguen los filósofos de hoy. Eso mismo dice Hegel, según me dicen, porque no lo leí. Ni quiero leerlo. El filósofo siempre descubre el descrédito de lo que nosotros conocemos por instinto. Por eso es que proponer el hecho consciente como opuesto del instintivo, en mi opinión, constituye un despropósito y no tiene ningún sentido. ¿O no? Después de todo, los dioses son justos, y de nuestros deliciosos vicios construyen dispositivos que nos imponen tormento; el oscuro y vicioso rincón donde él te engendró lo dejó ciego. Incluso por dinero, incluso si dependiese de ello su propio sustento, Stephen no quiso romper con su compromiso de no escribir sino lo que le produjese contento. El irrestricto contento de escribir con restricciones. Restricciones que producen textos complejos que los lectores perezosos creen ilegibles. Ilegible es el mundo, no los textos, se defendió de sus propios estiletes. Kinch, cuchillo filoso y estridente. Es tridente. Cuchillo, tridente, tenedor. El deseo de comer y de beber lo torturó pero, como un yogui del Tibet se sobrepuso con un severo ejercicio de control de los sentidos. Luego de discurrir consigo mismo decidió desprenderse de su bordón, un trozo liso y recto de cerezo pulido, con el puño de cuerno de ciervo e incrustes de oro puro. Doloroso desprendimiento de un objeto querido que recibió de sus predecesores; pero juzgó imprescindible desprenderse de él si su objetivo consiste, como mínimo, en sobrevivir. Miró el reloj. Siete y cinco. Dormitó intermitentemente, entre sueños y delirios recurrentes de espectros conocidos. Remordimiento de espíritu. Quiero dormir. Durmió. Los sueños, como dicen, son un reflejo imperfecto de los deseos incumplidos. No es que él lo supiese, ni mucho menos. Pero de un modo u otro, lo intuyó. El misterio del vuelo en el misterio del sueño. Soñó que después de unos segundos de intensos esfuerzos de su mente, solo de su mente, su cuerpo levitó; empezó con tres brincos y logró sostenerse unos segundos como suspendido en el éter. Luego dio otro brinco potente. Moviendo un poco los hombros y extendiendo los miembros superiores como si fuese un cóndor, se sorprendió de verse suspendido sin poner los pies en el suelo y siguió moviendo los miembros con un penoso esfuerzo que de todos modos lo reconfortó; le costó muchísimo desprenderse dos metros del piso, pero pudo seguir un recorrido con el recurso de los pies, que usó como timón de dirección y moviéndolos como si fuese un buzo sumergido en el vinoso ponto. Voló como un Wilbur o como un Orville Wright. ¡Qué emoción!, se dijo en silencio y lloró conmovido con los ojos resecos. Siguió subiendo, no muchos metros, pero subió, si bien es cierto que lo hizo con un esfuerzo enorme. Voló entre corredores oscuros, sobre techos cubiertos de musgo, sobre conductos renegridos por el hollín, voló entre postes de luz y tendidos telefónicos, confundiendo Howth con Montrouge, O’Connell Street con Rue de Rivoli, College Street con rue de l’Université; quiso seguir subiendo con el fin de eludir el embrollo de los tendidos eléctricos y los esqueletos de los receptores de noticieros. Miró el suelo y lo vio lejos; sintió un súbito estremecimiento producto del vértigo pero no quiso descender después del esfuerzo hecho. En el sueño no se ve luz; es decir, no existen los sueños luminosos en el sentido de ver un sol como un sol; pero vio vergeles en cierto modo luminosos, vio ríos que intuyó sin peces por un fuerte olor sulfuroso que percibió de repente, los olores en los sueños, otro misterio. En un momento movió los extremos de los dedos y giró sobre sí mismo como un tornillo; temió lo peor, pero movió los dedos en el sentido inverso y recobró el equilibrio, como un gorrión. Voló sobre montes cubiertos de verdes pinos y robles rojizos, debe ser otoño, dedujo con el criterio ilógico del sueño. Vio cerros cubiertos de nieve y senderos repletos de gente con esquíes. Vio un hombre dormido en un extremo de St. Stephen’s Green. ¿Pero con qué luz vio los colores de los cerros, de los pinos, de los robles, si es cierto que no existen los colores sin luz y si es cierto que en los sueños no tenemos luz? El profundo misterio de los sueños. Sintió un fuerte dolor en el cuello y tuvo que descender, no quiso descender, pero tuvo que descender. El descenso fue brusco. Por poco se precipitó. El remoto repique del templo de St. George lo despertó. Oscuro hierro sonoro. Se estiró, se desperezó, y fumó. Nueve en punto. Pensó en Mrs. McGuinness. Muy lejos. Recordó el cuento de Reuben J. Dodd y su hijo, que un botero recuperó, medio muerto, del Liffey y el florín que el judío le ofreció como premio. Un estipendio inútil, dijo Simon, un exceso de seis chelines. Mejor Dillon’s. Esperó el momento oportuno y entró en lo de Dillon. Defendió su tesoro lo mejor que pudo. Pero como dicen que pierde quien vende urgido si su brete es conocido, perdió. Pidió £ 10, le ofrecieron £7 5d. Cerró en £ 8. Con ese dinero, reflexionó, vivo el resto del mes. Mrs. McGuinness, mujer de prestigio; Mrs. Cohen, regente de burdel; Mr. Dillon, notorio gentilhombre de Dublín. Dublín de Cohens y McGuinnesses, de Dillons y de Dodds. Los usureros no tienen religión. Stephen entró en The Ship. Sensiblero es el que prefiere el disfrute sin tener que sufrir el opresivo peso del reconocimiento. Estuve bien. Un pneu exotique. Le mistère pour un Mister. Por lo visto hoy no vinieron. Pretendieron reírse de mí y beberse los frutos de mi esfuerzo. Ellos duermen, y en sus oidos vierto. Mi único peculio es un florín, me dijo. Invertir un chelín en un socio como ese hubiese sido mucho.Yo firmé el convenio y oblé el mes de depósito. En lo sucesivo no dormiré en el Torreón. Es injusto. Ningún juez con dos dedos de frente hubiese desconocido mis derechos como inquilino legítimo. No volveré. Kinch, el sobrenombre que me puso es filoso como un cuchillo. El sonido es como un trozo de tocino sobre el fuego. Choque de hierro con hierro. Su ingenio el esmeril que pule el filo de mi estilete. No bromeo, Kinch. Te ves muy bien siempre que te vistes con un mínimo decoro. Mis pies en sus botines son los pies de otro. No hubiese querido meterme en sus botines pero él me los ofreció. Botines de segundo pie. Le dejé los míos con un orificio en el izquierdo y tres en el derecho. Eso es porque no soy zurdo. El pie derecho recibe todo el impulso. Derech, izquier, derech, izquier. Los compré en Boul’Mich, creo. Treinte centimes, Monsieur. Bello rostro femenino. Je vous en prie, Mmlle. Bonne soirée, Monsieur. Merci. –¿Qué le sirvo? –preguntó el mozo con un rostro lleno de poco sueño. –Huevos con tocino, porotos en tuco y dos chorizos –ordenó Stephen presintiendo los huevos con sus soles líquidos, los porotos tibios y cremosos sumergidos en el tuco rojo y violento de pimentón, los crujidos del tocino y los tiernos cilindros de chorizo. Lo último que ingerí, pensó, fue un bollo medio duro y un nesquik. –¿Y de beber? –preguntó el mozo en medio de un incontenible bostezo. –Un té con leche. Primero té, después un toque de leche. Con dos terrones –especificó Stephen, todo un gourmet. Stephen, inquieto y molesto por no tener un libro que leer ni medios ni elementos con qué escribir, tomó un periódico viejo que encontró en un revistero: “Disturbios en Boul’Mich” tituló el vespertino. Donde compré mis botines por treinte centimes. Je vous en prie, Monsieur. Qué ojos. El mundo es un polvorín lleno de conflictos civiles: Sucedió el último tres de febrero. Cumpliendo con lo dispuesto por un jefe no muy lúcido, un teniente embistió con su regimiento un grupo de revoltosos de diferentes grupos políticos, troskos, prorrusos, rojos y mocosos del P.C.R, quienes, con todo derecho exigen el perdón de cinco condiscípulos recluidos en prisión. Un sólido proyectil recogido de un ruinoso inmueble vecino sobrevoló un enorme furgón negro, repleto de unos simios gordos como bueyes ociosos. Un túmulo surgió en medio de un repecho; se vio un tronco en el piso junto con un montón de vehículos prendidos fuego. Temiendo que un revés produjese su retiro forzoso, Grimeud ordenó su típico pogrom; el pelotón de milicos se cebó, hirió con fusil, irritó los ojos con proyectiles repletos de tóxicos efluvios, demolió con los puños de sus esbirros los cuerpos de muchos moribundos tendidos, e inconscientes en el suelo. El público se indignó. Un millón de individuos cruzó el cordón periférico y copó todos los ingresos, vinieron desde Vincennes, Clichy, St Denis, Montrouge, St Cloud, unos con pendones negros, otros con pendones rojos, rugiendo veinte dicterios de repudio por los procedimientos de los enemigos de los derechos del pueblo “Dos lustros de gobierno, preferimos el infierno”, “Pierrot embustero, devuélveme el dinero”, “El pueblo, unido, ni muerto ni vencido”. Un gremio, reuniendo todo el pueblo obrero, consiguió un freno productivo completo. Todo se detuvo: los trenes, el metro, los productores de remedios, los shoppings, los liceos, los molinos, los docks. No quedó ni un solo surtidor con combustible… El suplemento poético de los domingos; impoluto; como nuevo; ni un ojo se posó sobre estos versos. Pobre escritor. ¿Es inútil escribir? ¿O es inútil escribir en verso? ¿Y qué digo de WS? ¿Por qué él sí y el resto no? Porque sus versos no son versos, se respondió. Son los ríos del espíritu del hombre que fluyeron de su mente y que son irrepetibles por los siglos de los siglos. O, men. Omen. Will Yum? Check’s Peer. El resto simplemente no existe. Displicente con todo texto que no fuese propio, como es costumbre de todo escritor desconocido, o incluso de los escritores conocidos que se creen los oh dioses del oh limpio, pero curioso como un felino, leyó un tríptico cuyo ritmo no le resultó del todo desconocido:RECOGIMIENTO
Sé dócil, oh, Dolor mío, no te inquietes.
Tu Noche descendió, como pediste,
y un tul oscuro envuelve los suburbios;
donde uno ve sosiego, el otro siente miedo.
Siempre que este gentío, en tropel vil,
por el yugo del Deleite, cruel verdugo,
recoge remordimientos en el festejo servil,
no me sueltes, Dolor mío, que no tengo dónde ir.
En el remoto horizonte de los Inviernos perdidos,
en los pórticos del cielo, con sus vestidos ruinosos
Ve surgir del ponto, muy sonrientes, los Gemidos;
el sol moribundo se duerme sobre un cerro,
y como un negro lienzo tendido en el Oriente
oye, tesoro, oye, los serenos murmullos de tu Noche.
CORRESPONDIENTES
El Cosmos es un templo de pilotes vivientes
que emiten por momentos mil términos confusos:
donde el hombre se pierde en símbolos difusos
que lo inquieren con ojos conocidos.
Como remotos ecos que de lejos se funden
en un único bloque tenebroso y profundo,
cielo nocturno e inmenso, diurno fulgor,
los perfumes, los colores y sonidos se responden.
Existen perfumes frescos como niños primorosos
Dulces como un oboe, verdes como un vergel,
Y otros, corruptos y fuertes, pútridos y victoriosos,
Que difunden el vigor de los seres infinitos.
Como el mirto, el tomillo, el incienso y el benjuí,
son los himnos del envión del cerebro y el instinto.
LOS MININOS
Los novios fogosos y los doctores serios
Quieren del mismo modo en su esplendor
sus gordos mininos perezosos, orgullo del señor,
que son fríos como ellos y, como ellos, quietos son.
Devotos del estudio y los sentidos,
persiguen el silencio y el horror de lo oscuro;
hubiesen sido en Érebo fúnebres corceles
si no fuese por su orgullo, imposible de vencer.
En sus sueños con sus poses de noble se los ve,
como esfinges que se tienden en el fondo del cubil
que fingen, o que pretenden, dormir un sueño sin fin;
bolsillos ciñen sus lomos con mil destellos gloriosos
y unos dijes de oro puro como polvillo de sol
se extienden por sus ojos misteriosos.
Stephen, sorprendido y sumido en un profundo desconcierto, buscó y rebuscó en los pliegues de su cerebro el origen de estos versos. Que los he leído, se dijo, los he leído. ¿Pero dónde los leí? El suplemento ofrece un premio de £7 5d (curioso, muy: lo mismo que me dieron por el empeño de mi bordón). El lector debe decir el nombre del escritor que compuso los tres versos; los tres son del mismo individuo; poner en un sobre el recorte de suplemento con el nombre del supuesto escritor de los versos, incluir nombre y domicilio del remitente e introducir el sobre en el buzón del periódico. El concurso vence el siete de junio. De todos modos no lo recuerdo. Repuesto, con el espíritu luminoso y el vientre repleto, Stephen continuó su recorrido. Murmuró y silbó, contento, when on the world the mists… El fresco viento del este le produjo un súbito estremecimiento. Se puso frío, ¿o me volví sensible de pronto? El sol brilló en los vidrios de Byrne’s; cruzó. Murmuró y entonó, comes love’s old sweet sooong. El tono es como el pito de un tren que corre por el horizonte. Un poco triste. Remoto. Como despidiéndose de un ser querido. Los miles y miles que mueren en el frente. Deténte. El sol le entibió el rostro pero el espléndido brillo por poco lo encegueció. Frunció el ceño, si bien de todos modos pudo entrever el perfil de unos muslos soberbios. Softly it wove itself into our being… Oh, Señor no dejes que este ex devoto tuyo se prive de envolverse entre esos muslos turgentes. Just this song of twilight, when the lights were low… Justo ese furgón que se entromete, Guinness is good for you. Omnipresente. Se esfumó. No tengo suerte. Un Eire sobrio es un Eire libre. Comes Love’s old sweet song. Sin rumbo fijo dobló por Frederick Street. ¿Es posible que? Son los mismos muslos. Un hermoso rostro y un bello cuerpo de mujer con unos muslos de ensueño, se mezcló con el gentío. Ese es un cuerpo felino. Sintió un golpe en el pecho y notó un súbito rubor desconocido. El ser misterioso cruzó y entró en un edificio de frente rojo con un enorme letrero: Finn’s Hotel. Es justo lo que necesito, se dijo Stephen. Un hotel. [1]Entre “Éspléndido” y “Un sol tímido” es evidente que se intervino el texto de Joyce sin su conocimiento. Tuvo que ser un enemigo de Gombrowicz (¿Borges, Bioy?), puesto que si bien Witold (Wit Old! Wee Tall! We Told!) Gombrowicz como buen envidioso se mofó del Ulysses y de todo lo escrito por Joyce y los escritores del modernismo, Joyce no se enteró porque no leyó Ferdydurke (1937) ni sus textos previos (1920-1930) ni su Registro Íntimo, ningún texto de Gombrowicz o lo hubiese dicho en su interview de 1932 con el chueco, perdón el checo, Hoffmeinster “J.Joyce y sus juegos nocturnos”.
Doublín, dissert déjunio de 2904
Un traductor del Ulysses de JaMZ JoySCe, la testa en esa actitud tan bella del escarceo, se inmiscuye en la historia de la veille. Este texte se crée perdido.
Molly dejó el lecho de sus sueños interrumpidos por el insólito pedido des Gonzalès. Hombres libidinosos. Mentirosos. Cerdos, pretienden comer des Woolar. ¿Cómo pueden ser como son? De pronto le recordó el eterno regreso del ciclo femenino. Dios mío, ¿por qué tuviste que sumirnos en este tormento?
Moi je crois que c’est pas la femme, mais c’est toi l’arbitre; moi je ne suis qu’un humble scrutordeur d’ouvrage magnifique. You found the secret too soon, lo cual es un poco más abstracto, porque entre la nada y el infinito había apenas una imaginación eterna, un hipercubo de presente para tragarse el pasado que venía de vomitar una imagen
Bloom, perfume de orín. Dime, dime. ¿Qué perfume? Metempsicotic. Pronunció. Voglio e non vorrei. Tengo que escribirle des lits pleins d’odeurs légères, des divans profonds comme des tombeaux, et d’étranges fleurs sur des étagères. Olió, frunció y ventiló. Los conflictos internos crecen. Revolución. Estipendios de dineros públicos y jóvenes que se muelen los huesos en fútiles deportes violentos. Scrum. Oscuros seres nocturnos. Plop. Un chorro sostenido. Se frotó, y lo frotó, lo frotó y lo frotó. Se miró en el espejo y se dedicó cómplice. Henry Flower (Esq.). Conforme, health y elegance, se despidió de Mrs. Bloom, née Tweedy, con un beso de esposo correcto y healigente. Sé dócil, oh, Dolor mío, no te inquietes.
¿Adónde te secondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Mi condición de hombre de bien me impide proferir todo tipo de giros obscenos en frente de mujeres o niños, seres sensibles, inteligentes y dulces. Por el momento estoy lleno de compromisos imposibles de posponer. Es el gen hebreo, la tribu prophétique aux prunelles ardentes con el toque de los moros y el típico don de gentes del inglés.
L.Bloom, fenomenólogo por intuición, descendi por Eccles Street. Flopold Blower, consultó con el borde interno de su sombrero Era una locura. Él sabía que no podía hablar con ninguna mujer y menos que menos con aquella mujer y escribió:
Miss Mertle Clifford,
Nuestro Pequeño. Bebé. No pudo ser. Un error genético.
***
Stephen descendió por Eccles Street. Mr. Bloom vio un fenómeno lumínico. Stephen vio el reflejo místico del edén. ¿Qué rol cumplo? Love’s Old Sweet Song. Delirium tremens. Hizo un breve recuento de los libros que hubiese podido vender en el negocio de empeños. En principio consideremos mi intuición, nos dice Kent, y veremos que mi Cogito es dudoso, porque puede ocurrir que oculte un hecho donde un ser Divino, ilusión de lo Uno, hipoteque un hipotético Yo hipocrecido. “¡Benedicto judío! ¡Cubriste con lienzos tu ‘Origen’! ” Entonces Ken vio en Spinoze el génesis de un Super Yo mortífero y eterno. Eglinton y Best me pidieron un texto polémico, pero no creo que lo publiquen. Hizo un bollo con el críptico texto y lo tiró en un bote. Reflexiones de un demente. Los filósofos. Son unos embusteros que sólo venden humo ; se extienden sobre cuestiones que los terrestres no entienden. Eso mismo dice Hegel, según me dicen, porque no lo leí. Ni quiero leerlo. Stephen no quiso romper con su compromiso de no escribir sino lo que le produjese contento. El irrestricto contento de escribir con restricciones. Restricciones que producen textos complejos que los lectores perezosos creen ilegibles. Ilegible es el mundo, no los textos, Ahora, dígame cómo hago yo, un bruto, para entender esas Morellianas de Rayuela, o las citas en franchute, en gingloà, en toch. A Mallarmé no lo entiende ni la mamá. La vraie avant garde iría a durar? Había sido tan agotadora la prolongada incomunicación inicial, en vez de decir la verdad y aceptar las cosas como sion. Et alors, quoi?
Dormitó intermitentemente, entre sueños y delirios recurrentes de espectros conocidos. Remordimiento de espíritu. Quiero dormir. Durmió. Soñó. Voló confundiendo Howth con Montrouge,. Sintió un fuerte dolor en el cuello. Por poco se precipitó, y fumó.
Hervé entró. Estuve bien. Un pneu exotique. No bromeo, Kinch. Te ves muy bien siempre que te vistes con un mínimo decoro.
Qué ojos. El mundago es un polvorín lleno de conflictos civiles : Derech, izquier, derech, izquier. Grimeud ordenó su típico pogrom ; el público se indignó. “Dos lustros de gobierno, preferimos el infierno”, el pueblo obrero consiguió un freno productivo completo. …
Leyó un tríptico cuyo ritmo no le resultó del todo desconocido: El suplemento poético; impoluto; como nuevo. Trente centimes, Monsieur. Podler escritor. — Ah ! que n’ai-je mis bas tout un nœud de vipères, Plutôt que de nourrir cette dérision ! La lengua es un sistema de citas. Es inútil escribir? El resto simplemente no existe.
COREGIMIENTO
Tu Noche d’incendio, como d’une atmosphère obscure enveloppe la ville
no me sueltes, Dolor mío, que no tengo dónde ir.
el sol moribundo se duerme sobre un cero,
y como un negro lienzo tendido en el Oriente
oye, tesoro, oye, los serenos murmullos de tu Noche.
CORRESPON DIENTES
El Chaosmos es un templo de pilotes vivientes
que semioten por momentos mil térmitos confusos:
donde el humbert se pierde en símbodlers difusos
Como remotos ecos que de lejos se funden
los perfumes, los colores y sonidos se responden.
Como el mirto, el tomillo, el incienso y el benjuí,
son los himnos del envión del cerebro y el instinto
que difunden el vigor de los seres infinitos.
EL GATO
El enamorado fogoso y el sabio serio
Quiere igual el gato potente y manso,
orgullo de la mansión
Devoto del estudio y de la voluptas,
persigue el silencio y el horror de lo oscuro.
Se lo ve como esfinge extendido en el fond des solitudes
parece dormir un sueño sin fin.
Stephen, sorprendido con el nombre del escritor de los versos, continuó su recorrido. Un poco triste. -Triste, solitario y final, No habrá más penas ni olvidos… añadió una voz escondida detrás de un bostezo, pasar como un patético viejo verde, ahora sobreacentuando.
– ¿No entendés qué? ¿O no será que no querés entenderlo?
Risas.
Pero él no podía reirse. Porque Joyce era apenas estilista y era una vanguardia liviana evaporada en la niebla. A pesar de los textos por nada. Pero esas cosas pasan. Uf.
Emoto. Como despidiéndose de un ser querido. Deténte. Comes Love’s old sweet song.. El ser misterioso cruzó y entró en un edificio de frente rojo : Hotel Finn.
https://sites.google.com/site/finicoincequoique/
El texto es una composición de mi querido amigo Hervé Michel, autor de una genial traducción al francés de Finnegans Wake con un preámbulo delicioso que vale casi tanto como el mismo Finnegans Wake. Los franceses, cómodos con su Lavergne diluido, no se quieren tomar el trabajo de leer la obra de Hervé Michel, quien como el Facteur (cartero) Cheval, construye su catedral gótica con las piedras que recoge en el camino durante sus recorridos. Los sabios del JJQ que todo lo saben rechazaron su artículo porque es muy complicado. Los únicos que pueden escribir difícil son ellos.
Hervé es mi amigo. Leyó y comentó mi Rapsodia en catorce capítulos breves que dominan el centro de mi novela. Con fragmentos de Rapsodia y el texto de Dublin, 17 de junio de 1904 armó lo que publicó en este blog.
Lo ilegible no es el texto, sino el mundo, dijo Hervé.
Un gran abrazo
Estimado Marcelo y Hervé, coincido con que «lo ilegible no es el texto sino el mundo» y que, en todo caso, para leer es necesario entrar en ciertos universos compartidos, cualquiera sea el mundo o universo del que se trate. Una vez allí, con algo de pasión y trabajo, quizá alguien adquiera la llave para interpretar el encuentro lúcido, ese instante mágico en que dos inteligencias creen captar contenidos similares.
Pensándolo en términos de traducciones, esa lucidez compartida es casi coincidente, como si se formara una tercera mente entre escritor y traductor que da cuenta de un pensamiento y creatividad compartidos.
Si después no se repite el mismo esquema con otras relaciones, quizá se deba a esto mismo, a que no sucedió la magia del instante en que dos intelectos comparten un proyecto común. En términos alquimistas, ya se dará la combinatoria cuando estén dadas las condiciones y no antes ni después. Gracias por vuestros trabajos!